12.
Simone Masserati
Sicilia, Palermo
La puerta de acceso a la sala se abría y por ella salía la psicóloga, seguida de la pareja. Camina en mi dirección y yo espero sus acciones. La puerta a mi espalda se abre abruptamente. No reparo en mi espalda porque sé perfectamente quién es.
—Serás un gran padre —susurra al pasar por mi lado y le agrega una sonrisa a sus palabras.
Continúa su camino y escucho un «Adiós Gia», pero no escuché respuesta a ello.
Su presencia a mi lado es casi imposible ignorar. La observo, está molesta, aunque lo intenté disimular, conmigo lo de controlar sus expresiones ya no sirve.
—Parece que la psicóloga tiene un favorito —comenta.
—Parece que quiere un padre para sus hijos —contesto.
—Parece que ha tardado en elegir.
— ¿Por qué? —pregunto y aunque deduzca la respuesta, quiero ver si sus palabras superan mis expectativas.
—Porque si tú eres el padre que ella quiere, ya te han elegido. Afortunado, haciendo de trofeo esposo.
Se nota la ironía en sus palabras, pero cada vez que pronuncia la palabra esposo me enciende.
—Señores Clark —llama el juez al pasar por nuestro lado.
Lo seguimos y nos incorporamos con la otra pareja en la sala.
—Tomando en consideración la llegada, las pruebas, los argumentos, el análisis de la psicóloga, ambas partes pasarán a la siguiente fase.
—Gia sonríe y yo lo hago con ella, aunque no quiero empate, quiero que tenga todas las ventajas y posibilidades del mundo de quedarse con Fany.
Tras despedirnos del juez, quién me da otra de sus miradas de «sé lo que haces» nos vamos. Está claro que si quisiera ir en contra ya hubiese tomado partida en el asunto.
Gia pretende subirse a su auto, pero le agarro la muñeca antes de que lo haga.
—Tenemos que ir a un sitio —le informo.
Me observa sin ninguna expresión en su rostro, pero sus labios acaba de curvarse casi imperceptible y entiendo perfectamente lo que significa.
No se mueve, pero tampoco pone resistencia y es la aprobación sin palabras capaz de darme.
Al inicio el plan solo ha sido la subasta, pero todavía falta mucho para ella, así que, haremos algo antes.
La llevo a uno de mis restaurantes y tras pensar en que no he dado órdenes, solo he consolidado una idea, le pido un segundo. Ella asiente y se queda tranquila, y está última palabra con Gia no liga.
—Preparen el local. Una mesa en el medio de todo. Un ambiente...—Me quedó pensando en la palabra correcta—...que pueda hacerla sentir bien.
—Romántico —interviene Piero.
¿Romántico?
— ¿Romántico? —pregunto, intentando indagar más en lo que engloba esa palabra.
—Velas tal vez, música suave de fondo, la comida que le gusta.
—Sí, eso. Caponata Di Polipo de menú. Que se vayan todos cuando lo preparen.
—Entendido señor.
—Infórmame enseguida. Estaré fuera.
Salgo en su búsqueda. Ahí estaba dentro del coche, ¿Cómo si pudiese estar tranquila, verdad? No, no está ahí y yo me vuelvo loco al segundo. Observo alrededor y no hay maldito rastro de ella.
Camino, sin sentido, solo necesitando encontrarla. A cada paso que doy más exasperado me pongo.
—Papá —dice un crío situándose frente a mí.
—Estás confundido —digo intentando mantener la calma. Es el peor momento para juegos.
—No. Mamá me dijo que eres tú —comenta y se agarra de mi pierna.
Joder. Poco a poco voy perdiendo la paciencia, cuando se trata de Gia me vuelvo loco.
— ¿Quién es tu mamá? —pregunto y no responde.
—Ella me dijo que eras tú mi padre —sigue.
Respiro me teniendo o intentando mantener la calma. Es solo un crío.
— ¿Dónde está ella? —pregunto de nuevo.
—No me vas a dejar ¿verdad? Es mi papá.
—Estoy seguro que no, crío. Yo no soy. Dile a tu mamá que te vuelva a contar la historia de tu nacimiento.
Empieza a llorar y yo me estreso. Lo cargo, después de lograr que me soltara la pierna.
—No soy tu papá, pero seguro que tienes uno, debes seguir buscando.
Intento dejarlo nuevamente en el suelo y se agarra de mi camisa.
—Estoy ocupado ahora crío, no puedo ayudarte a buscar a tu padre, tengo que buscar a una cría de veintinueve años.
Finalmente me suelta y doy un paso alejándome.
— ¿Lo he hecho bien? —pregunta el niño.
—Genial cariño —le responden y esa voz yo la conozco.
Giro sobre mis talones y me encuentro a Gia agachada, a la altura del crío y en compañía de otra mujer.
Me cruzo de brazos y espero que Gia hable de semejante estupidez que se desarrolló antes.
—Él es Logan, peque —dice ella y el niño asiente—. Ahora que ya has pasado la prueba, puedes hacerlos a los demás. Recuerda: tener miedo a intentar algo está bien, pero no hacerlo por miedo está muy mal. Si te sale bien, como ahora ¡genial!, sino ¡intentarlo otra vez!
El niño asiente como si entendiese a la perfección las palabras de Gia.
—Adiós peque.
—Adiós Gia.
La madre agarra la mano del pequeño y se marchan.
—Relájate —comenta ella mientras se acerca a mí y pasa sus manos por mis hombros—. Solo quería hacerle una broma a alguien. Intentó conmigo, pero no sé atrevió. Le propuse volverlo a intentar, esta vez con una persona super peligrosa —comenta y sonríe.
—Y de paso también me la hacías tú a mí —expongo.
—No fue una broma para mí, quería ayudarlo y quería ver qué tanto padrías lidiar con niños.
— ¿Cuál fue la conclusión a la que llegaste?
—Que por muy exasperado que estás no maltratar a un crío. Aunque parezca no tener paciencia, la mantienes. Creo que estás listo.
Sus palabras concluyen contra mi boca y el beso desata todo nuevamente. Agarro su cuello y la atraigo más hacia mí. Mis manos no se quedan ahí, descienden por su espalda hasta que llego a sus nalgas. Las aprieto como quiero, mientras siento la necesidad de seguir.
Mi móvil suena y tras un azote que le doy en una nalga se separa. Todo está listo en el restaurante.
Agarro su mano y la guío hasta el interior del restaurante. Una vez dentro detiene sus pasos y sonríe.
—Qué puedo hacer contigo Masserati. La combinación mas jodida entre la enfermedad y la cura. El hombre que provoca el mal y el bien al mismo tiempo. La confianza y el peligro. El delirio y el conocimiento. El caos y la organización. La fuerza y la debilidad. ¿Cómo en este mundo puedo entregarlo todo a la vez?
Camino hasta la mesa y muevo la silla permitiendo que tome asiento. Una vez lo hace corro la silla. Es solo el principio de todo lo que quiero para hoy.
Ocupo asiento frente e inmediatamente nos sirven la comida.
—Buen provecho —comenta Piero.
Asiento, Gia da las gracias y él junto con todos los empleados se marchan.
— ¿Qué tiene de especial este plato? —inquiere.
—Es tu favorito —comento atendiendo la comida.
Levanto la vista del plato y la observo. Sus ojos ya me esperaban. Es solo una mirada lo que necesito con ella para electrificar todo.
—Creo que estamos en desventaja. Tú conoces mucho de mí y yo bastante poco de ti.
—Sabes lo importante. Con eso basta —aseguro.
— ¿Qué es lo importante? —indaga probando la comida y emitiendo un sonido de satisfacción que me hace antenderla y tener otras intenciones que distan de responder.
—Que me pertenecen: la mafia, la gran mayoría de negocios que se mueven en el país y una abogada que se apellida Cambell —expongo mientras le doy un sorbo al vino.
— ¿Qué has hecho tú para merecer a esa abogada? —indaga e imita mi acción de apoderarse de un poco de vino.
—Descubrirla —respondo mientras mis ojos se pasean por ella.
De pronto la canción Tutto per me de Michele Merlo se escucha de fondo. Me levanto de la silla y me sitúo a su lado. Jamás lo he hecho de esta forma, pero ella puede ayudarme mucho. Extiendo mi mano y ella, tras sonreír la acepta. Nos movemos a unos pasos de la mesa. Mis manos rodean su cintura, las de ellas mi cuello, mientras nos movemos al ritmo de la música. Sus ojos se mantienen en los míos. Primera vez en la vida que una mujer me mantiene la mirada, tal vez ese es un motivo de peso para que me quede hipnotizado en su rostro importándome poco si la música seguía o no sonando.
—Bésame despacio —susurra.
Me quedo pensando en la palabra «despacio». La palabra que conlleva a ese fantasma que me impide actuar más con ella. Le observo el cuello, esa piel blanca que me invita a devorarla. Muevo la cabeza rápido, como si no supiera contenerme, pero una vez mis labios rozaron su cuello, la palabra retumba en mi mente.
«Es ella. Es mi chica»
«Tienes la vida para disfrutar de esto. No hay prisa»
Rozo mis labios por su piel y me apropio de su dulce olor. Le doy un suave beso y es este el que me da la confianza de que puedo hacerlo.
Otro beso, apasionado, intenso pero increíblemente suave. Lo disfruto joder, como si de esta forma, lento, pudiese más disfrutar de ella. Maldita sea, es mi perdición.
Continúo por toda la piel de su cuello. No hay un solo milímetro que no haya recorrido con mi boca y lengua. Perdido, excitado y loco, así estaba justo ahora. Me he controlado todas las malditas veces, pero ahora ¿seguiría huyendo?
Levanto la cabeza y sus ojos me esperaban. Sus labios se separaban ligeramente y la necesidad de volver a sentirlo me domina. Mi pulgar va hasta su labios inferior y lo recorro. Vuelvo a volverme loco cuando se deja magrear el labio por mi dedo. Agarro su cuello y la beso. Esta jodida vez pierdo el hilo que me guiaba por el camino «lento».
Me separo y antes de que ella hiciera algún movimiento, la muevo hasta colocarla de espalda a mí. Mi boca vuelve a su cuello y mi mano baja hasta su muslo. Vuelvo a caminar por el sentido de la lentitud. Subo mi mano lenta por el interior de su muslo hasta llegar a su braga. Despacio, acaricio su sexo por encima de la fina braga. Un gemido se escapa de sus labios dándome una infinita necesidad de tener más.
Introduzco mi mano por debajo de la braga. Maldita sea, vuelvo a volverme sediento, loco por ella. Un gemido más alto hace eco entre los dos al tocar su clítoris. No tengo intenciones de detenerme ahora, solo pido más. Bajo mis dedos hasta su entrada y sin previo aviso, la penetro. Un gemido sin contención sale de su boca y mi polla quiere salir del puto pantalón.
—No te corras ahora. Si te corres, no dejarás de hacerlo hasta que sean las ocho —demando contra su oído mientras introduzco otro dedo.
Gemidos que no controla. Pegando todo lo que puede su culo a mi erección y moviéndose mientras mi mano la embiste. Una de sus manos agarrándose de mi nuca. Acciones que demostraban que no sería capaz de cumplir con mi orden, pero, primera vez en mi puta vida que quería que me desobedecieran.
—Detente —susurra.
No lo hago, evidentemente. Al contrario, introduzco otro dedo y empujo fuerte dentro. Salgo y entro con más fuerza. Solo necesité hacerlo dos veces. Saqué la mano y la moví por encima de su clítoris. Temblaba sobre mis manos y yo no me detenía. Intentó agarrarme fuerte cuando sus piernas fallaron pero le fue imposible. Le rodeé con una mano las caderas y la detuve contra mi cuerpo mientras el orgasmo aún la dejaba a su voluntad.
— ¿Qué te he ordenado nena? —pregunto.
—Que no me corriera —dice con la voz cargada de placer.
—Me has desobedecido —expongo. Me coloco frente a ella y la cargo, dejando su cuerpo sobre mi hombro.
Pasé una de mis manos por su sexo nuevamente y el resultado de su orgasmo hacía resbalar mi mano. Enloquezco y busco mil maneras de controlarme, porque ahora mismo no quiero ser lento.
La siento en el auto y a una velocidad que pocas veces ven en mí, me siento en el asiento de piloto. Mientras conduzco hasta la mansión que puse a su nombre pienso en todo lo que quiero hacerle. La maldita carretera hoy se siente más larga que nunca.
Cumpliendo mi voluntad de hacerla correrse hasta que nos tengamos que arreglar para la subasta:
—Súbete el vestido y quítate las bragas —ordeno y ella lo hace en silencio.
—Tócate —demando.
Lo hace y por una milésima de segundos me permito observarla. Cómo no se detiene, como cierra sus ojos.
—No quiero que te corras hasta que no lo ordene —digo con voz ronca—. Solo quiero que notes todo lo que me perteneces.
No permitiré que lo haga sin tener yo el control, menos perdiéndome la increíble vista.
Introduce un dedo en su interior y lo mueve ágilmente. Los gemidos vuelven a retumbar en mis oídos y detengo el coche.
Azoto su sexo, tosco y rápido. No podía ser lento, no quería serlo ahora.
Un grito que soltó sin contención y sin preocuparse en absoluto del exterior. Fascinado con tenerla a mi disposición levanto aún más su vestido dejando sus tetas a mi merced. Azoto alternativamente su sexo y sus tetas.
—Mírame —ordeno—. Detén tu mano. Tus orgasmos son míos, joder.
Vuelvo a azotarla y cierra los ojos.
—Mírame nena —demando y ella vuelve a abrir los ojos—. A partir de ahora solo puedes tocarte delante de mí —ordeno y azoto su sexo—, correrte para mí —sigo y vuelvo a azotarla—, gemir para mí. Temblar sobre mis manos, te castigaré cuando sea la puta cama la que perciba tu estremecimiento y no yo. Soy un maldito egoísta y cuando te corras quiero sentirlo en mi mano, en mi boca o en mi polla. No hay otro sitio ¿Entiendes esposa? —concluyo y azoto una última vez.
Vuelve a temblar con mi mano quieta sobre su sexo. No necesité de más. Mueve sus caderas mientras se libera contra mi mano. Enloqueciéndome más.
Continúo el camino mientras ella está hecha un caos. No es esta la situación complicada, es cuando la folle. Vuelve el miedo a mí de quedarme ciego y sordo, de volverme un animal sin contención. Aprieto mi mano en su muslo, sin darme cuenta, producto a mis pensamientos.
Falta poco, pero aún así el viaje es jodidamente largo en comparación a todas las malditas veces.
La analizo. Su dedo pasa por su labio repetidamente mientras pierde su mirada por la ventanilla. Aprovecho para volverla a observar completa, desnuda en el asiento. Tanto tiempo deseándola así, tantos momentos que la dibujé en mi mente. ¡Qué afortunado soy en este jodido mundo!
Al fin llegamos y bajo con prisa. Ella, tras bajar su vestido nuevamente, camina tomada de mi mano.
Una vez dentro de la mansión paso a servirme un whisky. Sé que no debería ser racional ahora, tampoco cruel conmigo mismo. La necesito, la deseo hasta la locura, la quiero de todas las formas posibles. Pero otra vez, la maldita fobia de hacer más de lo que no debo con ella, más de lo que ella puede aguantar me tortura.
Me siento en una de las banquetas de la isla de la cocina y tomo un largo buche mientras la observo caminar lentamente y desnuda hacia mí.
Se coloca a mi lado y yo sigo permitiéndome embriagarme más con su olor, con la vista que me proporciona.
Coloco el whisky a un lado de la isla y anclo mis manos en sus caderas con la voluntad de subirla hasta la isla. La siento encima de las blancas losas. Otra vez abierta para mí, otra vez volviéndome eufórico por verla correrse.
Tomo nuevamente el vaso con whisky mientras observo su sexo. No requiero de una segunda vista —aunque lo miraré todas las malditas veces que pueda— para aprendérmelo de memoria.
Viro el vaso sobre su sexo y dejo caer whisky sobre él, viendo el líquido cubrir y resbalar por todo el espacio. Llevo mi boca hasta su entrada esperando la bebida justo al final de su recorrido. Detenerme es imposible y tampoco lo quiero. Succiono y lamo hasta exterminar con la bebida. Salvaje y lento, una combinación que no es premeditada, sino una respuesta a mis pensamientos, entre el «me vuelve loco» y «despacio». Ella empieza a gemir y eso no me ayuda, sino que me inyecta aún más excitación. Recuerdo la palabra «suave» y paso mi lengua desde encima de su clítoris hasta su entrada y repito la acción. Su mano se apoya en mi cabeza incitándome a más y entonces la palabra «suave» cambia y mi mente vuelve a generar una nueva «duro». Succiono como un maldito sediento de ella; devorándola, saboréandola con muchas ganas, con un jodido deseo que me impide reducir la fuerza o detenerme hasta que su sexo no se libere esta vez contra mi boca.
Muerdo el interior de sus muslos y vuelvo a las succiones en su sexo. Intenta moverse hacia tras pero agarro sus muslos y se lo impido. Sus gemidos eran un eco en mis oídos. Mis manos se anclaban a sus muslos sabiendo que en ellos también quedaría prueba de mi toque. Mis labios seguían locos, posesivos sobre su sexo hasta que siento sus piernas tensarse y antes de que temblara ya mi lengua esperaba en su entrada su liberación.
Aún no se cumplía mi promesa.
Me levanto de la banqueta, situándome de pie entre sus piernas. Llevo mis manos hasta el cinto de mi pantalón, deshaciéndome de todo lo que entorpezca salir mi erección.
—No se si pueda correrme otra vez —dice en un susurro.
Sonrío. No soy conformista. Sé que he obtenido más de lo que cualquier hombre que antes haya estado con ella, pero aún así, quiero más. Se correrá, cada puta vez que la toque, que la pruebe, que la folle. Lo hará y la dejaré todo el puto día pensando en ello.
No necesita lubricación mi polla, ella está perfectamente disponible para mí. Me tenso cuando coloco la punta en su entrada. «Suave», repite mi mente y mi cuerpo le cumple, entrando jodidamente despacio. Los ojos de Gia se cierran y llevo mi mano hasta su mandíbula.
—Mírame solo así seré capaz de no hacerte daño. Necesito saber que eres tú. Que me estoy follando ahora a la mujer que me ha tenido loco por años —demando con fuerza mientras la penetro una y otra vez y creo que la palabra «suave» vuelve a sustituirse por «duro», pero aún la veo a ella, mi cuerpo lo sabe.
Sin un puto preservativo, para algunos una locura, pero yo no me privaría de sentirla directamente.
Sus gemidos vuelven a dominarlo todo y yo me detengo. La frase «no sé si pueda correrme otra vez» se repite en mi mente. Suelta un sonido de insatisfacción al instante.
— ¿Qué quieres? —indago rozando con la punta de mi verga su sexo.
—Sigue —pronuncia.
No es la respuesta que quiero escuchar así que sigo solo rozando su sexo.
—Por favor, esposo, hazlo. No puedes detenerte, lo necesito, lo deseo —suplica.
Entro rápido y fuerte en ella, pegándola completamente a mí, impidiendo con mis manos que se separe un centímetro. Su boca está muy cerca de la mía pero no la beso. Sus ojos se quedan fijos en los míos, es lo que quiero. El «rápido» vuelve a convertirse en «lento» pero sigue manteniéndose el «fuerte»
No sé de hacer el amor, nunca lo he practicado, pero sé que ahora mismo no solo estoy follándola y penetrándola como un loco posesivo.
—Quiero que te corras —ordeno contra su boca.
Mis ojos y los de ella siguen fijos lo que me permite no cegarme, aún así la necesidad, el placer que llevo conteniendo por mucho tiempo ganan partida y la embisto una y otra vez, introduciéndome completo en su interior. Sus gemidos contra mi boca chocan y noto como lucha por tener los ojos abiertos. Contrae su sexo y desata el éxtasis en mí. «Condenadamente fuerte» un movimiento que nos hizo corrernos al mismo tiempo. No fui capaz de salir de su interior hasta que la última gota de su orgasmo cubriera mi polla.
Para el mundo producía droga, una sustancia que los manipulaba, los enloquecía, los dominaba. Para el mundo creaba armas, un objeto que los detereoraba. Para el mundo creé la oscuridad, una sombra que los cubría, que le tapaba la claridad. Para mí, el mundo creó a Gia Cambell, la droga, el alma y la propia oscuridad. No sabía que tanto se pensaba desquitar el mundo hasta hoy. Al notar que sería capaz de matar para probarla; que sería capaz de deteriorar hasta lo último cuerdo que existiera en mí por tenerla; que sería capaz de hacer hasta lo más inhumanos actos por verla.
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