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juego nuevo

capítulo 33

Había pasado un día y una noche tensa desde que terminé el desayuno con Marcela. Fernanda había huido, y aunque intenté encontrar las palabras correctas, me fue imposible. Por un momento tratamos de fingir que no pasaba nada. Ese día decidí faltar de nuevo a la universidad y fuimos a buscar a mi amiga de la rehabilitación. La verdad, me levanté tarde.

La comida con Marcela fue por ahí de las doce del día, pero yo no tenía ánimo de mover ni siquiera un músculo. En dos semanas había acumulado trabajos, tres exámenes y mucho que reponer. Además, estábamos en el cierre del trimestre, últimos parciales, y la sensación de que el tiempo se acortaba me consumía. Quería sentirme mejor, pero era imposible.

La presencia de Fernanda en mi vida era un cambio demasiado grande. En la reunión con mi compañera de la fundación, a quien conocí gracias al abuelo, me dijeron que Fernanda podría rehabilitarse con hidroterapia, estiramientos y los cuidados necesarios para su pierna. Eso me dio algo de alegría. Sin embargo, me molestaba que Fernanda fingiera que no teníamos una conversación pendiente desde su huida de la cafetería.

Me sentía extraño, como una novia que intentaba cuidar una relación, pero no quería presionarla más, ni siquiera con el tema de Alfredo. Aunque el miedo y la incertidumbre sobre lo que ella sentía por él crecían en mí, decidí guardar silencio.

Cuando volvimos a casa, el abuelo nos recibió con una sorpresa: había comenzado a remodelar la casa. Las paredes estaban siendo pintadas de tonos crema, el comedor era redondo con sillas de piel blanca, y todo parecía nuevo. Fernanda se encargó de organizar la despensa y cocinar. Esa noche preparó albóndigas en salsa roja con albahaca y menta, acompañadas de espagueti. El aroma era delicioso, y el sabor, único.

Intenté hablar con ella durante la cena, pero justo cuando reuní el valor, Fernanda se dispuso a recoger la mesa. Tal vez era demasiado pronto para esa conversación. Me fui a dormir con el corazón hecho un puño, sintiendo que había asuntos pendientes entre nosotros, pero sin saber cómo abordarlos.

La madrugada trajo una interrupción inesperada. La servidumbre llamó a mi puerta.
—Señorita —dijo la servidumbre que estaba cerca, interrumpiendo—. En la puerta lo busca alguien.

—¿Quién? —respondí.

El hombre estaba en el umbral, ya sin su vestimenta formal. Había cambiado el smoking por una camisa a cuadros, pantalón de mezclilla y unas botas. El típico ranchero estaba frente a mí.

—¿Qué haces aquí? Te he dicho que no vengas a mi casa y mucho menos a la de mi padre. ¿Acaso no crees que sospechará? ¿Eres estúpido? Si alguien te reconoce… Si el propio Humberto se da cuenta…

—Por favor, tú sabes mejor que nadie —respondió Alfredo, mirándome con tranquilidad—, que ese hombre no vendrá a verte. Además, dudo que me conozca físicamente. La única que sabe cómo soy es Fernanda, y no creo que tenga interés en venir. ¿No te parece?

—¿Cuál es tu interés? —pregunté con desdén.

—Ya te dije lo que haremos —continuó Vanessa —. Secuestramos a Fernanda. Tú te la llevas lejos para siempre, y cuando ella no esté, yo le daré el consuelo que Lucas necesita.

—¿Y quién te dice que necesitará de tu apoyo? —respondí, mirándola  con desprecio.

—Es obvio. Estará desconsolado, perderá a su esposa. Es algo que nadie se espera.

—Pensaba que creías que él no la quería.

—No la quiere. Es importante, pero no digo que la ame, porque no la ama. Es lógico que la usa. Es solo una "gata" para pedir consuelo y fingir un matrimonio —dijo Vanessa, esbozando una sonrisa amarga—. Pero es la protegida de Don Humberto. Es su ficha. Una mujer vulnerable, la típica que necesita ser rescatada, que ha sido golpeada y maltratada. Es lógico que Lucas, como buen hombre, para alimentar su ego, decide protegerla.

Hice una pausa, tratando de calmar mi irritación, pero Alfredo continuó:

—Cuando la secuestres y yo la lleve conmigo, y él no vuelva a verla, tendrá una gran culpa con la que lidiar.

—Por supuesto, será una carga que yo estoy dispuesta a compartir con él.

—¿Y si en algún momento Lucas la amó? —pregunté con un dejo de sarcasmo.

—Créeme, yo lo haré olvidar cada parte de ella: sus labios, sus besos, su piel…

—¡Basta! —le interrumpí, furioso—. Te mueres de celos, ¿verdad? No soportas pensar que Lucas pudo recorrer su figura, acariciar sus pechos, morder sus labios. Si quieres que Fernanda sea solo tuya y que su cuerpo no pertenezca a nadie más, la solución está en quitarla de su lado.

Alfredo esbozó una sonrisa cínica.

—Es por eso que estoy dispuesto a ayudarte.

—Yo me quedo con Lucas, y como venganza lo condeno a una vida conmigo, sabiendo que no me quiere, pero al mismo tiempo, sufriendo. Y, ¿por qué no? Haré que entienda lo que es perder a alguien que ama y protege, solo para que le paguen mal.

Asentí, intrigadopor la pasión de su discurso.

—¿Qué mejor manera de que Lucas se decepcione de Fernanda que haciéndole creer que no fue un secuestro, sino que lo abandonó? Él se sentirá culpable, pensando que no fue suficiente, y sufrirá —continué con una sonrisa malévola.

—Me gusta tu plan. No deseo que nadie más toque lo que es mío —respondió Alfredo, aunque su mirada mostraba cierto recelo—. Sin embargo, secuestrarla me parece complicado. Estoy seguro de que luchará con uñas y dientes para regresar con él.

—Para eso estás tú —dije, acercándome a él—. La vas a manipular. Le dirás que, si no se va contigo, Lucas sufrirá. Ella creerá que lo hace para protegerlo, y él pensará que lo abandonó. Ambos estarán atrapados en nuestra red.

—Es un plan excelente —admitió Alfredo, aunque su voz dejó entrever ciertas dudas—. Sin embargo, siento que debemos planearlo bien.

Me crucé de brazos, pensativa.

—La clave está en encontrar el momento adecuado. Podría ser cuando Fernanda vaya con Valentina o Sofía, o cuando esté sola en la calle. No podemos permitir que alguien esté cerca para protegerla.

Alfredo asintió, aunque todavía parecía dudoso.

—Me parece un plan magnífico. Comenzaré vigilando su rutina para informarte.

Sonreí, satisfecha con su disposición.

—Veo que lo analfabeto se te está quitando con facilidad —dije con sarcasmo

—. Pero también quiero saber algo: ¿cuál es tu verdadero motivo?

Alfredo me miró con desconfianza.

—¿Por qué causar todo este sufrimiento? ¿Qué te hizo Lucas realmente?

Suspiré y miré al vacío antes de responder.

—Lucas iba a casarse conmigo, pero nunca le gustó mi actitud con la sociedad. Yo creo que quien no está a nuestro nivel no merece respeto. Lucas se cansó de eso y canceló el compromiso, dejándome plantada en el altar. ¿Puedes imaginar el golpe a mi ego?

Alfredo escuchaba en silencio, mientras mi ira aumentaba con cada palabra.

—No pude permitirlo. Así que hice un fotomontaje con ayuda de un hacker. Difundí fotos falsas de Lucas con un hombre desnudo, diciendo que era gay, que no tenía hombría, que me había fallado en la intimidad. Pensé que él vendría suplicando mi perdón, pero no. Al contrario, terminó casándose con tu esposa.

Hice una pausa y lo miré directamente.

—Si yo no soy feliz, él tampoco lo será.

—Me gusta tu egoísmo —dije con desdén—. Sin embargo, quiero pedirte algo: no la lastimes. No quiero que le hagas ningún daño. Tu venganza es contra él, pero no te metas con Fernanda. De alguna manera... quiero que la cuides.

—Vaya, qué interesante. ¿Tu amor es ciego? —replicó Vanessa con una sonrisa sarcástica—. ¿Por qué lo dices?

—Lucas se acuesta con ella cada vez que le da la gana —respondí con frialdad—. La besa, está con ella cuando tú no estás. ¿Quién crees que pasa las noches con tu esposa, Alfredo? ¿Quién crees que duerme con ella?

Alfredo me miró, impasible, pero su mandíbula se tensó.

—Al principio pensé que esto era solo un trato para fingir —continué, con un tono más duro—, pero ahora empiezo a creer que Lucas la quiere... como algo más personal. ¿No lo ves? Deberías empezar a mirar la realidad y dejar de confiar ciegamente en tu amor por Fernanda.

—No confío ciegamente en nadie —respondió Alfredo con frialdad.

—¿Ah, no? —me burlé—. No confías ciegamente, pero prefieres dejarla ir. No confías, pero no quieres que nadie la lastime. Si de verdad no confiaras en ella, dime: ¿por qué quieres recuperarla? ¿Por qué quieres a una mujer que ya fue de alguien más? ¿Una mujer que, a mi parecer, nunca te ha querido?

El silencio de Alfredo era ensordecedor, pero yo no pensaba detenerme.

—Ella está confundida —insistió, con la voz alzada—. No sabe qué decidir, pero eso no significa que deba librarse de las consecuencias. A veces, aprender duele.

Vanessa, que había estado escuchando y manejado la conversación desde las sombras, dio un paso al frente y habló con un tono cargado de ironía.

—¿Qué sugieres? ¿Que la maltrate?

—En efecto —dijo Alfredo con una calma perturbadora—. Y también le voy a enseñar que conmigo no se juega. Le voy a enseñar que no puede desobedecerme. Le voy a enseñar a quedarse conmigo.

—¿Muerta? —replicó Vanessa, cruzándose de brazos—. Muerta no puedes vengarte. No puedes quitarle esa cara bonita.

—Si está muerta, no sentirá dolor —contestó Alfredo, mirándola con frialdad—. No enfrentará las consecuencias por su desobediencia.

—La quieres viva para torturarla, ¿verdad? —susurré, mi voz temblando levemente.

—Así como me gustaría hacerlo contigo —respondió Alfredo, acercándose peligrosamente a mí.

Sentí su aliento cálido en mi cuello. Su cuerpo se pegó al mío, y su mano se deslizó por mi espalda con una lentitud deliberada. Mis músculos se tensaron, pero no hice nada para detenerlo.

—Se te olvida que tienes esposa —le recordé, con la voz entrecortada.

—Y a ti se te olvida que las reglas están hechas para romperse —susurró en mi oído, antes de girarme bruscamente para quedar de espaldas a él.

Su cuerpo se presionó contra el mío, y sus labios rozaron mi cuello. Mi respiración era errática, pero intenté mantener la compostura.

—Primero vienes a mi casa a interrumpir mi sueño a las doce y media de la madrugada... —murmuré, luchando por hablar—. Y ahora haces esto.

No respondió. En cambio, me giró hacia él, y nuestros labios se encontraron en un beso feroz, lleno de mordiscos y una mezcla de rabia y deseo. Traté de resistirme, pero mi cuerpo traicionó mi mente.

Cuando el beso terminó, lo miré con furia contenida, pero Alfredo solo sonrió.

—Esto no cambia nada —dijo con voz baja y peligrosa—. Solo recuerda que conmigo no se juega.

Me aparté de él, intentando recuperar el control de mis emociones.

—Tampoco juegues conmigo, Alfredo —le advertí, mirándolo a los ojos—. Porque no sabes de lo que soy capaz.

¿Qué me estaba pasando? ¿Había perdido el control por completo? ¿Me estaba volviendo loca? O quizás era él, ese ranchero karateca con su cuerpo imponente y mirada feroz, el que me estaba arrastrando hacia un abismo desconocido. Su obsesión por Fernanda era enfermiza, Alfredo lo había dejado claro cuando lo busqué para saber más. Me contó que no era un simple capricho, sino una obsesión arraigada, una locura que lo llevaba a aferrarse a esa mujer como si su vida dependiera de ello.

Todo cobró sentido el día que enfrenté a esas locas y vi a Fernanda por primera vez. Al salir del refugio, lo encontré contemplando una foto de ella. Me acerqué, incapaz de contener la curiosidad, y le pregunté quién era. “Ahí está mi mujer”, respondió con firmeza, mostrándome la imagen. Aunque la mujer de la foto se veía más delgada y joven, no había duda de que era ella. Desde entonces, entendí que Alfredo no solo estaba obsesionado: estaba dispuesto a todo por Fernanda.

Lo suyo no se limitaba a miradas furtivas o encuentros casuales. No, su obsesión era mucho más oscura. Investigó cada detalle de la vida de Fernanda, desde las rutinas de sus amigas Valentina y Sofía hasta los lugares que frecuentaban. Cada vez que intentaba acercarse a ella, esas dos chicas salían en su defensa, lo que solo parecía alimentar más su fijación. Fue capaz de grafitear puertas con mensajes perturbadores, lanzar muñecos vudú y enviar cosas desagradables, todo para atormentarla y hacerle sentir su presencia constante.

Pero aquí estaba yo, sabiendo todo eso y aun así dejándome arrastrar por él. Dejando que me tocara, que me poseyera, que jugara conmigo en un juego nuevo y peligroso. Me enloquecía su fuerza, su cuerpo musculoso, esa presencia ruda que detestaba pero que ahora me vuelve completamente adicta. Sabía que su verdadera obsesión era otra, que sus pensamientos estaban en otra mujer, pero en ese instante… era yo quien estaba en sus manos, era yo quien sentía su poder y su locura apoderarse de mi cuerpo.

Alfredo no tenía límites, y yo tampoco los quería. Me entregué a él, a su fuerza desbordada, a sus caricias que me quemaban, a su obsesión que me convertía en parte de su locura. Cada movimiento suyo me hundía más en un deseo que no comprendía del todo pero que me consumía por completo. No me importaba el final, ni el destino de Fernanda o de sus amigas. Solo importaba este instante, este juego donde yo era suya… y donde, de alguna manera, él también se estaba volviendo mío.

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