89. Noche de bodas.
Narra Paul
Serví una copa para mí y una para (TN), teníamos que brindar por nuestro matrimonio. Había sido uno de los acontecimientos más especiales de mi vida, de ninguna manera dejaría que pasara desapercibido. Le di la copa a mi esposa y ella me miró extrañada.
—No es alcohol, linda—le expliqué y se tranquilizó—. No haría nada que lastimara a mi pequeñito.
— ¿Vamos a brindar?—asentí.
— ¡Por nosotros!—alcé mi copa y ella la suya.
Cuando nos terminamos el refresco y pusimos las copas en un lugar seguro, me acerqué a mi esposa y la abracé mientras la besaba. Rompí el beso por la falta de respiración y reposé mi cabeza en su hombro para recuperar el aliento. Tomé aire con una gran inhalación, que me permitió percibir el definido olor a rosas que poseía el cabello de (TN) y su agradable perfume también.
— ¿Crees que llegará un día en que te canses de mí?
—Nunca, mi amor—le contesté con toda honestidad.
— ¿Tu corazón perderá su deseo por mí?
—Jamás, mi amor. ¿Qué te hace creer que el amor terminará cuando sabes que toda mi vida depende de ti?
—Tengo miedo de que cambies de opinión, Paul, y que no me necesites.
—Eso no pasará, mi amor. ¿Cómo puedes pensar que el amor terminará cuando te he pedido que pases tu vida entera conmigo?
Ella sonrió y besó mi mejilla. Me separé de ella para mirar sus ojos por un momento y luego la cargué para depositarla con delicadeza sobre nuestra cama. La miré de pies a cabeza: era hermosa, sólo mía.
—Sólo mía—dije en voz alta, colocándome encima de ella para besar su cuello, pero tomando mis precauciones con su pancita.
(TN) soltó un gemido cuando me puse a masajear sus senos por encima de la ropa. El embarazo había hecho que fuesen muy sensibles al tacto. Me separé un poco para subir ligeramente su vestido, retiré sus calzoncillos y los guardé en el bolsillo izquierdo de mi pantalón, ella me sonrió picaronamente y me excité más de lo que ya estaba. Esa noche era especial y quería conseguir más de un solo orgasmo.
Pasé los dedos por su femineidad: estaba muy húmeda. Sonreí con lujuria. Sólo para mí. Jugué un poco con su clítoris y ella arqueaba su espalda del placer. Me levanté para colocarme entre sus piernas, desbroché mi cinturón y bajé mi bóxer para liberar mi erección. La coloqué en la entrada de (TN), quien me miraba fijamente a los ojos; pero después me desvié a su clítoris para seguir jugando un poco. Lo que menos quería en nuestra noche de bodas era lastimarla.
—Paulie...por favor.
—Hoy soy "Señor McCartney" para ti, y no hago favores, sólo obedezco a mi hermosa esposa.
— ¡Lo necesito, señor McCartney!—me introduje lentamente en ella, soltando un quejido.
Ella abrió ligeramente la boca y soltó un suspiro. Miré sus labios y un inmenso deseo de besarlos se apoderó de mí, pero sabía que no podía inclinarme porque correría el riesgo de aplastar su pancita y lastimar al bebé.
—La primera vez que me introduzco se siente increíble, señora McCartney.
Tomé una de sus piernas para sujetarla mejor. Comencé a embestirla a un ritmo lento, y ella a gemir de vez en cuando. Los gemidos de mi esposa sólo hacían que me excitara más y más. Ella alzó sus brazos y prosiguió a deshacer el nudo de mi corbata para después arrancarla.
—Eres mía—gemí.
Aumenté el ritmo y, después de un par de minutos, ella gritó mi nombre, presa de un maravilloso orgasmo al que yo no tardé en unirme. Me gustaba mucho terminar en su interior y sin utilizar preservativo, me hacía sentir muy bien, como si estuviera marcando mi territorio. Me separé de ella y probé sus labios.
Recuperamos el aliento y aproveché para levantarla y retirar su vestido, dejándola únicamente con el sostén. Ladeé un poco la cabeza: hoy me parecía que su cuerpo era todavía más bello.
—Mi preciosa esposa—susurré.
Narra (TN)
Paul terminó de desvestirme y se puso a jugar con mis senos por mucho tiempo, los besaba y los masajeaba con mucho cariño. No paraba de repetir que eran perfectos y los más hermosos que había visto en su vida, ocasionalmente acariciaba otras partes de mi anatomía, haciéndome dar respingos. Lo empujé un poco y le quité por completo su pantalón y el bóxer. Lo miré a los ojos apenas descubrí que ya tenía otra dura erección.
— ¿De nuevo?
—Esta noche quiero tres orgasmos, señora McCartney—me guiñó el ojo—. Y sé que usted me los puede dar.
