Más allá del espejo
Capítulo 24
El salón estaba decorado con un estilo elegante, casi etéreo, dominado por tonos claros y detalles dorados. Las mesas redondas cubiertas con manteles de satén blanco estaban dispuestas en el centro, rodeadas de sillas tapizadas en terciopelo gris. En cada mesa, velas aromáticas llenaban el ambiente de un suave perfume a gardenias. En el centro, una enorme lámpara de araña colgaba desde el techo, irradiando una luz cálida que bañaba todo el salón en un resplandor acogedor.
Eso me había hecho agradecer al cielo que Lucas me hubiese convencido de colocar el vestido lila con ese escote en B. Aunque aún no me convencía del todo, me sentía agradecida. Seguía sin sentirme digna de él, mucho menos merecedora. El tiempo pasaba y la sensación avanzaba.
Cruzamos la puerta del hermoso hotel, con su tono rústico y acogedor. Un letrero nos daba la bienvenida, y un hombre con traje negro y corbata se acercó a saludarnos.
—Bienvenidos, señores —nos dijo.
Nos encontrábamos ahora en este salón, esperando a que el tiempo pasara. Las mesas con manteles blancos, sillas tapizadas... Omar se acercó hacia nosotros, el hombre de cabello castaño lacio enredado, parecido a Lucas, pero un poco menos rebelde.
—Qué hermosa se ve, señora —me dijo Omar, sonriendo—. Lucas, ¿me permites presentarte al señor Robert?
Lucas asintió con la cabeza, y Omar se acercó al hombre que anteriormente ni en mis sueños hubiese imaginado. Tenía unos ojos verdes como esferas y una esposa rubia junto a él, además de dos niños con esos mismos ojitos verdes.
—Señor, quiero presentarle al nieto de uno de mis antiguos socios y muy buen amigo: Lucas Usabiaga.
—Claro, tu abuelo tiene una empresa de transportes para empleados, ¿no? —dijo Robert—. Si yo me uno como socio y decido traer gente nueva, ¿tu abuelo estaría dispuesto a trasladar a mi personal?
—No creo que tenga motivos para negarse, pero en este momento estoy de viaje —respondió Lucas, sonriendo un poco—. Me resulta difícil comunicarme con él, pero si usted me deja sus datos, tal vez en el futuro podría ayudarle.
—Claro, claro, entiendo. Debe ser fácil viajar con una esposa tan hermosa —dijo Robert, dirigiéndome una mirada de arriba abajo—. Se ve muy elegante. ¿Quién los acompaña?
—Fernanda, María Fernanda, es mi esposa. Estamos de luna de miel.
—Omar, ¡qué desacato el nuestro! ¿Cómo se te ocurre invitarlo en su luna de miel?
—No, no, no se disculpe —intervino Lucas de inmediato—. No fue su culpa, nos encontramos y aprovechamos nuestra amistad de años. Además, mi esposa está interesada en relacionarse, y sé de buena fuente que la señora Grace —dijo dirigiéndose a la rubia— está armando una fundación para niños en situaciones difíciles, ¿verdad?
—En efecto —dijo Grace, con un acento argentino—. Queremos abrir una fundación y esta gala y cóctel son el inicio de un esfuerzo de beneficencia para gente en condiciones difíciles.
—Pero dime, ¿qué experiencia tiene tu esposa? —preguntó Robert, mirando a Lucas.
Lucas tomó aire, tosió un poco y me miró.
—Ella ha estado en un centro de apoyo para violencia doméstica. Ha sufrido mucho y... si a ella no le molesta, puedo contarle.
—Creo que será mejor —intervino Robert— que nuestras esposas tengan una cordial plática. ¿No te parece, Grace?
Grace observaba a sus hijos y, con un tono cariñoso, les habló.
—Claro, no me molesta. Solo déjame hacerme cargo de las pequeñas bestias.
—Niños, ¿quieren acompañarnos? —preguntó.
—Lo sentimos —dijo Robert, dirigiéndose a nosotros—. La niñera que habíamos contratado canceló de último minuto, así que trajimos a estos duendecillos vestidos de galanes.
Los niños rubios sonrieron y sus ojos verdes brillaron aún más.
—Papá, quiero ir a la fuente de chocolate.
—Dios mío, son las nueve de la noche. Si consumes más chocolate, no dormirás —dijo, riendo.
—Por favor, prometo no molestar.
—Está bien, solo un poco mientras mamá habla.
Lucas me miró, sonriendo casi en forma de súplica, como preguntándome si deseaba ir con la mujer.
—Cariño —me dijo—. Fernanda, si no deseas hablar de tu pasado, lo entiendo. Sé que es algo difícil para ti.
—No te preocupes, amor. —Le sonreí—. Si quiero integrarme a este mundo, debo aprender.
Me dirigí con Grace, quien vestía un vestido negro elegante. Su piel blanca, sus labios rojos y sus pestañas largas me provocaban cierta envidia, pero me saludó con calidez y me dio un beso en la mejilla.
—Soy Grace, mucho gusto —dijo, acercándose a la fuente de chocolate para vigilar a sus "mini bestias".
—Disculpa, ¿no te molesta que quiera vigilarlos desde cerca? —me preguntó.
—Claro que no, lo entiendo. Deben ser tu todo, ¿verdad?
—Sí, lo son. Me encanta tener hijos, aunque están en esa edad de "quiero correr y jugar por todos lados" —respondió riendo.
Nos sentamos en un sillón cercano para observar el centro del salón. Los niños estaban en una mesa llena de golosinas.
—Benditos aperitivos y maldita sea la hora en que nos canceló la niñera —dijo Grace con sarcasmo.
—No te preocupes, lo entiendo perfectamente.
—¿Cuánto llevan casados? —me preguntó.
—Aproximadamente tres semanas. Mi esposo se encontró con Omar y le fue imposible declinar la invitación. Así que podría decirse que estamos de luna de miel.
—Oh, lo siento. Son las mejores etapas, disfruta de tu pareja. ¿Estás feliz con él?
—Claro que sí, no es ningún problema. Nos tendremos toda la vida el uno al otro.
—Ya veo, ya veo... ¿Te gustaría ser mi socia?
—Por favor, señora —le respondí—, ¿no se ha dado cuenta? —Le sonreí con ironía—. Yo no pertenezco a esta sociedad, no sé cómo moverme en este tipo de eventos.
—Tu esposo dice que tienes experiencia y que has vivido situaciones similares, ¿qué mejor manera de aportar que desde la experiencia? —dijo Grace—. Además, estoy aquí para ayudarte a encajar. Con tu historia, puedes lograr grandes cosas.
Guardé silencio por un momento. La forma en que hablaba de mi pasado me hacía sentir que entendía por lo que estaba pasando.
—¿Cómo sabes que estoy sufriendo? —le pregunté con cierta sorpresa.
—Lo de tu esposo es tan conocido como el hecho de que se dice que se casaron por contrato —dijo—. Pero basta ver cómo se miran para saber que hay algo más. Y estoy segura de que este amor merece ser demostrado al mundo.
Miré a Grace con asombro. Parecía saber demasiado, aunque no parecía hacerlo con mala intención. Era como si, a su manera, intentara apoyarme.
—¿Crees que él y yo podríamos tener algo real? —le pregunté, dudosa.
Grace me sonrió con ternura, colocando una mano sobre la mía.
—Cariño, el amor no siempre comienza con fuegos artificiales. A veces crece en los lugares más insospechados. Además, he visto cómo Lucas te mira; en sus ojos hay algo más allá de un simple compromiso.
Sentí un nudo en la garganta, como si sus palabras hubiesen tocado una fibra sensible que no quería admitir.
—No estoy acostumbrada a esto, Grace. He vivido toda mi vida en la lucha y ahora me encuentro aquí, en este mundo que parece de fantasía.
—Entiendo lo que sientes —dijo, dándome un apretón de ánimo—. Pero quiero que recuerdes algo: puedes ser tan parte de este mundo como cualquiera aquí, si te lo propones. Y si algún día necesitas una amiga, aquí estoy yo.
—Gracias, Grace, de verdad. No sabes cuánto significa esto para mí.
Antes de poder continuar, los niños regresaron corriendo hacia nosotras, llenos de chocolate en la cara y riéndose. Grace les lanzó una mirada fingidamente seria.
—¿Qué les dije sobre no exagerar con el chocolate?
Los pequeños se miraron entre sí, intentando contener las risas.
—Lo sentimos, mamá.
—Vayan a limpiarse antes de que papá los vea —les dijo con una sonrisa indulgente—. Y tráiganme algo de agua, ¿quieren?
Mientras los niños corrían hacia las mesas, Grace volvió su atención hacia mí.
—Entonces, ¿qué planes tienen tú y Lucas para el futuro? —me preguntó, con genuino interés.
—Bueno... —me detuve un momento, pensando en cómo responder—. Estamos explorando nuestras opciones. Aún estamos conociéndonos y ver hasta dónde nos lleva esto.
—Tómense el tiempo que necesiten. A veces, las mejores cosas vienen cuando menos las esperas.
En ese momento, Lucas regresó a donde estábamos. Me miró y luego a Grace, asintiendo en agradecimiento.
—Grace, gracias por cuidar de mi esposa. Ella es nueva en estos eventos y... bueno, me gustaría que se sintiera cómoda.
—No tienes que agradecerme, Lucas. Fernanda es encantadora, y estoy segura de que se adaptará en poco tiempo.
Lucas me extendió la mano, sonriendo con una calidez que casi me hizo olvidar el entorno a nuestro alrededor.
—¿Te gustaría bailar? —me preguntó.
Asentí, tomando su mano, y me dirigí junto a él a la pista de baile, donde una suave melodía comenzaba a llenar el ambiente. Mientras bailábamos, sentí que, por primera vez en mucho tiempo, las miradas y los comentarios de los demás desaparecían, como si solo existiéramos él y yo.
—Fernanda —susurró Lucas, inclinándose hacia mí—. Gracias por estar aquí, por acompañarme y hacer que todo esto tenga sentido.
Le sonreí, dejando que la música nos envolviera. Tal vez, después de todo, Grace tenía razón. Quizás estaba comenzando a encontrar un lugar en este mundo, y, con él, un lugar en el corazón de Lucas.
La esposa del señor Robert, a quien llamaban "la gringa", se movía con gracia y elegancia mientras guiaba a Fernanda de la mano. Sus pequeños, a quienes ella llamaba "bestias", se dirigían hacia la fuente de chocolate. Los niños tendrían unos ocho años.
—Tranquilo —dijo el señor Robert tocándome el hombro—. Tu esposa está en buenas manos. Mi esposa tiene cara de gringa sofisticada, pero créeme, también es latina. Es argentina, aunque ha vivido toda su vida en Estados Unidos. Es una mujer excelente. De hecho, fue idea suya lo de la fundación, porque hemos notado, con toda claridad, que en muchas comunidades latinas se aprovechan de las mujeres, vendiéndolas, arreglando matrimonios entre niñas y personas mayores… ya te imaginarás. O las intercambian como mercancía. Así que, tranquilo, las tratará bien.
—Gracias, señor Robert. Simplemente estoy un poco nervioso. Es el primer evento para Fernanda oficialmente como mi esposa. Además, creo que podrá entender que ella no estaba interesada en este mundo.
—Si no te molesta mi impertinencia —respondió el señor Robert—, debo aclararte que mi esposa y yo conocemos la historia. Cuando estábamos investigando sobre fundaciones para crear en México, que será nuestra sede, ya que planeamos ayudar a varias personas de toda Latinoamérica, pero desde aquí… llegamos a “Carita Feliz”. Últimamente, desde que la periodista Victoria mencionó que de ahí venía tu esposa, recordamos la institución. Esa mujer, Victoria, la mejor periodista y, además, amiga de Vanessa, mencionó en varias ocasiones a tu esposa y a su centro. Así que tranquilo, mi esposa tiene el contexto de lo que ha sufrido Fernanda y sabe que vivió maltrato doméstico, pues esa institución solo acepta a mujeres golpeadas, maltratadas o en situación de abuso.
—En efecto —le respondí—. Mi esposa ha sido una mujer maltratada; fue intercambiada por una vaca cuando era muy joven. Actualmente tiene 24 años. Su exesposo la golpeaba y le hacía muchas cosas, pero gracias a mi abuelo, logró salir adelante. Él fue su benefactor; le ayudó a pagar la preparatoria y le financió un taller de pintura para que pudiera ganarse la vida. Y en el proceso de hacer labor social con unos amigos en esa institución, no puedo negarlo, me enamoré de ella.
El señor Robert rió.
—Además, debo decirte, Lucas, que eres un hombre demasiado interesante. Conozco tu historia y sé lo que dices de ti mismo, pero créeme, la cuidas como a un pétalo de rosa. Así que estoy consciente de que tu relación con Fernanda va más allá de las apariencias. Ahora entiendo el porqué de la invitación de Omar Créeme, tu esposa no es nada de lo que se refleja en el espejo que ve la sociedad. Ese reflejo no es ni ella ni tú; solamente son su presente, su pasado y su futuro. Ambos están el uno para el otro.
Con ese pensamiento, me dirigí hacia Fernanda y la señora Grace. Quería saber cómo se sentía emocionalmente, porque sabía que esta situación le costaba mucho. Habían pasado dos cosas maravillosas: Fernanda me había llamado "amor" y me había tratado como a su marido.
¿Acaso las apariencias y la realidad se estaban fusionando? ¿Acaso el reflejo que veíamos en el espejo se estaba convirtiendo en un matrimonio real? No quería que se sintiera incómoda, pues sabía que la esposa del señor Robert conocía demasiado de su pasado. Si Fernanda se sentía expuesta al saber que alguien más conocía toda su historia, quizás querría retirarse.
Me propuse estar ahí, cerca, por si ella necesitaba salir corriendo o si requería un aliado en ese momento. Yo estaba dispuesto a ser su presente, su pasado y su futuro, sin importar cuánto pudiera cambiar mi propio reflejo en el proceso.
Mientras la observaba, me acerqué con el propósito de ser su soporte, esperando que juntos pudiéramos construir una historia en la que las apariencias y las dudas finalmente se desvanecieran.
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