Amor de familia
Capítulo 3
—¿Por qué estaba tan cerca de ti? —dijo Valentina, entrando a la habitación y arrebatándome la cobija. Me zarandeó como a una niña pequeña a la que le quitan la manta porque tiene que levantarse para ir a la escuela. Odiaba esta situación. Me arrebató la cobija y me dio una nalgada.
—¿Qué te pasa? —le dije con ternura, pero al mismo tiempo con molestia, casi como un chillido de niña haciendo un berrinche—. Levántate, date cuenta... ¿Qué pasó entre ustedes? Estaba demasiado cerca de tu piel, casi te besa. Por favor, dime qué sucede. ¿Disfrutaste? ¿Comiste rico? ¿Te ha besado?
—¡Basta! ¿De dónde sacas tanto? —le dije, sentándome en la cama. Sabía que ya era imposible dormir cuando Valentina se metía una idea en la cabeza.
—Eso dice la youtuber.
—¿Eso dice quién? —le pregunté, extrañada.
—La entrevistadora, el periódico, ¡todos! Además, yo vi algo cuando fui a abrir la puerta para ver si ya llegabas. Lucas, tu adoración, el hombre al que admiras, estaba demasiado cerca de ti. Eso no es coincidencia, ¿verdad?
—Estábamos cerca porque estábamos hablando, Valentina. Deja de preocuparte por cosas que no tienen ningún sentido.
—Sí, claro, María Fernanda. Tu perdición, la persona que más admiras, que venía a jugar con nosotras voleibol hace unos meses, y tú nada más lo veías y suspirabas como colegiala... estaba a tres metros de ti y, casi tan cerca de tus labios, que podría jurar que se sentía su respiración. Y tú, como si nada pasara, como si la Virgen te hablara. ¡No me hagas reír! Para que él estuviera tan cerca y casi, casi hablándote con el tono serio que estoy segura usaba, es porque estaban hablando de algo serio, de lo que pasó en esa reunión. Y tal vez los medios no estén tan locos.
—¿Pues qué dicen? —pregunté.
—Hace rato, cuando vimos el noticiero, salió una nota de espectáculos. Dice que una tal periodista, Victoria, dijo que ustedes estaban encerrados en el auto, bien acaramelados y muy cerca. Ahí se ve a Lucas cerca de tu boca, pero yo sospecho que es una foto editada, ¿verdad?
—Claro, estábamos charlando en el auto sobre esa periodista impertinente que se apareció en nuestra comida. No debió interrogarnos. Además, Lucas hizo todo lo posible y se portó como un caballero para cubrir mi rostro y que su futura esposa no saliera del anonimato —contesté de inmediato, tratando de improvisar. ¿Acaso esa periodista nos había visto? ¿Había visto que Lucas y yo nos habíamos besado?
—. ¿Qué dijeron esta mañana en las noticias? —pregunté con ansiedad.
—Vaya, parece que ya te interesó —dijo Valentina
—Solo contesta. ¿Qué comentaron? ¿Qué sucedió?
—Pues comentaron que te vieron con él. Dijeron que tu vestido estaba muy sencillo, pero que parecías una chica amable. Vieron tu coleta, pero no tu rostro.
De inmediato, Valentina tomó un periódico en papel. Luego apareció Catalina, una mujer seria, de unos 40 años, con el cabello negro y piel blanca.
—¿Puedo pasar? —preguntó.
—Claro —contesté.
—No te levantaste a comer —dijo la mujer—, pero sospecho que estabas demasiado cansada.
Me levanté de la cama, me quité la pijama y me despabilé un poco.
—Perdón, anoche fue un día difícil.
—Lo sé, no tienes por qué repetírmelo. Eres la noticia. Eres la mujer que todo el mundo envidia en este momento. Eres la nota —Catalina sacó su tableta, metida en el protector naranja habitual, tan llamativo en ella—. En el programa de hoy dijeron lo siguiente: "Lucas, como todos conocen, es nieto de Humberto, uno de los mejores transportistas del país. México últimamente se ha visto envuelto en escándalos legales y de faldas, más específicamente de violencia de género, pero parece que hay una mujer que lo está haciendo cambiar de opinión. ¿Habrá una mujer que lo eduque y le enseñe valores sobre cómo se debe tratar a una dama? ¿Habrá una mujer que con amor, cariño y respeto le quite esa mala fama? Parece ser que Lucas tiene un nuevo romance.
—El nombre de la desconocida se desconoce; sin embargo, se les vio muy juntos en un restaurante ayer por la noche. En todo momento, como buen caballero, Lucas protegió a su dama, cubriendo su rostro. Se les vio convivir, comer pasta y disfrutar de una noche de vinos, tanto así que Lucas, como buen caballero, le ayudó a bailar, la puso sobre sus pies y la fue guiando. Poco después, salieron del restaurante y permanecieron en el auto negro del joven durante mínimo una hora. Se les pudo ver muy cerca. ¿Este será el nuevo comienzo de Lucas?"
—Eres la nota —dijo Catalina con algo de risa—. Sin embargo, tu rostro tiene que seguir oculto hasta el día de la fiesta. El sábado será el cóctel y tu presentación. ¿Qué tanto sabes de ese trato?
—Muchas cosas de mujer. Marcela me dijo que te cuidara. Mientras tanto, sabe que tienes miedo, y ella también teme que en cualquier momento te arrepientas de ser la esposa ficticia de ese joven. Pero he de decirte que no te juzgo, simplemente es una escapatoria. Mereces ser feliz. Espero que cuando te vayas con él, tu marido no te tenga en la mira con tanta facilidad. En serio, Fernanda, deseo que seas feliz.
Me daban ganas de abrazar a la mujer y decirle que así sería. Sin embargo, sabía que después del beso con Lucas las cosas podían arruinarse más rápido de lo que yo quería y, sobre todo, podría arruinar mi matrimonio ficticio de la noche a la mañana. Me vestí como de costumbre: unos jeans, zapatos negros y una camisa azul. Mi ritual sagrado del día comenzaba con un tremendo desastre en mi cabeza y en mi mente. ¿Qué tanto decía la periodista? Sabía que esa era la Nota.
Fui a la cocina de inmediato, el noticiero se encendió. A Catalina le gustaba la idea de darnos una vida lo más normal posible. Teníamos acceso a computadoras y entrenamiento de costura, claro, todo controlado. Encendió la tele mientras todas nos reunimos en el desayuno. Éramos unas 15 mujeres las que yo conocía a la perfección: Valentina, Sofía, Daniela y Carla, personas únicas y especiales, guerreras valientes que habían vencido todos los obstáculos que nadie merecía superar. Mientras tanto, me quedaba mirando el panorama, tratando de encontrar una respuesta, pero no pasaba nada.
En ese momento, Sofía, aprovechándose de su algoritmo y de que yo era una de sus mejores amigas, dijo:
—Acércate a la tele, ven ahora.
En ese preciso instante, salía la periodista que habíamos visto anoche, la que Lucas había llamado Victoria. Estaba en un programa de chismes, algo así del espectáculo, "La llamada del sol" o algo parecido.
—México se levanta de mañana —dijo antes de comenzar—. Como todos sabemos, por algunas razones, el joven Lucas Usabiaga se iba a casar con la hija del político Vanessa, hija de Raúl González. Se dice que podrían vengarse de Lucas por el daño que le han causado a su princesa. A este chico, su ex prometido, se le conoce por salir con varias mujeres, entre ellas destacan Vanessa, Dalila y Margarita Díaz, la actriz de comerciales y novelas de drama. También se reconoce que el joven es un reconocido modelo...
Abrí los ojos como platos. **¿Lucas es modelo?** La periodista continuó:
—Se le conoce por su gran talento hacia el piano. Se reconoce que el joven toca algunos instrumentos musicales, es modelo de ropa y perfumería, pero hace unos años se retiró. Tenía una carrera de adolescente, pero a los 19 años decidió retirarse. Sin embargo, dudo que este mundo no sea lo suyo. Ahora es estudiante de mecatrónica y aún su fama sigue siendo importante, tal vez no en lo artístico, pero sí en los negocios. Todo el mundo espera que se convierta en el líder de la empresa de transporte de su abuelo. De buena fuente nos informaron que Lucas había vuelto al ruedo desde el minuto en que se hizo su escándalo. Fue a prisión, estuvo unos meses escondido en una madriguera, no daba señales de vida hasta el día de ayer. Varios de mis compañeros y yo fuimos testigos de esta reunión donde se encontraba con una mujer de cabello castaño, piel clara y ojos cafés, que no permitió que se distinguiera su rostro. Es por eso que no les estoy presentando una foto, pero esto es lo que alcancé a distinguir.
En ese momento, salieron fotos mías con Lucas hablando en la mesa, fotos de cómo ataba mi coleta, de cómo compartimos la pasta y de cómo le ayudaba con los cubiertos.
—Parece ser que hay una mujer ciega, señores, pues con la fama que tiene Lucas, era muy difícil que se volviera a reunir con alguna chica de algún estilo. Sin embargo, parece que esta jovencita no ve la mala fama de su pareja. Les comento —dijo la periodista cubriendo sus piernas— que en todo momento, el joven Lucas le cubrió el rastro. ¿Quién será la misteriosa? El sábado hay un cóctel la semana, apenas comienza. Esperemos que haya un resultado pronto. Mientras tanto, buena suerte a la señorita Vanessa, pues ya tienen fecha. He de decir que hay alguien haciéndole competencia en este momento por el amor de su amado. ¿Quién será la enigmática y misteriosa joven que le quiere dar batalla a Vanessa, la hija del político?
—Con esa cercanía —dijo Valentina con sarcasmo—, ¿cómo no van a empezar a sospechar? Tuvieron demasiada cercanía.
—Me pregunto qué pensaba la señorita Villarreal de todo esto. **Era un desastre total**, dijo Victoria. Sin embargo, Lucas es muy consciente de que no podrá seguir ocultando a su señorita. El sábado podremos descubrir quién es la candidata al amor de Lucas Usabiaga. Mientras tanto, mantengan los ojos abiertos porque cualquier mujer que esté cerca de él podría ser nuestra misteriosa modelo.
El desayuno, la comida y cada uno de los planes se habían vuelto rutinarios. Yo preparaba mi maleta; faltaban pocos días para mudarme a esa casa. Después de anunciar el compromiso, se suponía que me casaría en una boda civil. No habría problemas porque, como ya mencioné, me había casado por medio de un ritual. Me sorprendía lo mucho que había llegado a contarle a Lucas en esta ocasión. Este matrimonio sería por términos legales, bajo las leyes que el gobierno establece. Lo único que pedía era que denunciara a mi marido. No estábamos casados ante la ley, así que, como entenderás, no tendría por qué haber un divorcio. Sin embargo, había algo en mi interior... **Iba a firmar un papel y, ante un juez, decir "sí, acepto".**
Aceptaría al hombre que me acompañó en todo este proceso, al chico que iba y nos traía comida, jugaba fútbol con nosotras, nos hablaba de moda, nos trataba con cariño y nos recordaba lo valiosas que éramos. Cualquiera que viera a Lucas sonriendo no podría imaginar que fuera un hombre abusador o golpeador; ambas sabíamos que eso era una completa mentira. Me refiero a mis amigas y amigos. Lucas bailaba con nosotros. Muchas veces me insistió en que invirtiera tiempo en la terapia física. Mi pierna no camina bien; lo hace de forma chueca y, si camino demasiado, me canso, la fuerza comienza a fallarme. Todo eso, a causa de los golpes que Alfredo me dio.
Aunque no estuviéramos casados legalmente, Alfredo fue mi pareja. Solo por haber compartido situaciones maritales y la mayor parte de mi vida con él, y por no haber estado conmigo en esos momentos, podía meterlo en prisión. Sin embargo, tenía demasiada conciencia de que una cosa era el maltrato doméstico que me causaba y otra, la sensación de poderlo acusar. Si descubrían que había estado conmigo cuando aún era adolescente, casi una niña, sería un delito demasiado grave. Desde abuso hasta pedofilia, el peso de la ley sería aplastante. Él tenía más de 30 años y yo 15. Eso era algo cierto. Muchas veces le dije a Marcela que el delito ya había prescrito, pero también era verdad que tal vez ni siquiera era consciente de ello. Tenía miedo de que la policía se pusiera a investigar y descubriera que estuvo conmigo desde que era una niña. Eso era algo cierto.
Mis padres eran artistas. Mi padre pintaba casas y sembraba; mi madre hacía esculturas. Siempre estuvimos relacionados con el arte. Me gustaba pintar figuras de cerámica. Aún recuerdo cuando Lucas me acompañó a pintar alcancías en una de las manualidades de la casa. Me hizo recordar ese hogar, ese bonito sabor a hogar…
Cuando Don Humberto dijo que me tenía que casar con su nieto, jamás creí que sería un matrimonio fingido, mucho menos que en el primer encuentro sucedería un beso y que tendríamos que tener citas para que el compromiso no sorprendiera a nadie de la noche a la mañana. Según íbamos a decir, llevábamos bastante tiempo saliendo y que por eso, en los últimos meses, había rechazado a Vanessa. Porque, se supone, la señorita rica Vanessa Villarreal, no era nada comparada con una mujer que había tenido un marido maltratador, una mujer que no valía la pena y se sentía poca cosa, no valía nada. Sin embargo, no dije nada. Solo me sentí enojada, frustrada, porque me sentía insuficiente. No podía creer cómo me besaba... un beso sencillo, tierno, limpio.
Para una mujer sucia.
Me acerqué a Valentina y a Sofía, quienes se encontraban jugando lotería con las demás chicas.
—¿Qué toca hacer hoy? —preguntó Valentina al verme acercar.
—Toca jugar y luego ir a otra cita. Cualquiera te envidiaría, y no puedes mirarlo —dijo Valentín.
—¿Que no puedo mirarlo? —le pregunté incrédula—. ¿Por qué dices que no puedo mirarlo?
—Pues sí, pareciera que no ves... está ciega. Él estaba tan cerca de ti cuando yo abrí la puerta, que me sentí como la intrusa, como el mal tercio que no debía interrumpir la cena de los enamorados.
—Ojalá fueran enamorados —le dije con risa—. No hay amor ni la otra cosa, solamente somos amigos que tienen una cita y que ahora se van a casar.
Sofía rió ante mi comentario.
—Mínimo no te tendrás que divorciar. Lo tuyo con Alfredo fue un ritual, fue tu pareja sentimental, pero nunca fueron nada ante la ley, ni siquiera física y emocionalmente. Te casaste para escapar de casa, para darles dinero, y ahora resulta que de la nada vas a sentirte culpable por lo que has hecho.
Esas dos me conocían muy bien. Sabían que me casé para evitar problemas económicos, para que mi familia tuviera un sustento y también para evitar problemas legales con Alfredo. Si yo llegaba a denunciarlo o a enfrentarlo, de algún modo u otro tendría problemas a futuro.
No sabía qué hacer. Pues cuando él se enterara de que yo me casaba, todo sería basura. En unos pocos meses comenzaría el contrato que por años me pondrá a pagar.
Había llegado nuevamente a las 6 de la tarde. Dios mío, rogaba al cielo que fuera sábado y estábamos a miércoles. Esta vez me puse unos jeans, unos zapatos blancos y una camisa negra. Até mi coleta de nuevo con doble nudo, tratando de que esta vez no se zafara. Pero a diferencia de las otras ocasiones, en esta no llegó un chofer, llegó Lucas. Despeinado, su cabello castaño y su piel blanca me hacían ver que apenas se había bañado y había salido corriendo.
—¿Lista? —preguntó mientras yo abría la puerta.
—Claro, ¿a dónde vamos?
—Al cine, hay algo que quiero ver —contestó—. Por cierto, el abuelo me dijo que no se va a firmar ningún contrato, solamente nos casaremos, pero ningún contrato que admita este trato.
—O sea, ¿que tu abuelo no me obligará a firmar ningún contrato legal que me comprometa como tu esposa?
—No, no desea hacerlo, no desea que lo hagas de esa manera, prefiere que seamos de la manera más neutral.
Llegamos al cine, parecíamos dos personas normales. Vimos una película de romance, permanecimos hablando, fuimos por un café frío en Mob Cat, después fuimos a un parque pequeño. Era tarde, las 8 de la noche.
—¿Quieres ir a cenar sushi? —preguntó.
—La verdad me sorprende —le dije—. Para algunas cosas no sé usar los palillos.
—Yo no sé usar cubiertos —dijo él con sarcasmo—. ¿Recuerdas que tuviste que ayudarme?
—Eso es verdad. Suponía que ustedes, o más bien las personas como tú, sabían manejar perfectamente estas situaciones, no sé... ayudarse con los cubiertos, los protocolos, la comida, qué cubierto se debe usar con la carne, cuál no.
—La verdad es que sí, pero nunca pongo atención. Soy muy torpe con las manos, y ese día estaba muy nervioso, tanto que no pude enredar la pasta.
—¿Te pongo nervioso? —pregunté.
—Claro, Fernanda, eres una mujer despampanante.
Me volví a reír. Él seguía diciendo que yo era despampanante. No se fijaba en la falta de motricidad de mi cuerpo, no se fijaba en lo raro de mis piernas.
—¿En serio, Lucas, no puedes notar la dificultad que para mí representa caminar con tacones? ¿En serio no te das cuenta de lo mucho que se me dificulta mover las piernas de dos en dos o caminar?
—Lo sé. Y también sé que se te dificulta caminar con tacones. Tienes dificultad al caminar, te puedo dar mi brazo porque he visto muchas veces que pierdes el equilibrio cuando estás en tacones. Conmigo no tienes por qué usarlos —dijo él, comportándose de lo más caballeroso—. ¿Me puedes contar qué fue lo que pasó?
—Tuve un accidente con mi esposo y... intentó cortarme las piernas —le contesté de la forma más neutral que cualquier mujer pudiera hacerlo.
Él se quedó atónito, abrió la boca un poco y tuvo que usar su mano para cerrarla.
—Lo dices como si fuera lo más fácil del mundo o fuera lo más común.
—Es que así lo es, esto es común. Esto es algo que ya he vivido, es algo a lo que ya estoy acostumbrada. Mi esposo decía que al arrancarme las piernas y dejármelas inservibles, ningún vestido podría ser suficiente para motivarme a buscar a otro hombre o seducirlo.
—Qué estúpido —murmuró Lucas, mientras nos encontrábamos sentados en el pequeño parquecito. La luna y la noche estrellada nos acompañaban, y con su tenue luz nos iluminaban. Me hacía sentir tan plena, tan segura, era como si Lucas fuera mi paz y mi seguridad. Tenía mucho que hablar, mucho que decir, sin embargo, no le dije nada.
Lucas me miraba atentamente.
—¿Qué me ves? —le pregunté.
—Me gustaría saber por qué no te casaste con tu marido. Mi abuelo dijo que no era necesario ningún trámite.
—La verdad, lo nuestro fue un ritual. Cuando te dije que mis padres estaban relacionados con el arte, se debía a que hacían figuras de cerámica y mi madre pintaba. Pero en mi comunidad la mujer está invalidada, así se conoce, no valemos la pena, nadie lo respeta, y dicen que solamente somos una fábrica de hijos —Fernanda dijo eso tan fácil que me dolía tanto, el dolor era simple y sencillo. Lo decía como si no estuviera sorprendida de ella misma al hablarlo.
Qué ganas de decirle que para mí todo era diferente, para mí, ella era una gran mujer, única y especial, que se merecía sonrisas y una vida nueva. Sin embargo, no tenía el valor de decir nada. Al final, ella solo me veía como la fuente de salvación que la salvaría de Alfredo, yo no sería nada, y yo debí haberla visto como la salvación de Vanessa Villarreal, solo eso.
—¿Te gustó la película? —pregunté.
—La verdad es que no —contestó ella siendo lo más sincera—. Es un amor tóxico, demasiado tóxico desde el principio. El libro está mucho mejor —dijo ella con sarcasmo—. Pero la verdad es que no entiendo por qué amamos a una persona tóxica y nos aferramos tanto.
Eso me dio un poco de risa, y ella lo notó.
—¿De qué te ríes? —preguntó.
—Me río de que tú lo dices como si fuera la cosa más sencilla, pero tú no has sido capaz de soltar a tu marido tóxico.
—No denuncio a Alfredo. No porque no quiera o porque no me quiera desprender de él —dijo ella—. Simplemente no lo denuncio porque no quiero que afecte a mi familia. En algún momento sé que si lo hago y me divorcio, las consecuencias las pagará mi familia, mis hermanos y lo poco de apoyo que reciben para las alimentaciones. Mi padre está enfermo y no quiero matarlo con un hombre que los amenaza cada segundo.
—Si lo que te preocupa es el dinero —le dije con un tono más serio—, puedo depositarles y traer a tu familia lo más cerca posible. Como mi esposa tienes algunos beneficios y quiero dártelos.
—Lo sé —contestó—, pero entiende, aunque ellos recibieran dinero y ya no dependieran de Alfredo, jamás van a querer mudarse de la comunidad. Y aunque yo les diera todas las comodidades, Alfredo puede atacarlos y vengarse con ellos, y la verdad es algo que no estoy dispuesta a tolerar
—No voy a correr el riesgo. Tengo una hermana de 15 años y en este momento no merece ese problema, no merece esa situación, no merece el dolor que yo les pueda causar. Sigo casada con él para protegerlos. Tal vez en algún momento, cuando mi hermana sea mayor y ya no sea una niña, o cuando mis padres mueran, me atreva. Pero por ahora, necesito que entiendas que esta es mi forma de guardar silencio y protegerlos en todo momento.
—Eres admirable —le dije a Fernanda sin dudarlo dos veces—. Eres maravillosa y no hago más que sentirme complacido de tener una esposa como tú. Tu amor por la familia es magistral, Fernanda.
Fernanda no dijo nada, solamente continuó.
—Solo lo dices porque estás, hasta cierto punto, encandilado. Pero créeme, soy demasiado cobarde. Cualquiera hubiera encerrado a su marido, como lo hacen otras mujeres, como lo hicieron las de Carita Feliz.
—Pero tú tienes una justificación hermosa: tu familia, tu hogar y tu forma de ser te impiden fallarles. Eso no hace más que congraciarme de ser un esposo afortunado de tenerte.
Nos paramos en las bancas siendo ya las diez de la noche. Decidí llevarla a Carita Feliz, pues se veía cansada y le costaba caminar con los tacones. No hacía más que admirarla. Fernanda era perfecta, era la correcta. Su amor, su serenidad y su paz reflejaban inconformidad, pero también la calma de su cuerpo. Su forma de ser, de querer, de avanzar... de nuevo, era la mujer que debía admirar y proteger.
Ver la dificultad en sus piernas me hizo querer protegerla, abrazarla y decirle lo mucho que la necesitaba. Seríamos esposos pronto. La vida avanzaba y yo sabía que de esto no me arrepentiría. Fernanda sería mi nueva ilusión mientras todo en mí crecía.
Llegué a casa, y algo era verdad: no dejaba de pensar en Fernanda. Sus ojos, sus dos iris mirándome, oscuros; su cabello castaño; sus piernas... Quería encontrar la forma de ayudarla, debía encontrar la forma de proyectarle lo bonita que era. Aunque tuviera dificultad en sus piernas, quería decirle que el hecho de no caminar bien no le cerraba el mundo. Quería hacerla sentir plena, única, ser el dueño de sus noches.
—¡Maldita sea! —murmuré.
Este matrimonio por contrato no había comenzado, y yo ya la miraba con otros ojos. Pero, sobre todo, me odiaba, porque ¿cómo era posible que todo esto comenzara por un contrato? ¿Cómo le arrebataría todo el dolor, todo el maltrato, todo el llanto? ¿Cómo protegería su amor por la familia cuando ni siquiera servía para ordenar mi propia vida?
El matrimonio por contrato todavía no comenzaba y yo ya sentía cómo todo se movía, se arrancaba. Pero, sobre todo, sentía que para ella no era suficiente; para ella, yo no valía nada, no tenía nada que ofrecer. Error tras error, accidente tras accidente, escándalo social... ¿En serio, ese tipo de amor le podía dar?
Cerré los ojos, pues me sentía estúpido al pensar en el amor. ¿En serio yo, Lucas, un error del mundo, estaba pensando en dar amor al ser más angelical, al ser al que debía cuidar, pero que, por estar conmigo, iba a sufrir? Un bueno para nada, una persona que no vale nada, que no es suficiente, que no es valiente...
Pero de algo soy consciente: decidí ayudarla, decidí cuidarla, decidí llegar a amarla. Me callé ante ese pensamiento, me callé porque no quería sentirlo.
—Lo lamento, lo siento. No soy suficiente para ella, no soy valiente, soy un bueno para nada, un inconsciente, un estúpido niño rico que no vale nada, un bueno para nada —me dije a mí mismo.
Con ese pensamiento, decidí que mi misión no era tener una relación, pero sí proteger, anhelar y cuidar a la única mujer que me iba a acompañar en esta transición, en este escándalo de bochorno y aberración.
Agarré la computadora y me puse a investigar sobre fisioterapia. La realidad es que, si ella se sentía ajena a su cuerpo, si se sentía fea, debía solucionarlo. Debía dibujarle un mundo, volverlo a pintar e iluminarlo para ella. Un mundo en el que se diera cuenta de que valía la pena. Tal vez yo no valía la pena, tal vez yo era un cualquiera, pero eso no impedía que la quisiera.
Este bueno para nada, este ser inservible y miserable que se sentía basura, este estúpido imbécil cobarde que se aprovechó de las comodidades que la vida le dio, debía aprender a cuidar. Tal vez Fernanda me iba a enseñar a valorar.
Cerré los ojos y entré en un profundo sueño, esperando volver a cruzarme con sus ojos. Porque mirar sus lindos iris marrones, tan débiles, tan frágiles... Lo único que unía nuestras interacciones era este matrimonio fingido.
Una pregunta invadía mi cabeza: ¿Fernanda, en algún momento, sabría lo que yo sentía? Y lo peor era que, en algún momento, descubriría que yo quería pasar toda la vida con ella.
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