Era una noche de tormenta. Las gotas de lluvia azotaban los ventanales de la pequeña pero acogedora casa de los Smith. Había sido un hecho fatídico en verdad, pero que, sin saber qué ocurriría, dio paso a la bienvenida de una integrante muy peculiar aquel 15 de abril a media noche.

Teresa, la mujer de pie que no podía mantenerse sosegada por más de cinco segundos en todo lugar en el que intentara mantenerse tranquila, de pronto comenzó a cuestionarse si realmente la decisión que había tomado habría sido la correcta. —Educar al hijo de tu hermano difunto está bien, dejar tu hogar por el bien del menor, también— pensó. Pero, no sabía si lo estaría el aceptar a una jovencita del que no sabía más que meros datos por salvar su vida. Eso le importaba más que el simple hecho que ya había recibido el dinero a cambio de protegerla. Sí, aquella gran suma que los sacaría de la pobreza.

¡Claro que había un pensamiento en su interior que le decía que si el destino le cruzó con aquel viejo y canoso hombre desaliñado debía ser por una razón!. Pero había algo que ciertamente le preocupaba, y eso era que ahora sólo quedaba tener fe en que dicho acto tomado en modo apresurado no pondría en peligro al pequeño niño del cual había quedado a cargo.

En ello se encontraba sumergida pensando cuando el fuerte crujir de la gastada madera de roble fue azotada con el puño de una pesada mano, la cual la hizo despertar repentinamente de su ensoñación. Con las manos cubiertas de ligeros rastros de sudor en frio se acercó a la puerta para tomar una profunda exhalación y decirse a sí misma:

—Ella necesita de ti.