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Boleto de cambio

Capítulo 37

La Facultad de Derecho de la Ciudad de México era imponente. El edificio, una joya arquitectónica de estilo neoclásico, se alzaba con columnas robustas y detalles ornamentales que hablaban de siglos de historia. En el vestíbulo principal, los vitrales de colores dejaban pasar la luz de la mañana, creando un espectáculo de tonos brillantes sobre las baldosas de mármol. Los pasillos resonaban con el murmullo de los estudiantes y el eco de pasos apresurados. En las paredes, retratos de juristas ilustres parecían observar con solemnidad a quienes comenzaban su carrera.

Llegue temprano, nerviosa y emocionada. Había preparado cuidadosamente mi atuendo: una blusa blanca, pantalón oscuro y zapatos cómodos. Al entrar al aula, un profesor de cabello canoso y lentes gruesos les dio una breve introducción al curso.

—Hoy solo haremos presentaciones —anunció con voz pausada y seria, para alivio de muchos.

La clase terminó antes de las nueve y media, y para las diez de la mañana ya estaba libre. Decidi aprovechar la libertad para caminar por el Centro Histórico y disfrutar de la Ciudad.

El aire tenía un toque fresco, pero la humedad anunciaba la posibilidad de lluvia más tarde. Mientras avanzaba por el Paseo de la Reforma y se dirigía hacia el Zócalo, el bullicio típico de la capital me envolvía: vendedores ambulantes, músicos callejeros y el característico sonido de los organilleros. Hice una breve pausa en un puesto de café y luego continue  con camino, sintiendo que el día le pertenecía.

Sin embargo, a medida que se internaba por calles menos transitadas, una sensación de inquietud comenzó a crecer en mi pecho. Mire por encima del hombro y note a un hombre alto, de piel blanca y cabello rizado negro, que parecía seguirme. Al principio pensé que era una coincidencia, pero cuanto más trataba de cambiar de rumbo, más claro se volvía que él    me seguía.

Aceleró el paso, tratando de mezclame entre la gente. Doblando una esquina hacia una calle más tranquila, escuchó cómo los pasos detrás de  mi se volvían más rápidos. Mire hacia atrás de reojo y lo veo cada vez más cerca.  Mi corazón comenzó a latir con fuerza.

—¡Déjame en paz! —gritó, aunque mi voz se perdió en el bullicio lejano.

El hombre no respondió. En un movimiento rápido,  me sujetó del brazo y  me cubrió la boca con un pañuelo. El olor penetrante de algún químico me  hizo marear de inmediato. Intentó forcejear, pero mis fuerzas flaquearon. Todo a mi alrededor se tornó borroso mientras sentía cómo la arrastraban hacia un callejón oscuro.

Cuando recuperé la conciencia, estaba en una habitación fría y oscura. La luz provenía de una lámpara colgante que oscilaba ligeramente, creando sombras inquietantes en las paredes desnudas. Sus manos estaban atadas con fuerza, y el frío  le calaba los huesos. —Finalmente despiertas —dijo el hombre, con una voz que me erizó la piel.

Fernanda lo miró fijamente, tratando de ocultar su miedo mientras su mente buscaba desesperadamente una forma de escapar.

No sabía cómo había llegado aquí. El lugar era rústico, oscuro, diferente, y una luz colgante frente a mí me cegaba, impidiéndome ver a cualquiera que me observara desde las sombras. Estaba atada a un catre, apenas cubierta por una cobija raída que no lograba protegerme del frío metal de los alambres que me lastimaban la espalda y las piernas. Sin embargo, no dije nada.

Al menos, me tranquilizaba pensar que no estaba desnuda, y que el hombre frente a mí no parecía estar interesado en mi cuerpo. Pero esa falsa calma se desvaneció en cuanto noté su presencia. Estaba sentado en una silla frente a mí, observándome con una sonrisa maliciosa. Su rostro estaba parcialmente oculto por un antifaz negro, como los que se usan en las fiestas de máscaras.

—Finalmente despiertas —dijo con una risa grave, burlándose de mí.

—¿Quién eres? —pregunté, intentando que mi voz sonara firme, aunque no podía evitar un leve temblor.

Él inclinó la cabeza, divertido por mi pregunta.

—¿Quieres hablar de qué hiciste con mis sueños? —dijo con un tono burlón.

Fruncí el ceño, confundida. "¿Sus sueños?"

—¿Tus sueños? —repetí con sarcasmo—. No sé de qué hablas.

Su expresión se endureció, y la oscuridad en su mirada me hizo estremecer.

—Claro que lo sabes. Si no hubieras interferido, no estarías aquí. Pero tenías que arruinarlo todo. Ahora tendrás que aprender una lección.

Me removí en el catre, tratando de acomodarme. Las esposas en mis muñecas y tobillos mordían mi piel cada vez que intentaba moverme. "¿Una lección?" No entendía de qué hablaba, pero algo me decía que no quería averiguarlo.

—¿Una lección? —pregunté con sarcasmo, intentando ocultar mi miedo—. ¿Qué clase de locura es esta?

El hombre se inclinó hacia mí, su rostro peligrosamente cerca del mío.

—Estás casada, ¿verdad? —preguntó de repente, ignorando mi pregunta.

Mi estómago se hundió. Lucas. Lo recordé esa mañana, insistiendo en que me dejara recoger por él. Su preocupación constante, su amor incondicional… y yo lo había rechazado. "No quiero que faltes más a tus clases," le había dicho. Y ahora, por esa decisión, estaba aquí.

—¿Qué importa si estoy casada? —respondí con un hilo de voz.

Él dejó escapar una carcajada seca, mientras sus ojos recorrían las marcas en mi pierna derecha. Levantó un poco la tela de mi pantalón, exponiendo las cicatrices que cruzaban mi piel, vestigios de un pasado que prefería olvidar.

—Si te quiere tanto, ¿por qué te dejó caminar sola por la ciudad? —dijo, con un tono burlón—. Con tu historial, eso fue un error… incluso para alguien tan estúpida como tú.

Sus palabras eran como puñaladas. Sentí una mezcla de rabia e impotencia ardiendo en mi pecho.

—Déjalo fuera de esto —dije, mi voz quebrándose.

Él sonrió, una sonrisa cruel que no llegó a sus ojos.

—Ah, pero ahí está el problema, ¿no? Si él sufre, tú sufres. —Se inclinó más cerca, susurrándome al oído—. Tal vez debería arrancarle los ojos. ¿Qué dices? ¿Te haría feliz?

—¡No! —grité, sacudiendo la cabeza—. Hazme lo que quieras a mí, pero no lo toques.

El hombre se detuvo, observándome en silencio por un momento. Luego se apartó, cruzando los brazos.

—Vaya, Fernanda. Tienes agallas, lo admito. La mayoría ya estaría llorando y rogando por su vida. Pero no te equivoques. No soy tan compasivo como para dejarte salir de esta fácilmente.

El nudo en mi garganta se hizo más fuerte. "¿Qué quiere de mí?" pensé, mientras su presencia oscura llenaba el pequeño espacio.

—¿Por qué haces esto? —pregunté con un hilo de voz—. Ni siquiera te conozco.

—Porque puedo. —Su respuesta fue directa, fría, y me dejó helada. Luego, su expresión cambió, volviéndose más oscura—. Pero también porque quiero que él sienta lo que yo sentí. Quiero destruirlo… y tú eres el medio perfecto para hacerlo.

Me quedé en silencio, paralizada por sus palabras. No había forma de razonar con alguien así.

—Vamos a jugar un poco, Fernanda. Pero no te preocupes, —dijo, sacando algo de su bolsillo—, será divertido… para mí.

Su sonrisa sádica fue lo último que vi antes de que apagara la luz colgante, sumiéndome en la oscuridad total.

Oscuridad total apenas podía distinguir  alrededor, pero sabía que algo estaba mal. Una risa sádica rompió el silencio, resonando en la habitación como una amenaza latente.

De repente, una voz emergió de la penumbra.

—¿Crees que Lucas haya terminado todas sus clases? —preguntó con un tono calmado pero impregnado de malicia.

Sentí un escalofrío recorrer su espalda. Su nombre había salido de la boca de un desconocido, un hombre que no parecía tener intenciones de revelar su rostro. La luz colgante ilumino su antifaz negro, un contraste con su gabardina y guantes oscuros.

—¿Quién eres? —logró decir con voz temblorosa por segunda vez.

El hombre rio nuevamente, inclinándose hacia ella.
—No te conozco, Fernanda. Pero sí sé quién eres y lo que has hecho. Tú eres la causa de que alguien muy importante para mí sufra. Alguien a quien tú arruinaste.

Sentí cómo mi pecho se apretaba. No entendía a qué se refería, pero la mención de Lucas la llenó de un pánico indescriptible.

—No sé de qué hablas… —murmuró, luchando por mantener la calma—. No le he hecho daño a nadie.

El hombre ladeó la cabeza, observándola como si fuera una presa acorralada.

—¿No lo sabes? —preguntó, burlándose—. Claro que lo sabes. Todo lo que tocas se convierte en cenizas. Tus decisiones tienen consecuencias. ¿No te has dado cuenta de eso, Fernanda?

Intente zafarme de las esposas, pero el metal mordió mi piel con cada movimiento. La desesperación comenzaba a invadirme.

—Por favor… si esto es por dinero, podemos arreglarlo. Pero no involucres a Lucas. Él no tiene nada que ver con esto.

El hombre se echó a reír, un sonido gélido que hizo eco en la habitación.

—Lucas, Lucas… Siempre Lucas. ¿Qué tiene ese hombre que estás dispuesta a sacrificarte por él? ¿Qué pasaría si lo llamo ahora mismo y le digo que venga? ¿Crees que correría a salvarte?

—¡No lo llames! —exclame min voz quebrándose por el miedo.

El hombre se detuvo, observándo con interés renovado.

—¿Y por qué no debería? Es tan divertido jugar con ustedes, ¿sabes? Uno sufre, y el otro también. Un efecto dominó de dolor

Aprete los labios, obligándome a no mostrar debilidad.

—Escúchame. —Mi voz temblaba, pero intentó sonar lo más convincente posible—. No necesitas involucrarlo. Haré lo que sea necesario. Pero déjalo fuera de esto.

El hombre levantó una ceja, como si sus palabras lo hubieran sorprendido. Luego sacó un celular del bolsillo y lo encendió lentamente, manteniendo sus ojos fijos en ella.

—¿Lo que sea? —preguntó con un tono que destilaba burla—. Eres más interesante de lo que pensé. Pero dime, ¿qué podrías ofrecerme que sea más entretenido que ver cómo Lucas sufre por ti?

Trague saliva, luchando por mantener la compostura. Sabía que él disfrutaba de su tormento, y que cualquier debilidad que mostrara solo lo alentaría a continuar.

—Si lo involucras, te arriesgas. Él puede llamar a la policía. Puede hacer que todo se complique. Pero si solo me tienes a mí, tendrás el control absoluto. No necesitas a nadie más.

El hombre dejó de deslizar el dedo por la pantalla, como si estuviera considerando sus palabras. Luego, guardó el celular en su bolsillo y se acercó a  hacia mí  inclinándose lo suficiente como para que pudiera sentir su aliento frío.

—¿Crees que puedes manejarme, Fernanda? —susurró, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y amenaza—. ¿Qué garantía tengo de que no intentarás nada estúpido?

Sostuve una mirada, a pesar del miedo que sentía.

—No tengo opciones. Estoy aquí, atada. Tú tienes todo el poder. Pero si traes a Lucas, entonces ya no lo tendrás. Déjalo fuera, y haré lo que quieras.

El hombre se alejó un poco, cruzando los brazos mientras la observaba con una sonrisa torcida.

—Eres lista. Lo admitiré. Pero recuerda esto: ahora me debes mucho más de lo que imaginas. Y créeme, voy a cobrármelo.

Asinti en silencio, con  mi mente trabajando a toda velocidad para encontrar una forma de salir de esa pesadilla. Sabía que el precio de proteger a Lucas sería alto, pero estaba dispuesta a pagarlo. En la oscuridad de esa habitación, hice una promesa silenciosa: no importa lo que pase, no dejaría que el monstruo queme tenía en sus garras ganara.

sentía la adrenalina correr por sus venas, pero también el miedo como un ancla pesada que me mantenía atada al catre. No podía dejar de pensar en Lucas, en cómo había terminado enredada en esta situación. Cada segundo con ese hombre parecía una eternidad, y aunque había logrado convencerlo de no llamar a Lucas, sabía que su peligro apenas comenzaba.

El hombre se movía con lentitud calculada, como un depredador disfrutando el momento previo al ataque. Encendió una lámpara tenue que proyectó sombras largas en las paredes. El resplandor apenas alcanzó a iluminar su figura, pero fue suficiente para que notara cómo retiraba sus guantes lentamente, revelando unas manos grandes, toscas, marcadas por cicatrices.

—Sabes, Fernanda —comenzó a decir mientras se acercaba—, hay algo que siempre me ha fascinado de la gente como tú. Los que aparentan ser fuertes, pero en el fondo... son tan frágiles.

Se detuvo frente a ella, inclinándose lo suficiente para que su rostro quedara a centímetros del suyo. sentía su respiración irregular y supo que sus intenciones iban mucho más allá de lo que ella había imaginado. Quiso gritar, pero su voz se atoró en su garganta.

—No me mires así —continuó, sonriendo—. Prometiste hacer lo que yo quisiera, ¿o no? Y ahora, Fernanda... quiero que me demuestres qué tan dispuesta estás.

Intentó zafarme, moviéndose de un lado a otro, pero las esposas me mantenían firmemente inmovilizada. El pánico se apoderó de mi mientras él deslizó sus manos hacia los botones de su gabardina, quitándosela con una lentitud exasperante.

—No te resistas. No empeores las cosas —susurró, acercándose más.

—¡No! —grite finalmente, con todas  mis fuerzas—. ¡No puedes hacerme esto!

La respuesta fue una carcajada, un eco cruel que rebotó en las paredes. El hombre tomó su rostro con una mano, obligándola a mirarlo directamente.

—¿Quién va a detenerme, Fernanda? Nadie viene por ti. Nadie sabe dónde estás.

Cerre los ojos, intentando calmar el torbellino en mi cabeza. Mis pensamientos se mezclaban: miedo, rabia, desesperación. Pero entre todo ese caos, un recuerdo emergió, una voz que le decía que no importaba cuán oscuro fuera el momento, siempre debía buscar una salida.

—Tienes razón —dije con voz apenas audible, mi mente buscando tiempo mientras intentaba tantear el terreno con mis pies—. Nadie viene por mí… pero tampoco vendrán por ti cuando esto termine.

El hombre se detuvo, intrigado por su cambio de tono. Esa pausa fue todo lo que necesite. Con un movimiento rápido, logró empujar el catre hacia adelante, golpeándolo en las rodillas. Aunque su cuerpo estaba atado, había conseguido algo crucial: tiempo.

El hombre se tambaleó, maldiciendo mientras retrocedía.  Respire hondo y grite con todas  mis fuerzas, con la esperanza de que alguien, quien fuera, pudiera escucharme.Respiró hondo, intentando controlar el temblor en mi cuerpo mientras estudio al hombre frente a mi Su rostro, oculto parcialmente por el antifaz, mostraba una sonrisa torcida, llena de soberbia. Había algo peligroso en sus ojos, algo que le decía que sus palabras serían tan mortales como sus acciones.

—¿Sabes? —dije, dejando que un tono seductor cubriera su voz—. Ni siquiera sabes para quién trabajas.

El hombre alzó una ceja, divertido, pero no respondió. Fernanda continuó, sus  curvándose en una leve sonrisa mientras inclinaba un poco la cabeza hacia un lado.

—La persona que te tiene aquí, intentando secuestrarme… ella me odia demasiado. —Hice una pausa, tocándome el labio inferior lentamente—. ¿Por qué querría mantenerme viva? Para ella, mi muerte sería más conveniente, ¿no crees?

El hombre pareció dudar un momento, pero luego recuperó su compostura, soltando una risa baja y burlona.

—No es cierto —contestó con firmeza—. Ella volverá por ti. Estarás aquí el tiempo que necesite para cumplir su misión. Después, se deshará de ti… y de mí también, tal vez. Pero antes de eso, ella y yo seremos felices. —Su tono se volvió más ansioso, como si intentara convencerse a sí mismo de sus palabras—. Ella me ama.

Apretó los dientes al escuchar esas palabras, aunque mantuvo la máscara de serenidad. En su mente, las piezas comenzaban a encajar. Solo había una mujer capaz de manipular de esa manera a un hombre: Vanessa. La sonrisa de Fernanda se ensanchó, aunque por dentro hervía de rabia.

—¿Ella te ama? Claro… tú eres su títere perfecto. —Se permitió soltar una pequeña risa, notando cómo el hombre tensaba la mandíbula ante su comentario—. ¿Crees que eres algo más para ella? Eres solo el boleto de cambio.

—¡Cállate! —gruñó el hombre, acercándose más a ella, pero  no retrocedí. En lugar de eso, inclinó la cabeza hacia adelante, acercando sus labios a los de él.

—Pero tal vez… —murmuró, dejando que su voz se volviera un susurro—, tal vez podríamos cambiar las cosas. Tú podrías ser libre. Yo podría ser libre. —Llevó la lengua a su labio inferior, humedeciendo lentamente—. Puedo hacer cosas maravillosas… si me quitas estas esposas.

El hombre se detuvo, sorprendido por el repentino cambio de tono. Fernanda aprovechó ese momento, inclinándose hacia él mientras sus ojos buscaban los suyos. Su voz se volvió aún más baja, casi una caricia.

—Piensa en ello. ¿Qué va a pensar ella cuando descubra que mis labios estuvieron tan cerca de los tuyos? —Me inclinó aún más, hasta que sus alientos se encontraron—. Podríamos adelantarnos a su plan. Tú me liberas, yo hago que valga la pena.

El hombre tragó saliva, indeciso, pero claramente afectado por las palabras de Fernanda. Bajó la mirada hacia sus labios, vacilando.

Sentí una chispa de esperanza al notar su duda. Pero antes de que pudiera continuar, el sonido de un teléfono interrumpió el momento. El hombre se incorporó rápidamente, sacando un dispositivo de su bolsillo. Al ver el nombre en la pantalla, su expresión se endureció.

—Es ella —dijo, alejándose unos pasos mientras contestaba la llamada.

Observó cómo el hombre hablaba en voz baja, moviéndose por la habitación. Sus palabras eran ininteligibles, pero el tono de su voz indicaba que estaba recibiendo órdenes claras.

Cuando colgó, sus ojos se clavaron en  mi con una mezcla de desprecio y algo más: peligro.

—Bonito intento, muñeca. —Se acercó de nuevo, con una sonrisa torcida—. Pero ella no es tan fácil de engañar. Y tú… tampoco te vas a salir con la tuya.

Sentí cómo el nudo en su garganta se apretaba, pero mantuve la mirada fija en él. "Esto no ha terminado", pensé mientras el hombre levantaba una pequeña llave y  al girarla en la cerradura y salir despavorido

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