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02

El interior de la mansión es aún más impresionante que el exterior. Los altos techos están decorados con intrincados candelabros de cristal, y los pisos de mármol reflejan las luces como si estuvieran hechos de agua. Pero para Yoko, todo parece distante, frío, tan inalcanzable como la mujer que ahora camina frente a ella.

Faye no dice una palabra mientras la guía a través de los pasillos. Sus pasos son firmes, resonando en el eco de la casa vacía. Yoko intenta seguirla, pero sus piernas tiemblan ligeramente, tanto por el cansancio como por la incertidumbre. Su mirada recorre todo a su alrededor, buscando algo familiar, algo cálido que la haga sentir menos perdida. Pero no encuentra nada.

Llegan a una habitación al final de un largo corredor. Faye se detiene frente a la puerta, abre con un giro de muñeca y da un paso al costado para dejar pasar a Yoko.

─Esta será tu habitación ─dice con su tono monocorde, casi como si estuviera leyendo un manual.

Yoko asiente, entrando con pasos inseguros. La habitación es amplia, con una cama grande en el centro cubierta por sábanas impecables. Hay un armario al fondo, una comoda junto a la ventana y una silla de madera que parece más decorativa que funcional. Es hermosa, pero desprovista de vida, como si nadie hubiera puesto un toque personal allí.

Faye la observa desde el umbral, sus brazos cruzados sobre el pecho. Sus ojos analizan cada reacción de Yoko, como si estuviera evaluando el efecto de todo esto en ella.

─Aquí tienes todo lo que necesitas. Si falta algo, dímelo. No saldrás de esta habitación sin mi permiso. ¿Entendido?

La voz de Faye es tan fría como siempre, pero hay algo en su mirada, una sombra de curiosidad que Yoko no alcanza a identificar.

─Sí… entendido ─responde Yoko en voz baja, casi un susurro.

─Bien. ─Faye asiente y da un paso hacia atrás, como si estuviera lista para irse, pero algo la detiene. Por un breve momento, sus ojos se encuentran con los de Yoko, y esa conexión hace que ambas se congelen.

Faye siente una punzada inesperada, algo que no puede definir. Yoko, con su figura pequeña y vulnerable, parece tan fuera de lugar en este mundo que ha construido para sí misma. Pero no deja que ese pensamiento se prolongue demasiado.

─Descansa. Mañana hablaremos de tus… responsabilidades. ─Faye rompe el contacto visual y cierra la puerta detrás de ella sin esperar una respuesta.

El sonido de la puerta cerrándose resuena en la habitación, dejándola en un silencio absoluto. Yoko se sienta en el borde de la cama, sus manos apretadas sobre su regazo. Se siente como un pájaro atrapado en una jaula dorada, incapaz de volar pero consciente de que esa jaula es su única esperanza para salvar a su madre.

Mira hacia la puerta cerrada, recordando la mirada de Faye, y no puede evitar preguntarse qué es lo que esconde detrás de esa frialdad. ¿Qué clase de persona la compra como si fuera un objeto, pero luego se toma el tiempo de asegurarle que tiene todo lo que necesita?

El cansancio la vence, y finalmente se recuesta en la cama, aunque su mente sigue llena de preguntas. Yoko sabe que ha entrado en un mundo que no entiende, pero algo en su interior le dice que Faye Malisorn es mucho más complicada de lo que parece. Y eso, de alguna manera, la asusta más que cualquier cosa.

Faye se detiene frente a la puerta de su despacho tras dejar a Yoko en su habitación. Sus dedos juegan distraídamente con el borde de su reloj mientras reflexiona. No suele hacer compras impulsivas, y mucho menos de este tipo. Para Faye, todo tiene un propósito calculado, una razón lógica. Pero esta vez… esta vez siente que actuó movida por algo más, algo que no termina de comprender.

Se sienta en su amplio escritorio, encendiendo el monitor de su computadora. El frío brillo de la pantalla ilumina su rostro serio mientras revisa algunos documentos. Pero, por más que intenta concentrarse, su mente sigue volviendo a la imagen de Yoko, de pie en medio de aquella habitación vacía, con esos ojos que parecían gritar algo que no podían decir.

"Es solo un acuerdo," se dice a sí misma, como si las palabras pudieran disipar la inquietud en su pecho. "Ella me pertenece. Nada más."

Mientras tanto, en la habitación asignada, Yoko apenas puede conciliar el sueño. A pesar del lujo que la rodea, todo se siente opresivo. La habitación es demasiado grande, demasiado silenciosa, y la ausencia de cualquier rastro humano hace que todo parezca aún más extraño.

Se levanta y camina lentamente hacia la ventana, apoyando sus manos en el alféizar. La vista es impresionante: jardines perfectamente cuidados, iluminados por pequeñas luces que parecen flotar como estrellas en la tierra. Pero incluso esa belleza no logra calmar la ansiedad que crece en su interior.

─Faye Malisorn…─ murmura en voz baja, probando el peso del nombre en su lengua.

No sabe mucho de ella, solo lo que escuchó entre susurros durante la subasta: una mujer poderosa, fría y con una reputación que hace temblar incluso a los más audaces. ¿Qué espera de ella realmente? ¿Será tan cruel como aparenta?

La puerta de la habitación permanece cerrada, y aunque sabe que no tiene permiso para salir, una parte de Yoko desea abrirla, explorar, entender dónde está. Pero no se atreve. Algo en la forma en que Faye la miró antes de irse –ese leve destello en sus ojos antes de que la frialdad las volviera a cubrir– la detiene.

Cansada de sus pensamientos, regresa a la cama. Su cuerpo está exhausto, pero su mente no deja de repasar todo lo que ha pasado. Cierra los ojos, intentando convencerse de que todo esto es temporal, que solo tiene que cumplir con lo que se espera de ella hasta que su madre esté a salvo.

Al otro lado de la mansión, Faye apaga finalmente la computadora. El reloj marca las dos de la mañana, pero no siente sueño. Se sirve un vaso de whisky y se sienta en el sofá de cuero negro que domina su despacho. Por un momento, se permite cerrar los ojos, dejando que la calma de la noche la envuelva.

Sin embargo, una imagen vuelve a colarse en su mente: Yoko, con su cabello oscuro cayendo como un río sobre sus hombros, su mirada vulnerable pero llena de dignidad.

─Esto será un problema ─susurra Faye para sí misma antes de dar un trago largo al vaso.

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