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67. Un tiempo.

Septiembre 9

Narra (TN)

Observé nuevamente mi maleta para comprobar que todo lo que necesitaba se encontraba en su lugar. No faltaba nada. Tomé todos mis ahorros y los guardé en mi bolso; saqué el boleto de avión y revisé los datos por última vez: el tren saldría en cuatro horas. Tenía tiempo de sobra para hacer todo lo que quería y necesitaba.

Ya no soportaba más, quería huir de casa, no estaba siendo feliz. Con sólo ver a Paul, recordaba lo que esos hombres me hicieron; y viendo a Mary, no hacía otra cosa que hacerme pensar en cómo hubiera sido el bebé que perdí. Si tan sólo esos hombres no hubieran aparecido, si tan sólo no hubiera querido ir a comprar algo a la tienda...mi vida sería diferente.

Paul había intentado de todo para que dejara de ignorarlo, pero yo no deseaba acercarme a él. Sé que no me lastimará, pero no sé si sienta repulsión por mí, porque perdí mi dignidad. Yo siento repulsión por mí. Paul y Mary no merecen vivir con alguien así, debía desaparecer de sus vidas cuanto antes.

Bajé a la sala y observé a Paul dormido en el sofá, estaba en una posición que a cualquiera le parecería incómoda, de seguro despertaría con un dolor de cuello insoportable. Lo único que me consolaba era que estaba plenamente segura que esa noche dormiría de nuevo en la cama, que en la mañana siguiente no despertaría con ningún dolor; y que le dejaría el camino libre.

El camino libre para reconsiderar nuestra relación, no estoy muy segura si Paul quiere seguir con esto. No puedo tratarlo bien porque en mi corazón no hay amor sino confusión. Sigo sin poder creer que me iba a ocultar el aborto que sufrí. ¿Cómo se pretende cubrir el sol con un dedo?

Entré a la cocina y preparé la leche de Mary para darle de desayunar. Subí a su habitación y la encontré despierta dentro de su cuna, jugando con sus manitas inocentemente. Ella era lo más puro que tenía, y no permitiría que su pureza se viera manchada con mi presencia. Su madre, la violada. La tomé en mis brazos, le di un beso en su frente y ella sonrió tiernamente. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero me esforcé en no dejarlas salir; debía ser fuerte, aceptar las cosas tal y como eran.

—Ma-má—musitó mi pequeña.

No contesté, sólo acerqué el biberón a su boquita. Ella empezó a comer con entusiasmo, sin saber que sería probablemente la última comida que su madre le daría en su vida. Al menos su madre biológica, porque confiaba en que Paul le encontraría una buena segunda madre, alguien que la quisiera como si fuera su propia hija.

Terminó de tomar la leche y la ayudé a expulsar el aire. Comencé a mecerla en mis brazos, ella me miraba directamente a los ojos, dándome una extraña sensación de que sabía lo que iba a pasar.

—No me mires así, princesa—le pedí, mi voz era débil y temblorosa—. Sabes que no tengo otra alternativa, tu papá merece algo mejor que yo, y tú también. Él te va a cuidar y a querer, tendrás todo lo que necesites, es un buen padre. Y yo siempre pensaré en ti, mi pequeña...aunque te llegaras a convertir en la pequeña de otra mujer. Eres mi primera, y probablemente, única hija; te agradezco por haberme permitido saber cómo es crear a otro ser y llevarlo dentro de ti, a darme cuenta que los dolores del parto valieron la pena, cómo se siente amar a un ser más pequeño que tú pero que para ti vale más que el mundo entero. Mary, sé que cuando crezcas no me recordarás, pero eso será lo mejor. Sólo...espero que tu papá no te cuente el verdadero motivo por el que me fui. Voy a amarlos, a ti y a Paul, por siempre. Lo prometo.

Le di un beso en su frente y le observé por unos segundos para memorizar su carita, luego la puse en la cuna. Casi inmediatamente, tomó un oso de peluche que tenía cerca y se puso a abrazarlo. Iba a extrañarla muchísimo cuando me fuera lejos.

Fui a mi habitación por mi maleta y la llevé al recibidor. Vi la puerta principal y un enorme deseo de irme sin despedirme de Paul me inundó, pero mi corazón quería despedirse, verlo una vez más antes de marcharme por siempre de su vida. Era como una lucha interna en mí. Mi corazón se empeñaba en que me quedara, mientras mi cerebro me hacía comprender que irme sería lo mejor para todos.

Fui a la sala y no vi a Paul en el sillón. Comenzaba a preguntarme a dónde habría ido cuando se escuchó que alguien había tirado de la cadena del inodoro del baño, la puerta del mismo se abrió y un despeinado McCartney salió. Sonrió al verme y se acercó un poco a mí.

— ¿Ya desayunaste, mi reina?—preguntó, yo negué con la cabeza—. Muero de hambre, ¿qué te parece si preparamos omelettes para el desayuno? Supongo que ya le diste de desayunar a mi princesa, de lo contrario estaría llorando.

—Sí, desayunó hace un rato—contesté.

— ¿Qué dices de los omelettes?

—Me parecen una buena idea.

Entramos a la cocina y preparamos el desayuno entre los dos. Servimos la comida y nos sentamos uno frente al otro. Paul me miraba con una sonrisita tonta, que me hacía pensar en lo que yo estaba a punto de hacer. Era algo excesivo, casi no había tocado su omelette.

— ¿No piensas comer?—pregunté, intentando que apartara su mirada de mi rostro. Lo logré.

