Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cuando la boca habla

Capítulo 20

Yo, una mujer predispuesta siempre a hacer lo que debía, había llegado hasta este momento. Existen dichos conocidos: “Uno propone, Dios dispone, y llega el diablo y todo lo descompone”. Mis planes eran únicos, especiales. Tenía que salir corriendo de aquella tienda de ropa para hablar con Lucas. Sin embargo, lo encontré en conversación con un tal Omar, sin tiempo para procesar lo que veía.

El tipo, de cabello castaño, piel blanca y ojos negros, me miró fijamente en cuanto aparecí frente a él. A estas alturas, cualquier gesto de galantería me resultaba predecible. Él recorrió mi figura de arriba abajo antes de hablar:

—Quedan invitados al cóctel. Recuerda, Lucas, será una buena ocasión para acallar esos murmullos que hoy te incomodan… tanto a ti como a tu hermosa dama —dijo, extendiéndome la mano.

—Sí, Omar. Esta noche mi esposa y yo estaremos en el cóctel del señor Wolf.

¿Cóctel? ¿En qué momento Lucas nos había comprometido a algo así? ¿Cuándo esta escapada, que se suponía una luna de miel, se había convertido en algo tan… formal? Sin embargo, lo que vino después me impactó aún más.

Ahora me encontraba en una habitación de tonos verdes, con cortinas grises que ondeaban ligeramente. Estaba esperando a que mi "marido" entrara y se dispusiera a dormir en el piso, como habíamos acordado. Pero él no aparecía, y yo no podía hacer más que observar el entorno. Ese día había descubierto demasiadas cosas. Lucas y yo habíamos reconocido que nos gustábamos, que existía algo mutuo entre nosotros. Yo le pedí que fuéramos despacio, y él estuvo de acuerdo.

—Tú me gustas —me dijo Lucas, con esos ojos miel cafecillo que siempre lograban que me perdiera en ellos.

Por primera vez, sin dudar, respondí:

—Tú también me gustas.

Aquella sencilla confesión había cambiado todo. Habíamos acordado tomarnos las cosas con calma, y no me parecía mal. Al contrario, la idea de estar ahí, junto a él, me encantaba. Pero la situación también era confusa. ¿Cómo podía iniciar una relación si, desde el principio, me había puesto la trampa mental de que no podía enamorarme? Es mi esposo por contrato, repetía para mí misma, pero la incertidumbre se había instalado en mi cabeza.

Era muy temprano. La mayoría aún estaría dormida, disfrutando de lo que para ellos eran unas vacaciones. Pero yo no podía relajarme. Mis pensamientos no me dejaban en paz. A las siete de la mañana, el sol apenas se filtraba por la ventana. A lo lejos, podía ver el mar. Una brisa repentina me envolvió mientras terminaba de recogerme el cabello castaño en un moño deshecho, con algunos mechones sueltos escapando al azar, dándome un aire desaliñado, casi infantil, como si fuera una versión descuidada de Campanita.

En mi pierna aún podía ver las cicatrices y los rastros del accidente con Alfredo, aquel en el que casi la pierdo. El recuerdo aún dolía. No había pasado ni un año desde que mi vida dio ese vuelco inesperado. Ahora estaba casada y, aunque se suponía que la luna de miel duraría cinco años, llevaba apenas semana y media y ya sentía que me estaba volviendo loca.

Fue entonces cuando Lucas apareció.

—Hola, ¿a dónde fuiste? —pregunté.

—A correr por la playa. No me puedo meter al agua, pero eso no me impide disfrutar del paisaje. Eran las cinco de la mañana, así que decidí no despertarte. Te estaba esperando. Espero no haberte molestado.

—Claro que no, no te preocupes. No tienes que darme explicaciones —le respondí de inmediato, aunque por dentro me sentía nerviosa.

