2.
Simone Masserati
Sicilia, Palermo.
Rosenfeld/ Do it for me
«Muéstrame como te gusta. Eres toda mía».
A Gia ya me la sé de memoria. No solo por las lecciones de mi padre, sino también por estudio propio. Ella y la mafia son dos aspectos que conozco como la palma de mi mano.
Se que mantenerla tranquila es como tratar de calmar un terremoto, imposible. Se que callarla no se lograría por el método formal. Se que tienes más pelotas que las de todos mis hombres juntos.
—Ya estás en peligro piccola bestia —comento.
—No le tengo miedo al peligro. Esos imbéciles no representan un problema, más bien seguirán atormentados buscando la forma de hacerme daño y yo les seguiré dando guerra.
Sigue ella creyendo que el problema lo representan esos hombres, que el peligro lo traen ellos y no, realmente el peligro lo tiene estando cerca de mi.
—A la piccola bestia le gusta jugar con fuego, ¿no? —manifiesto mientras abro la puerta de su auto—. Vuelve a tu casa, es tarde.
Concluyo mi frase y retomo camino hasta mi auto. Tengo dominio de la situación, pero se necesitan más cosas para domar a una fiera.
Entro a mi auto y antes de prender la marcha la pelinegra se sube en él.
—Todavía no me he quemado, hasta entonces, seguiré jugando con fuego —declara colocándose el cinturón de seguridad.
—No han prendido la llama bien, pero no tientes tu suerte —comento—. Indícame el camino a tu casa.
Camino que conozco perfectamente.
—Hay cierta regla y es que no se me visita sin mi permiso. Es solo por hoy tu estadía, no te aprendas el camino —comenta.
—No sigo reglas piccola bestia, de nadie —expreso.
—Yo tampoco, pero me fascina hacer que los demás cumplan las mías —contesta.
—No aplica conmigo, no lo intentes —dejo claro.
—Ahora si denotas miedo. No por lo que dices, sino por cómo lo dices. Podrías fácilmente dominar a un ejército por la forma en la que te expresas.
—Y lo domino —contesto. Sus ojos se posan en mí. Los míos siguen en la carretera, sin embargo de reojo noto su mirada.
—Pero apuesto a que no dominas fieras —expone.
Ahora si la miro directamente a la cara.
—¿Quieres probar?. Se necesita de varias cosas más para dominar a una fiera, que las que conlleva dominar a un ejército, pero eso no significa que no pueda hacerlo. De hecho, fierita, no hay nada que yo no pueda hacer.
Vuelve su mirada a enfocarse en mí. Su manera de estudiarme. Mi padre la convirtió en lo mismo que me convirtió a mí. Entender nuestros estados por expresiones del rostro es sumamente difícil.
—Ya lo han intentado antes, muchas veces y no han podido —replica orgullosa.
Me sé su historial de memoria. Los hombres dirán que tiene estándares alto, que es difícil de complacer, yo digo que son unos imbéciles, por no saber darle lo que quiere y necesita, por no saber cuidarla o comprenderla. Gia ha enfrentado con catorce años la perdida de su familia. Se quedó sola, sin nada. Ha resurgido de sus propias cenizas, se ha levantado desde lo más profundo del pozo. Tiene carácter y se otorga todo lo que desee. Gia no necesita de un hombre que le acomode la vida, tampoco que le destaque cada puto día aquellos atributos con los que cuenta. Porque ella sabe lo que tiene y sabe lo que vale.
—No lo han sabido hacer bien —concluyo.
—Evidentemente no. Creo que a la hora de crear a los hombres a algunas madres se les olvidó poner en la receta algún ingrediente especial —comenta.
Ya lo mencioné antes, es casi imposible lograr callarla. Siempre responde a los comentarios. Pero, ya buscaré alguna vía de silencio.
—¿Cuál sería ese? —inquiero al detenerme frente al edificio donde vive.
—Huevos —expresa—. Y no me refiero específicamente a lo físico. A la bolsa donde acumulan las cantidad de espermatozoides que en algún momento le darían el privilegio de ser nombrado «padre». Me refiero a la personalidad. No sé si me sigues.
En ese momento vuelvo a mostrar una ligera casi invisible sonrisa. Desde pequeña fue de armas tomar pero mi padre contribuyó a qué esa pequeña con rasgos aún inocentes se volviera una piccola bestia.
Entiendo perfectamente que los hombres no sepan lidiar con ella y que ella los tome como seres inferiores.
La mafia no me otorga la capacidad de poder tratar con ella. Sin embargo, me ha ayudado a forjar un carácter al que, el de ella se asemeja. He tomado el tiempo necesario en analizar sus movimientos, cada uno de ellos. Es lo que tendrían que haber hecho los imbéciles de antes...antes de prestarle tanta atención a follarla pronto.
Y no me malinterpreten, evidentemente también quisiera tenerla desnuda en mi cama y follarla todo el maldito día, pero, no me apresuro en ese aspecto. Necesito lograr muchas más cosas antes. «Lo que es mío llega a mí sin problemas, aunque vacile algun tiempo en llegar». Así que aunque ese momento tarde, cuando llegue le demostraré porque no había funcionado antes con los otros imbéciles.
—Mi madre a la receta que hizo para mí le puso ese ingrediente —continúa hablando—. ¿Cómo creen esos idiotas que yo me conformaría con algo menos?.
—¡Mierda!. Se me olvidó por completo tu brazo. Vamos —dice mientras se apresura en salir del auto.
Hasta yo me había olvidado del maldito brazo. Estoy tan acostumbrado a esto, que las heridas para mi suelen sentirse como algo común.
Sigo sus pasos hasta el interior del edificio. Normalmente doy zancadas a la hora de caminar, pero Gia con sus pasos me hace caminar bastante despacio para mi gusto. Así que espero que avance un poco más para seguirla, pues caminar a ese ritmo me desespera. Y antes de que decida cargarla y llevarla hasta su departamento, un acto evidentemente errático, decido esperar que se mueva más.
Un tío que debe rondar la edad de Gia, que viste uniforme de trabajo se queda estático a varios pasos de ella, mirándola incontrolablemente por todas las partes de su cuerpo que se marcan bajo ese vestido ajustado. El tío casi babea y eso que no tiene el ángulo que tengo yo, dónde se ve como el culo se le mueve con cada paso.
Gia se detiene frente al elevador y voltea en mi búsqueda. Cruza los brazos bajo sus tetas y esto hace que se eleven más. Doy zancadas hasta que llego a ella.
—Para la próxima te cargo. No puedo seguir tu ritmo caminando, demasiado lento para mí —declaro casi pegado a ella y busco con mi mirada al tío que la observaba, aún sigue ahí.
—¿Sección y número de apartamento? —inquiero.
—Octava sección, número veinte. ¿También el elevador es demasiado lento para ti? —pregunta. Su rostro no emite ninguna incomodidad pero se como proyecto mi incomodidad, y lo hago aunque nadie lo note, ella es así.
—Tal vez. Te encuentro arriba —comento.
Ella achica sus ojos y se introduce en el elevador. Espero frente a este hasta que se cierran las puertas. Busco con mi mirada al tío que ya pretende continuar su trabajo.
—Ey tú...—lo llamo haciendo que se detenga y me observe.
En cuatro pasos llego a él y me posiciono con las manos en los bolsillos.
—Cuando te encuentre mirándola nuevamente te quedas sin trabajo —declaro.
Esta no es para nada la proposición de una mafioso. En realidad quería decirle otras palabras, pero no me pongo en evidencia tan fácil.
—¿Eres el jefe?. No. Así que no me puedes dar órdenes —comenta.
He cambiado de opinión.
Saco una navaja de mi bolsillo y se la encajo en el muslo. Los movimientos fueron tan rápidos que él ni siquiera pudo seguirlos. Marco el número de Michelle.
—Dejaré un encargo con Mattias. Llévalo a la mejor habitación de huspedes, en la sección subterránea, que mañana me encargaré personalmente de atenderlo —le digo y cuelgo.
—Camina y si desatas el más mínimo alboroto te vuelo la cabeza. Sí, en medio de la multitud, no me pongas a prueba —ordeno.
El tio ya mira asustado y con dolor. Es difícil que el ser humano controle las expresiones faciales.
Salimos y a dos pasos de la puerta el intenta huir. No avanza muchos pasos cuando lo alcanzo. Mattia corre en mi dirección. Saco nuevamente la navaja y la encajo en su otra pierna.
Michelle llega en ese momento y se acerca a nosotros.
—Mañana me encargaré de él —concluyo.
Vuelvo al interior del edificio. Doy largos pasos hasta que llego al elevador. Justo antes que se cierre entra una mujer en él. Ni siquiera me detengo en repararla.
—Si el maldito elevador me tiene esto preparado cada día, me pasaría las horas pensando en el momento de subirme de nuevo —comenta ella.
Es entonces que la miro. Su pelo es llamativamente rojo, sus labios perfectamente carnosos. Su curvilíneo cuerpo destaca bajo la ajustada ropa. Aún así, y con todo lo que destaca la incluyo dentro lo «ordinario». Realmente ahí incluyo a todas, excepto a una.
—No me mires así, a algunas mujeres nos gusta ser directas en cuanto encontramos algo que nos gusta —expresa.
—¿Que te gusta exactamente? —inquiero con tranquilidad.
—Tú —afirma—. Me intrigas. Pareces de esos hombres que protagonizan libros de mafia. He leído cientos de ellos y siempre espero encontrar uno. Parece que hoy es mi día de suerte.
¿Libros de mafia?. Realmente no leo, pero intriga saber lo que puede contar una persona sobre el tema.
El elevador abre sus puertas y salgo, ella también.
—No pelirroja, no es hoy tu día de suerte —expreso.
—¡Oh Dios tu brazo! —alega ignorando mi comentario—. Vamos a mi departamento, te curaré.
—Me pregunto cómo hace para verse siempre bonita, señorita Gia —comenta una voz.
Volteo mi vista en dirección al sonido. Un hombre que luce de cincuenta y tantos agarra un gran cesto verde en las manos y se encuentra frente a la puerta de Gia.
Ella parece haberse acabado de duchar. Le entrega una bolsa al hombre y le sonríe cálidamente.
—Siempre tan amable Fabrizio —expone ella—. Deberías descansar más.
—Vamos a mi departamento —vuelve a decir la pelirroja.
La ignoro por completo dirigiéndome hacia la puerta de Gia. Ella me observa y luego dirige su vista hacia la pelirroja. Cómo siempre no muestra ningún rastro de nada en su rostro.
—Que tengas buena noche señorita Gia —expresa el hombre cordialmente y se da vuelta.
Me quedo durante segundos observándolo. Los hombres se han puesto de acuerdo hoy para visitar el cuarto de torturas.
Siento una puerta cerrarse. Acaba de cerrarme la puerta en la cara. Tengo que tener una paciencia admirable con la fierita.
Me quedo mirando la puerta. Procesando su comportamiento. Antes que pudiera darme la vuelta ella vuelve a abrir la puerta.
—Si tu no tienes apuro para atender tu brazo, yo menos —manifiesta—. No tengo porque esperar por ti como si fuese tu asistente personal.
Avanzo el paso que nos distanciaba. La separación entre ambos es peligrosa.
—No me subestimes, ni me compares con los imbéciles que has conocido antes. Esta vez si te aseguro que arderas en el fuego.
Sus labios se curvan ligeramente hacia arriba y se mueve de la puerta.
—Bienvenido a mi refugio, extraño. Ves el temor que te tengo, es tan grande que incluso te dejo entrar a mi casa.
No logra quedarse callada. Le digas, lo que le digas. Se que ayudaría a su silencio y estoy seriamente optando por esa vía.
—Sabes algo, piccola bestia —entro a su casa y cierro la puerta detrás de mi. Me lanzo fugazmente hacia ella sin llegar a tocarla, solo rozamos. Pensaba en intimidarla, pero siendo como es, me imaginé también que no se movería y no, me lo confirma, no se mueve. Solo me observa, esperando respuesta y sin rastros de miedo—, he pensado en tantas formas de callarte, incluso he elegido una. Podría emplearla sabes. Estoy seguro que no solo te dejaré sin hablar.
Ella lleva sus manos a la tira que ha amarrado hace algún rato en mi mano cubierta de sangre. La suelta en el suelo y prosigue a mi camisa. Desabrocha lentamente los botones de esta y me la quita.
Se agacha y toma la tira que antes había lanzado al suelo. Camina con las telas en la mano directo a la cocina y desecha en un cesto las prendas.
El pijama es diminuto y en mi interior me cabrea que haya salido hasta la puerta así vestida. Nunca había experimentado esto, pero me pasa ahora. Algo posesivo se aviva en mi interior.
—Vendrás a curarte o calcularás el espacio que necesitas para follarme contra la pared —me grita desde la cocina—. Sí, he entendido tu propuesta para callarme. Te explico bestia, que ni follando me callo.
En mi interior se aviva algo mucho más fuerte. Como si un incendio se desatara dentro de mí. Controlarme con Gia es una tarea ardua, a pesar de que he estado preparándome para esto hace mucho tiempo.
Camino hasta ella, luchando una gran batalla con los pensamientos de mi cabeza. Gia que estaba apoyada a la encimera no se mueve. Al llegar a su sitio me pego a su cuerpo. Lo más cerca que hemos estado. Ya estoy a nada de perder el control.
Llevo mi mano a su cabello y enredo mis dedos entre mechones. Muevo su cabeza ligeramente hacia atrás. Y acerco mi boca a la de ella. No rozo mis labios con los suyos aún.
—Si supieras todo lo que desatas en mí dejarías de provocarme todo el maldito tiempo. Porque sí, tengo una paciencia infinita contigo, pero a cada segundo que pasa haces que se me vuelva más difícil controlar a la bestia.
Me observa sin decir palabra alguna. Tampoco muestra miedo o incomodidad en su rostro.
¡Se ha callado!.
Suelto mi agarre. Ganándole la batalla a mi locos pensamientos. Gia se dispone a sacar la bala, limpiar la herida y finalmente coser. Al desinfectar la herida observa como no me quejo. La verdad es que soy resistente a la incomodidad que provoca esto. Ya lo dije anteriormente he pasado por esta situación, incluso más de las veces que puedo contar.
Cuando termina de coser y coloca una venda. Y vuelve a centrar sus ojos en mí.
—No soy una cría que tiene que cumplir con algunos meses de relación para follar. Todos los hombres llegan con el mismo término. Esas actitudes no me hacen huir. Lo que simplemente sucede con quién me apetezca.
Una prueba más de que jamás se quedará en silencio.
—¿Aunque sean extraños? —inquiero.
Una línea de incomodidad atraviesa mi cuerpo, incluso antes de que responda. Ya lo he mencionado, conozco su historial, sin embargo su forma de tomarse las folladas no me agrada para nada.
—Sucede con quién me apetezca —recalca.
—¿Que significa exactamente follar para ti? —pregunto sin vacilar. A ella le gusta ser directa, pues a mi también.
—Un acto de cinco minutos de puros movimientos mecánicos que conllevan a una excitación, si corro un poquito con suerte, a sudar y bueno, con más suerte, al orgasmo.
Puedo entender que un hombre pudo darle ese concepto, pero, que lo mantenga aún después de follar con varios. ¿Con qué tipo de tíos ha estado?.
Tal vez con uno como yo.
Que solo piensa en su deseo y satisfacción personal. Lo demás me importa una mierda.
—¿Cuántas veces has corrido con suerte? —pregunto.
Tal vez me incomode escuchar la respuesta, tal vez no. Necesito ver hasta donde soy capaz de molestarme a partir del estado de posesión que tengo sobre ella.
—Con suerte...suerte, cuatro veces quizás —contesta—. Bastante bajo, evidentemente.
No sé si con Gia puedo actuar diferente de como comúnmente funciono. Que ella no sea del grupo ordinario no quiere decir que logre calmar mi oscuro comportamiento.
—¿Las cuatro con la misma persona? —inquiero.
El «preguntas y respuestas» fluye sin rastros de incomodidad por su parte. Supuestamente es la primera vez que hablamos y mira por dónde va la conversación sin siquiera presentarnos.
«Es como yo. Los estúpidos formalismos se van al trate»
—No. Las cuatro veces porque me encargo yo —contesta—. No me sé si quiera tu nombre y ya conoces prácticamente mi vida sexual. Interesante.
—Mi nombre no es importante, tu vida sexual sí —contesto.
Y sí que lo es. Por dos motivos muy claros, el primero quiero saber con detalles como se manifiesta con respecto a lo que ha vivido y en segundo, algo bastante raro y loco dentro de mí me grita que tengo que entregarle todo aquello que no ha tenido.
Ella ríe de pronto. Mientras la he observado he descubierto que no ríe con frecuencia. Así que imagino que cuando lo hace es un honor para la persona que la mira.
—Eres el hombre más romántico que he conocido en mi vida —comenta con notable ironía.
—Seguramente no el más romántico, pero sí el único que quemaría el puto mundo por ti —expreso.
Se ha quedado callada. Perfecto. Muestro una discreta e insignificante sonrisa y camino en dirección a la puerta.
—Espera...¿Cómo puedes decir que quemarías el mundo por alguien a quien acabas de conocer?.
No, jamás se queda callada. Diga lo que digas.
—Instinto, piccola bestia. Instinto —manifiesto y abro la puerta dispuesto a marcharme.
—Espera...Te buscaré una sudadera —comenta.
—Dudo mucho que alguna de tus sudaderas me sirvan —expreso.
Ella ignora mi comentario y va en busca de dicha prenda. Salir sin camisa o algo más que cubra la parte superior de mi cuerpo me importaría una mierda. ¿Por qué me quedo aún de pie aquí?. No me apetece volver a alejarme de la fierita.
Aparece nuevamente en mi campo de visión. En sus manos se encuentra la prenda, pero, me he equivocado, la sudadera es bastante grande. De hecho, es de hombre.
Mi instinto animal se enfurece al pensar que es de otro hombre. Me temo que apenas comienza mi período de celos. Joder. Yo que me burlaba de esos actos absurdos y ahora, sin ni siquiera demostrarle que es mía, tengo ganas de asesinar a todos los que las miran.
—Me estás dando una sudadera de un ex, piccola bestia —expreso. Y aunque mi cara no denote molestia, estoy seguro que ella lo ha notado.
—No he tenido ex lo suficientemente buenos como para permitir que dejen prendas en mi casa —responde y me extiende la prenda.
Yo simplemente me quedo observando la prenda con desgana.
—¿Entonces?. No niego que has desarrollado ese cuerpo jodidamente bien, pero aún así, esa sudadera es hasta cuatro tallas más —expongo.
Cuando la vi por primera vez era una cría. Ni siquiera llegaba a la adolescencia. Increíblemente, me gustó su forma de ser. Y como siendo una niña lograba calmar mi rebeldía. En ese entonces, yo era un adolescente y estaba en los primeros años de la mafia. Digamos que conlleva muchos años controlar el carácter y los actos. Ella logró, lo que nadie había logrado.
—La tomas o la dejas. Te he contado mi vida sexual, no pretendas que te hable de mis gustos y fetiches.
—¿Fetiches?. ¿Tiene que ver con sudadera masculina? —pregunta.
Ella curva discretamente sus labios hacia arriba y lanza la prenda sobre mi hombro.
—Devuélvela —ordena—. Y ve con cuidado.
—Nuestra conversación continúa Gia Cambell.
—Espera, ¿cómo sabes mi nombre?. Ah sí, ya sé, la manifestación. Me podrías al menos decir el tuyo, no sé, podría notarte menos extraño ante mí.
—Llámame como desees piccola bestia —susurro contra sus rostro y me marcho.
—¿Cómo van las vacaciones Alessandro? —inquiero mientras camino hacia el cuarto de torturas.
—De puta madre. Comiendo comida asquerosa y sin follar. Me cobraré este favor con creces —se queja.
—Los hombres no se quejan de su destino, lo afrontan —expreso.
—¿Has vigilado a mi diamante? —inquiere—. Dime qué tengo poco tiempo.
—¿No preguntarás cómo va tu rescate? —pregunto.
—Me interesa más saber que lo mío sigue siendo mío. De lo demás se que te encargarás.
—No hay novedades. El diamante esperará por tí, de eso estoy seguro. Iré a encargarme de un trabajo.
Me encuentro frente a la puerta de tortura. Dejo el móvil dentro del short de mezclilla razgado y entro a la habitacion. Me coloco los guantes negros con paciencia. El hombre de ayer yace dormido sobre la piedra. Me acerco a él y le doy una abofetada en la cara. Da un gran brinco y me mira con horror.
—Sueltenlo —ordeno a mis hombres.
Ellos cumplen mi orden sin cuestionar.
—Tienes dos opciones para salir de aquí. O me matas o mueres. Tu trabaja en base a lo que quieras —pronuncio.
Él se queda instantes tieso. Me mantengo en mi posición esperando por sus acciones. Se abalanza sobre mí intentado toda forma de golpe. Falla estrepitósamente en cada una de ellas. Le proporciono el primer golpe, vuelve a intentar por todos los medios devolverlo. La adrenalina en mi cuerpo avanza con cada golpe que proporciono hasta que llega ese punto dónde todo lo veo oscuro y solo quiero percibir la sangre.
Sigo golpeando hasta que siento el olor metálico de la sangre. Torturar y matar revitaliza el demonio que ocupa mi cuerpo. Me vuelve una persona que solo quiere infringir dolor y escuchar súplicas. Pero este hombre ya no suplica y esto se tornó aburrido.
—Limpien todo —ordeno.
