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El rol de protección

Capítulo 8

El amanecer se colaba perezoso entre las cortinas, dibujando tenues líneas de luz en el suelo de la sala. Fernanda se despertó antes que Lucas, sin poder evitar que su mente volviera al anillo que ahora reposaba en su dedo. Todo era surreal. Ayer se había casado, y esa noche asistirían al cóctel que sellaría aún más la farsa. Se levantó lentamente, observando su reflejo en el espejo. El anillo de bodas brillaba bajo la tenue luz del cuarto, un símbolo vacío, pero que de algún modo pesaba más de lo que esperaba.

Salí del despacho un lugar que me llamaba la atención tan solo porque tenía una biblioteca y un enorme espejo frente al sillón donde yo dormía traté de salir en silencio, con la intención de preparar algo de desayuno. 

Sabía que Lucas tenía que ir a la universidad esta mañana.

Aunque sus pensamientos estaban dispersos, se concentró en preparar café y unos huevos revueltos. Al abrir el refrigerador, se recordó a sí misma que en septiembre estaba por comenzar su curso universitario, aunque fuera en la modalidad virtual en noviembre. El pensamiento de regresar a estudiar la hacía sentir un poco más libre, aunque todo este teatro con Lucas aún la ataba a una realidad complicada.

Lucas bajó unos minutos después, ya vestido, pero todavía luchando por acomodarse bien la corbata. Se veía distraído, pero agradecido al sentir el olor a café llenando la cocina.

—Gracias por el desayuno —dijo, con una sonrisa, mientras tomaba asiento y comenzaba a servirse.

—No es nada —respondió Fernanda con una sonrisa leve, sirviéndole una taza de café—. Te ayudará a empezar bien el día.

Mientras comían en silencio, Lucas revisaba su horario en el teléfono. Hoy tenía clases importantes, y sabía que después de ellas, tendrían que prepararse para el cóctel en la noche. Al terminar el desayuno, Fernanda lo observó mientras se levantaba y tomaba el saco que había dejado en la silla.

—Sabes... —dijo ella, rompiendo el silencio—. En noviembre empiezo la universidad virtual. Es algo que he estado esperando por mucho tiempo. Me alegra que finalmente haya llegado la oportunidad.

Lucas se detuvo un segundo, sorprendido por la revelación. Hasta ese momento, no habían hablado mucho de los planes personales de Fernanda, y escucharla hablar de sus estudios le recordó que había mucho más en ella de lo que aparentaba.

—Eso es genial, Fernanda. Me alegro mucho por ti —respondió sinceramente, acercándose a ella—. Sabes que te apoyaré en lo que necesites, ¿verdad?

Fernanda asintió, sorprendida por el tono genuino de su voz.

—Gracias —dijo ella, y por un instante, el silencio entre ellos dejó de sentirse incómodo.

—Hoy será un día largo, entre la universidad y el centro de rehabilitación, y luego el cóctel... —Lucas sacudió la cabeza, como si intentara despejarla—. Tendremos que estar preparados para fingir que todo está bien. Y... —miró su mano izquierda, donde el anillo de bodas brillaba bajo la luz matutina—, asegurarnos de que esto se note.

Fernanda también miró su mano, sintiendo el frío metal del anillo contra su piel. No había escapatoria. Esa noche, en el cóctel, tendrían que parecer una pareja perfectamente feliz.

—Lo sé —dijo ella, con un tono resignado—. Pero al menos por ahora, podemos concentrarnos en el día. Todo lo demás vendrá después.

Lucas la miró con una sonrisa suave, reconociendo el esfuerzo que ambos estaban haciendo por llevar adelante esta farsa. Mientras terminaba de arreglarse, Fernanda se acercó a él y lo ayudó a ajustar la corbata que todavía llevaba un poco torcida.

—Aquí, déjame —dijo, con un gesto práctico. Lucas la observó en silencio mientras ella lo ayudaba. Era un gesto simple, casi cotidiano, pero en ese momento pareció más íntimo de lo que cualquiera de los dos esperaba. Cuando terminó, Fernanda dio un paso atrás.

—Gracias —murmuró Lucas, bajando la mirada por un instante.

—De nada —respondió ella, intentando no pensar demasiado en la cercanía.

—Supongo que deberíamos practicar para esta noche —dijo Lucas, en tono de broma, pero con una seriedad implícita—. Será importante que todo el mundo vea estos anillos. Tenemos que ser convincentes, ¿recuerdas?

—Lo sé. Que se note que estamos "felizmente casados" —dijo Fernanda, repitiendo las palabras con un toque de ironía. Era parte del trato. Era parte de la mentira que ambos habían aceptado.

Con eso, Lucas tomó su maletín, listo para salir rumbo a la universidad. Antes de irse, se detuvo en la puerta y miró hacia atrás.

—Nos vemos más tarde, ¿sí? No olvides que después de mis clases, vamos al centro de rehabilitación.

Fernanda asintió, observando cómo Lucas salía por la puerta. Mientras lo veía irse, sus pensamientos regresaron al cóctel de esa noche. Sería la primera gran prueba de su farsa, y ambos lo sabían. Los anillos debían ser visibles, y las emociones que intentaban ocultar, invisibles.

Lucas se despidió tomando la mochila y un pequeño maletín con su computadora. Tenía la necesidad de abrazarlo, de decirle que le agradecía todo lo que en este momento estaba haciendo. Recorrí la casa. Era simple, pequeña; sin embargo, algo me hacía sentir que este lugar no me pertenecía. La casa donde estábamos era aún más pequeña que la imaginación de mi cabeza; sin embargo, no tuve tiempo de decir nada.

Un pequeño despacho en el que dormía, una habitación diminuta y un tiempo donde todo parecía perfecto. Una escalera tremendamente bonita. Lucas no quería complicarme la vida. Contábamos con esto: planta baja, cocina, despacho y sala, una escalera y una sola habitación, junto con los baños de arriba. Sabía que el plan de Don Humberto era convertir ese despacho y esa biblioteca en mi habitacion —que sobre todo estaba bien amueblada, parecía el lugar perfecto— en la habitación para una mujer que no merecía nada.

Sin embargo, subí a bañarme. Recuerdo que traje una pequeña maleta de carita feliz. La abrí, desempaque unos vaqueros y un blusa blanca , y me lo puse, esperando que todo me encajara a la perfección. El plan era verme decente; sin embargo, en la maleta  encontré una nota. En ella decía:

Te extrañaremos y te queremos demasiado. Es algo que no puedes dudar. Aunque necesites ser alguien, tendrás un lugar donde siempre podras regresar.

Vi cómo en la maleta estabam mis pequeñas joyas había un joyero una cajita de madera color lila. Un teléfono completamente nuevo."—No  te pudimos  dar tu regalo de bodas", reconocí  la letra de Valentina. —"Pero aquí lo tienes, hemos juntado todos nuestros ahorros. Tendrás que estar comunicada.

Sofía te llamará cuando todo pueda. Por ahora, vive tu vida y ve esto como un nuevo comienzo. Trata de vivir, trata de cumplir tus sueños. A través de ti, trata de ser feliz. Siempre estaremos aquí. Eres todo lo que quieras llegar a ser".

Las lágrimas fueron difíciles de contener. Aunque deseaba con todo mi corazón permitir que salieran, algo me lo impedía. La inquietud y la necesidad al mismo tiempo de sentir que no pertenecía a ningún lado. Ni siquiera esto... Esto era demasiado lujo.

Aún recuerdo cómo, al quitarme el vestido blanco con aquel escote y la dificultad que tenía para moverme, me sentía demasiado ansiosa.  Generada al recordar que, mientras me contemplaba en el espejo, miraba mi silueta despejar mi mente por segundos, pero al mismo tiempo me encontraba con la facilidad de volver a iniciar desde el principio. Sin embargo, al sentarme en la cama de Lucas, me di cuenta de que las lágrimas escapaban sin que yo las controlara. Aunque así lo deseaba, no podía evitar llorar.

Dejaba atrás a dos de mis hermanas. El tiempo avanzaba, y ahora había dos respuestas más. Ni siquiera cuando me quité el vestido podía despertar de aquella ensoñación. Aún recuerdo cómo lo dejé tendido en el baño, esperando que, cuando despertara, ya no estuviese ahí, y me hubieran dicho que todo era un sueño. Pero ahora resulta que no.

Ya esta mañana no estaba en  mi  querida carita feliz, ya no estaba tomando desayuno con ellas y riendo, ya no estaba gritando ni jugando básquetbol. Ya no. No había música por las mañanas, no había el ruido de Catalina tocando la campana, no había nada. Al final, me decidí a colocarme un conjunto deportivo color gris, una camisa negra, lo más cómodo posible, unos tenis para hacer ejercicio y correr. El hecho de ya no jugar voleibol por las mañanas no me impedía tener la libertad de decidir o hacer ejercicio.

Sin embargo, decidí correr. Este sería uno de los días en los que debía encontrar la manera de correr por las escaleras. Fue ahí cuando me di cuenta de que, en la planta baja, había otra habitación. En ella había varias cosas. Tal vez ahí podría dormir los próximos años. Sin embargo, me ponía a pensar que ya no serían dos ni tres, sino seis años los que tendría casada. Seis años en los que todo sería mi espejismo, mi fraternidad, y lo que deseaba.

Empecé a enredarme en mis propios pensamientos. ¿Qué pasaba? La casa tenía dos habitaciones, una arriba y el baño. Decidí meterme a bañar. Estaba demasiado tensa, demasiado preocupada. Quería que en cualquier momento la vida saliera de su bucle y me dijeran a gritos que todo era un sueño, que estaba alucinando. Y eso hice. Me puse a hacer lagartijas y a moverme.

Primero, revisé la habitación de Lucas. Recorrí el pasillo de esas tres habitaciones que había en el piso de arriba: el baño, lo que parecía ser un lugar para hacer ejercicio —pues había muchas cosas y cachivaches— y los demás espacios eran historia. Bajé de nuevo. Lucas se preocupaba por mi pierna, pero yo estaba lo suficientemente bien. Sin embargo, para no invadir su espacio, y sobre todo no permitir que estuviéramos demasiado cerca, decidí permitirme dormir abajo. Poner un piso de distancia y una escalera era suficiente motivo para controlar nuestras emociones.

Ahí fue cuando me puse a pensar: ¿por qué maldito motivo estoy pensando en si debo controlar mis emociones por alguien que se supone que es mi amigo y con el que me he casado por contrato? Cancelé ese pensamiento. Si no quiero que se repita la historia, debía mantenerme alejada de Lucas.

Pero la pregunta seguía siendo la misma: ¿por qué deseaba con tanto anhelo mantenerme alejada de él? Era la orden: mantenerme alejada. Era por eso que no me atrevía a decirle que tal vez podría dormir arriba, en ese cuarto de cachivaches. Tal vez porque necesitaba estar lejos. Necesitaba un pretexto, y el pretexto era obvio: me estaba justificando en mi dificultad para moverme y caminar, me negaba a subir las escaleras para dormir arriba. Esa habitación, por algún motivo, estaba cerrada con una llave externa. No me atreví a preguntar, pero algo era oficial me estaba buscando un pretexto para no dormir en la segunda habitacion de arriba.

El cuarto de Lucas, otro cuarto completamente cerrado, el baño, estaban arriba. En la planta baja estaba la cocina, la sala y ese despacho. Ese despacho se convertiría en mi hábitacion. Bajé el vestido y lo dejé en el despacho. Necesitaba limpiarlo y montar mi cuarto. Sin embargo, me negaría rotundamente a seguir durmiendo en aquel sofá. Hablaría con Lucas después para decirle que necesitaba encontrar una solución, que quería dormir o remodelar el piso de abajo para poder moverme con facilidad.

Había ocasiones en las que mi abuelo podía impresionarme, eso era cierto, pero en esta ocasión me había impresionado más de lo habitual. Había preparado la casa: el piso de arriba con el baño, mi habitación y otra habitación que estaba seguro podía proponerle a Fernanda que usara para dormir. Sin embargo, sabía que era demasiada atención. No quería incomodar su espacio, además, la dificultad en su pierna era algo que teníamos que tomar en cuenta. No quería que sintiera que le estaba exigiendo hacer cosas que no deseaba o no podía hacer.

Sin embargo, me sentí automáticamente como la persona más cruel del mundo mientras iba en el auto. Tenía el teléfono en altavoz, recargado en el estéreo, cuando Justin preguntó:

—¿Dormiste con Fernanda? —Era obvio por su risa que no podía contenerla. Sabía que era mi mejor amigo, pero a veces me hacía sentir que estaba charlando con la persona más tonta del mundo.

—Es un matrimonio por contrato, de hecho —respondí, mientras maniobraba entre el tráfico que me invadía—. De hecho, me levanté tarde.

Pensé en voz alta, sin darme cuenta de que estaba compartiendo más detalles de los necesarios.

—Hasta la despensa nos preparó el abuelo —agregué—, dejó tanta comida que Fernanda pudo cocinar.

—¿Y qué tal cocina? —preguntó Justin, cambiando de tema.

—Está buena, pero respétala. Es mi esposa por contrato, pero sigue siendo una mujer.

—¿En qué estás pensando? —Justin sonaba confundido.

—Ah, sí, bueno... me apresuré a comer para no hacerle la descortesía, pero eso me retrasó un poco y ahora voy tarde. Este tráfico no me deja avanzar —dije, frustrado.

—Con el coche negro que tienes, no deberías preocuparte. Mejor preocúpate por tener a Fernanda cerca de ti, que no muerde —bromeó Justin—. Ya te lo dije, durmieron en habitaciones separadas, ¿cierto?

—Sí, yo arriba y ella abajo. Pensé en plantearle que durmiera en la habitación al lado de la mía, pero la verdad es que está cerrada. Supongo que, si nos las ingeniamos y la limpiamos, puede dormir ahí. Pero no quiero exigirle que suba las escaleras si no lo desea. No soy nadie para decirle lo que tiene que hacer.

—Eso suena a pretexto —respondió Justin—. No creo que tenga ningún problema. Se ha movido bien hasta ahora, ¿y ahora resulta que te preocupas por las escaleras? Puede caminar y, si se cansa, podría hacerlo a su ritmo. No exageres.

—Tampoco tú —repliqué, algo irritado—. Mejor dime si debería prepararme algo.

—¿Dónde durmió? —preguntó Justin.

—En el despacho.

Justin soltó un gruñido, como si estuviera fastidiado. Su tono de voz cambió, casi sonaba molesto.

—¿Qué te pasa? —pregunté, confundido por su reacción—. Ese gruñido fue demasiado potente.

—La mujer ha sufrido, y tú la mandas a dormir al despacho. Dices que durmió abajo, pero lo único que sé es que, en esa casa, hay un baño, el despacho y la cocina en el piso de abajo. Si la mandaste a dormir ahí, te recuerdo que ese lugar está lleno de libros, muebles y un escritorio. Tu abuelo lo planeó todo, ¿se te olvida?

—Wow, pareces más amigo de don Humberto que mío —dije, sorprendido—. Pero tienes razón. Fernanda no puede seguir durmiendo en ese despacho diminuto.

Cerré la llamada, sintiéndome culpable. Tenía que hacer algo al respecto, y rápido.

El tráfico no avanzaba, pero mi mente no dejaba de moverse. Justin tenía razón. Fernanda no debía haber dormido en el despacho. Sentí una punzada de culpa en el estómago. ¿Cómo no lo había pensado antes? Era cierto que aceptamos este matrimonio por conveniencia, pero eso no justificaba que la tratara como una simple huésped. Aunque solo fuera de nombre, ella era mi esposa.

Mientras avanzaba lentamente en el auto, recordé los detalles de la noche anterior. El sofá en el despacho era estrecho, y aunque Fernanda no se había quejado, yo sabía que no era el lugar adecuado para que alguien descansara. No había suficiente espacio, ni privacidad. Había sido egoísta al no ofrecerle una mejor alternativa desde el principio.

Durante todo el trayecto hacia la universidad, ese pensamiento me rondaba la cabeza. ¿Cómo podía haber sido tan desconsiderado? Fernanda había aceptado este acuerdo, sí, pero no merecía incomodidad ni indiferencia. No era justo para ella.

Además, algo dentro de mí se resistía a la idea de que alguien más cubriera sus necesidades. No podía seguir dejando que otros lo hicieran. Si Fernanda iba a ser mi esposa —aunque solo fuera en papel—, me correspondía a mí asegurarme de que tuviera todo lo que necesitaba. No importaba cuánto durara este acuerdo; yo sería quien le proporcionara lo necesario. No por obligación, sino porque ella no merecía menos.

Incluso mientras estaba en clase, no podía dejar de pensar en lo que Justin había dicho. "La mujer ha sufrido, y tú la mandas a dormir al despacho." No tenía razón para estar tan molesto, pero en el fondo sabía que Justin tenía un punto. Si Fernanda había aceptado casarse conmigo por conveniencia, lo mínimo que podía hacer era asegurarme de que se sintiera cómoda.

Después de las clases, manejé de vuelta a casa con una decisión firme. No podía seguir dejando pasar esto. Iba a cambiar las cosas.

Cuando llegué, entré rápidamente con la intención de hablar con ella. Fernanda estaba sentada en la sala. hojeando una revista. Me miró cuando crucé la puerta, y por un momento, pensé en lo difícil que debía ser para ella: aceptar este matrimonio, convivir con alguien que apenas conocía.

—Fernanda —dije, un poco torpe—, lo he estado pensando todo el día. No es justo que duermas en el despacho. Deberíamos buscar una solución mejor para que estés más cómoda.

Ella me observó por un instante, como si estuviera evaluando mi sinceridad, y luego esbozó una ligera sonrisa.

—Gracias, Lucas. No te preocupes, de verdad. Me he estado adaptando poco a poco.

Sentí un alivio al escucharla decir eso, pero no me quedé conforme.

—Aun así, no quiero que te sientas obligada a nada. Si necesitas algo, dímelo. De ahora en adelante, yo me encargaré de todo. No quiero que dependas de lo que otros hagan por ti.

Ella asintió, con una expresión suave.

—Me parece justo.

Esa simple afirmación me dio más tranquilidad de la que esperaba. Había cometido errores, pero ahora estaba dispuesto a corregirlos. No se trataba solo de cumplir con el contrato, sino de tratar a Fernanda como se merecía. No podía cambiar el pasado, pero al menos podía empezar a hacer las cosas bien.

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