Un paso hacia el futuro
Capítulo 21
Sí me hubieran dicho que mi luna de miel se convertiría en algo real me hubiera reído. Lucas y yo nos habíamos besado junto al mar, que era la vista más cercana que teníamos desde el hotel. Empleados, personas... y si en ese momento alguien tenía una duda, nos besábamos como recién casados.
Primero fue un beso pequeño y urgido. Después, mi contención dejó escapar un pequeño grito. Luego, mi deseo y mi anhelo por él fueron creciendo cada vez más, cada vez más fuerte. Era como si gritara, como si yo lo necesitara. El beso fue pequeño, me separé un poco de él y temblé. De la nada lo volví a jalar una segunda vez. Esta vez, el beso fue más rápido, más intenso. Nuestras bocas se conocieron. El primer beso parecía un jueguito de niños, un piquito pequeño que solamente se sentía roto por dentro.
Nos separamos por segunda vez.
— ¡Qué fue eso! —susurró Lucas.
Me mordía mientras yo correspondía. Supongo que era una venganza, porque en el segundo beso yo lo había mordido. Después, me dejó atónita cuando preguntó si sentía algo más por él, pero después de besarlo en tres ocasiones en el mismo día, ya era imposible negarlo. Y, sobre todo, lo sentía. Podía verlo en mi rostro, en sus ojos tristes color café miel, que tenían la necesidad de saber qué sentía yo por él. Sabía que lo necesitaba, y por primera vez yo necesitaba dejar de ser cobarde para poder amar.
Así que, ¿por qué no le dije que sí? Sí, siento algo más por ti dije para mis adentros.
Después vendría la sarta de palabrería donde le diría que fuera despacio, que tenía miedo de que mi marido le hiciera algo. Pero por ahora tenía que aceptarlo, si no quería lastimarlo. Me terminó de dar el valor cuando me dijo:
—No lo hagas si no quieres matarme. No niegues que me has besado en tres ocasiones. No niegues que hay un motivo más allá de tus sentimientos por el que me has besado, mujer. No lo niegues, no vas a matarlo... no me mates.
Era una súplica, una clemencia de su corazón a la que no pude negarme. Dicen que la incertidumbre es tan incierta como la pesadilla. Aceptar mis sentimientos por Lucas era algo que mi cabeza gritaba desde hace bastante tiempo: un año de visitas con él cada fin de semana. Esperar con ansia, vestirme con mis mejores ropas, colocarme el escaso maquillaje que podía usar, un pintalabios viejo que apenas me marcaba los labios. La ansiedad al saber que lo vería de nuevo. Aún recuerdo toda la ansiedad que generaba saber que se acercaría pronto el sábado. Cómo entró la primera vez con aquella ropa de ángel, cabello castaño... mi cabello castaño, suelto, mirando hacia enfrente, esperando a que él se dignara a verme.
Así fue durante un año de visitas, y después los siguientes dos fueron exactamente lo mismo. Mis veinte, mis cuatro años después... 24, una eterna condena. Yo esperaba .A los 24 estaba casada, en medio del mar de Cancún, esperando a que le contestara sus súplicas como buen amante, como buen desconocido.
Ni siquiera sé cuál fue mi necesidad al encontrarme con sus labios, no sé de dónde salió tanta urgencia por besarlo. Pero era cierto, después de tener los labios hinchados y de analizarlo en más de una ocasión, era cierto que lo había besado por un motivo más allá del que yo me negaba a aceptar. Minutos antes le había dicho no estar enamorada de él, le había dicho que no sabía lo que sentía por él. Pero mis labios decían todo lo contrario. Lo decían mientras ellos, hábiles y sin pedirme permiso alguno, ni aunque yo fuera la dueña de mi boca, se llenaban de él, porque era su necesidad desde hace casi cinco años. Esa necesidad de amar, esa necesidad de volver a sentirse vivos, esa necesidad de sentirse llenos.
Ya fue imposible negarlo, ya fue imposible hacerme la ilusa ante esto, ya fue imposible ocultarlo. Era imposible decirle que no cuando preguntó si yo sentía algo más por él, pues la verdad era completamente otra. Y aunque yo lo negara, la hinchazón de mis labios demostraba lo contrario, demostraba que mentí, demostraba que oculté mis sentimientos por quién sabe cuánto tiempo.Estábamos en la barra del desayuno, aún estábamos cerca el uno del otro, subidos en un banco con el colchón de forma redonda y madera sentados mirándonos frente a frente.
Una y otra vez sus ojos disparatados me miraban, de nuevo, de nuevo y de nuevo.
