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97. A un paso del fin.

20 de septiembre

Narra (TN)

Un llanto muy fuerte me hizo despertar. Se trataba de Pauline, quien se empeñaba en no aprender a dormir toda la noche. Mary nunca fue así. Sacudí un poco a Paul para despertarlo.

— ¿Otra vez?

—Te toca.

—Yo fui la última vez.

—Eso no es verdad.

El bajista soltó un gruñido y se levantó a regañadientes para ir a la habitación de la pequeña bebé. De vez en cuando no estaba mal mentirle un poco a Paul.

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Narra Paul

Estábamos en una sesión extraordinaria en las oficinas de Apple para tratar asuntos financieros de la compañía. Me sentía muy cansado por no haber dormido, Pauline nos había dado otra noche terrible a (TN) y a mí: ¡me había levantado cerca de cuatro veces a calmar a mi princesa llorona! Los otros Beatles tampoco lucían muy felices de estar ahí. Klein nos había entregado varias hojas de colores para saber de lo que hablaríamos.

—La proporción que pagarían por impuestos en el Acuerdo A está en la hoja de color rosa, la proporción por el Acuerdo B se encuentra en la hoja amarilla, perdón...en realidad, vamos a hacerlo más sencillo, entréguenme las hojas amarillas de nuevo. Olviden las hojas amarillas.

Saqué la hoja amarilla de la carpeta y la puse sobre la mesa, Ringo imitó mi acción. John había permanecido en el rincón desde el principio de la reunión. George estaba visitando a su madre, y no había podido acudir.

—La responsabilidad fiscal por el Arreglo A está en la hoja verde.

—Me gustaba más cuando Brian solía abofetearnos con billetes de cinco libras después de cada concierto—dijo Ringo, su voz demostraba lo aburrido que estaba de todo—. Puede que hayamos sido pobres, pero lo que teníamos, lo teníamos en nuestra mano.

Suspiré. El narizón tenía razón, en ese entonces todo era más sencillo para nosotros. Sólo teníamos que preocuparnos por hacer música y conciertos, Brian se encargaba de todo lo demás.

—Sé que es un poco complicado—intervino Klein—, pero el hecho es que son hombres ricos.

—Eso es un buen hecho—musitó Ringo—. Me gusta ese hecho.

—Bueno, he aquí otro hecho, chicos—John se levantó y comenzó a aproximarse a la mesa—, y no está sobre papel de color. —Todos miramos a Lennon con atención—. Se terminó.

— ¿Qué se terminó?—pregunté.

—Nosotros—se apresuró a contestar mi otrora mejor amigo—. The Beatles, se acabó.

Me quedé en shock. John no podía estar diciendo eso. La banda era algo muy importante para nosotros, era nuestro trabajo y pasatiempo. No tendría ningún sentido disolverla.

—El álbum saldrá en unos días—le dije.

—Bien, pues eso es todo. Abbey Road, y se acabó. Yo empecé esta banda, yo la termino.

—Hay cuatro personas en esta banda.

—Correcto, y si no hay cuatro personas, no hay nada.

—Estás agotado, John—musitó Ringo.

—No lo estoy; cuentas y más cuentas. Si saben contar, no cuenten conmigo.

—Sólo necesitamos hacer algo nuevo—le dije—, salir de gira, salir a donde sea, pararnos frente a la gente y hacer música.

—Eso es lo que he estado haciendo en Toronto con Yoko y Clapton, no necesito al resto de ustedes para hacer eso. Son una maldita carga para mí.

—Muchas gracias—musité sarcásticamente.

— ¿Quieres que te lo haga fácil o te diga lo que de verdad estoy pensando?—el tono de voz de Lennon había subido.

— ¿Lo que tú estás pensando o lo que ella está pensando?—solté con molestia.

—Acéptalo, no estamos haciendo nada, y eso significa nada nunca más. Tú lo sabes, admítelo.

—Esa no es mi opinión, ni la de George, ni la de Ringo.

—Sólo estás hablando por ellos, Paul. ¿No quisiste nunca dar el golpe, empezar de cero, sentir lo que es ser creativo?

—The Beatles son creativos.

—Eso fue una vez, quizá, durante seis meses en Hamburgo, pero ya no lo es.

—Somos una familia, John—dijo Ringo.

—Maldita familia—musitó—. Quiero el divorcio.

Sentí que ya era suficiente, esta discusión no estaba yendo a ninguna parte. Me levanté de mi lugar y encaré a Lennon.

—Mira, John, haz lo que estás haciendo, diviértete. ¿Por qué decir que se terminó cuando no puedes ver el futuro?

—Porque aquí se terminó—se golpeó la frente varias veces, frunciendo el ceño.

—Pero allá afuera no.

— ¿Qué es lo que quieres decir?—preguntó ofendido—. ¿Que mantenga la boca cerrada? ¿Crees que con eso no será verdad?

Negué con la cabeza.

—Sin anuncio, sin noticias—le aclaré—. Nunca actuamos en público de todas formas. ¿Qué es lo que ha cambiado?

—Todo.

—Nada.

—Quizá esa es la diferencia entre tú y yo, Paul.

Negué con la cabeza.

—Quizá lo es.

—No cambiaré de opinión.

——————————

Salí de las oficinas de Apple y subí a mi auto para conducir a casa. Me sentía mal. ¿Qué pasaría ahora que John había decidido dejar la banda? Él no era como George o Ringo, a quienes les ofrecías muchas disculpas y volvían a la semana; Lennon no cambiaba de opinión fácilmente, mucho menos si la idea se la había dado Yoko.

Cerré la puerta del auto con fuerza y entré a la casa. Mi esposa me recibió con mi hija más pequeña en sus brazos.

—Pauline ha estado despierta toda la tarde—me comentó entusiasmada—. Parece que por fin nos dejará dormir.

—Eso está bien, mi amor—mi tono de voz debió ser patético, puesto que ella notó que algo andaba mal.

— ¿Qué pasa, Paul?

—John dejó la banda.

— ¿Qué?—me encogí de hombros—. ¿Qué van a hacer? El disco está por salir en unos cuantos días.

—Lo convencí para que no dijera nada todavía, pero sé que no va a cambiar de opinión. (TN), no sé qué va a pasar con la banda...

Ella me abrazó para tranquilizarme y besó mis labios, haciéndome esbozar una débil sonrisa.

— ¿Qué opinas si tomamos unas breves vacaciones en la granja de Escocia? Algo de aire fresco te ayudará a pensar las cosas con más claridad, ¿no lo crees, Paulie?

—Espero que tengas razón, cielo.

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