Devoción
Capítulo 35
A diferencia del otro fin de semana, traté de proponerle a Lucas que hiciéramos algo, pero apenas desayunó. Volví a preguntarle después de nuestra discusión, donde él afirmó que yo sentía algo por Alfredo.
—No quiero pasar ese fin de semana así. Quiero estar contigo, quiero besarte, quiero que…
—Fernanda cambió ligeramente el tono de voz— Quiero que me quieras.
—Te quiero a ti —respondí—. Entonces aleja cualquier tema que pueda impedir nuestra felicidad, aleja a cualquier persona que pueda lastimarte. No sé, hazlo. Hazlo, por favor.
—Entiendo, que es muy difícil, pero estaré contigo. Mínimo dime que lo pensarás.
—Está bien, Lucas. Lo pensaré si tú prometes no tratarme con frialdad.
—¿Te parece si te arreglas y te llevo a comer? De alguna manera siento que debo disculparme por cómo te he tratado estos días, pero entiende que para mí es muy difícil que tu marido esté cerca y no quieras hacer nada contra él.
—Lo entiendo. Y te prometo que para el lunes tomaré una decisión definitiva sobre lo que haré con Alfredo. Por ahora, solo quiero que seamos tú y yo y disfrutemos este fin de semana. ¿Te parece?
—Claro, no se te puede negar nada si tienes esa sonrisa… No se le puede negar nada a esos ojos, con esa sonrisa de niña pequeña y… después, cuando haces un puchero... basta —me ordenó.
—¿Me puedes ayudar? —le dije en tono de niña pequeña—. Quiéreme.
Le hice ojitos de bebé.
—No sabía que me había casado con una niña —dijo cuando pregunté con la voz más tierna que pude—: ¿Me quieres?
—Te amo. Creo que siempre estuve enamorado de ti, Fernanda. Y cuando me miras con esos ojitos a punto de llorar, cuando necesitas mi atención, cuando me miras... quisiera bajarte el cielo y las estrellas porque lo mereces.
—Basta, Lucas, haces que me sonroje.
—Permíteme protegerte. Por eso te ruego que dejes de tenerle miedo a tu marido. Por eso te ruego que te detengas, que juntos enfrentemos un juicio, a la policía y a todo lo necesario.
—Lucas, no insistas más en eso.
Tenía razón, no quería presionarla. La quería demasiado como para hacerlo. No lo podía negar, sin embargo, la amenaza de Alfredo era algo latente. Saber que ese tipo estaba cerca de ella me lastimaba profundamente. ¿Qué tal si la perdía?
—Está bien, te dejo en paz, pero no olvides el tema —dije.
—Claro que no lo olvidaré. Pero créeme, Alfredo no se irá ni aunque le ofrezcas millones. Está obsesionado.
—Pues con más razón necesito que esté lejos de nosotros. Y qué mejor forma que en prisión.
—Y si dejo que te acerques, puede lastimarte, puede hasta matarte. Lucas, no estoy dispuesta a perderte.
Al verla tan desesperada, no me quedó de otra más que abrazarla. Su cabeza quedó en mi pecho, su aroma se impregnó en mi camisa y en el resto de mi ropa. Tenía ganas de besarla, pero tal vez hacerlo demostraría que estaba complacido con su actitud de guardar silencio, y estaba todo menos complacido. No quería a ese tipo cerca, mucho menos de Fernanda. No merecía ni un milímetro de su cercanía.
—Está bien, ya no te ignoraré. Te puedo dar abrazos, pero créeme, no habrá besos hasta que no tenga mi decisión.
—¿En serio? —preguntó con una voz chillona.
—Sí, en serio. No te puedo besar, no debo tocarte porque no estás lo suficientemente segura de lo que sientes por mí.
—¿Cómo lo sabes?
—Si lo estuvieras, defenderías cualquier sentimiento hacia mí y no permitirías que ningún intruso lo ponga en riesgo. Qué tal si él te lastima o te manipula.
—Ya te lo dije, tomaré una decisión, ¿okay?
—Mientras lo haces, mantendré mi distancia. No quiero que él te use ni te manipule.
—No te enojes, entiendo tu punto. Pero también entiende el mío. Mi familia, mis hermanos, mi padre… todos están en riesgo.
—Los podemos traer cerca.
—No van a querer dejar su comunidad. Son hombres de campo, de plantas, de pastura, de animales. Todos los días están ocupados con el ganado, las chivas, los borregos.
—Fernanda, si tú no pones un límite, tu hermana menor podría terminar casada con un tipo como Alfredo. Permítele estudiar, permítele elegir.
—Pero…
—Son tus miedos los que te detienen. Piensa en tu hermana. Proteges a tu familia, pero no proteges a la más pequeña. Déjala soñar, dale un futuro. Corrige lo que no lucharon por ti.