Lucas vestía un pants gris, una playera blanca y unos tenis del mismo color. Su cabello castaño, empapado por el sudor, lucía completamente desordenado. Se podían ver gotas resbalando por su frente y algunas manchas de arena y tierra en su pantalón, pero decidí no mencionarlo. A pesar de todo, se veía tranquilo, sereno.

—¿Quieres ir a desayunar? —preguntó de inmediato—. Sé que no es temprano ni demasiado tarde, pero deberíamos tomarnos un tiempo para disfrutar. Ya estamos a media semana de esta luna de miel falsa, así que al menos intentemos sacar algo bueno.

Bajó la mirada por un momento y luego continuó:

—Perdóname por las impertinencias y por todo lo que he causado en estos días: las borracheras, los problemas... No era mi intención hacerlo, mucho menos de esta manera. Prometo enmendarme la próxima semana y en lo que queda de este viaje. Por favor, discúlpame por mis indolencias y mis estupideces. Quiero empezar de nuevo.

—No te preocupes, Lucas, lo entiendo —le dije, mirándolo mientras me acercaba un poco más—. Eres un hombre sometido a mucha presión.

Me fijé en sus tenis blancos y continué:

—Eres un hombre al que le han exigido demasiado, alguien cuyo destino fue escrito por otros y tú te has impuesto a ello. Debo admitir que eres muy fuerte. No cualquiera haría lo que tú. Ningún hombre en su sano juicio dejaría a una mujer tan hermosa como Vanessa... para casarse conmigo.

Lucas levantó la mirada y suspiró.

—Ahí vas otra vez —dijo, mirándome con firmeza—. Deja de compararte con ella, por favor. No lo hagas. No me lastimes.

Salimos de la habitación con las cortinas grises, pero sus palabras seguían resonando en mi cabeza: No me lastimes. ¿Qué podía hacer yo si, al final, solo era una mujer maltratada, y ahora resultaba que Lucas también sufría?

Nos sentamos en el lobby del hotel, como de costumbre, cerca de la barra donde el barman servía todo tipo de bebidas.

—¿Tequila? —le ofreció el barman a Lucas.

—No pienso beber más. Solo quiero disfrutar de un desayuno —respondió, negando con la cabeza.

El mesero se acercó enseguida.

—¿Qué desea tomar, señor?

—Fruta y jugo de naranja. La señora… no sé qué quiera —dijo Lucas, mirándome.

—Miel, waffles y un café, por favor —respondí rápidamente.

—Claro, en un momento, señores —contestó el mesero. Luego, antes de retirarse, añadió—: Por cierto, el señor Omar dejó aviso de que, si desea algún vestido, nuestra tienda en el hotel tiene cualquier tipo de prendas. Puede darse una vuelta cuando guste. La cuenta corre por la casa.

Vestido para qué, dije en un susurro, aunque Lucas lo escuchó claramente.

—¿Cómo que para qué? —me miró incrédulo—. Se te olvida que esta noche es el cóctel.

—¿Planeabas ir solo? —le pregunté, alzando una ceja—. ¿No quedaste en tocar el piano?

Lucas soltó una carcajada suave.

—Claro que no, Fernanda. ¿Cómo crees que iría solo a un cóctel de beneficencia organizado por un empresario estadounidense casado? Eso desataría un escándalo, ¿no te parece? —lo dijo con tanta sutileza que por un instante me sentí como un objeto, una fotografía más para presumir en la vitrina de sus logros. Sin embargo, lo que dijo a continuación me dejó perpleja—. Además, quiero que disfrutes ese mundo, con el apellido que ahora te pertenece. Eres una señora Usabiaga. Eso es algo que debemos usar y aprovechar. Quiero darte eso, Fernanda: la libertad de moverte en un entorno donde quiero que te quedes... para siempre.

Abrí los ojos, sorprendida. Lucas pareció darse cuenta de su desliz y enrojeció, titubeando por un segundo.

—Perdón... Tal vez es muy pronto para pedírtelo —dijo con voz baja.