—Voy a intentarlo. ¿Qué debo hacer?
—Colócate sobre tus rodillas y tu manos—me pidió mi esposo—. Yo me encargo del resto, linda.
Hice lo que me pidió y colocó su miembro en mi entrada para después empujar con rapidez. Ambos gemimos. Comenzó a moverse a un buen ritmo, yo sólo escuchaba cómo su cuerpo chocaba contra el mío y sentía sus testículos rebotar con mi clítoris. Era la primera vez que intentábamos esa posición y era asombrosa. El bajista colocó una de sus manos en mi hombro y la otra en mi pancita. Se inclinó, sin dejar de embestirme, y besó mi espalda. Podía sentir los latidos de su corazón y su agitada respiración en esa posición.
—Te amo, mi dulce esposa—susurró contra mi cuello—. Jamás me arrepentiré de haberte convertido en mi mujer, (TN). Mi señora McCartney.
— ¡Ah!—fue todo lo que alcancé a contestar, antes de que acelerara el ritmo a una velocidad impresionante—. ¡Sí, Paul! ¡Justo así! ¡Aaaah!
—Haz que todo el vecindario se entere de los beneficios que tiene la señora McCartney, preciosa—dijo con voz seductora—. Grita mi nombre cada que quieras, nena. Sólo tú tienes el privilegio.
— ¡Paul! ¡Aaah!
Y así lo hice, con cada orgasmo que mi esposo me hacía alcanzar. Paul soltaba una risita cada que lo hacía, sabiendo que definitivamente los vecinos se enterarían. Era casi un milagro que Mary no se hubiera despertado.
— ¡(TN)!—gritó mi esposo cuando alcanzó la cima—. ¡Ah! Te amo...
Sentí que su cálido fluido golpeaba mi interior y se retiró de mí para recostarse en la cama. Su respiración se estaba normalizando con el paso del tiempo, pero tenía una sonrisa de satisfacción enorme en su rostro.
— ¿Buscamos el tercero?
—Estoy muy cansado—contestó, negando con la cabeza.
—Sólo uno y ya—lo animé, poniéndome a horcajadas sobre él—. Me dijiste que querías tres, y quiero complacerte.
—Como mi amada esposa desee.
Tomé su miembro y comencé a moverlo de un lado hacia otro. Cuando estuvo erecto de nuevo, lo introduje en mí. Paul se levantó y me abrazó, mirando mi pancita con atención. Con sus piernas, me atrajo un poco más hacia él y me besó. Esa posición me brindaba confianza y seguridad, sentía lo unidos que estábamos mi esposo y yo.
—Te adoro, mujer.
—Yo a usted más, señor McCartney.
Acaricié su pecho y luego pasé mis manos por sus brazos, me encantaba que estuvieran velludos porque era agradable pasar mi mano por ellos. Paul se dedicaba a besar mi cuello y a sujetar mi pancita para evitar que la aplastara, él sí que cuidaba muchísimo al bebé.
Supuse que ya era un buen momento y empecé a dar saltitos sobre él, quien comenzó a soltar quejidos. Luego me tomó por la cintura y aceleró el ritmo de las embestidas. Cerró sus ojitos y supe que no iba a durar mucho; yo también me concentré en todo el placer que me brindaba su cuerpo.
— ¡Paul!—exclamé y él abrió sus ojos con un brillo de éxtasis.
— ¡(TN)!—gritó extremadamente fuerte, antes de desplomarse en la cama.
Me retiré de él y le di un beso en los labios. Por cómo estaban sus ojos, podía decir que sus párpados le pesaban y él batallaba cada vez más por mantenerlos abiertos. Mi esposo estaba al borde de quedarse dormido por el cansancio.
—Duerme, mi amor—le pedí, pasando mis manos por su cabello—. Fue una gran noche, pero incluso las cosas más bellas deben terminar. ¿Nos vemos en el país de los sueños?
—No quiero dormirme—me confesó—. Quiero seguir hablando contigo y contemplándote.
—Podemos hacer eso mañana—le besé con dulzura y lo ayudé a deslizarse bajo las sábanas—. No iré a ninguna parte, estaré junto a ti todos los días que me resten de vida.
—Te amo, (TN), y no te imaginas cuánto—cerró sus ojitos y se quedó profundamente dormido.
Escuché un ruido afuera y abrí la puerta de nuestra habitación. Me encontré con Martha. La canina soltó un chillido, ladeó su cabecita y luego me olfateó.
—Todo está bien, Martha—le dije—. Paul y yo sólo estábamos mostrándonos amor.
Ella pareció entenderlo y regresó al cuarto de Mary para dormir. Apagué las velas, me recosté bajo las sábanas junto a Paul y abracé su torso para unirme a su sueño.
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