Hoy vestí un vestido azul cielo. Él portaba simplemente unos pants, unas chanclas y una camisa blanca. Se veía tan bien... se pusiera lo que se pusiera, ese hombre se veía espeluznantemente hermoso. Me encantaba. Sentía la necesidad de decirle que estaba esculpido por los dioses, que estaba hecho para mí, que era lo que yo anhelaba. La necesidad de besarlo era embriagante. Pero después de besarlo cuatro veces, me sentía avergonzada de desearlo una quinta vez.
Pero, ¿cómo no desearlo si estuve anhelando tanto tiempo?
—¿Sabes? —dijo Lucas, rompiendo el silencio y haciendo que yo apartara la mirada de mi vestido—. Siempre sospeché que mentías —continuó él, —. Siempre sospeché que sentías algo más allá, sospeché que era yo. Pero dime, ¿no te vas a arrepentir, Fernanda?
Su pregunta me sorprendió.
—¿Por qué me arrepentiría? —le dije—. Dime, ¿cuál es el motivo para decidir arrepentirme de quererte?
—¿Cómo por qué? —dijo Lucas—. Siempre sentí que sentías algo por mí, que te sentías diferente conmigo. Quiero decir, la forma en que me mirabas transmitía cosas.
Me reí.
—¿Sabes? —dijo Lucas, continuando—. Tu mirada siempre transmitió un gusto hacia mí. Siempre mirabas mis piernas, mirabas mi forma de caminar, te quedabas contemplándome, como alucinada en los eventos de Navidad o de cualquier otra cosa. Mis amigos siempre reían porque decían que yo te podía tener a mis pies con solo pedírtelo, que podía hacerte temblar. Pero entonces, si yo... o más bien tú —continuó Lucas—, tú siempre tuviste sentimientos por mi ¿por qué nunca lo dijiste?
—Porque no quería incomodarte. Porque tenía miedo de lo que pensará tu abuelo. Tal vez a él, en algún punto, le importaban las clases sociales, aunque creo que ahora eso no le importa. Pues me pidió casarme contigo —le dije, mirándolo.
—Eso aún no lo sabemos, y no sabemos qué somos nosotros —respondió Lucas
—. Te pido que vayamos despacio y descubramos qué sucede. No puedes decir que a tu abuelo no le importan las clases sociales. Él piensa que esto es una farsa. No se te olvide, nunca se le ha pasado por la cabeza que yo me convierta en tu esposa
realmente. Cuando vea que tu farsa se salió de la ficción, a ver cómo reacciona. Tal vez en la realidad no deje que yo sea tu esposa.
—No me importa —dije de inmediato—, no me importa si él no lo aprueba. Creo que tengo 22 años, creo que debo decirte, o más bien debo pedirte, que te quedes y lo intentemos. Voy a enfrentar a la sociedad, a mi abuelo, si es necesario. Además, si nos pusimos a casarnos, fue por algo. Sospecho que, en algún punto, él deseaba que yo me casara contigo, deseaba que te convirtieras en mi esposa realmente.
—Se te olvida que soy mayor que tú —le dije de inmediato—. Conozco a la gente, conozco a los adultos, he vivido y sufrido más que tú.
—Sí —contestó Lucas—. Y, además, te digo, esas son las cosas por las cuales me gustas e te admiro, te respeto, te quiero.
Por un minuto sentí temblar el corazón, palpitar como un estúpido, porque por un segundo, solo por un segundo, pensé que me diría "te amo".
—Fernanda, el hecho de decirte que te quiero puede revelarte mis sentimientos, pero aún no sé si estás dispuesta a escucharlos. Aún no sé si deseas escucharlos, si tu mente o tu corazón quieran saber lo que siento. No sé qué es lo que quieres. No sé hasta dónde llegará esto, ni cuál será el límite —dijo, encarándose de nuevo y poniéndose de pie, mientras me ayudaba a levantarme, colocándome frente a él, como hace unos minutos cuando nos besamos frente a la barra.
La barra estaba desierta en ese momento. Los turistas nos miraban, pero no importaba. El ambiente, la atmósfera y la suave música de piano que nos envolvía me hacían pensar si por fin merecía un poco de felicidad, si la vida finalmente se había acordado de mí y había decidido darme una oportunidad.
