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165. Max

NO AL PLAGIO. No empieces tu carrera como escritor/ra robando las palabras de otros.  Si siquieres llegar alto en cualquier profesión y disfrutar plenamente de tu éxito,  empieza por tener claro el concepto: Ética profesional

Por otro lado, agradezco muchísimo a quienes, cuando releen esta historia o cualquier otra, no dejan spoilers. Ni siquiera con advertencia. GRACIAS por no quitarme la oportunidad de ganar nuevos lectores e, incluso, ániman a otros a seguir leyendo. GRACIAS por saber valorar las largas horas de trabajo que para mí ha representado escribir esta novela. La vida sabrá retribuirte ♥

Continuamos...

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Definitivamente no quería un coche, por lo que Eric y yo nos reunimos con el representante de una agencia de motocicletas y cada uno eligió la que mejor se acopló a nuestra necesidad. En mi caso una Ducati Diavel. La bauticé como Janis, por Janis Joplin, me puse casco, guantes, una cazadora de cuero y recorrí las calles de la ciudad fingiendo olvidar.

No tenía una idea clara sobre qué quería hacer a partir de ahora. Supongo que, como bien me dijo un día Eric, necesitaba vivir mi luto. Lo cual me parece razonable, pues me siento muerto por dentro.

Es un dolor en el pecho que no se va y se manifestó como temblor en mis manos cuando detuve la moto y busqué mi móvil para contestar la llamada de Miranda.

—¿Ya estás cerca?

Ni quería llegar.

—Sí —Me saqué un momento el casco y observé con añoranza la interminable fila de casas que abarca nuestra calle—. ¿Suhail... ya está ahí? —Lo dije doliéndome.

Sí. Vino hace cuatro días. Sola.

¿Sola? Eso sí que llamó mi atención. —¿Finley no llegó con ella?

Su avión aterriza hoy por la noche.

Había algo en el tono de voz de Miranda, algo no quería decirme. Sé cuándo mamá está preocupada. Colgué, me volví a meter el casco y recorrí el último trayecto pensando en qué pudo pasar. Al llegar aparqué a Janis, crucé a toda prisa el jardín delantero y entré a casa sin tocar, sorprendiendo a Miranda.

—No pensé que estuvieras tan cerca.

—Me diste una hora para llegar, ¿no?

Por alguna razón me quería allí.

—¿Ese ruido...

Sermón de mamá en puerta.

—¿Una moto? —Cerré un ojo esperando el ataque.

Ella lucía cansada. —Solo... conduce despacio, ¿quieres?

—Con lo emocionado que estoy ante la idea de perder mi otra pierna.

Mamá giró sus ojos hacia el cielo. —Max...

—O un brazo... o la cabeza...

—Ya.

Me encogí de hombros, rindiéndome.

Mamá estaba sentada sobre las escaleras que conducen al segundo piso, en actitud de espera, lo que me confirmó que pasaba algo. Solo me faltaba averiguar qué.

Afortunadamente no tuve que insistir mucho para que empezara a hablar.

—No sale de su cama, no come... Lo único que hace es llorar.

¿Estábamos hablando de Suhail? ¿Mi Suhail?

Comencé a subir las escaleras y crucé parte del pasillo siendo consciente de que posiblemente ella no me quería ahí. Abrí la puerta y la vi recostada en su cama. Dormida. Parecía un ángel sin alas. Miranda pasó de mí y entró a la habitación primero, sacó una manta del closet, se acercó a Suhail y la envolvió como si se tratara de una niña pequeña. Mamá ama a Suhail como a una hija.

No sale de su cama, no come... Lo único que hace es llorar, recordé que dijo Miranda y entré.

Me aproximé a la cama, me arrodillé a manera de quedar su nariz a pocos centímetros de la mía y con cuidado acaricié su cabello. Se lo cortó. Lo noté cuando este atravesó rápido mis dedos.

¿Qué hiciste, Suhail? Lucía diferente. No como la Suhail que dejé en Londres. Esa misma Suhail que tampoco tenía mucho de la Suhail que yo conocí. La que amé años antes. Había cambiado, o quizá sólo se engañó a sí misma. Pero a mí no.

A mí no.

—Mi amor —susurré, rozando con mi dedo pulgar su mejilla. La caricia se sintió húmeda. Lágrimas.

Respiré sonoramente y sentí ganas de acercarme más a ella, abrazarla, besarla... consolarla. Consolarnos mutuamente. Miré a Miranda, que negó con la cabeza. No sabía qué pasó, sin embargo, conociendo a Suhail, no me llevó mucho tiempo deducirlo. Le dijo a Finley que estuvimos juntos. Si no era eso estaba perdido.

—¿La familia de él tampoco está aquí? —pregunté a mamá, procurando que mi voz fuera un susurro.

—No. No que yo sepa. Ella solo trajo su vestido de novia —Mamá señaló una percha que sostenía un vestido envuelto en papel—. Nada más.

—Es muy raro.

¿Si Finley sabía la verdad por qué diantres no había cancelado la boda todavía?

—Sí, yo también lo creo —suspiró mi madre, desencantada—. ¿Te... vas a quedar aquí? —preguntó, viendo mi mano repasar una por una las pecas en el rostro de Suhail.

—Solo un rato.

—Solo un rato —enfatizó, antes de marcharse. Amenazándome.

Aunque en el fondo sé que me llamó para averiguar qué pasa con Suhail.

Estuve con ella el tiempo que permaneció dormida, no tan cerca como quisiera, pero sí lo suficiente como para proteger su sueño.

—Si no fueras tan malhumorada te secuestraría.

Cuando empezó a anochecer rocé la punta de su nariz contra la mía y me puse de pie nuevamente. Ella despertaría pronto y mi propósito no era incomodarla. Sin embargo, antes de salir de la habitación, vi por el rabillo del ojo un resplandor dorado que despertó mi interés; sobre un anaquel, escondido entre un retrato y libros, vi algo que reconocí al instante. Kintsugi. Era el jarrón reconstruido que Suhail me mostró años antes intentando levantar mi ánimo. Lo tomé con precaución y lo que coloqué en un lugar más visible para ella.

—Max... —escuché que me llamó mamá al salir de la habitación. Ella estaba apoyada contra el marco de su puerta.

—¿Sí?

—Gracias por venir rápido.

—Vivo cerca —le recordé.

Ella colocó su cabeza gacha luciendo apenada.

—Las cosas que no te dejé sacar cuando te mudaste... —Ella miraba al piso no a mí.

Hice rodar un poco mis ojos. —¿Ajá?

—Bill las colocó en el ático.

—¿Gracias?

—Ahí están bien —prometió.

Mi recompensa fue recuperar mis cosas.

—¿Gracias?

—Ya deja la guasa.

Nunca.

Igual, tomando en cuenta que no tenía nada para hacer, le tomé la palabra y subí al ático.

—El bombillo está del lado derecho de la puerta —me recordó mamá al terminar de subir las escaleras.

Mi antigua habitación se encontraba acondicionada para huéspedes, puesto que, contrario a Suhail que Bill y Miranda esperaban que un día regresara a Ontiva, yo me había mudado por voluntad propia; por lo que me enviaron al ático. Al llegar, buscando, empecé a mover muebles viejos y cajas.

Los áticos son espacios situados directamente debajo de la azotea, usualmente en la parte más recóndita de un lugar y normalmente son utilizados como almacenes. Por lo mismo son el lugar perfecto para conservar recuerdos. En el ático guardamos todo aquello que no queremos tirar. En eso pensé cuando encontré mi vieja caja de juguetes. Se encontraba hasta el fondo, empolvada y cubierta con una lona adicional. La tomé, la situé cerca del bombillo y la abrí despacio para no dañarla.

No encontré muchos juguetes dentro. La caja mayormente conservaba cuadernos de escuela, ropa, álbumes de fotos. Metí todo de vuelta excepto los álbumes de fotos. Cada uno lo vi sin prisa.

—El gordo y yo durante el carnaval del Kinder —sonreí. Yo me disfracé de Tortuga Ninja y el de Abejita—. Creo que ya sé que foto publicaré primero en Instagram... Y aquí está Eric.

Ver cada foto me llevó devuelta a cada momento.

El gordo y yo comiendo pizza.

El gordo y yo jugando con una patineta.

Mamá y yo abrazados el día de su cumpleaños número veintiocho.

Eric y yo aprendiendo a montar bicicleta.

Papá y yo tocando guitarra...

Siempre hay una foto, una en particular que atesoras más que cualquier otra. En mi caso las de papá.

—Dime que no te defraudé —dije, sacando la fotografía del álbum para verla de cerca. En ella yo miraba a la guitarra y él a mí... sonriendo—. Lo he hecho lo mejor que he podido, hombretón. Lo mejor que he podido.

Me he caído y levando muchas veces recordando la promesa que te hice a ti.

Di vuelta a la fotografía y me topé con una descripción que no había visto antes.

Noviembre, 1999.

Mi estrella de Rock.

¿Qué tan oportuno era eso?

—Él ya me veía así —medité, rozando con mis dedos las letras que él escribió años antes. Fue a mí mismo a quien tuve que demostrar que podía llegar lejos. Para él ya era el mejor.

—No fue justo que te fueras tan rápido, papá... —Me dejé caer un poco más y vi la foto reparando en cada detalle—. Suhail también era tu favorita, ¿cierto? Me pregunto qué me aconsejarías. Mamá dice que interrumpir la boda no es opción.

Al terminar de ver los álbumes los metí de vuelta en la caja y volví a cerrarla. Mi reloj de pulsera marcaba las siete y veinte. Tenía que bajar a cenar. De seguro ya vino el príncipe William. Y eso estaba por hacer cuando una caja etiquetada como "Suhail" me detuvo. No era correcto ver dentro, pero dadas las circunstancias, elegí continuar aferrándome a los recuerdos.

Dentro encontré muñecas, muchas que yo mismo decapité durante nuestra primera guerra. Pero lo más importante es que descubrí una lista, una lista escrita con letra de niña. Redonda. Con corazones en las i.

Razones para odiar a Max Solatano

1. Es bajito.

—Dios, tenía siete —renegué.

2. Habla demasiado alto.

3. Se mantiene demasiado sucio.

4. Tiene amigos ruidosos.

Solo eso.

—¿Sólo eso? —me pregunté, releyendo—. Recuerdo que la mía tenía más razones...

Lo que me hace tremendo imbécil y solamente puede significar una cosa: Suhail me "odiaba" porque yo la odiaba. Realmente no tenía razones.

—Ay, Max —resoplé, regañándome. Te metiste en todo esto tú solo.

Seguí buscando y en la caja también encontré, hasta abajo, una hoja con la letra de Classic.

Miré cada palabra con nostalgia. —¿Todavía será tu canción favorita?

Al mismo tiempo pensé en todas las canciones que le he escrito a Suhail. La mayoría habla sobre cuánto la extraño, pero ninguna en particular es sobre ella. Acerca de cómo es ella.

—Tú mereces tu canción, Suhail. Tu propia canción.

—Veamos... —Me senté y acomodé mejor donde estaba y recosté mi cabeza para pensar—. ¿Qué tipo de canción merece Suhail?

Y aunque no tenía la guitarra en mis manos, en mi mente la escuchaba.

¿Cuántas palabras? ¿Cuántas palabras bastan para describir la belleza de la mujer que amas? Por lo menos una por cada peca en su mejilla.

Me despedí del ático, pero no de los recuerdos

Hice mi camino hasta el primer piso y en el vestíbulo me encontré con Miranda, Suhail y... Finley. El rostro de él se endureció al verme. La molestia es mutua, imbécil. Suhail únicamente bajó su mirada.

—Justo iba por ti, cariño —me dijo mamá—. Finley... acaba de llegar.

El tono de mamá llamó mi atención. Parecía una advertencia.

—Pudiste avisarme que él estaría aquí —susurró con tono molesto Finley a Suhail, y resoplando. Mamá me miró aterrada.

¿Quién se cree Pantalones estirados?

—Ta-también acaba de llegar —respondió Suhail, temblorosa, llorosa, con miedo... manteniendo su cabeza gacha. Eso me puso en alerta.

—Me puedo marchar si así lo quieres, Finley —le dije al borrico ese.

—No, Max, por favor haznos el honor de quedarte.

Arqueé mi ceja decidido a coger el guante.

—La cena está lista —interrumpió Miranda justo cuando iba a responder. Suhail se lo agradeció en voz baja.

Durante la cena la actitud de Finley fue la de alguien haciéndonos el honor de compartir con él pese a que de ninguna manera lo merecemos. El señorito no saludó a Bill cuando este se agregó a la mesa y todo el tiempo puso más atención a la comida en su plato que a nosotros. Quería romperle el cuello.

Sí, follé con tu prometida. Ahora párate y resolvámoslo a puños, no como nenitas.

¿Qué seguía? ¿Me iba a sacar la lengua?

—¿Y qué tal estuvo el vuelo, Finley? Otra vez te pido una disculpa por llegar tarde, mi trabajo como asesor estudiantil consume mi tiempo —dijo Bill, tratando de aligerar el ambiente.

—Bien.

¿Bien?

Miré a Suhail. Ella aún mantenía su cabeza gacha y cerraba sus ojos cada que Finley hacía un movimiento brusco con el tenedor.

—¿Tu familia ya está aquí? —continuó Bill, conservando la sonrisa pese a la hostilidad del otro.

—Sí.

—Podrían haberse quedado aquí.

—Están en un hotel.

Bill suspiró ante la respuesta fría y continuó comiendo en silencio.

Esa fue la primera impresión que obtuvieron Bill y Miranda de Finley, hombre del que Suhail pasó meses hablando maravillas. Fue incómodo. Muy incómodo. E iba a decir algo cuando la mirada de Suhail llamó mi atención. Negó con la cabeza y movió sus labios diciéndome "No lo enojes más". Fruncí con molestia mi frente y ella añadió un "Por favor, Max."

Mi mano temblaba. Ni siquiera me atreví a mirar a Finley inmediatamente. ¿Por qué se mostraba sumisa con él? ¿La golpeó? No había hematomas en el rostro de Suhail, que otra vez mantenía su cabeza gacha, pero sí se comportaba con demasiado miedo. Era una versión blandengue de la Suhail que el resto en la mesa conocemos.

—Gracias por la cena —dijo de pronto Finley, levantándose. Bill y mamá se miraron y Suhail se puso de pie inmediatamente después de Finley.

—Finley, yo —Ahora Bill también estaba de pie. Por lo menos Finley tuvo la amabilidad de mirarlo— te quería preguntar si podemos ayudar con algo. Suhail nos comentó que quedan algunos pendientes como el hotel para la recepción... Ni siquiera hubo un ensayo y la boda ya es mañana. No sé si...

—No se preocupe, señor —lo cortó Finley con el mismo tono que me tenía hastiado—, mi familia se hizo cargo de todo.

—¿Desde allá?

—La madre de Suhail también colaboró con algunas cosas.

Una vez más miré a Suhail. Ella no miraba a Finley ni a nadie. ¿Qué te hizo? Me levanté y seguí a la pareja que caminaba en dirección hacia las escaleras, dándome cuenta al mismo tiempo de que Finley no esperó a Suhail. Haciendo a un lado la caballerosidad que mostró en Londres, la estaba dejando atrás... cosa que aproveché y la tomé de un codo, consiguiendo de esa forma que se girara para verme.

No parecía molesta, por el contrario se veía apagada... No había luz en ella.

—Sólo dime si te pegó —exigí, manteniendo mi voz baja. Si decía que sí tendríamos un funeral en lugar de una boda.

Ella negó con la cabeza. —Si lo hubiera hecho no estaría tan molesto —musitó, mirándome con vergüenza—. Necesita tiempo.

—O que yo le dé la cara.

—No, Max.

¿Cuál era el afán de no permitir que la bomba explotara? Mi mandíbula dolía. Mi mano temblaba. Quería matarlo a él y hacerle reaccionar a ella.

No esperó a que dijera algo más y siguió al papanatas. Yo la seguí a ella.

—¿Cuál es tu habitación? —escuché que le preguntó él al terminar de subir las escaleras.

—Última puerta a la izquierda.

Intenté alcanzarla. —Suhail, no puedes casarte así —Mi voz era una súplica—. No con él odiándote.

Ella se volvió a mirarme en lo que Finley entraba a la habitación.

—Max, por favor... —Ahora estaba llorando.

Ni siquiera tenía fuerzas para estar molesta conmigo. ¿Por qué el ambiente era tan... extraño?

—Huye —le insistí, tomando su mano para colocarla sobre mí pecho—. Sólo... huye.

Ella sonrío un poco. —Max...

—¿Qué está pasando? —En mi voz había miedo.

—Lo que tiene que pasar.

—¿Lo que tiene que pasar? —Pasé una mano sobre mi cabello—. Él lo sabe, ¿no? Lo nuestro —Ella asintió—. Entonces, ¿qué carajos?

Ella cerró sus ojos. —Sólo vete, Max.

—No. No quiero que te lastime.

—No lo hará —dijo, tranquilizándome, acariciando con ternura mi mejilla. Eso me dolió más—. Necesita que esto pase.

—¡Suhail, no!

La quería sacudir para que reaccionara.

—¡Suhail, ven acá! —la llamó Finley elevando innecesariamente su voz de falso macho alfa.

Yo no solté la mano de ella.

—Max, debo ir —me dijo, mirando la puerta de su habitación. Sin embargo, al sentir que mi mano la apretó un poco se giró otra vez hacia mí—. Max...

—No quieres, Suhail.

—Max...

—Ven conmigo.

—No puedo.

—Tú y yo solos. Tendrá que entenderlo —Mis ojos lloraban.

Ella cerró sus ojos para no verlos y volvió a colocar su cabeza gacha. ¡Me tenía hasta la puta madre esa actitud! Mi cuerpo irradiaba calor, mucho calor, y mis pulmones se contraían asfixiándome. Él tiene algo que es mío. ¡Es ahora o nunca!

—¡Suhail, por Dios! —Ella se aproximó más y me abrazó, consiguiendo que de esa forma liberara el aire que retenía dentro. Por un momento me sentí a salvo—. Dios...

La abracé con tanta fuerza que temí romperla. Sin embargo, ella se apartó un momento después, obligándome a soltarla y acunó mi barbilla entre sus manos.

No está aceptando irse conmigo... se está despidiendo.

—Suhail... —Volví a llorar, sintiendo que mi garganta se desgarraba. No. No. ¡NO!

—Tengo que hacerlo —dijo con un débil susurro y sosteniendo con delicadeza mi barbilla.

Coloqué mis manos sobre sus muñecas, aferrándome. —Ya no lo estás haciendo por amor.

—Es complicado.

—¡Suhail! —Prácticamente estaba arrodillándome. Ella se soltó a llorar al verme tan doblegado—. ¡No nos hagas esto! ¡No te hagas esto a ti misma!

—¡Suhail, que vengas! —continuó llamándola él.

—Adiós, Max —se despidió de mí ella a pesar de que aún me aferraba a las tiras de su cabello, a sus manos... A todo lo que pudiera alcanzar de ella—. Adiós.