Enciendo un cigarrillo y camino fuera del cuarto. Me dirijo a una de las oficinas que tengo subterráneas. Preparo la nueva ruta de entrega del cargamento. Seguirme la pista se vuelve cada día más difícil.
«Podrán saber cuándo regreso, pero nunca por dónde voy».
Último los detalles de la nueva droga, que debería estar pronto en los laboratorios, para esparcirla en el mercado. Llevo alrededor de dos años trabajando en ella. Dotándome de los conocimientos necesarios.
Hay un problema Don, la están siguiendo.
Recibo un mensaje de Mattias.
Me levanto de la mesa apresurado como casi nunca me verán en la vida y corro por el perímetro subterráneo hasta que llego a mi habitación. Miro el reloj, aún no son las seis.
Jamás me he confiado de su rutina diaria a las cinco y media de la mañana. Nunca ha pasado por un susto, pero ya su trabajo le está trayendo problemas. ¿Cómo puede ser que corra como si no estuviera en amenaza por las calles cuando aún es de noche?.
Tomo la misma sudadera que ayer me dio. Un olor característico a vainilla inunda mis fosas nasales. Es un olor extremadamente dulce, característico de mujer. Definitivamente tiene esta camisa con algún propósito o fetiche.
La han capturado cinco, pero dos cuidan afuera. Aunque ella es resistente, ellos vienen con propósitos claros.
Me envía Mattias con la localización del sitio.
Concentro a Michelle, Roa y Emiliano.
No he cambiado mi atuendo, no podía retrasarme en eso, así que alcanzo el auto y conduzco hasta la localización que me enviado Mattias.
Llegamos al lugar y no espero que mis hombres actúen, me dirijo hacia los hombres de la entrada y les disparo, llamando la atención seguramente de los que están dentro.
Espero a un lado a que salgan los otros, sin embargo, solo lo hace uno. Michelle se encarga de él. Me mantengo en el mismo sitio esperando a que salga el otro.
Aquí imagino que está el representante del pez gordo. Porque hay un pez gordo. Estos imbéciles solo son marionetas. Es el hombre de la protesta, que pretendía no dejar pasar a Gia al juicio.
Le doy un golpe en la cabeza cuando sale, lanzándolo rápidamente al suelo.
—Este se queda vivo. Lo quiero en el cuarto de torturas —ordeno.
Entro a lo que queda de la casa abandonada, encima de una loma. Pretendía matar al último que quedaba pero un grito de dolor me detiene.
La fierita acababa de clavarle los dientes en la polla del susodicho. No demoro más esto y le disparo. El hombre que ya era solo un trozo de carne cae al suelo dejándome ver a Gia amarrada sobre una silla. La corta blusa de deporte estaba sobre sus tetas, ejerciendo presión sobre ellas. La licra y bragas estaban sobre sus rodillas. Su desnudismo estaba ligeramente cubierto por la sangre del hombre que había matado.
Gia no muestra rastros de miedo. Sin embargo ha mordido su labio y ese gesto solo lo hace cuando está nerviosa. Llevo mi pulgar a su labio inferior y lo recorro.
Desato los nudos de las sogas que rodean sus manos y sus pies.
—¿Cómo carajos sabías dónde estaba? —inquiere acomodando su ropa.
—No es evidente, piccola bestia.
—No, no es en serio. ¿Me has seguido?
—Que te quejes o protestes no cambia la situación. Lo seguiré haciendo.
—Me preocupa realmente esto. Llevas más de veinticuatro horas observándome. ¿Eres un psicópata o el verdadero jefe de este teatro que acabo de presenciar?.
No sabes nada. Llevo mucho más de veinticuatro horas observándote, incluso más de trescientos sesenta y cinco días.
—Soy más que un psicópata y el jefe de esta mierda de secuestro que han llevado a cabo —digo.
—No me interesan tus rollos extraño y tú deberías mantenerte alejado de los míos —comenta.
—Las reglas y yo no nos llevamos bien piccola bestia, ya lo sabes.
—Me importa una mierda. Me estás resultando un maldito acosador.
—Mírame... mírame bien. Análizame como tanto te gusta hacer con las personas. No te engañes a ti misma, nunca lo haces. Busca al jodido psicópata o imbécil que manda a violar a una chica en mi. Dime qué realmente lo ves, al menos dime qué tu instinto te lo advierte. Entonces, si estás tan segura de tus pensamientos y señalaciones, aléjate.
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