—Puedo decirte que me gustas... Me gustas mucho. —Sus palabras hicieron que lo mirara fijamente—. ¿Cuándo me di cuenta? Cuando te vi entrar... a casarte conmigo. Cuando, a pesar de mi borrachera, te quedaste a mi lado. Eso me hizo ver que eras diferente. Empecé a fijarme en ti cuando me defendiste de Vanessa aquella vez. Ninguna mujer se había atrevido a ponerle un alto, pero tú, Fernanda Vargas, lo hiciste. Eso me impresionó. —Hizo una pausa, sus ojos se oscurecieron levemente—. Las mujeres que son más que una cara bonita, que reaccionan, que se defienden, que tienen esa fiera interior... como tú. Eso es lo que quiero. Una mujer así para ser la madre de mis hijos.
Me sonrojé ante sus palabras. ¿Acaso él ya pensaba en hijos? Y yo, ¿acaso no había fantaseado con eso también? Un pequeño con sus ojos color café miel, su cabello... Sus labios, suaves y carnosos, esos que ahora había tenido la libertad de besar. La fantasía parecía más real que nunca. Demonios, ¿qué estaba pasando?
—Te lo he confesado ahora —continuó Lucas—, pero si tú no sientes nada o no estás dispuesta a reconocerlo, será mejor que lo dejemos aquí. No quiero que esto sea solo un sentimiento pasajero. No quiero aferrarme a algo que no tiene futuro.
Lucas me miró un instante, y en sus ojos noté un destello de tristeza.
—No quiero sentir algo por ti si voy a decepcionarte —susurró—. Porque sé que, muy en el fondo, no soy digno de ti.
Me quedé atónita. ¿Cómo podía pensar eso? Él era el que no se sentía digno de mí, cuando yo me consideraba la que no lo merecía. Yo, la mujer que había sido maltratada, golpeada, abusada... Ni siquiera era una dama de sociedad. Y él, pensaba que me fallaría. Qué día más extraño.
—Sé que tienes sentimientos —dijo Lucas otra vez—, pero me gustaría saber desde cuándo. ¿Cuánto tiempo has callado esto en silencio? ¿Cuánto tiempo he sido yo el culpable, el torturador que te obligó a callarte? Sé que sientes algo, porque tus labios me lo dicen, pero a veces los labios mienten. La boca engaña. Son momentos de frenesí, de pasión, o de duda. Reconozco que eres una gran mujer, Fernanda, pero también sé que hace mucho que nadie te ha tocado con amor. Nadie ha sabido valorarte como lo mereces.
Hizo una pausa, y me miró fijamente.
—Tu cuerpo está lleno de telarañas, y yo deseo quitar cada una de ellas. Pero no voy a tocarte ni a seguir besándote si no sé qué sientes. Si no te entiendo, si no te reconozco. Así que, por favor, Fernanda, ayúdame a entenderte. Si en tu corazón hay algo más, si hay algo que te embarga, algo que te haga sentir diferente, ayúdame a saberlo. No sé cuánto tiempo llevas con este sentimiento, pero créeme, voy a cuidar de él. Voy a ayudarte a crecer, a alimentarlo con lo que yo pueda darte. Mi responsabilidad es cuidarte, protegerte, y anhelar que esto, lo que sientes y lo que siento, no sea algo pasajero.
Tenía varias preguntas en la cabeza, como dicen en las iglesias: “habla ahora o calla para siempre”. Lo que más me intrigaba era entender el miedo de Lucas. ¿Tenía miedo de que esto fuera pasajero? ¿Por qué necesitaba que yo confirmara un sentimiento? ¿Cuál era su mayor temor? El dilema interno me carcomía, pero lo importante era que él estaba vulnerable, esperando respuestas, esperando emociones.
Tomé aire profundamente y lo solté en un fuerte suspiro.
—Lucas, ¿cuál es tu mayor miedo? —le pregunté finalmente.
Sus ojos rodaron un poco, como si buscara las palabras correctas.
—Tengo muchos miedos, Fernanda. No sabría cuál elegir —dijo, su voz reflejando una mezcla de sinceridad y vulnerabilidad—. Tengo miedo de quedarme solo. Tengo miedo de decepcionar a mi abuelo. Tengo miedo de no poder limpiar mi nombre.
Lo miré mientras enumeraba sus miedos uno tras otro, y de repente me dieron ganas de abrazarlo. Parecía un niño pequeño que había perdido todo: su familia, su hogar. Y yo, rota como estaba, ¿quién era para cuidarlo? ¿Quién era para estar con él? No era nadie. Solo una chica que había sido maltratada y sufría de la noche a la mañana. Ahora, casada, la única forma de avanzar juntos era descubrir qué necesitábamos ambos.
—Lucas, necesito entender —dije, con voz suave pero firme—. ¿Cuál es tu miedo respecto a nosotros?
Él volvió a respirar profundamente antes de responder.
—Respecto a nosotros... me da miedo que te des cuenta de que soy un desastre, que soy lo que dicen de mí —confesó, con los ojos fijos en mí, buscando alguna señal de comprensión—. Que pienses que soy solo un niño rico sin ambiciones, o que creas lo que dice Vanessa. Créeme —agregó, con súplica en su tono—, no soy un violador. Mi mayor miedo es que algún día puedas creer que he abusado, golpeado o maltratado a una mujer. No quiero que me veas como un recuerdo de tu pasado. Quiero ser tu presente, un presente bonito. No quiero que veas en mí lo que te lastimó.
Sus palabras eran crudas y honestas, y su mayor temor era claro: que lo viera como una sombra de lo que me había dañado antes. Lucas quería ser algo más para mí, no un reflejo de mi dolor.
—No lo creo, Lucas —dije con firmeza, tratando de aliviar el peso de su alma—. No creo que el hombre que me llevó a eventos, que me ayudó a limpiar cerámica, que me ha enseñado a decorar, que organizó fiestas navideñas y me trajo regalos, sea un abusador o golpeador. No lo creo, no lo acepto. Eres un buen hombre que simplemente no estuvo con las personas correctas.
Su expresión cambió. Era como si finalmente comenzara a creer en la posibilidad de redimirse a través de mis ojos. Respiró más tranquilo.
—Te pido que vayamos despacio —añadí—. No porque no sienta nada por ti, sino porque aún no estoy lista. El amor y yo no somos compatibles en este momento. No puedo decir que somos uno mismo porque ese concepto es el que más me ha lastimado. ¿Lo entiendes?
Lucas asintió lentamente, sus ojos buscando los míos.
—Lo entiendo, Fernanda. Entiendo que el amor te ha causado muchos dolores. Y si necesitas ir despacio, iremos al ritmo que tú quieras. No hay prisa, no hay destino, tenemos cinco largos años para enamorarnos, para detenernos si es necesario. Pero quiero que sepas algo —hizo una pausa, y sus ojos se volvieron más serios—. Mi mayor miedo es que al final de ese tiempo, te des cuenta de que no soy digno de ti, que tu amor sea pasajero porque te decepcionas de mí.
Mis oídos no podían creer lo que estaba oyendo. Lucas temía que yo lo dejara, que mi amor por él no fuera duradero. Pero, ¿cómo decirle que ya lo admiraba desde hacía años? Me había casado con él no por escapar, sino porque quería salvarlo, porque ya lo amaba, aunque no lo hubiera admitido del todo.
—Lucas, créeme —dije, mirándolo directamente a los ojos—, no es pasajero. Este amor lleva guardado en mí por años.
Lucas me miró, sus ojos brillaban con una mezcla de alivio y confusión. Por un momento, el tiempo pareció detenerse entre nosotros. Su pecho subía y bajaba con respiraciones profundas mientras procesaba lo que acababa de confesarle.
—Fernanda... —murmuró con voz temblorosa—, no sé qué decir.
Sus manos temblaban un poco cuando las llevó a su rostro, cubriéndose mientras absorbía mis palabras. El sonido de su respiración pesada se mezclaba con el ruido lejano de la música El ambiente era cálido, pero no sofocante, el sol ya estaba descendiendo, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y violetas que reflejaban en el mar.
—¿De verdad... no crees en esas cosas que dicen de mí? —preguntó, asomando sus ojos sobre sus dedos entrelazados. Parecía como si no pudiera aceptar la idea de que alguien, especialmente yo, lo viera como algo diferente de los rumores que lo perseguían.
—No, Lucas, no lo creo —respondí con suavidad, acercándome un poco más a él. Puse mi mano sobre la suya, y sentí cómo su cuerpo se relajaba ligeramente bajo mi toque—. Creo en lo que he visto, en lo que he experimentado contigo.
La atmósfera cambió. Era como si un peso invisible hubiera sido levantado de sus hombros, pero aún había algo en su mirada, una pregunta que flotaba en el aire. Sabía que, aunque nuestras palabras estaban comenzando a sanar heridas, aún había mucho por resolver entre nosotros. Pero, por ahora, habíamos dado un paso importante.
—Te prometo algo —le dije mientras el sol empezaba a ocultarse completamente en el horizonte—. No me alejaré, siempre que seas honesto conmigo. Todo lo demás lo enfrentaremos juntos, paso a paso, despacio si es necesario, pero juntos.
Lucas sonrió ligeramente, y algo en su expresión había cambiado. No era una sonrisa completa, pero era un inicio.
—Gracias, Fernanda —dijo, con voz firme—. No sabes cuánto significa para mí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro