¡Me manipulas!
Capitulo 34
Mi relación con Lucas, después de haber vivido la luna de miel, iba mejor de lo que mi mente pudo imaginar alguna vez. A pesar de tener el corazón algo molido y roto, sentía las ganas de continuar. Él fue mi nueva luz, mi nuevo espíritu, el motor que me motivaba en estos momentos de crisis. Pero las cosas se estaban complicando. Ambos sabíamos que corríamos un riesgo.
Todo era diferente. Era como si Lucas hubiese sido una persona en la luna de miel y ahora fuera otra completamente distinta. Yo sabía el motivo: mi negación a denunciar a Alfredo lo ponía en peligro, y él lo sentía, aunque yo no encontraba la manera de explicárselo. ¿Cómo decirle que no podía ser de otra forma? ¿Cómo explicarle que no podía darle la seguridad que tanto buscaba? Lucas no lo entendería.
La universidad estaba por empezar. Faltaban solo unas semanas desde que regresamos de la luna de miel. Lucas se encontraba en exámenes parciales y decía que tenía mucho trabajo, pero nuestra relación estaba cambiando. Desde aquella reunión con Marcela habían pasado casi tres semanas en las que nuestras conversaciones eran frías, duras, difíciles. No nos besábamos ni nos tocábamos desde que volvimos. Yo no quería exigirle, pero si estábamos intentando que esto funcionara, ¿por qué no podía darme más?
Otra semana pasó. Lucas estaba corriendo como loco por la casa con una maqueta en una mano y una batería casera de papas en la otra. Me dijo que llegaba tarde. No quise cuestionarle, pero ni siquiera fue capaz de darme un beso. Traté de entender cómo era posible que la versión que me habían dado de Lucas de que era frío y distante estuviera volviéndose real.
—¿Puedes explicarme qué está pasando? —me preguntó Valentina hace dos días.
—Nada —contesté con una sonrisa forzada.
—Por favor, Fernanda. Siempre que volvíamos, Lucas nos esperaba. Ahora parece que llega y ni siquiera te saluda.
Sofía y Valentina habían estado visitándome con frecuencia, pero su preocupación era evidente. Intentaron averiguar algo con Justin, pero él solo decía que Lucas afirmaba que todo estaba bien entre nosotros. Sin embargo, la frialdad en casa era innegable.
Lucas llegaba por las tardes, instalaba proyectos o tocaba el piano en casa de su abuelo. Justificaba su ausencia con los exámenes, pero todo se sentía diferente. Yo trataba de mantenerme ocupada. Cocinaba, organizaba la casa y le preparaba cenas que él apenas notaba.
El fin de semana estaba decidida a resolver las cosas. Me levanté temprano, fui a la cocina y preparé el desayuno.Cuando Lucas bajó las escaleras, con su cabello castaño despeinado y los ojos cansados, lo saludé.
—¿Dormiste bien? —le pregunté.
—Sí —respondió seco.
—Lucas, ¿podemos hablar?
—¿De qué? —me contestó tajante.
—De nosotros, de ti, de mí, de todo.
Lucas suspiró, visiblemente incómodo.
—Dormimos en la misma habitación, pero parece que ni siquiera estás. ¿Hace cuánto que no compartimos nada? —pregunté con la voz temblorosa.
—Fernanda, esto no tiene sentido. Ya te lo expliqué.
—¿Qué es lo que no tiene sentido? ¿Que no me tocas, no me besas, no me abrazas? ¿Que ya no pareces mi esposo?
—Pues, parece que tú tampoco quieres que lo sea —respondió con frialdad—. ¿Cómo puedo ser tu esposo si sigues casada con otro?
—¡Ya te dije que no puedo denunciar a Alfredo! No es tan sencillo, Lucas.
—No es tan sencillo porque no quieres soltar tu pasado. Si de verdad quisieras que esto funcionara, lo harías. Pero no lo haces.
—¿Cómo te atreves a insinuar que todavía siento algo por él?
—¡Porque eso es lo que parece! —gritó.
Lucas se giró y, sin siquiera probar su desayuno, salió por la puerta, dejándome sola con un nudo en la garganta. Sentí el peso de su última frase aplastándome. Sabía que estaba perdiéndolo y que, en el fondo, tenía razón. Mi miedo a denunciar a Alfredo nos estaba destruyendo, pero no podía arriesgarme a que Lucas saliera herido. Aunque me costara perderlo, debía protegerlo.
—Te tengo que gritar para pedirte que no vengas a mi casa.
— Ya no quieres verme después de lo que pasó la última noche. Ya no quieres saber nada de mí, Vanessa
—No tuvimos ningún acercamiento.No deseo tener nada más contigo. No eres nada importante. Lo que pasó la otra noche fue un desliz.
—¿Un desliz? —repliqué, con una risa amarga—. ¿Ahora se le llama desliz a acostarte con cualquier hombre que se te antoja a la hora que se te antoja? Te recuerdo que has venido a buscarme tú.
—No estoy tan desesperada. No merezco esto. Solo fue una vez... y eso para que pudieras vivir la comparación de lo que realmente es una mujer y la mediocridad que tenías de esposa.
—¿Por qué te molesta tanto? —me miró, desafiante—. ¿Por qué atacas a Fernanda? ¿Estás tan obsesionada con ella que hasta la defiendes en tus mejores sueños?
—No. Solo quiero saber cuánto tiempo seguiremos con esto, porque no hemos parado desde que hablamos sobre secuestrar a Fernanda. No hemos llegado a ninguna conclusión. Han pasado... no sé... ¿dos, tres semanas?
—¿Y te molesta?
—No. Simplemente tú me dices que fui un desliz, pero este "desliz" se ha repetido en más de una ocasión.
—¡Basta! —exclamé, levantándome de la cama, envolviéndome en las sábanas—. Si tanto te molesta tener algo conmigo y deseas que recupere a tu esposa, lo haré.
Estaba harta. Mientras intentaba cubrir mi cuerpo desnudo, Alfredo seguía hablando desde la cama.
—En eso tienes razón —dijo con una sonrisa irónica—. Esta es la tercera vez que nos acostamos. Pero es como comparar el sushi con el caviar.
—Tú prefieres seguir probando el sushi cuando ya has probado el caviar.
—Prefiero la mediocridad de la comida casera —respondí, sarcástico—, y aún así me sigues rechazando.
—¿Acaso te molesta? —preguntó ella.
—. ¿Te molesta que quiera presionarte para recuperar a mi esposa? ¿Acaso estás usando el secuestro de Fernanda como un pretexto para mantener nuestras relaciones íntimas a flote?
—¡No lo creo! Simplemente ya me tienes harta. Eres tan mediocre que no te das cuenta de la necesidad que tengo. Y yo soy tan estúpida por haberte permitido entrar en mi vida.
—¿Quieres saber por qué lo permitiste? —replicó él, poniéndose de pie, completamente desnudo—. Porque estás tan desesperada por un hombre que te haga sentir mujer... que no puedas soportar más rechazos.
—¡Maldito imbécil! —grité—. No me gustas. No me volveré a acostar contigo y todo quedará en el olvido. Seguiremos siendo socios, si es lo que quieres, pero no permitiré que me toques.
—¿Estás segura? —preguntó mientras yo caminaba lejos de la cama, envuelta en la sábana.
—Estoy tan segura de que no volverás a tocarme —respondí, dirigiéndome al baño.
Él se acercó, con pasos firmes, sin molestarse en cubrir su desnudez. Su cuerpo irradiaba una intensidad que me hacía temblar. Cuando se paró detrás de mí, me tomó las manos y las colocó cruzadas en mi espalda.
—Esto es para que sueltes la sábana —dijo con una voz cargada de deseo.
Dejó caer la sábana, exponiendo mi cuerpo. En ese momento, su presencia, su cercanía, era como un veneno que recorría mi piel. Mi razón me gritaba que lo detuviera, pero mi cuerpo no respondía.
—Dime que la secuestraremos —susurró, mientras sus manos recorrían mis hombros—, y seguiré haciéndote esto. ¿Está bien?
—Este fin de semana regresarás con tu esposa.
—Sí, me gusta, niña buena —dijo Alfredo mientras terminaba de sacar su miembro de mi cuerpo.
Este hombre lo era todo: rudeza, fuerza, miedo, terror. Se suponía que lo había contratado para hacerle daño a mi enemiga, pero ahora estaba en su cama. Yo, rendida ante él, mientras mi propósito inicial quedaba en el olvido. A ella no la lastimaba nada, pero él y yo teníamos algo, algo que nunca había experimentado antes. Él era justo lo que pedía. Y la gran pregunta seguía resonando en mi mente: ¿quería realmente que esto terminara?
Si lo ayudaba a recuperar a su mujer, si la secuestrábamos y se la devolvía, todo acabaría. Pero una parte de mí —una muy egoísta y rota— no quería que esto llegara a su fin. Cerré los ojos, intentando enfocarme, pero la sensación que Alfredo me dejaba era demasiado intensa. Me dominaba como nadie lo había hecho antes.
—Manos arriba —ordenó, con un tono que no admitía réplica.
Obedecí. Sostenía mis muñecas con firmeza, inmovilizándome mientras su lengua recorría mi cuello. Cada movimiento era lento, casi metódico, pero cargado de fuerza. Su dureza me hacía perder la razón. Él sabía cómo tratarme, cómo llevarme a la sumisión sin esfuerzo aparente. Me tenía completamente en sus manos.
—No entiendo cómo un hombre como él pudo despreciarte.
—Sí,Eres perfecta —dijo, mirándome intensamente.
—Soy perfecta, sí, pero no soy su esposa —respondí, entre jadeos.
—Si fueras mi esposa, te juro que jamás te dejaría. Haría lo que fuera por ti —murmuró, mientras su lengua se deslizaba por mi piel.
Su boca bajó hasta mis pechos y los tomó con una intensidad que me arrancó un gemido. Sus palabras, su fuerza y su control me tenían completamente rendida. Era un dios.
Me abrió las piernas y, sin pedir permiso, bajó hasta mi centro. Lamió, chupó, y me dejó jadeante, completamente suya. Cuando terminó, se apartó con una sonrisa de satisfacción, como si hubiera conquistado algo que siempre le había pertenecido.
—El día que tenga a mi esposa —dijo con un tono burlón—, te prometo que escapamos unos días juntos. Pero espero que no le crezcan demasiado los cuernos a Lucas.
—¿A qué te refieres? —pregunté, tratando de recuperar el aliento.
—Tú y Lucas regresarán. Serás su consuelo, su apoyo. Lo sé, lo veo. Pero por ahora, nos queda un asunto pendiente: tu enemiga.
—Para el lunes, Fernanda estará secuestrada. Te lo prometo.
—Gracias, corazón —dijo aunque una parte de mí sabía que esto no iba a terminar bien.
Alfredo se levantó de la cama y comenzó a vestirse. Era el tipo de hombre que siempre sabía cómo dejarme queriendo más.
—¿Sabes quién la va a secuestrar? —pregunté.
—Sí. Hablé con mi chofer. Le voy a pagar bien para que haga el trabajo. Queria que la vigilara estas tres semanas. Por ahora, parece que ella está tranquila. Por lo que he escuchado, este fin de semana planea salir con sus amigas. Si logra estar sola, será el momento perfecto para actuar.
—Me gusta cómo piensas —dijo Alfredo, dándome un último vistazo antes de salir de la habitación—. Me llamas si necesitas algo.
Lo vi marcharse, dejándome desnuda, vulnerable, con la mente llena de dudas y una sensación de vacío que no podía ignorar. ¿Realmente quería que esto terminara?
—Si realmente fuéramos honestas, debo decirte algo —dijo Victoria mientras sorbía su capuchino en la terraza—. No has estado ni siquiera presente en la campaña política de tu padre. Deberías aparentar tener una familia decente, estable, y tú andas perdida en otras cosas.
—¿Cómo qué? —pregunté, sintiendo el reproche en su voz.
—Vanessa, ¿es en serio? —replicó, rodando los ojos—. Has estado en los brazos de ese ranchero y, encima, acostándote con él.
—¡Victoria! —la regañé, lanzándole una mirada furiosa. Estábamos en una cafetería pública, y mi apellido tenía un prestigio que proteger.
—Felicidades, querida. La mujer que manipula al mundo ahora es manipulada. —Sonrió burlonamente, girando su cuchara en el café—. En fin, dime, ¿para eso estás aquí? ¿Para darle a Alfredo lo que quiere?
—¿Qué quiere? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—Que secuestres a su esposa y se la entregues. —Victoria se inclinó hacia mí, su tono cargado de sarcasmo—. Dime, ¿en serio lo harás? ¿En serio le entregarás tan fácil a Fernanda? ¿Así de sencillo?
Agitó su cabello con despreocupación, como si hablara de un simple recado. Me estremecí, sabiendo que tenía razón. Si se la entregaba, Alfredo regresaría a sus brazos, y yo quedaría sola.
—Lucas está totalmente enamorado de esa mujer. —Continuó, con una sonrisa ácida—. ¿O me equivoco? Claro, no se les ve juntos todo el tiempo, pero no significa que no lo estén.
Eso era verdad. No se les había visto en eventos sociales, pero sabía que estaban en su luna de miel. Lucas seguía yendo a la universidad, y Fernanda parecía mantener su distancia, pero... ¿realmente eso significaba algo?
—Son personas independientes, Vanessa. No necesitan estar pegados todo el tiempo como tú. —Victoria se encogió de hombros—. Además, te enamoraste de un golpeador. El mismo hombre que hizo sufrir a la mujer que Lucas ama. ¿De verdad crees que él te lo perdonaría? ¿Que perdonaría que te revolcaras con el exesposo de su esposa, el que casi la destruye?
—¡Basta, Victoria! —Levanté la voz, pero ella no se inmutó.
—No, no basta. Porque sé que estás a punto de cometer una estupidez. —Su tono se volvió serio—. ¿De verdad vas a secuestrar a Fernanda solo porque Alfredo te lo ha pedido? ¿O porque le tienes miedo? Si fuera tú, lo denunciaría. Grabaria todo lo que dice y lo usaría en su contra.
—¿Tienes idea de lo que estás diciendo? —repliqué, sintiendo que la ira se acumulaba en mi pecho—. ¿Quieres que lo meta a prisión? ¿Sabes lo que eso significa? Fernanda sería completamente libre y feliz con Lucas. No puedo permitirlo.
Victoria me observó, incrédula, antes de suspirar.
—Sabes, Vanessa, en otro tiempo habrías manejado esto mejor. Ahora solo eres una marioneta más. —Se levantó de la mesa, dejándome sola con mis pensamientos.
Me quedé mirando mi taza de café, sin saber qué hacer. Victoria tenía razón, pero no podía admitirlo. Sabía que tarde o temprano regresaría a buscarme; era su estilo. Pero mientras tanto, tenía que asegurarme de que no hablara. Y, sobre todo, debía tomar una decisión.
Alfredo o Lucas. Fernanda o mi propia paz mental.
Esa noche, mientras revisaba mi agenda, recibí un mensaje de Alfredo:
—"Mañana a las diez. Todo debe estar listo. No falles."
Mi corazón se aceleró. ¿En qué momento había llegado a esto? Me levanté y caminé por la habitación, tratando de pensar con claridad. Si entregaba a Fernanda, perdería a Alfredo tarde o temprano. Pero si no lo hacía, sería él quien me destruiría.
Decidí tomar una ducha para despejarme. Mientras el agua caía sobre mi piel, una idea comenzó a tomar forma. ¿Y si manipulaba a Alfredo como él lo había hecho conmigo? Si jugaba bien mis cartas, podría mantenerlo a mi lado y, al mismo tiempo, protegerme de las consecuencias.
Cuando salí de la ducha, escribí un mensaje:
—"Alfredo, hay un cambio de planes. Necesito más tiempo para asegurarme de que todo salga perfecto. Confía en mí."
Lo envié, sabiendo que probablemente desatará su furia. Pero también sabía que él no podría resistirse a la idea de controlarme un poco más. Y mientras tanto, yo usaría ese tiempo para encontrar una salida.
¿La encontraría? No lo sabía. Pero no iba a rendirme sin luchar.
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