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92. El tamborileo.

20 de abril

Narra Paul

Me encontraba en el estudio trabajando en una canción para el próximo álbum. Mi canción se basaba en todo lo que sentía mientras mi mujer había estado lejos de mí, la música era la única forma en que yo me podía expresar.

—When you told me. You didn't need me anymore. Well, you know, I nearly fell down and died.

Quería adelantar la canción porque iba a llegar tarde a la sesión que habíamos programado para la noche. Además, poco importaba si estábamos los cuatro en el estudio. Habíamos aprendido que era más eficaz trabajar por separado, así evitábamos las discusiones también.

Un acorde, otro más. La canción parecía estarse haciendo por sí sola. Siempre pasaba así cuando mi esposa estaba en mi mente. Después de terminar la toma, sentí que ya era suficiente. Miré el reloj y me horroricé: faltaban quince minutos para las dos de la tarde.

— ¡(TN) me va a matar!—exclamé y corrí a guardar mi bajo.

— ¿Se va tan pronto, señor McCartney?—me preguntó un hombre del personal de los estudios al verme salir corriendo.

—Sí, mi esposa tiene cita con el doctor.

Subí al auto y llegué a la casa en un par de minutos. (TN) salió con Mary de la mano y subieron al auto. Suspiré hondo, esperando que me reclamara por haber llegado tan tarde, pero no hizo ningún comentario. Al llegar al hospital, abrí su puerta y tomé a mi hija de la mano.

— ¿Qué tal tu día en el estudio?—me preguntó.

—Todo bien, cariño—contesté—. Lamento haber llegado tarde, perdí la noción del tiempo mientras trabajaba en la canción.

—Descuida, Paulie—sonrió—. Llegaste justo a tiempo.

—(TN) McCartney—la nombró la recepcionista.

—Nuestro turno—dijo mi esposa.

Cargué a Mary y tomé a mi mujer de la mano para entrar al consultorio. El doctor Kramer nos observó por un momento y nos invitó a sentarnos. Mary estaba muy callada y tranquila, lo cual era extraño.

— ¿Qué tal el embarazo?

—Todo bien hasta ahora—contestó mi esposa—. Mis náuseas han desaparecido, y he estado sintiendo como calambres.

—A los cinco meses todo eso es normal. Lo que ha estado sintiendo son los movimientos del bebé. Entre este mes y el siguiente será posible sentir las pataditas con mayor definición.

El doctor prosiguió a pedirle a mi esposa que se recostara en la camilla para hacerle la ecografía. Kramer pasaba el transductor por la descubierta barriga de (TN), y yo no dejaba de ver a la pequeña pantalla.

—Esta es la cabeza del bebé—me explicó, señalando una parte de la pantalla—. Y aquí están sus brazos, manos y piernas. Todo está bien.

— ¿Podemos saber el género?—pregunté.

—Me temo que no es posible, señor McCartney—hice una mueca—. El ultrasonido nos permite ver algunas cosas, pero no es tan avanzado. Algunos hospitales cuentan con prototipos que presumen hacerlo, pero no siempre aciertan.

—Está bien—respondí, y miré a Mary—. ¿No te emociona ver a tu hermanito, pequeña?

Ella frunció el ceño, pero no contestó nada. Estaba a punto de decirle algo más cuando comenzó a escucharse un sonido que hizo latir más rápido mi corazón. Era un tamborileo muy rápido, creí saber lo que era, pero no me aventuré a asegurarlo.

— ¿Escuchas, Paul?—me preguntó mi esposa sonriendo.

—Sí—respondí—. ¿Qué es, doctor?

—Esos son los latidos del bebé—dijo el médico—. Tiene un buen ritmo cardiaco, significa que está sano. Por ahora los latidos son rápidos, pero conforme avance el embarazo se pausarán hasta que sean como los nuestros. Su desarrollo sigue normal, lo cual es bueno, considerando que la señora tuvo un aborto.

—Nuestro bebé está bien, preciosa—exclamé con alegría.

Miré a mi esposa con una sonrisa enorme.

Salimos del consultorio tomados de la mano. Tenía una loca idea dándome vueltas en la cabeza: comprar un estetoscopio para escuchar los latidos de mi bebé en casa. Por el momento, estaba feliz con la imagen que nos regaló el doctor.

Mary caminaba cerca de nosotros, pero no mostraba el mismo entusiasmo que teníamos (TN) y yo. Consideré que mi princesa estaba un poco celosa del bebé que venía en camino, pero sabía que se le pasaría pronto. Al menos eso esperaba.

—Paulie...

— ¿Sí, mi amor?

—Quiero comida china.

Oh, no. Ahí íbamos de nuevo con los antojos extraños y repentinos. Al menos no quería comer tierra como la última vez, cuando tuve que implorarle para que no lo hiciera.

— ¿Qué dices?

—Comida china, deseo comerla.

—Me habías dicho que querías comer pescado con papas.

—Pues...ya no, quiero comida china. ¿Podríamos ir a comprar un poco antes de ir a casa? Por favor, Paulie.

Solté un bufido y asentí. No tenía nada en contra de la comida china, pero me había entusiasmado con la idea de comer pescado con papas. Mi princesa vino corriendo a mí y puso esa linda y tierna carita que sólo hacía cuando quería conseguir algo.

—Quiero un helado, papi.

—Después de comer, podemos ir por uno—le dije.

— ¡No!—exclamó molesta—. ¡Ahora, papi!

—Lo siento, princesa—me disculpé con ella—. Mami y el bebé quieren comida china, y tenemos que complacerlos.

—Siempre el bebé—juraría que musitó mi pequeña entre dientes.

— ¿Qué dices, princesa?

—Nada, papi.

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