—¡Suhail! —insistí, sintiendo una mano halarme del brazo.

—Ven, Max —me pidió mamá, obligándome a soltar a Suhail—. Ven, cariño.

Suhail no dejaba de mirarme. Yo tampoco a ella.

—Venganza —susurré al entenderlo—. ¡Venganza! —repetí, más fuerte, señalando la puerta por la que entró Finley minutos antes—. Te está obligando a hacer esto porque nos quiere lastimar a ambos.

Suhail no lo aceptó o negó y, dándome una última mirada de desconsuelo, se giró para ir a la habitación con él.

—¿Va a dormir con nosotros? —le preguntó Finley en cuanto entró. No escuché que ella respondiera—. Porque le podemos hacer un espacio aquí.

Furioso, empuñé mis manos y empecé a caminar hacia... Me detuvieron.

—No, Max —me suplicó Miranda, rodeándome.

—Escúchalo —señalé, mirando a mamá con frustración—. La está tratando así para provocarme. Para vengarse. Mamá, Suhail y yo...

—Puedo deducirlo yo misma —aseguró, mirándome con ternura—. Esto es algo que tienen que resolver ellos. No tú, cariño.

—¡Se va a casar y le tiene miedo!

¿Por qué nadie reaccionaba?

—Suhail es inteligente. Confiemos en ella.

—¡Pero Mamá!

—Confiemos, Max.

Llevé mis manos a mi cabeza. —Le hará daño.

—Si tú entras ahí esto va a terminar mal para todos, Maxi. Deja que lo resuelvan ellos como pareja.

—Es que...

—Lo sé. Vamos... —Ella me empujó de regreso a las escaleras—. Te amo, pero creo que no es conveniente que te quedes aquí hoy.

En el camino nos topamos con la mirada desconcertada de Bill. Él era quien menos entendía todo esto.

—Cuídala —le rogué. Asintió enérgico, confuso, preocupado, sin tener idea sobre en qué estamos metidos.

...

Miranda me recomendó marcharme a mi apartamento. No lo hice. Quería estar cerca de Suhail. Por lo que pensando cómo, caminé hasta la calle considerando si acampar en algún patio cerca era una posibilidad. Hasta que vi...

Mi casa.

Mi antigua casa, quiero decir. La que Miranda rentó años atrás. Sabía que dentro vive una pareja de ancianos, así que confiando en mi suerte caminé hasta la puerta y toqué el timbre.

—¿Sí? —me preguntó una anciana, entreabriendo un poco su puerta.

—Buenos noches, soy Max Solatano...

—¿Quién?

Para ella solamente era un chico llorando frente a su puerta.

—Su vecino.

—¿El hijo de Miranda?

—Ese.

Su semblante se relajó. —¿En qué te puedo ayudar?

—Mi hermanastra se casa mañana.... Hay muchos invitados en casa. Me preguntaba si...

—¿Si tengo espacio?

—Si no es molestia.

La señora terminó de abrir su puerta y me dejó pasar. —Nosotros apreciamos mucho a Bill y a Miranda.

—Lo sé.

—¿Ya cenaste? —me preguntó, señalando la mesa que ya ocupaba su esposo—. Tenemos espagueti.

Tal amabilidad me hizo sentir un poco mejor.

—Estoy bien. Gracias.

La seguí escaleras arriba y me llevó hasta la habitación que, indicó, su esposo y ella utilizan para huéspedes.

La que era mi habitación...

Observé con nostalgia cada pared, lo único que quedaba de mí ahí era un pedazo de goma de mascar adherido al techo.

—Ahí está la cama —señaló la amable señora, prendiendo una lámpara—. Te traeré otra sábana.

—Gracias.

Cuando estuve a solas me aproximé a la ventana... Ventana desde la que, si mal no recuerdan, podía observar la habitación de Suhail. La cortina protegía todo. Sin embargo, sí podía escucharlos a ella y a Finley discutir.

—Aquí está la sábana —avisó doña Sonia entrando otra vez y acomodando de mejor manera todo sobre la cama. Le agradecí una vez más sus atenciones y esperé a que se marchara para volver a lo mío.

Lo que siguió fue escuchar a Finley pedir a Miranda el número de un taxi. ¿Un taxi? ¿Mamá había tenido que intervenir? Esperé unos minutos y el llanto de Suhail me indicó que Finley ya se había marchado.

Llanto de Suhail...

No.

¡NO!

En la misma posición, frente a la ventana, me giré y lentamente me senté sobre el alfombrado, descansado mi cabeza sobre el alfeizar; y así, en silencio, la escuché... La escuché llorar de la misma forma que años antes, cuando ni siquiera suponíamos qué tan lejos llegaría esto. Cerré mis ojos y sentí cada extremidad de mi cuerpo doler. ¿Qué nos hicimos, Suhail?

Es mi culpa...

Había sido mi estúpida culpa desde el inicio. De manera que, reconociéndolo, bajé mi mirada y tragué un poco de saliva para deshacer un poco el nudo en mi garganta. Estúpido, Max. Estúpido.

—Suhail... —dije, en voz baja. Aunque no lo suficientemente alto. Me dolía hablar.

Ayúdame, Dios —la escuché suplicar al otro lado e inevitablemente mi corazón dolió.

Golpeé el piso con mi mano, sintiéndome molesto conmigo. Ella lloraba por tristeza y yo por frustración. Ambos sufriendo mucho.

—Suhail —dije, esta vez alto—. Soy yo... Max —Ella dejó de sollozar al escucharme—. Estoy... aquí, donde siempre, frente a tu ventana... Lo lamento tanto, Suhail. Esto. Todo —Eché mi cabeza hacia atrás y miré el techo—. Tenías razón, sabes... No sólo te alejé porque creí que eso sería lo mejor para ti. También te alejé porque no me sentía suficiente... No me sentía capaz de hacerte feliz. Tú lo dijiste: Me sentía una carga —Apreté mis ojos—. Un pobre infeliz. ¿Qué era yo comparado a Londres? No quise atarte. De verdad que no.

» Sé que lo arruiné. No soy de los que razonaban antes de actuar, lo sabes. Pero he cambiado y quiero que tengas bien claro algo, Suhail Didier: Te amo. Te amo, maldición. Y esto me duele tanto como a ti. Me duele... Me duele ser la causa de tus lágrimas. Me duele no haber sido ese hombre que tú mereces. Perdóname por no haber estado listo. ¡No podía ni conmigo, Suhail! ¡Ni conmigo!

Esperé a que ella dijera algo, pero no habló.

—Mañana no voy a ir a tu boda, ¿de acuerdo? —continué—. Primero porque algo pasó con la invitación, segundo porque no puedo... No puedo y sé que en el fondo tú tampoco.

»Y no tengo idea de qué está pasando entre tú y Finley, pero estoy aquí. Por ti... Dame un segundo —añadí, levantándome de la alfombra, yendo a buscar a la anciana.

Cuando regresé traía una linterna en mi mano.

—Ya volví —le dije y me arrodillé frente a la ventana, encendí la linterna y la coloqué en dirección a la ventana de ella. Al instante empezó a llorar otra vez... recordando—. Y por lo menos esta noche me quedaré a vigilar que no te pase nada. Duerme tranquila mientras yo esté aquí.

—Max...

—Te amo.

Te amo.

No dije más y ella tampoco...

A ustedes tampoco sé qué más decirles...

Por la mañana cuando abrí mis ojos, recordando mi promesa y sabiendo que si me quedaba en la ciudad ni el mismo Superman podría detenerme, salí de aquella casa y conduje a Janis hasta al aeropuerto.

Así... Así fue como llegué aquí. En pedazos. 

Completamente roto. 


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