—Sí, por supuesto—contestó y comenzó a comer sin mirarme—. Es sólo que nunca me cansaré de mirarte.

Terminamos el desayuno casi al mismo tiempo, decidí levantarme para lavar mi plato antes de irme. Paul se interpuso en mi camino y se ofreció a hacerse cargo de los trastos. No me opuse, simplemente le entregué mi plato y agradecí. Tomó la esponja con jabón y se puso a fregar los trastos mientras tarareaba Good Day Sunshine. Para él ninguna tarea domesticaba representaba un reto, pues había aprendido a hacerlas cuando su madre murió.

—Paul...—tenía que despedirme.

— ¿Qué ocurre, mi amor?—preguntó, dirigiéndome una mirada alegre.

No supe qué decir. Había planeado decirle que me iría de la casa por un tiempo, pero no fui capaz de hacerlo. Quizá hablando un poco de cómo me sienta pueda entender mis razones para irme.

— ¿Por qué sigues conmigo?—cuestioné, mi voz comenzó a quebrarse, pero evité que él lo notara, no debía mostrarme más débil de lo que ya era—. No valgo nada, perdí mi dignidad como mujer. ¿Qué clase de hombre querría estar con alguien así? Deberías estar con una mujer pura, que no hubiera sido...tocada, por otros hombres. Eres Paul McCartney, miles de buenas mujeres te aman y desearían estar a tu lado, tener tu amor.

—Te equivocas—respondió, acercándose a mí de forma seductora—. Si sigo aquí, insistiendo, es porque te amo. Para mí tú vales todo, (TN); eres la mujer más digna y pura; de verdad me gustaría pasar el resto de mi vida a tu lado porque eres lo mejor que me pudo haber pasado. Me queda claro que no eres un objeto que se pueda seleccionar, pero yo te escogí a ti para ser la madre de mis hijos, para ser la mujer a la que quiero hacer feliz. Eres la única mujer que me satisface en todos los sentidos, la única a la que amo de verdad.

—Eso no es verdad, debes estar mintiendo—le espeté—. Sé que me repudias por lo que me pasó con esos hombres. En el fondo, no quieres estar conmigo.

—Eso no es verdad—dijo Paul, comenzando a preocuparse por mis palabras—.Ya te lo dije muchas veces: te amo. En un principio sí me sentí mal por lo que pasó, pero sé que quiero estar contigo. Nunca he dudado ni un solo momento. Pero... ¿por qué me estás diciendo todo eso? Son cosas sin sentido.

—Paul, hay que darnos un tiempo—le dije—. Quiero reflexionar si lo nuestro realmente tiene futuro, porque estoy segura que, muy en fondo, no quieres seguir con esto. No es justo que estés con una mujer como yo, y no quiero que te sientas obligado.

— (TN)...no, ¿qué estás diciendo?—frunció el entrecejo, su voz se cortó—. ¿Vas a dejar...me?

—Debo irme, Paul—musité—. No me odies por esto, y recuérdale a Mary que la quiero más que a mi vida. Espero que nunca le digas que su madre era una mujer indigna, aunque esa sea la verdad. Es todo lo que te pido.

—No me dejes, por favor—suplicó—. Haré lo que me pidas, pero no te vayas. No voy a poder solo, por favor, no me dejes.

Sentí que algo dentro de mí se rompió cuando ignoré sus palabras, di media vuelta y salí lo más deprisa que pude de la habitación para tomar mis maletas. Afuera ya debía encontrarse el taxi que me llevaría a la estación de trenes.

Narra Paul

Corrí para alcanzarla, pero subió deprisa a un taxi y se fue. De nuevo me había quedado sin ella, seguramente se arrepintió de estar con un hombre como yo. Alguien que estaba demasiado ocupado como para protegerla. No me reprimí más y comencé a llorar. Todo era mi culpa, absolutamente todo.

Entré a la casa, nuestro hogar, que era ahora un lugar vacío. Vi el sofá donde había estado durmiendo desde que regresamos del hospital, y sentí rabia conmigo mismo por no haber sido capaz de hacer que se quedara. ¿De qué servía tener a todas las chicas del mundo a mis pies si no podía tenerla a ella? Con todas mis fuerzas, empujé el sofá, haciendo que cayera de lado y provocara un golpe sordo.

— ¡NO!—grité a todo pulmón mientras las lágrimas seguían saliendo—. ¿¡POR QUÉ!?

Vi el cuadro de los chicos y yo que (TN) había insistido en colgar en la pared. Tiré de mi cabello con desesperación, tomé el cuadro y lo lancé con furia, haciendo que el cristal de rompiera. La estantería de libros tampoco se salvó de mi arrebato de enojo. No me importaba nada en ese momento, estaba acabado.

—Soy un idiota—musité—. ¿¡Por qué se fue!? Me dejó otra vez...

El llanto de un bebé me sacó del trance.

—Mary—dije en lo que fue casi un susurro.

Subí corriendo y la encontré en su cuna. Lo más seguro era que yo la había despertado con el ruido. La tomé en mis brazos y la acuné. Era tan pequeña, indefensa y frágil, verla así hacía que mi instinto paternal despertara, tenía la necesidad de protegerla. No entiendo cómo (TN) fue capaz de dejarla, yo no me querría separar de ella nunca.

—No llores, princesa—le pedí, pero yo mismo estaba llorando—. Sé que tu mamá nos dejó solos, pero ella regresará, te lo prometo; y no la volveremos a dejar ir nunca. La necesitamos con nosotros, ¿verdad?

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