04
La mansión Malisorn se siente aún más grande bajo la luz del día. Yoko camina detrás de Faye con pasos cuidadosos, sus ojos absorbiendo cada detalle. Los pisos de mármol relucen como espejos, los pasillos están adornados con pinturas y esculturas que parecen sacadas de un museo, y cada rincón emana una opulencia que resulta abrumadora.
Faye camina unos pasos por delante, su postura recta y segura. Su presencia es magnética, dominando el espacio con una facilidad natural. Apenas habla, limitándose a señalar algunas habitaciones y mencionar brevemente su función.
─Este es el salón principal, lo usarás si tenemos visitas. Aunque dudo que eso suceda pronto. ─Faye apenas gira la cabeza hacia Yoko mientras habla, manteniendo su tono distante.
Yoko asiente, aunque sabe que Faye no espera una respuesta. Sus ojos recorren el salón, impresionada por los techos altos, los ventanales que dejan entrar la luz de forma casi mágica, y los muebles que parecen demasiado perfectos para usarse.
Siguen avanzando, pasando por un comedor más grande que su antiguo apartamento, una biblioteca repleta de libros que probablemente nunca serán abiertos, y un gimnasio que podría rivalizar con cualquier centro profesional.
─Todo aquí está a tu disposición, siempre que recuerdes tus límites. ─Faye se detiene frente a una puerta doble, girándose para mirar a Yoko. Sus ojos grises son como cuchillas, afilados y penetrantes─. No olvides que esta casa tiene reglas.
Yoko asiente otra vez, sintiendo el peso de esa mirada. No se atreve a preguntar cuáles son todos esos límites; tiene miedo de parecer insolente.
Finalmente, llegan a un jardín interior. Es un espacio amplio, lleno de flores perfectamente cuidadas y un pequeño estanque donde nadan peces de colores. La luz natural cae suavemente desde un techo de vidrio, creando un ambiente que, por primera vez desde que llegó, se siente cálido.
─Este es mi lugar favorito de la casa ─dice Faye, su voz más baja, casi un susurro.
Yoko la mira sorprendida. Es la primera vez que Faye muestra algo que no sea frialdad o autoridad. Por un breve momento, parece menos imponente, casi... humana.
─Es hermoso ─responde Yoko en voz baja, sus ojos brillando mientras observa las flores.
Faye se queda en silencio, mirando a Yoko de reojo. Hay algo en su reacción que le resulta intrigante. La forma en que sus ojos se iluminan, cómo sus labios se curvan ligeramente en una sonrisa tímida. Es una imagen que no esperaba ver.
─Puedes venir aquí cuando quieras, siempre que no me moleste. ─Faye se aleja, su voz recuperando su tono autoritario.
─Gracias... señora Malisorn ─dice Yoko, tropezando un poco con las palabras.
Faye se detiene al escucharla. Gira lentamente, sus ojos fijos en los de Yoko con una intensidad que hace que la omega se tense.
─Llámame Faye ─corrige con calma, aunque su tono no admite discusión.
Yoko asiente rápidamente, el corazón latiéndole con fuerza.
─Faye.
El nombre suena extraño en su boca, pero al mismo tiempo, parece romper una barrera invisible entre ambas. Faye la observa por un momento más antes de girarse y continuar caminando.
─Es suficiente por hoy. Descansa un poco. ─Faye no espera respuesta y se dirige hacia el interior de la casa, dejándola sola en el jardín.
Yoko se sienta en uno de los bancos de madera, observando los peces en el estanque. Por primera vez desde que llegó, siente una leve calma. Sin embargo, no puede ignorar la sensación de que hay algo más bajo la superficie de Faye Malisorn. Algo que ella todavía no logra comprender.
Mientras tanto, Faye camina hacia su despacho, su mente reviviendo el momento en el jardín. La mirada de Yoko, su voz al pronunciar su nombre, todo parece estar dejándole una marca que no esperaba.
