Maullidos
Escribí este fanfic para un trabajo en clase, me gustó el resultado y quise compartirlo con ustedes.
Espero que les guste tanto como a mi.
MAULLIDOS
Era otra fría noche en las calles desoladas de Nueva York, todas las criaturas que por allí habitaban estaban profundamente dormidas y resguardadas tras el frío de la noche, bueno... todas las criaturas menos Magnus Bane, que se encontraba jugando en un callejón oscuro mientras que Ragnor Fell, su mejor amigo, o como le encantaba decir al pequeño, su padre, lo cuidaba a regañadientes.
- ¿Qué hay allí, papi? -Preguntó Magnus escondido detrás del peludo y verdoso trasero de Ragnor.
-No lo sé -respondió Ragnor completamente aburrido-. Pero no te... -demasiado tarde, el pequeño gato marrón con ojos verde-dorado ya corría en dirección a una botella de agua en la cual se veía una pequeña bola de pelo tan negra como la noche-. Acerques -terminó molesto el verdoso gato antes de correr tras su amigo.
Magnus, tan curioso como siempre, se asomó a la orilla de la botella sin boquilla mientras miraba indagador. Aquella bola de pelo se movía un poco, parecía respirar.
-Hola -saludó Magnus desde el exterior de la botella, al parecer no tenía vida, seguro era el frío el que la movía-. ¡Bolita de pelos! ¡Me la quedo! -Gritó entusiasmado mientras corría hacia ella para saltarle encima, pero cuándo se acercó, de la bola de pelos salieron unos dientes dispuestos a atacar al extraño que se acercaba a ella. Magnus brincó aterrado.
No era una bola de pelos.
Negro azabache, con bellos ojos color zafiro y tan pequeño como un hámster, se encontraba un pequeño gatito mirando a Magnus con expresión desafiante.
-Aléjate -gruñó el pequeño gatito-. Y vete de mi casita.
Los extraños ojos de Magnus brillaron con tristeza mientras miraba la fría botella para luego fijarse en el gatito que estaba frente a él.
-Tu casita es muy fea y fría -declaró Magnus-. Vendrás a vivir conmigo y con mis papis -parecía una orden-. Nuestra casita es más bonita y mami tiene mantitas que nos tienen calentitos, por cierto, soy Magnus.
En aquel momento, el pequeño gatito negro parecía aturdido por la actitud de Magnus, él no parecía asustado por su hostilidad, como las demás criaturas que a él se acercaban, además era completamente demandante y entusiasta. Aquello lo aturdió, y con un tanto de desconfianza, el pequeño se presentó.
-Soy Alexander, pero me gusta que me digan Alec -se presentó el ojiazul mirando al contrario con extrañeza-. Y no me iré contigo, yo no te conozco.
Magnus parpadeó rápidamente mirando a Alexander con sorpresa.
-Pero si ya te dije mi nombre -señaló viendo a Alec como si fuera un bobo.
Así se sintió el pequeño, pues no encontró fallas en la lógica de Magnus, por lo cual asintió dándole la razón.
-Bien -dijo lentamente y con sus ojos entrecerrados-. ¿Dónde están tus papis?
-Sígueme -maulló Magnus con emoción, pero al salir de la botella encontró allí a Ragnor, quién lo miraba fulminante.
-Magnus, te dije que...
- ¡Papi! -Gritó el rebelde gatito lanzándose encima de su verdoso amigo-. Encontré un novio, ¿me lo puedo quedar?
- ¿Qué? -Preguntó Alec saliendo de su botella-. No soy un novio, soy un... Alec.
-Si lo eres, sí eres mi novio -declaró Magnus haciéndose bolita junto al ojiazul-. ¿Sí me lo puedo quedar, papi?
Tanto Ragnor como Alec miraron a Magnus con exasperación, pero fue el verdoso gato quien habló.
-Pregúntale a Catarina.
- ¡Sí! -gritó Magnus emocionado-. Mami dirá que sí.
-Eso temo -masculló Ragnor en tono decepcionado.
-Vamos Alexander -llamó Magnus, quien ya se encontraba a varios metros de distancia-. Mami te amará.
Caminaron por un largo rato en el cual Ragnor interrogó a Alec del porque se encontraba un pequeño completamente abandonado en las frías calles de Nueva York; Alec le relato cómo fue obligado a separarse de su madre cuando recién había nacido, pues la reina Seelie, aquella reina de las hadas, completamente malvada, había quedado encantada con la belleza de los ojos del pequeño gatito y por eso se lo había llevado con ella, pero Alec siempre había tenido una actitud un tanto... hostil y por eso, completamente furiosa, aquella hada lo había arrojado nuevamente a las calles. Poco después se enteró que su madre había muerto atacada por un banshee mientras lo buscaba. Alec se había sentido demasiado triste y había vagado por las calles de Nueva York hasta que un día había encontrado aquella botella de perfecto tamaño para que él se hiciera bolita en ella y se quedara profundamente dormido, esperando quizá, algún día, jamás despertar. Ragnor miraba con tristeza al pequeño gatito, mientras Magnus agradecía completamente la suerte de que ellos lo hubieran encontrado y pudieran estar juntos por siempre y para siempre. Alec simplemente se aturdió un poco por la actitud tan entusiasta de aquel pequeño gato color marrón que lo miraba con fascinación, y refunfuñaba cada vez que Magnus decía que era un novio. ¿Acaso ese pequeño gatito estaba loco? Él no era novio de nadie y jamás lo sería.
Siguieron hablando un largo rato hasta llegar a una calle, donde, puesta en medio de dos cajas, se encontraba una gran sombrilla formando un techo que resguardaba de la lluvia y bajo ella, estaba echada una linda gatita de pelaje albino y bellos ojos celestes.
- ¡Mami! -Gritó Magnus corriendo hacia la gata, que al ver a su crío, saltó emocionada-. Encontré un novio y papi dice que puedo quedarme con él si tú dices que sí, se llama Alexander y es muy lindo.
-Así que eso dijo tu papi -Catarina miró con reproche a Ragnor, que sonrió inocente-. Bien... ¿dónde está ese novio?
- ¡Que no soy un novio! -Refunfuñó nuevamente Alec mientras salía detrás de Ragnor-. Soy sólo... yo.
Catarina miró encantada a Alec, su bello pelaje y sus hermosos ojos, antes de asentir.
-Bien sólo yo, ¿te gustaría vivir con nosotros?
Alec parpadeó rápidamente, sorprendido por lo directa que había sido aquella gata, había supuesto que le haría muchas preguntas, pero ella sólo le había preguntado si quería vivir con ellos, lo había acogido inmediatamente. Eso jamás le había pasado. El pequeño miró a su alrededor, Magnus tenía razón, su casita era mucho más bonita y calentita, y segura... y tendría una familia. Aquello lo emocionó.
-Sí, sí señorita -dijo con entusiasmo.
-Bien, que seas bienvenido Alexander, compartirás una caja con Magnus.
- ¡Sí! -Celebró el aludido.
Alec se preocupó por ello, esperaba que Magnus no estuviera acosándolo todo el tiempo.
-Bueno mis pequeños... -empezó Catarina y Alec se sintió complacido de que la gata lo aceptara inmediatamente como a una de sus crías-. Hora de dormir.
-No -argumentó Magnus-. Yo me quiero quedar despierto, quiero estar con Alec -el moreno se hizo bolita en el pecho del ojiazul, que lo miraba con extrañeza-. Yo quiero a mi Alec.
Catarina los miró encantada, pero negó.
-Alec debe estar muy cansado, Magnus, ¿qué tal si se van a dormir ahora? Y mañana pueden despertarse temprano a jugar.
Magnus hizo gran puchero y abrió la boquita para argumentar una negativa, pero fue Alec quien intervino rápidamente.
-Tu mami tiene razón, estoy muy cansado, pero prometo que mañana jugaré todo el día contigo, ¿está bien?
- ¡Sí! -Gritó Magnus dando vueltas alrededor de Alec, tantas que el azabache gatito, intentando seguirlo con la mirada, se mareó y cayó de espaldas.
Catarina los miró enternecida. Ragnor rodó los ojos y refunfuñó mientras entraba a la caja que compartía con la gata, algo decía de lo molesto que era tener ahora dos traviesos que cuidar.
-Ahora sí pequeños, a dormir.
-Sí mami -dijo Magnus obediente antes de correr rápidamente hacia su cajita-. Ven Alexander, mantenme calentito.
La gata casi pudo divisar, en el pelaje negro azabache de Alec, como éste se sonrojaba mientras caminaba rápidamente hacia Magnus. Ella soltó una sonrisa divertida antes de acercarse a los gatitos que ya estaban echados uno contra el otro -bueno, Magnus tenía arrinconado al ojiazul mientras buscaba ser mimado por él -para luego coger una vieja y raída manta y cubrirlos con ella. Era perfecta para los dos.
-Descansen mis pequeños, los quiero mucho -musitó la gatita antes de lamerle el rostro a los pequeños y luego dirigirse hacia su caja con un gruñón Ragnor, que se encontraba esperándola. Tan pronto como se fue, Alec brincó lejos de Magnus, el pequeño pareció herido.
- ¿Qué pasó Alexander?
-Necesito respirar -musitó el pequeño antes de salir de la caja; Magnus pareció alerta y cuando se disponía a ir tras él, Alec volvió arrastrando con dificultad un gran y pesado objeto con sus pequeños dientecitos. Un marcador de pizarra.
- ¿De dónde lo sacaste? -Inquirió curioso Magnus.
-Lo miré afuera de la cajita de tus papis -Respondió Alec poniendo aquel objeto en medio de su caja.
- ¿Para qué es eso? -Preguntó aún más curioso el gato de pelaje marrón.
-Esta es tu mitad -indicó enseñando la parte que estaba más allá del marcador y dónde se encontraba Magnus-. Y estas mi mitad -indicó haciendo énfasis en la separación que hacía el marcador-. Y ninguno puede atravesarla, necesito espacio personal.
-Pero sólo tenemos una mantita, ¿cómo la vamos a compartir si tú estás tan lejos? -Preguntó decepcionado Magnus; Alec negó.
-Puedes quedártela, no la necesito -y haciéndose bolita, Alec se acostó en un rincón de la caja y de su mitad separada por aquel marcador.
El pelinegro ya se estaba quedando dormido cuando sintió como alguien lo cobijaba. Alec parpadeó rápidamente para ver a Magnus a su lado.
-Te dije no podías atravesar mi mitad -casi reprendió.
-Lo sé pero yo duermo con mantita todos los días, tú no, hoy puedes tenerla -musitó Magnus mirándolo enternecido antes de lamerle la nariz al contrario y alejarse de él.
Alec parpadeó sorprendido. Jamás nadie se había preocupado por él. Jamás nadie le había brindado un hogar ni su mantita, él lo único que estaba haciendo era alejar a Magnus cuando éste quería acercarse. Completamente agotado, Alec empujó aquel marcador que había traído con tanto esfuerzo, fuera de la caja y lo vio rodar lejos antes de acercarse con la mantita hacia Magnus.
-Alexander ¿Qué pasa? -Preguntó el gatito marrón--. ¿Qué pasó con dormir separados?
-Tú cállate Magnus -reprendió Alec pero lo cubrió con su mantita antes de cobijarse a él mismo.
Magnus miró a Alec completamente feliz antes de pegarse a él tanto como podía.
-Alec -musitó con sueño-. Eres el mejor novio del mundo.
El ojiazul suspiró cansado y negó.
-No soy un novio, Magnus -le recordó.
Pero sí lo fue, con el tiempo, y mientras crecían juntos, el amor entre Magnus y Alec también creció, al igual que su relación.
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