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Liam mentiría si dijera que no se había esperado el segundo intento de Scott de hablar con él. Sabia lo cabezota que podía ser aquel alfa, había pasado un buen tiempo conviviendo con él como para ser capaz de decir que, al menos, le conocía lo suficiente como para anticipar sus acciones. No era como si Scott fuese muy difícil de predecir, no era Derek, solo era un crío como él, con la única diferencia de que Liam consideraba que sus neuronas estaban en un estado de completa función.

Lo que si no se esperaba era que, está vez, Scott le emboscara solo. Era obvio que aquél encuentro no había sido una casualidad, Liam había ido a una parte del pueblo donde podía decir con toda seguridad que Scott no había ido, era un cementerio de autos en el que alguien como Scott no tenía nada que hacer.

Él, en cambio, disfrutaba destruyendo lo que quedaba de los autos abandonados. Era una forma muy placentera de liberar sus tensiones, además, no es como si alguien fuera a ir y decirle algo, la mayoría de las personas a las que se encontraba allí eran tíos buscando un lugar en donde drogarse y beber en la vía pública sin ser detenidos por la policía. Y, normalmente, esos tipos le vitoreaban al verle destrozar los autos.

Supo que algo andaba mal cuando un perro callejero que siempre estaba allí comenzó a gruñir como loco y fue a esconderse debajo de una vieja camioneta. No se sorprendió cuando, al darse la vuelta, Scott se acercaba hacia donde él estaba.

Quiso reír al ver lo mal que se desplazaba el alfa entre los trozos de vehículos. En más de una ocasión estuvo a punto de hacerse cortes o de pisar alguna de las jeringuillas que cubrían parte del suelo.

— ¿Te puedo ayudar en algo? –Preguntó una vez que Scott estuvo lo suficientemente cerca.

El alfa verdadero le miró de arriba a abajo, como si no le reconociera, y Liam no entendió aquello.

— ¿Tengo monos en la cara o qué?

— Por un segundo creí que eras Peter –Le dijo el de rasgos latinos.— Hueles mucho a él.

— Tú hueles a Kira y yo no te digo nada –Le atacó Liam.— Ahora dime que quieres o lárgate, o menor, no hables y solo vete.

— Me doy cuenta de que no escuchaste mi advertencia –Scott cambió rotundamente de tema.— Ya te dije que...

Scott intentó acercársele, invadir su espacio personal. Pero Liam estiró una mano y sacó sus garras mientras le miraba con los ojos teñidos de ámbar. Eso hizo que el alfa dejara de avanzar.

— No quiero apestar a tí –Impuso el menor.— Así que hazme el favor de mantener una distancia de, al menos, dos metros.

Liam observó mientras Scott retrocedía varios pasos y quiso sonreír al verse capaz de intimidar a un alfa. Se había sentido poderoso por un momento.

— Escúchame Liam, solo quiero protegerte –Rodó los ojos cuando Scott solo eso.— Peter es...

— Cierra la boca –Le interrumpió.— Y mírate al espejo antes de hablar de Peter.

— Yo soy mucho mejor que él.

— Si, seguro –Ironizó.— Ahora me vas a decir qué existen los unicornios ¿Verdad? Porque solo falta que me sueltes esa idiotez.

— Lo que digo es la verdad.

— A otro con ese cuento, Scott –Pidió sin tacto.— No eres mejor que Peter, sin él no serías nada, solo un crío que seguía a su mejor amigo cual perro lazarillo ¿Qué eres ahora? Un idiota enloquecido de poder que no sabe hacer nada más que hablar mal de otros para sentirse bien consigo mismo.

Liam hizo una pausa, disfrutando de la expresión con la que había quedado Scott luego de que le soltara todo aquello. Y Dios, que bien se había sentido, mejor que golpearle o matarle.

— Ahora vas a intentar hacerme creer que estoy equivocado –Agregó, cruzándose de brazos y sonriendo.— Hazme un favor y vete mientras aún te queda algo de dignidad, tu aroma a perdedor apesta el lugar.

Vio como los ojos de Scott se teñían de rojo y creyó seriamente que iba a lanzarsele encima. Aunque ese presentimiento fue dejado de lado cuando una botella de cerveza le fue arrojada al alfa y este dejó de mirarle para esquivarla.

— ¡Hey tú, mocoso! –Gritó una voz que Liam ya conocía.— ¡Largo de aquí, deja en paz al muchacho!

Scott se alejó varios pasos más de donde estaba Liam, acabando por darse la vuelta e irse de allí.

El rubio sonrió y volteó a ver a quien le había salvado, por decirlo de alguna forma. O, más bien, quien había salvado a Scott. Porque en ese momento Liam se sentía capaz de pelear con cualquiera y ganar.

— La próxima que vea a ese tipo por aquí, le voy a disparar.

Liam rió ante el comentario de Robert, yendo hacia donde estaba su mochila y colgándosela al hombro para ir hacia el hombre.

— Ven muchacho, mi basurero es tu basurero.

Al verle pasar junto al carro debajo del que se había ocultado, el perro callejero salió y comenzó a seguirle moviendo la cola como loco. Él le palmeó la cabeza mientras iba hacia la casa rodante que era el hogar de el que, según él, era un amigo.

Robert era un hombre, un vagabundo podría decirse, que vivía en aquella casa rodante y viajaba de pueblo en pueblo cuando podía. Era un hombre que ya profesaba los 45 años y que, a pesar de llevar una vida para nada recomendable, decía ser feliz.

Entró a la casa rodante y tuvo que esquivar el llamador de ángeles hecho con trozos de vidrio de color que el mayor tenía colgado cerca de la puerta. En una pequeña mesa, Robert estaba sentado bebiendo cerveza de una taza para café.

— ¿Quién era ese mocoso moreno? –Le preguntó el hombre esbozando una sonrisa.— Nunca le había visto por aquí.

— Es solo un idiota al que, por desgracia, conozco –Bufó Liam.

— ¿Quieres que manda a Dalia a atacarle?

La mencionada alzó la cabeza desde una esquina en la que estaba acostada, Dalia era una doverman algo flacucha que Robert había adoptado de la calle. A pesar de tener una apariencia escuálida y de pasar gran parte del día durmiendo, era una perra ruda a la que era mejor no molestar..

— No, mejor no –Negó a la oferta.— Seguro que le muerde y se indigesta, pobre Dalia.

La carcajada del hombre casi deja sordo a Liam, que se sentó en una silla plegable frente a él y se puso la mochila en las piernas mientras comenzaba a rebuscar por cosas.

— ¿Has conseguido algo interesante? –Preguntó curioso el mayor.

— Un par de bujías y una cadena de bici, iba a traer un paragolpes, pero no me entraba en la mochila –Dijo mientras sacaba las cosas nombradas.— También te traje comida.

Los ojos del hombre parecieron iluminarse al ver a Liam sacar tres hamburguesas envueltas de la mochila y dejarla sobre la mesa.

— Oh, no debiste –Dijo apenado.— No me gusta ser un mantenido.

— Tómalo como un regalo –Le dijo sonriendo.— Así al menos comes algo que no sea cocinado sobre un motor.

— Hey, más respeto –Advirtió el mayor.— Mi conejo al motor es lo más delicioso que has probado.

Liam rodó los ojos y rió mientras volvía a cerrar su mochila y observaba a Robert coger una hamburguesa para desenvolverla y comenzado a comer.

— Eres un buen chico, Liam –Le dijo el mayor, tapándose la boca para que no le viera masticar.— Si ese muchacho te vuelve a molestar me avisas y le daré una paliza.

— No podrías.

— Puede que no tenga garras como tú –Puntualizó.— Pero en mi vida he peleado mucho, así que si podría.

El beta apretó los labios en cuanto el hombro nombró aquello. Se habían conocido porque Liam había llegado al cementerio de autos y, en un ataque de ira, había destruído un auto con garras y dientes. Sin darse cuenta de que tenía como espectador a Robert. El hombre, en lugar de asustarse y correr, se había quedado viendo y le había gritado Hey, que el coche no te ha hecho nada.

— Es verdad, olvidé que eres el hombre más rudo del cementerio de autos –Asintió, medio en broma medio en serio.— Scott no sabría qué le golpeó.

— ¿Scott se llama? –Liam asintió.— Pues a la próxima que lo veas, enséñale quien manda.

NOTA DE LA AUTORA:

liam es un niño muy bueno, yendo a destruir autos en lugares concurridos por vagabundos, haciéndose amigo de hombres mayores desconocidos. Es todo un ángel y nadie lo puede negar.

En fin, sin más que decirles me despido deseándoles un buen resto del día y mandándoles muchos besos y abrazos para todos. Adiós mi linda manada.

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