Se sirve un vaso de whisky y se sienta detrás de su escritorio, mirando el líquido ámbar como si pudiera encontrar respuestas en el.
─¿Qué estoy haciendo? ─susurra para sí misma, frustrada.
La pregunta queda sin respuesta mientras la noche comienza a caer sobre la mansión, dejando a ambas mujeres atrapadas en sus propios pensamientos.
El sol comienza a descender, y las sombras alargadas del jardín interior tiñen el espacio de tonos cálidos y melancólicos. Yoko sigue sentada en el banco, abrazando sus propios brazos como si intentara protegerse del frío que siente por dentro. La paz del lugar contrasta con la agitación que lleva dentro; su mente es un torbellino de pensamientos.
Se pregunta por qué Faye le mostró ese jardín. Fue algo breve, casi indiferente, pero el tono de su voz al llamarlo su lugar favorito la descolocó. Durante ese instante, Faye no parecía tan inalcanzable. Parecía humana. Pero luego, como si se diera cuenta de que había bajado la guardia, volvió a erigir ese muro impenetrable que la hace tan intimidante.
"¿Qué espera de mí realmente?", piensa Yoko, mirando los reflejos del agua en el estanque.
Sus pensamientos son interrumpidos por el sonido de pasos acercándose. Se tensa, su espalda recta, esperando encontrarse con Faye de nuevo. Sin embargo, es una de las empleadas de la casa, una mujer de mediana edad con un rostro amable.
─Señorita Lertprasert, la cena estará lista en una hora. ¿Necesita algo mientras tanto?
La voz de la mujer es suave, casi reconfortante, pero Yoko sacude la cabeza.
─No, gracias, estoy bien.
La empleada asiente con una ligera sonrisa antes de retirarse. Yoko la observa alejarse, sintiendo una punzada de envidia por la naturalidad con la que parece moverse en este lugar. Todo aquí es tan opulento, tan fuera de su realidad, que le resulta difícil imaginarse a sí misma perteneciendo de algún modo.
Finalmente, se levanta del banco y decide volver a su habitación. No sabe si tiene permitido explorar más, y no quiere arriesgarse a hacer algo que moleste a Faye. Mientras camina por los largos pasillos, su mente sigue repasando cada palabra, cada gesto de la alfa.
Al llegar a su habitación, se detiene frente a la puerta. Su reflejo en el cristal cercano le devuelve la mirada: una figura pequeña, con el cabello algo revuelto y los ojos aún llenos de dudas. Se siente tan insignificante en comparación con la magnitud de todo lo que la rodea, incluida Faye Malisorn.
Al otro lado de la mansión, Faye se reclina en su silla de cuero, el vaso de whisky aún en su mano. Mira hacia la ventana de su despacho, donde las luces de la ciudad comienzan a brillar en la distancia. El silencio de la habitación es interrumpido solo por el leve tintineo del hielo en su vaso.
No puede dejar de pensar en Yoko. Hay algo en esa omega que la desestabiliza, que despierta en ella emociones que preferiría no reconocer. Esa mezcla de vulnerabilidad y fuerza contenida... es un enigma que no sabe cómo descifrar.
"No es nada," se dice a sí misma. "Solo es parte del acuerdo."
Pero sabe que eso no es del todo cierto. Si solo fuera parte del acuerdo, no habría sido tan condescendiente en el jardín. No habría permitido que esa barrera que protege su mundo se desmoronara, aunque solo fuera por un instante.
Faye termina su whisky de un trago y deja el vaso sobre el escritorio con un golpe seco. Se pone de pie y camina hacia la ventana, mirando la inmensidad de la noche.
─No puedo permitirme distracciones.
Pero mientras lo dice, sabe que ya es demasiado tarde. Algo en Yoko Lertprasert ha logrado infiltrarse en su mente, y por más que intente ignorarlo, ese algo sigue creciendo, silencioso y persistente.
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