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119. Max

Lo primero que le sorprendió a Suhail al llegar fue el hecho de que mi puerta estuviera abierta. No advirtió que tal cosa me hacía sentir inservible. Es decir, ¡Maldita sea no podía levantarme a cerrar una puerta!

—Es raro encontrar así tu puerta —dijo, empujándola.

—Me dio pereza levantarme a cerrar —devolví, fingiendo tener sueño.

Suhail hizo rodar sus ojos. —Para ya con los chistes de... —Calló al darse cuenta de que no sabía cómo arreglarlo—. Con los chistes de...

 —De discapacitados  —la rescaté y miré avergonzarse. ¡Para ya con la pena ajena!—. Dilo claro: Chistes de discapacitados. No busques una palabra para decirlo sin que duela. No hay.

Suhail me miró con molestia al notar que usé su afán de buscar palabras en contra de ella. No obstante y, sin vacilar, se acercó a mi cama y se sentó cerca de donde descansaba mi único pie. 

—No tienes que tratar mal a todo el que intenta ayudarte —me sermoneó

—Lo tomaré en cuenta —dije, desinteresado y sin importarme si le ofendía mi falta de tacto. 

—Cuando llegué Miranda me contó que trató convencerte de empezar mañana la terapia. 

Me miró esperando respuesta.

Asentí. Aquí vamos de nuevo. —Y se sintió dolida cuando dije que no. Por eso se fue rápido... olvidando cerrar la puerta.

Suhail lucía perdida, tan perdida como toda persona que procurara decirme algo de forma que no doliera. Y no había nada más molesto que eso.

—Date una oportunidad. Es cuestión de... 

—No —la interrumpí—. Por lo que más quieras no intentes ponerte en mi posición porque no puedes. 

—Max...

—No puedes, Suhail —repetí, molesto—. Así que no trates de "imaginar" lo difícil que es ser Max en este momento y lo abrumador que me resulta empezar de nuevo.

—¿Entonces si quieres empezar de nuevo? —preguntó, a la defensiva—. Júralo porque no parece.

En su voz había miedo. Lo que me obligó a admitir que a pesar de todo me agradaba ver que se preocupara por mi. 

—No lo sé —dudé, pesimista—. De momento solo quiero no pensar.

—El médico dijo que entre más pronto empieces la terapia, mejor —Ella miró mi pierna buena, o lo que quedaba de esta—. Esa pierna únicamente recibió golpes. Está débil. Pero si te esfuerzas lo suficiente caminarás de nuevo. Tu médico lo dijo. Personas que perdieron ambas piernas volvieron a caminar, Max, y tú solo perdiste la mitad de una.

Su buen humor solo me enfadaba más y más...

—Me encanta que todos miren el lado positivo —dije, sarcástico—. "Al menos solo perdiste la mitad de una pierna, Max —intenté imitar su voz—. Podrías haber perdido ambas, o peor, podrías estar muerto."

—Es la verdad —insistió ella, dolida de escucharme hablar así.

—Quítate una pierna y hablamos. O ambas. Así yo, que al menos tengo una, te haré ver el lado positivo.

También debería consolar a mi gato: "Al menos los niños solo quemaron tu cabeza, Gilmour. Imagina si también hubieran lanzado petardos al resto de tu cuerpo."

Observé a Suhail coger un poco de aire. ¿Por qué me tenía tanta paciencia? 

—¿Qué tengo que hacer para convencerte de salir de esa cama? —preguntó, con decisión.

Algo más que me molestaba era que se tomaran mi problema de forma personal. ¡Vamos todos a ayudar a Max! La que los parió, hijos de puta.

—Déjame solo y ya —le pedí, elevando mi tono de voz para que se sintiera echada. De no hacerme caso tendría que volver a tratarla mal y no quería.

Suhail me miró durante un minuto sin decir nada. Estaba pensando. Sin embargo, en contra de lo dicho, no parecía molesta. Algo había hecho ese día que a pesar de intentarlo no extralimité su paciencia. 

—¿Qué? —pregunté, enfadado. ¿Qué estaba esperando para marcharse?

—Estoy tomando una decisión —respondió, seria.

Me hubiera encantado adivinar qué tipo de decisión, pero no soy bueno con eso. Por mi mente pasó que quizá quería matarme par no lidiar con un enfermo. Pero no.
Jamás imaginé lo que Suhail se traía entre manos. Y de adivinarlo, igual no hubiera estado preparado.

—Aitor a insinuado tener intenciones serias conmigo —dijo, de pronto. Traté de disimular mi enojo. 

Dolió, joder. Dolió. Lo acepto.

Los ojos de Suhail se entrecerraron. Claramente estaba evaluando mi reacción.

—Felicidades —resoplé, evitando mirarla. Odiaba la idea de que pensara que estaba celoso.

 —Pero tú sabes que no estoy preparada para eso —agregó.

Eso.  

La observé detenidamente. —Oye —empecé. Eres un idiota, Max—, no quise hacerte sentir mal al decir que temes que toquen y eso. Yo, de verdad...

Me había portado como un verdadero imbécil aquella primera vez que intenté echarla del hospital.

 —Espera a que termine de hablar —me pidió y me vi obligado a callar—. Quiero que me ayudes a dejar de tener miedo de que me toquen. 

Capturó toda mi atención. —¿Que yo haga qué?

—Ayudarme —repitió, temerosa. Acto seguido, se puso de pie y se instaló junto a la caja de Gilmour—. Quiero practicar contigo el dejar de tener miedo de que, ya sabes, un hombre me toque. 

Practicar.

Cerré mi boca al advertir que ya había pasado mucho tiempo abierta. ¿Acaso me está pidiendo que yo... Mi suerte estaba regresando.

Igual estaba sin palabras. —Suhail...

—Pero hay una condición —añadió.  

Puse los ojos en blanco. Sabía que había truco. —¿Qué condición?

Suhail jugó con su cabello para evitar ponerse nerviosa.

—Tienes que ir a terapia —explicó—. Por cada día que vayas a terapia haremos algo nuevo.

Nuevo.

—Define nuevo —pedí, precavido. Debía estar seguro sobre si me convenía el trato o no.

Suhail trastabillaba. —Ya sabes. Primero nos besamos, al siguiente día te dejo llegar a segunda base, sea lo que sea eso —Ella estaba sudando—. Tercer día te muestro mis tetas... y así   —La miré sonrojarse como nunca antes—. Y claro, el sexo. 

Sexo.

Apenas podía creerlo. Sexo con Suhail. La idea me emocionó. Ella advirtió esto al mirar estupefacta mi entrepierna en toda su gloria, pues el pequeño Max estaba reaccionando. 

—Tranquilo, estamos negociando —le adviertí, dándole un par de palmaditas encima. Suhail miró de él a mí con horror—. Te juro que no me salió otra pierna —intenté calmarla.

Ella apretó sus dientes. —No seas cretino —gruñó. Pero yo estaba feliz de darme cuenta de que por ese lado seguía funcionando.

¡En muchas cosas sigues siendo un campeón, Solatano!

Suhail trató de incorporarse y pestañeó un par de veces antes de continuar hablando. Mi espectáculo personal la había distraído.

—¿Entonces aceptas o no? —Fue directa.

Arqueé una ceja. —¿Cómo sé que no es algún tipo de treta?  

—¿Me estás llamando mentirosa? —preguntó ella, molesta. 

—Solo sé que no es algo que harías fácilmente y me niego a que únicamente me emociones —devolví, sincero. No se vale jugar con los deseos de un hombre.

—Entonces sí estás de acuerdo —dedujo.

Miré significativamente al pequeño Max. Creo que él respondió por ambos.
Suhail cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro.

—Por supuesto —declaré, mirando esta vez su pecho. Porque de no soportar la presión de mi mirada, me advertiría que no iba en serio. Pero la soportó.

—Bien, hagamos algo para demostrarte qué tan en serio estoy hablando —continuó, sonrojándose—. Llama a Miranda y dile que lo pensaste y si irás a terapia. Si lo haces —Cogió un poco de aire—, al irse ella te mostraré mis tetas. Eso sí —añadió, con voz de advertencia—. No me sacaré el sostén. Eso lo haré mañana al cumplir tú tu parte.

Tragué saliva sin apartar mi vista del pecho de Suhail. Tetas. Ellas. Yo. Ellas. Yo. Parecía bebé deseando ser alimentado.

—Jura que lo vas a hacer —insistí, mirando a Suhail con seriedad.

¡Con la ilusión de un hombre no se juega! ¡No se juega!

—Lo juro —declaró, levantando su barbilla, manteniendo su espalda recta.

Pasé una mano sobre mi rostro. Esto realmente está pasando, Dios.

Aclaré mi garganta y llamé a toda voz a mamá. En lo que llegaba, Suhail y yo nos miramos el uno... retándonos. La mataré si no cumple su palabra, el pequeño Max está a reventar. Suhail se dio cuenta de eso y nos miró significativamente a ambos. Por lo que antes de que mamá entrara a la habitación, y para evitar incomodarnos, cogí una de mis almohadas y la coloqué sobre el pequeño Max. El pequeño y juguetón Max. Tranquilo, bebé, papá siempre ve por ambos.

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó viendo de mi a Suhail, que, como era de esperarse, trataba de no lucir incómoda.

Hice pestañar un poco mis ojos y me dirigí a Miranda con voz de hijo modelo: —Mami, lo pensé y sí iré a terapia mañana.

Mamá corrió a abrazarme. —¡Oh, cariño, sabía que recapacitarías! ¡Me siento tan feliz por ti! ¡Tan feliz!

Aunque mamá me abrazaba y llenaba de besos, yo, con actitud ganadora, concentré mi atención en Suhail. Ambos aún nos retábamos con la mirada. ¿Cumplirá su palabra?

—Llamaré para confirmar tu cita.

—Sí. Sí —repetí, sin tener claro a qué me estaba metiendo.

Sin más que decir, le pedí a mamá dejarme a solas con Suhail para continuar hablando sobre cómo ayudar a mi Gilmour.

Al estar solos otra vez, carraspeé y le insinué con un gesto de mi mano a Suhail que era hora de cumplir su palabra. 
Anonadado, la observé coger un poco de aire y pararse con su espalda aún más recta. ¡Alabado sea el señor, lo va hacer! ¡Lo va a hacer!  Estaba muriendo por dentro. ¡Lo va a hacer! No podía ni cerrar mi boca.
Me acomodé mejor sobre mi cama y, jadeante, observé a Suhail sujetar con decisión dos extremos de su camiseta.  A continuación, tal como lo prometió, la levantó y me permitió ver en todo su esplendor lo que cubría su sostén de encaje color piel.
Color piel, si joder. Gracias, Dios. Gracias. ¡Color piel!

Liberé un poco de aire y me erguí lo más que pude. Así, mientras que en mi mente un coro de ángeles cantaba, hice que mis ojos disfrutaran cada segundo. Cada misero segundo. 
We are the Champions, my friends...

Suhail dejó caer su camiseta pronto. No, no se vayan, hermosas. Triste, dirgí mi mano hacia ella como si pudiera levantar otra vez la camiseta con solo desear hacerlo.

—Mañana más si cumples tu palabras y vas a terapia  —sentenció. 

Ansioso, llevé mi mano hasta mi boca y mordí mi puño.  —¿Lo prometes? —pregunté. Suhail asintió con la misma decisión que mostró al levantar su camiseta—. Entonces, ¿mañana sin sostén? —confirmé, sin querer lavar mis ojos por mucho tiempo. ¡Y las había visto con sostén!

—Sin sostén —confirmó Suhail, firme. 

Mi vida una vez más se tornaba interesante.


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