—Está bien, salgamos a disfrutar del día: cine, comida, ambiente, lo que sea —dijo Lucas con una sonrisa, pero su voz reflejaba cierta preocupación.
—Dime, ¿qué quieres, Lucas? —respondió Fernanda, su tono firme—. No quiero interrumpir a Sofía y Valentina. Valentina tiene que prepararse para la universidad.
—Sí, y tú regresas en una semana, ¿cierto? No es como que se vayan a quedar contigo —respondió Lucas, sin poder ocultar su ansiedad.— ¿Por qué no dejamos las cosas fáciles?
—No voy a estar sola —dijo Fernanda con determinación—. Tendrás mi ubicación en todo momento. No es necesario que vengan con caras de preocupación todo el tiempo.
—¿Eso significa que me estás sacando de la ecuación? —Lucas se acercó, tomándola de las manos—. Prométeme que, si algo raro pasa, contestarás el teléfono y me llamarás de inmediato.
—Lo prometo. —Ella sonrió levemente, pero su rostro se endureció con una mirada decidida—. No quiero que nadie más venga a darme órdenes.
Lucas suspiró y, sin previo aviso, la abrazó, la apretó contra su pecho. Entonces, Fernanda, con una sonrisa desafiante, lo besó. Sin pedir permiso, fue ella quien lo atrajo hacia sí misma, intensificando el beso, jugando con su control.
—Eso es trampa —murmuró Lucas, sorprendiendo la situación—. Habíamos quedado en que no nos besaríamos.
—Tú me tienes castigada, pero yo no a ti —respondió ella con picardía.
Sin darle tiempo para replicar, Fernanda se montó sobre él, abrazándolo con las piernas alrededor de su torso, acercándose más, lo suficiente como para sentir la intensidad del contacto. Sus zapatos cayeron al suelo con un leve estrépito, y en sus ojos brillaba algo nuevo, algo que Lucas no había visto en ella antes.
—Lucas, te amo —susurró ella, su voz un eco lleno de deseo.
—Fernanda… —intentó decir él, pero sus palabras quedaron atrapadas en el aire, robadas por el roce de sus cuerpos.
—Si no crees en mis palabras, entonces créeme en lo que sientes cuando mi cuerpo está contra el tuyo —respondió ella, acercándose más, sus labios trazando un camino por su cuello, dejando una marca invisible de posesión.
Lucas dejó escapar un suspiro, sus manos recorriendo su espalda, pero sin poder evitar que el control se deslizara de sus dedos. Fernanda estaba tomando las riendas de la situación, con una confianza que él no esperaba.
Se desplomaron en el suelo, ninguno de los dos pensaba en subir a la habitación. El deseo y la pasión ocuparon el espacio entre ellos, y Fernanda, con un movimiento rápido, le arrancó la camisa, dejándola caer al lado. Lucas, atónito y entregado, no pudo más que seguirle el ritmo, sintiendo cómo su cuerpo respondía al suyo.
—¿Quieres que siga? —preguntó Fernanda, desafiante, con su aliento rozando los labios de él.
—Eres… —Lucas no encontró las palabras para describir lo que sentía. Sus manos se enredaron en el cabello de ella, atrapándola más cerca—. Perfecta.
Pero Fernanda no necesitaba palabras para transmitir lo que estaba sintiendo. Sus manos exploraban sin piedad, sin vergüenza, mientras él se entregaba sin reservas.
Lucas la miró, buscando algo más allá de lo físico.
—Esto… no es solo deseo, ¿verdad?
Ella lo miró fijamente, su mirada profunda.
—No, Lucas. Esto es real. Eres todo para mí.
Esa confesión me rompió, y sin más, nos abandonamos al momento, al encuentro, a la pasión desbordante que compartíamos. Fue un instante de vulnerabilidad total, donde no importaron los miedos ni las dudas, solo el deseo.
El mensaje de Alfredo irrumpió como un balde de agua fría:
—Hola, rata.
Suspiré y dejé mi desayuno a un lado, revisando el resto del mensaje:
Me has puesto límites desde ayer, pero siento que lo haces para evitarme.
Victoria entró en la habitación justo en ese momento, con su cabello perfectamente arreglado y esa mirada inquisitiva que siempre llevaba consigo.
—¿Qué demonios quieres? —le dije, sabiendo que venía a interrogarme.
—Quiero saber qué onda contigo —respondió sin rodeos—. Le prometiste a Alfredo que secuestrarías a su esposa, y ahora lo estás evitando. ¿O es que sigues acostándote con él?
No contesté, pero sabía que la respuesta estaba escrita en mi rostro.
—En efecto —. Sigo acostándome con él.
Victoria me observó detenidamente antes de decir:
—Si ayudas a Alfredo a recuperar a Fernanda, lo perderás para siempre.
—Eso ya lo sé —respondí con desgana.
—Entonces, ¿por qué no lo enfrentas? Dime la verdad, ¿qué quieres con él?
—Me atrae físicamente —admití al fin—. Me gusta acostarme con él, pero lo perderé si lo ayudo a recuperar a su esposa.
Victoria suspiró y, como siempre, ofreció su pragmatismo crudo:
—Si tanto te gusta y tienes miedo de perderlo, entonces mantente como su amante. No es lo ideal, pero es una forma de no perderlo del todo mientras él cumple su obsesión con Fernanda.
—¿Estás sugiriendo que lo use solo por placer?
—Exacto. Pero también quiero que recuerdes algo: en cuanto Alfredo obtenga lo que quiere, puede dejarte. No lo olvides.
Sabía que Victoria tenía razón. Alfredo podía usarme, pero tampoco estaba dispuesta a perderlo. Si lo complacía ahora, tal vez después encontraría otra forma de manejar la situación.
—Gracias, Victoria —dije, levantándome para que esta se despidiera
—No me hagas tu cómplice —advirtió—. No quiero saber más detalles.
Lucas me observó desnuda frente a el .
La mañana apenas comenzaba, y su sonrisa parecía querer suavizar los bordes de mi día.
—¿Qué te parece si este fin de semana olvidamos todo? —me dijo, rodeándome con sus brazos.
—Me parece bien —respondí, —He estado pensando en comprarte un auto —añadió Lucas de pronto.
—No sé manejar.
—Te enseñaré. Así no dependerás de nadie para trasladarte a la universidad.
Asentí, aunque algo en su tono me hizo dudar. Lucas aún guardaba distancia conmigo, y sus besos lo delataban: sus labios tensos, sus muecas al acercarse apesar de estar expuesto y desnudo para mi. Decidí que no lo soportaría más.
Lo tomé del cuello, rodeé su abdomen con mis piernas y lo acerqué aún más.
—¿Qué haces? —preguntó con voz entrecortada.
—Déjate llevar —le susurré—. Prometo que todo estará bien.
Por un instante, sus dudas se disiparon. Mientras mis manos recorrían su torso desnudo, entendi que el día sería nuestro.
El deseo se apoderó de ambos. No había palabras, solo el lenguaje de la piel, de los besos, de las caricias. Era una tregua silenciosa, un intento desesperado de aferrarnos a algo que parecía desmoronarse.
El aire se llenó de susurros y gemidos, de promesas que quizás nunca cumpliríamos. En esos momentos, no importaban los miedos ni las dudas; éramos solo él y yo, atrapados en un instante que queríamos eterno.
Cuando todo terminó, me quedé a su lado, con su respiración cálida sobre mi piel. Lucas dormía profundamente, como si por fin hubiera encontrado paz. Lo observé en silencio, permitiéndome creer, aunque fuera por unos minutos, que ese momento podría durar para siempre.
Pero sabía que no sería así. La realidad estaba al acecho, esperando al otro lado de la puerta. Cerré los ojos y deseé que fuera suficiente para mantenernos a flote un poco más.
La tarde llegó como un recordatorio cruel de que no podíamos escondernos para siempre. La luz que se filtraba por las cortinas parecía burlarse de la calma que habíamos intentado construir durante la noche.
Lucas fue el primero en despertar. Me acarició el cabello con ternura, pero sus ojos reflejaban algo más: preocupación, tal vez arrepentimiento.
—¿Qué estás pensando? —pregunté, mi voz apenas un murmullo.
—Que no quiero que esto termine, pero sé que nos estamos acercando al borde de algo peligroso —respondió, sin apartar la mirada de mí.
—Lo sé —admití—. Pero si no hago esto, Alfredo podría lastimarte… o peor.
Lucas suspiró profundamente, como si estuviera luchando contra una tormenta interna.
—Entonces, ¿qué sigue? —preguntó al fin, su tono resignado pero decidido.
Me incorporé lentamente, envuelta en las sábanas. Sabía que no había marcha atrás.
—Voy a asegurarme de que Alfredo obtenga lo que quiere —dije, mirando por la ventana—. Pero también voy a planear cómo salir de esto sin perderte... ni perderme a mí misma.
Lucas se acercó y tomó mis manos entre las suyas.
—Solo prométeme que, pase lo que pase, no me dejarás fuera de esto. Si vas a enfrentarte a él, lo haremos juntos.
Asentí, aunque una parte de mí sabía que no podía garantizarlo. No quería arrastrarlo más hacia mi caos, pero Lucas era testarudo.
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