—Lucas... yo no estoy enamorada de ti —confesé descaradamente, aunque mi corazón me decía otra cosa. ¿Cómo explicarle que llevaba dos años enamorada de él, desde aquella Navidad en la que llegó a nuestra casa? Aún recuerdo cada detalle: iba vestido de blanco, desde la corbata hasta los zapatos. Parecía un ángel en medio de nosotras. No solo organizó la cena y sirvió ponche; también hizo un esfuerzo por conversar y hacernos parte de su mundo, algo que ningún otro benefactor había hecho antes. Desde entonces, su abuelo Humberto no solo se convirtió en mi padrino, sino también en mi mayor apoyo, cubriendo mis estudios, ropa y gastos personales.

—¿Qué pasa? —preguntó Lucas, rompiendo el hilo de mis pensamientos—. Te desconectaste por un momento.

—Lucas... dijiste que querías pasar la vida conmigo. ¿De verdad sabes lo que eso significa? Yo no encajo en tu mundo. No sé comportarme, no tengo la clase ni el prestigio.

Lucas negó con la cabeza, impaciente.

—Fernanda, ¿por qué insistes en eso? El amor no entiende de clases sociales. No me importa si no sabes moverte en este entorno; yo tampoco sé usar bien los cubiertos, y aquí estoy.

—¿Y qué pasa si nunca puedo corresponderte? —pregunté, temerosa de su respuesta.

Lucas respiró hondo.

—Entonces te mantendré como mi esposa por contrato, si eso es lo que deseas. Puedo ser tu mejor amigo y ayudarte a encontrar al hombre indicado para ti. Solo te pido una cosa: elige bien. No soportaría verte sufrir, Fernanda. No podría verte con alguien que no te haga feliz.

Sus palabras no eran celos ni obsesión, sino algo mucho más profundo: un deseo genuino de que yo fuera feliz, aunque eso implicara dejarme ir.

—Soy un loco, ¿verdad? —dijo con una sonrisa triste—. Loco por ti. Pero ya no quiero callar lo que siento. Prometo limpiar mi nombre, dejar atrás al borracho y mujeriego que todos ven. Quiero ser mejor... por ti.

Me levanté del banquillo de madera sin pensarlo dos veces y me acerqué a él. Lucas alzó la mano, ayudándome a pararme frente a él. Nuestras miradas se encontraron, y en un impulso repentino, me puse de puntillas, jalé suavemente su cuello hacia mí, y lo besé.

Por primera vez, fui yo quien dio el primer paso. Por primera vez, fui yo quien inició el beso.

Cuando nuestras bocas se separaron, él me miró con sorpresa, como si acabara de despertar de un sueño largamente esperado.

No esperaba que Fernanda tomara la iniciativa. Jamás la imaginé acercándose así, jalando mi cuello con esa mezcla de determinación y timidez. Sentí su aliento antes de que nuestros labios se encontraran, y el primer contacto fue tan suave que por un segundo pensé que me lo estaba imaginando. Pero no, era real. Me estaba besando.

Al principio, no supe cómo reaccionar. Había algo en ese beso que desarmaba todas mis ideas. ¿Cómo puede alguien que dice que no siente nada por mí besarme así? No había urgencia, ni deseo desbordado; solo una ternura inesperada, como si en ese instante ambos buscáramos algo más profundo que palabras. Sus labios eran cálidos y su lengua exploraba la mía con una suavidad que me dejó sin aliento. Era un beso lento, hecho para ser sentido, para ser recordado.

Disfruté cada segundo. Me dejé llevar sin reservas, como si cada movimiento suyo me invitara a quedarme ahí, como si su boca quisiera conocerme a un nivel que sus palabras nunca admitirían. Sentí cómo mi corazón se aceleraba, pero no por nerviosismo, sino por la conexión que se estaba forjando entre nosotros, una conexión que me confundía más con cada segundo que pasaba.

Su beso decía lo que su boca nunca se atrevería a confesar. Era un contraste abrumador: ella decía que no estaba enamorada, pero sus labios contaban otra historia, una que no podía ignorar. ¿Por qué su boca dice que sí está enamorada, pero sus palabras no? Esa pregunta retumbaba en mi cabeza, mientras que sus labios me decían todo lo contrario. Era un beso bonito, romántico, cargado de una promesa silenciosa, aunque quizás ni siquiera ella se diera cuenta. Y eso me enloquecía.

Cuando nos separamos, me quedé quieto, mirándola, tratando de encontrar alguna respuesta en sus ojos. No había arrepentimiento en su mirada, pero tampoco certeza. ¿Qué significaba este beso? ¿Era un accidente? ¿O tal vez una despedida disfrazada de cariño? No lo sabía, y esa incertidumbre me estaba matando.

"¿Por qué lo hiciste?" quise preguntarle, pero no tuve el valor. ¿Qué sentido tenía preguntar si probablemente recibiría otra respuesta que contradeciría lo que acabábamos de compartir? Me limité a sonreírle, aunque por dentro me sentía perdido.

¿Cómo puede alguien decir que no me quiere y luego besarme así? Ese pensamiento seguía rondando mi cabeza, incapaz de encontrar sentido a lo que acababa de suceder. No sabía si debía emocionarme o preocuparme, si esto era el inicio de algo o simplemente un error del momento.

Pero fuera lo que fuera, me quedaría con ese beso. Era un recuerdo que llevaría conmigo, incluso si nunca llegaba a entenderlo del todo.

Una pregunta era latente: ¿por qué la boca de Fernanda decía que me anhelaba? Lo podía sentir en la forma en que recorría mi lengua, su paladar, su rostro. Sus labios voraces y sus pequeños mordiscos a mi labio inferior eran de una mujer fuerte, pasional, que se había estado conteniendo por mucho tiempo. Sí, algo era cierto: Fernanda no había sido tocada por ningún hombre en cuatro años. Pero, ¿por qué su boca transmitía un deseo hacia mí?

¿Acaso yo hacía algo más que solo usarne como matrimonio  falso?

Ella estaba allí, besándome. Aproximadamente, solo nos deteníamos para tomar aire. Fueron más de tres besos; me besaba con un fervor que me desarmaba. Este pensamiento no podía salir de mi cabeza: ¿por qué parecía como si su boca me hablara, como si quisiera comunicarme algo?

Después de tres intentos de separarnos y volver a acercarnos, le dije de inmediato:

—Fernanda, ¿sientes algo más por mí?

Ella se quedó atónica, sin saber qué decir. Solo levantó una ceja y me respondió:

—¿En qué te basas para decir eso?

—Fernanda, me has besado más de tres veces en solo minutos. Solamente nos hemos separado para tomar aire —continué—. Tu boca me habla, me grita, me anhelas. No me digas que no. No me lo niegues, porque me matas con todo y mi alma.

Por primera vez siento que la mujer de la que estoy enamorado hace meses me corresponde. No me mates, por favor. Dime si las voces que escucho son ciertas.

Me quedé atónito, esperando su respuesta. Era hora de tener el valor, y, ¿por qué no? Conseguir un poco de felicidad, aunque fuera por un minuto. Quería olvidar el mundo entero. Así que, con un susurro lleno de emoción, dijo:

—Sí, Lucas. Te he besado como una mujer que ama y que anhela, porque no sé cuánto te deseo, no sé desde cuándo ni en qué momento, pero sí, te anhelo.

Las palabras de Fernanda resonaron en mí como un eco que prometía más que solo un momento. La conexión entre nosotros era palpable, un hilo dorado que unía nuestros corazones en una danza de deseo y revelación. Nos miramos a los ojos, y en ese instante comprendí que habíamos cruzado una línea que no podría borrarse.

Las dudas se disiparon y, con una sonrisa, me incliné hacia ella para robarle un último beso, saboreando la dulzura de su respuesta y la promesa de lo que podría ser nuestro futuro.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro