Al filo de tu piel
Capítulo 28
De sus tres miedos, el único que nos faltaba por hablar era el miedo a la aglomeración. Así que, al llegar a la puerta del hotel, no pude esperar más y le pregunté:
—¿Cómo está eso de que también le tienes miedo a la aglomeración de gente?
—No me gusta estar en cócteles —respondió, con una mirada pensativa—. Soy un chico, digámoslo así, de sistemas, de computadoras... hackers. No me gusta esto, por eso elegí la mecatrónica. Soy apartado. Yo y mis computadoras somos las únicas amigas. Pero, obviamente, podrás entender que con el abuelo que tengo y el apellido que porto, es imposible. La mayoría de las veces me mantenía al margen, pero no me gusta estar rodeado de gente. No es que tenga alguna fobia o algo así, simplemente no me gusta. Siento que todos nos observan, nos miran. Pero cuando estoy en el piano, y estoy a cierta distancia, me pierdo. No me importa. Sé que tengo sus ojos encima de mí, pero una cosa es tener sus ojos encima y otra muy distinta es sentirme rodeado.
—Entonces, no te gusta que la gente invada tu espacio personal —dije, comprendiendo poco a poco su postura.
—Exactamente. No me gusta estar con mucha gente en el mismo lugar. Prefiero que me vean, pero mantener mi cuerpo físicamente a distancia de ellos.
—Interesante —comenté, asimilando sus palabras—. No te gusta estar en el mismo sitio con varias personas al mismo tiempo invadiendo el espacio personal.
—Ya te dije que te veías hermosa esta noche —dijo, entrando al hotel, intentando cambiar de tema—. ¿O sea, no podrías estar en un concierto?
—En efecto, no podría estar en un concierto —respondí sin pensarlo—. ¿Y en el metro?
—No, tampoco. Mucho menos en una... no podría estar donde varios cuerpos de varias personas estén pegados al mío. Lo detesto.
—Interesante, Lucas, interesante... niño rico —dijo Fernanda con una sonrisa juguetona, mientras nos adentrábamos al hotel.
—Niño rico —repetí con sarcasmo mientras la correteaba por el hotel. Para este punto, su cabello ya estaba desordenado, suelto y galopando sobre sus hombros. Aquel hermoso cabello castaño me hacía sentir tanta ternura y, a la vez, tanta pasión. Pude notar cómo mi cuerpo se entumecía y se alteraba un poco hacia ella cada vez que estaba cerca. Algo en mi interior se removía, y un pequeño, pero muy conocido amigo mío, se movía en mi interior. Tenía ganas de decirle que provocaba cosas en mí verla con aquel escote que solo resaltaba aún más su atractivo. Trató de cuestionarme a mí mismo, sin hacerme preguntas, sintiéndome loco con tan solo tenerla cerca.
Su cabello ondeaba y yo la seguía corriendo por el lobby del hotel. Los empleados y visitantes nos miraban, pero a mí no me importaba; en ese momento solo éramos ella y yo. Corría, y me tomó un poco de ventaja. La verdad, verla correr de cojito era algo único. Se deslizó a mitad del hotel, por la terraza, y comenzó a cansarse, así que me acerqué.
—¿Estás bien? Creo que no debí exigirte tanto —le pregunté.
—Tranquilo, solo me cortaron un poco la pierna, y si camino mucho, me agoto. Pero claro, al aventar los tacones de este estruendoso vestido, me siento mejor.
—No vuelvas a llamarme niño rico, ¿quieres? Tengo de todo, menos la riqueza que crees que tengo.
—Claro que sí la tienes. Tienes tristeza en el corazón —dijo Fernanda de inmediato—. Pero eres el niño noble y bondadoso que sabe escuchar y apoyar. Agradezco mucho que estés aquí, agradezco mucho que me apoyes, agradezco mucho todo lo que ha sucedido.
Nos sentamos en la alberca, cerca de los camastros, esperando a que la noche se adueñara del cielo. Casi son las dos de la mañana.
—Fernanda, creo que deberíamos irnos a descansar. Como sea, nos quedan tres días de esta luna de miel. Después, me toca regresar al tecnológico, y a ti te tocará la universidad. Lo demás ya es cuento largo, recuerda que tenemos cinco largos años.
—Lo dices como si fuera una condena para tu alma. Dime que no lo es.
—Claro que no lo es —contestó —. Simplemente, no sé de qué hablaremos en estos largos años. Tengo miedo de que nos puedan separar, pero también, viendo el lado positivo, sé que en cinco años me podré enamorar perdidamente de ti. Quiero que vivamos una historia, quiero que me permitas enamorarte, quiero estar junto a ti.
Fernanda levantó un poco su falda del vestido y metió los pies en la alberca.
—¿Quieres hablarme del asunto?
—¿Cuál asunto?
—No te hagas, Fernanda. Sé que lo viste y sé que lo notas. Sé que notas la necesidad que tenemos ambos, sé que tienes miedo y yo también lo tengo, pero siento que debemos ser lo suficientemente fuertes para querernos.
—Eso es verdad, Lucas.
No pude resistirla. Con su permiso, pero al mismo tiempo con el miedo de que se alejara de mí, coloqué mi dedo en su mejilla. Su piel era tan suave; esas pestañas largas, la noche y un hotel casi desierto... Era como si el destino quisiera jugar a nuestro favor, siendo compañeros de lo que pasaría esa noche. Acaricié su mejilla, recorrí su rostro de una y otra manera. Fernanda, por su parte, parecía temerosa, temblorosa, única. Parecía perdida.
—Fernanda... —murmuré.
Ella acalló mis palabras con un beso. Sus labios sabían a vino y frambuesa. En esa misma noche, por más que mi cuerpo quisiera contenerse, hasta el más santo podía cometer un error. Y yo temía que lo que hiciera esa noche fuera el causante de todo. La tenía tan cerca; sus labios recorrían los míos y su fragancia de vino y frambuesa se mezclaba en el aire. Nuestras lenguas jugaban, recorriendo cada rincón, y fue imposible ocultar un pequeño ruido. Ella rió y me tomó la espalda entre sus dos manos. La tenía frente a mí, sosteniendo mi espalda con sus manos.
—Para —le dije.
—No m.. ¿necesitas que lo haga? —preguntó.
Se puso de pie y, casi al unísono, me jaló para que pudiera ponerme de pie frente a ella.
—Fernanda, soy lo suficientemente fuerte, pero si sigues, creo que ya no podré detenerme.
—¿Y tú crees que yo quiero que lo hagas? —Su pregunta era un reto, una súplica, o quizás una verdad completa—. Lucas, por favor, déjate llevar sin miedo, por favor, niño rico.
Me hacía reír, más por la manera tan inocente de provocarme, pero al mismo tiempo pidiéndome cosas. Era su forma de hacerme enloquecer. La tomé entre mis brazos y la cargué como recién casados. Quería continuar, pero necesitaba ir a un lugar más discreto. Si ella pedía que me detuviera, lo haría sin ninguna objeción, aunque no podía negar que todo mi cuerpo ya ardía en llamas por ella. Algunas partes de mi cuerpo ya estaban erectas, otras rígidas, y otras simplemente esperaban que ella fuera la dama y patrona de todo mi deseo.
Al entrar a la habitación, la volví a poner de pie.
—Puedo irme por un rato si así lo quieres. Puedo irme para que te relajes y estés sola.
—Ha sido una linda noche, Lucas —dijo Fernanda.
—Lo ha sido —contesté.
Ella rió, notando el bulto en mi pantalón.
—Lo siento —me disculpé en cuanto pude notar la risa burlesca salir de su boca—, pero aún así hay cosas que no puedo controlar, y menos si tú eres completamente…
Hice una pausa, pues no estaba muy seguro de lo que quería decir en este momento, hasta que ella dijo:
—¿Si yo soy completamente qué, Lucas?
—Si tú eres completamente deseable quiero perderme en tu cuerpo, si quiero que mis manos lo dibujen y lo entiendan, si quiero diseñarlo como si fuera un plano hecho para hacer mi hogar y descubrirlo. Si quiero empaparme de él, si quiero ser como el agua que se filtra en ti. No sé en qué maldito momento empecé a envidiar a la esponja que tiene el permiso de tocarte.
Mi voz sonaba con urgencia y necesidad, pero no era lo único que tenía por decir.
—Escucha, Fernanda, tu piel es provocante, tu piel es mi lienzo, y yo quiero ser la pintura con la que pueda pintarlo.
—Lo entiendo, Lucas —dijo ella—. Creo que tienes necesidades, como todo buen hombre. Y yo lo sé; tu cuerpo ha demostrado su necesidad.
Dijo esto mientras miraba hacia abajo, lo cual me hizo sentir que algo en mí la había provocado. Avergonzado, intenté retirarme.
—Será mejor que me vaya en este preciso momento, ¿no te parece? Te veo después, tal vez al amanecer, o me quedaré en otra parte. No te preocupes, no hay nadie que pueda verme; no se desatará un escándalo.
—Lucas —dijo ella, interrumpiendo mi paso de nuevo. Y la odiaba, porque en serio quería poder irme, pero por algún motivo ella no me dejaba.
Las cortinas grises, la pintura verde de la habitación... De la nada, solamente éramos ella y yo.
—¿Y si yo no quiero que te vayas? ¿Y si yo te digo que quiero cubrir esas necesidades que tu cuerpo tiene? ¿Y si te pido que te quedes conmigo?
—¿Fernanda? —pregunté—. ¿Quieres que yo te toque?
—Te dije que no había sido tocada en varios años…
—Llevo callando este sentimiento en silencio. Sé que si yo no te doy esto, irás con otra a cubrir esa necesidad, a quitarte el frenesí, el deseo. Y no, no quiero que te lo quite otra, no quiero que te vayas a acostar con quien quieras; no quiero que te acuestes con nadie más.
—Fernanda… No quiero que te sientas obligada a quitarme las ganas solamente porque no he tocado a nadie en bastante tiempo, desde que rechacé a Vanessa. Y siendo sincero… tú me vuelves loco y me excitas, pero no quiero obligarte, no quiero hacerte el amor porque esa no es tu responsabilidad. No es tu responsabilidad estar con un mediocre como yo.
—Basta, Lucas —dijo ella, con una voz fuerte y potente—. Si quiero hacerlo no es porque me siento obligada, sino porque no quiero saber que tuviste una noche como la de la otra vez, con copas y borrachera. No quiero que nadie más te toque. Quiero hacerlo porque quiero, porque te amo y porque te necesito. Quiero hacerlo, pero para eso necesito que tengas paciencia. Hace mucho que no me tocan, hace mucho que no sé cómo se mueven estas cosas, hace mucho que mi cuerpo está cubierto de telarañas. No quiero ser torpe, no quiero fallarte y que todo salga mal.
—Si tu cuerpo está lleno de telarañas, déjame quitarlas —le dije mirándola a los ojos y sentándome en la cama a su lado—. O sea que eres celosa —dije, cambiando un poco el tema.
—¿A qué te refieres?
—Dices que no quieres que yo me vaya con alguien más.
—Lo hago porque no quiero perderte, quiero tenerlo contigo, quiero hacer el amor esta noche y todas las que estén por venir. Quiero ser tuya porque no quiero permitir que nadie más te haga suyo.
Lucas rió, pero algo en su mirada me desarmó, una intensidad que no había visto antes.
—¿En serio crees que voy a quitarme las ganas que tengo por ti con cualquier mujerzuela tipo Barbie? —preguntó, su voz grave y entrecortada—. No me conoces si piensas eso, Fernanda. ¿Cómo puedes imaginar que me iría con otra?
El calor subió por mi pecho, y sus palabras resonaron en mí. Quise responderle con la misma ironía, pero su mirada, tan directa y sincera, me dejó sin palabras. Se acercó un poco más, y sentí que mis piernas apenas podían sostenerme.
—Fernanda —murmuró—, nunca voy a obligarte a nada que no quieras. Pero tampoco voy a buscar un reemplazo. No tienes idea de lo que significas para mí.
—¿Ah, no? —repliqué, cruzándome de brazos, tratando de ocultar cómo mi corazón latía con fuerza—. Como si de verdad te importara. Seguro te verán con cualquiera y el escándalo arruinará nuestra farsa.
Lucas avanzó hasta quedar a pocos centímetros de mí, su rostro tan cerca que su respiración se entrelazaba con la mía. Me miró profundamente, su expresión era una mezcla de anhelo y vulnerabilidad que jamás le había visto.
—No es por la farsa, Fernanda —dijo en un susurro ronco—. Lo que me importa es lo que tengo contigo, no las apariencias. No quiero a nadie más porque... —Hizo una pausa y me sostuvo la mirada—. Porque te quiero. Porque tengo sentimientos por ti. Porque no puedo imaginarme estando con nadie más que no seas tú.
Tragué saliva, sintiendo un torrente de emociones. Su voz, tan sincera y apasionada, me atravesó de un modo que no pude evitar. No pude sostenerle la mirada, y cuando bajé los ojos, él tomó mi mano suavemente, entrelazando sus dedos con los míos.
—No te estoy despreciando —dijo con voz temblorosa—. No haré nada que no desees. Pero no puedo evitar que mi piel, mi corazón, te anhelen. No sé si lo entiendes...
—Lo entiendo perfectamente —murmuré, incapaz de resistirme más.
En ese instante, mis labios buscaron los suyos, y nos besamos con una intensidad que no conocía. Sentí su cuerpo pegado al mío, sus manos recorriendo mi espalda, deteniéndose justo donde sabían que me estremecería. Mi piel ardía bajo su toque, y un calor indescriptible se apoderaba de mí, como si toda la tensión acumulada entre nosotros se liberara en cada beso.
Lucas descendió hasta mi cuello, dejándome un rastro de besos que encendían cada rincón de mi cuerpo. Mis manos acariciaban sus hombros y se aferraban a su camisa, sintiendo la fuerza de sus brazos alrededor de mí, como si quisiera sostenerme en medio de aquella tormenta de emociones. Sus caricias bajaban lentamente, sin prisa pero con una urgencia silenciosa que me hacía desearlo aún más.
Respirábamos agitadamente, y nuestros cuerpos se movían al compás de ese deseo incontrolable. Lucas me miró, sus ojos llenos de deseo y una ternura que me envolvía por completo. Era como si el tiempo se hubiera detenido solo para nosotros, y en ese momento, supe que ambos estábamos dispuestos a cruzar cualquier límite.
—Fernanda... —susurró mi nombre, y el sonido de su voz en mis oídos me hizo temblar.
Volví a besarlo, dejándome llevar por ese impulso, mientras sus labios recorrían mi rostro, mi cuello, hasta cada rincón de mi piel que anhelaba ser tocado. Su respiración entrecortada me envolvía, y sentí que me sostenía con fuerza, como si no quisiera soltarme jamás.
Nuestros cuerpos estaban tan cerca que apenas existía espacio entre nosotros.
Sentía cada latido de su corazón, cada estremecimiento de su piel al roce de la mía. Él me abrazó, y sus manos temblaban al recorrer mi espalda, deteniéndose justo en el límite, como si esperara mi señal para continuar.
El deseo entre nosotros era irrefrenable, y aunque mi mente me gritaba que debía detenerme, mi corazón y mi cuerpo se negaban a escuchar. En un último momento de lucidez, nuestros ojos se encontraron, ambos sabíamos que estábamos a punto de cruzar una línea de la que no habría regreso.
Lucas me abrazó aún más fuerte y, mientras sus labios seguían el rastro de mi cuello, me susurró al oído.
—Fernanda, solo dime que lo deseas tanto como yo...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro