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52. La boda de April y Aaron.

Marzo 20

Narra Paul

Abrochaba los últimos botones de mi camisa cuando (TN) entró a nuestra habitación. La vi por el espejo y me fue inevitable dar la vuelta para verla cara a cara: mi novia estaba bellísima. En ella jamás me gustó el maquillaje, no necesitaba usarlo, pero de todos modos lucía increíble. Usaba un vestido color coral que hacía que se viera aún mejor porque resaltaba sus curvas. La vi de pies a cabeza y me llegó un inmenso deseo de hacerla mía sin quitarle el vestido.

—Te ves... ¡wow!

—Tú tampoco te ves mal, Paulie—dijo ella y tomó mi corbata—. ¿Quieres que te ayude un poco?

— ¿Con qué, mi amor?—pregunté, tragando saliva.

—Pues, con la corbata, tontito.

Asentí y me senté en el borde de la cama para dejar que ella anudara la corbata. Observé con atención cada uno de sus movimientos, lo cual no ayudaba para nada a "enfriar" la situación. Cuando ella terminó, me dio un beso en los labios. No resistí más y la atraje hacia mí. Comencé a besar su cuello, pero ella forcejeó para librarse de mí.

—Paul...no tenemos tiempo para algo así—dijo—. No quiero llegar tarde a la boda de mi mejor amiga.

—Por favor—le pedí, haciendo cara de súplica—. Es tu culpa por utilizar ese vestido que te hace ver tan sexy y provocadora, quiero hacerte el amor mientras lo usas. Además, April no se molestará si llegamos un poco después de la hora de inicio. Te prometo que lo haré rápido.

—Lo siento—musitó—. En este momento no se puede, Paul. Iré por Mary, te espero en la sala.

—Bien—dije con resignación y emitiendo un bufido—, pero a penas pongamos un pie de vuelta en la casa, juro que intentaré hacer agujeros en la pared contigo y ese vestido en medio sin piedad alguna.

Ella rió un poco y salió de la habitación. Me levanté de la cama y me puse el saco antes de seguirla. La encontré cambiando el pañal de nuestra hija, como todo buen padre, ofrecí mi ayuda.

Narra Aaron

Bajé de la limosina y entré al registro civil con paso firme. El día más esperado había llegado: volvería a casa con April siendo mi esposa. Los invitados comenzaron a llegar poco a poco. Paul, Mary y (TN) fueron los primeros, después mis padres y algunos amigos míos y de April. Sólo faltaba el amor de mi vida y sus padres para dar comienzo a la ceremonia. Comencé a mirar con ansiedad la oficina del registro civil, ya quería que mi prometida llegara.

— ¿Nervioso?—me preguntó McCartney.

—Más bien ansioso—dije—. April aún no llega y la espera parece volverse eterna. Se siente bien estar a punto de casarse con la mujer que tanto amas. ¿Por qué no le propones matrimonio a (TN)?

—Lo hice—me confesó con pesadez—, un día después de mi llegada a Nueva York; pero...ella rechazó mi propuesta. Bueno, no la rechazó, simplemente me dijo que ahora no era el momento para casarnos. Quiere que tomemos las cosas con calma.

—Tal vez ella tenga razón—dije—. Además, serán más felices cuando se den el "sí quiero". Cuanto más deseas algo, más lo disfrutas al conseguirlo.

—Es lo mismo que yo pienso. Además, lo que hice no tiene justificación alguna, sé que perdí gran parte de su confianza: ahora necesito recuperarla. Haré hasta lo imposible por lograrlo. Quiero que ella sea muy feliz conmigo.

—Lo bueno es que admites tus errores y que estás dispuesto a cambiar.

—Tu futura esposa ya está aquí.

Sonreí ampliamente cuando April cruzó el umbral de la oficina del registro civil: se veía hermosa. No había querido mostrarme el vestido que había diseñado para nuestra ceremonia, pero descubrí que era maravilloso. Se veía muy elegante, pero al mismo tiempo sencillo; estaba hecho a la medida del cuerpo del amor de mi vida. Tomamos nuestros lugares y la ceremonia transcurrió sin contratiempos. Me sentí como en un sueño cuando el oficial del registro dijo que April y yo ya éramos marido y mujer, pero no era un sueño sino la realidad.

—Te amo—la besé con dulzura.

—Yo te amo a ti—me respondió.

Los invitados comenzaron a aplaudir, antes de acercarse a nosotros y felicitarnos. April no dejaba de sonreír, eso me era más que suficiente para sonreír yo también. Mi madre estaba llorando de la emoción.

Todo estaba yendo a la perfección hasta que vi que mi esposa se llevaba una mano a la cabeza y comenzaba a cerrar los ojos. Me acerqué lo más pronto que pude y la sujeté de la cintura. Ella me miró, sus ojos mostraban confusión. ¿Qué le estaba pasando?

—Mi amor, ¿estás bien?

—No me siento bien, Aaron.

— ¿Cómo te sientes?

—Muy mareada, también quiero vomitar. Pareciera que...

Ni siquiera terminó la oración antes de desvanecerse en mis brazos. Para ser un médico, me alarmé. Un desmayo nunca es una buena señal. Los demás invitados también se preocuparon y comenzaron a acercarse a mi esposa.

— ¿Qué pasa con April, hijo?—me preguntó mi madre.

No contesté. Estaba más ocupado midiendo sus signos vitales. Su ritmo cardiaco parecía haber disminuido considerablemente, pero ya estaba volviendo a la normalidad; mi esposa estaba respirando: también era un buen signo.

—Estará bien—dije, ante la expectante mirada de todos—. Voy a llevarla al hospital para ver qué fue lo que pasó, pero no creo que sea algo grave.

— ¿Quieres que te acompañemos?—preguntó Paul.

—No—respondí—. No es necesario.

Llevé a mi esposa en brazos hasta mi auto y la deposité con sumo cuidado. Manejé lo más rápido que pude hasta el hospital. Cuando llegamos, pedí al personal que trajeran una camilla para mi esposa. La atendimos sin demora.

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