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Capítulo 128. La última cita oncológica.

Cuando Laila por fin se quedó sola, aprovechó para llamar a Isabel y compartir con ella la noticia que le había dado Laura. Una vez que colgara, tenía la intención de pasar a ver a doña Pilar para compartirlo también con ella. Seguramente la anciana se pondría muy contenta por cómo le estaban yendo las cosas. Aunque sabía perfectamente que la mujer quería verla al lado de Alana, porque la anciana, desde el principio, creyó que su Laila y la oncóloga estaban hechas la una para la otra. Incluso le llegó a decir a la joven que no quería morirse sin verlas juntas. Y sinceramente, Laila pensó, a esas alturas, que no tendría la oportunidad de volver con ella. El corazón se le hacía más pequeño al pensar que iba a defraudar a doña Pilar. No sabía lo que le quedaba a la mujer por vivir, y sólo le importaba verla feliz.


La última quimioterapia llegó. Y en ese sentido, Laila no podía estar más feliz. Además, cada vez quedaba menos para exponer en Nueva York, a pesar de que la galería Ágora tuvo que posponer la presentación de la galerista para dos meses más tarde. Pero a Laila eso le dió igual, el sueño que llevaba persiguiendo desde su niñez, se iba a hacer realidad pasara el tiempo o no, además estaría más recuperada de su enfermedad.

Los meses habían pasado y la joven no había vuelto a saber nada de Alana, pero ésta siempre estuvo al tanto de cómo iba Laila con el tratamiento y cómo su cuerpo estaba reaccionando a él. El doctor Pardos se encargaba de decirle a su compañera los avances de la profesora y lo feliz que estaba por estar venciendo a la enfermedad. En ese sentido, Alana se sentía feliz y relajada. Ella misma quería estar al lado de la joven para luchar juntas contra la enfermedad, pero sabía que, de la manera que Laila quería estar con ella, no era posible en ese momento.  Aprovechó para centrarse en sí misma y sanar después de cómo la había dejado María, mientras Laila luchaba contra el cáncer y seguía pintando a un ritmo casi vertiginoso para exponer a tiempo en Nueva York. Igualmente María seguía acechándola para recordarle que debían retomar la relación y que su paciencia se estaba comenzando a agotar. Habían pasado los meses y la oncóloga seguía sin querer saber nada de la abogada. Ésta, la tenía totalmente controlada con respecto a Laila. Y el hecho de no haberlas vuelto a ver juntas, ni siquiera en el hospital, la hizo relajarse.

Igualmente la oncóloga sabía de las intenciones de María. Ésta seguía pensando lo mismo que al principio. No podía ni ver a Laila y quería volver con Alana aunque fuera a la fuerza. A pesar de estar mejor consigo misma, la oncóloga estaba desmoralizada porque cada día que pasaba, echaba más de menos a la profesora. Seguía amándola como al principio, y era incapaz de sacársela de la cabeza. Como también se echaba en cara el no haberse dejado besar por Laila en su consulta cuando ésta intentó besarla. Lo que daría por volver a sentir los cálidos labios de la joven rozar los suyos. Cuando pasaba consulta, a veces veía a Laila en alguna de sus pacientes, y eso la inquietaba, porque la necesidad que tenía de volver a verla, no la dejaba trabajar como debiera y sabía que podía jugarle alguna mala pasada, de hecho, en una consulta con una paciente en concreto, llegó a llamarla Laila en una ocasión, lo que hizo que Alana se trastocara por completo. Si no hacía por controlar lo que sentía por la profesora, sabía que iba a terminar arruinando su propia vida.

Una mañana de lunes, Laila estaba más nerviosa que de normal, pues sabía que tenía la última cita con su oncólogo ese mismo día por la tarde. Además, era su cumpleaños. En un momento dado, teniendo a Matiz entre sus brazos, alguna lágrima brotó de sus ojos, recordando todo el proceso por el que había tenido que pasar. Malestares físicos, cambios en su cuerpo y de humor, insomnio, la caída de su preciosa melena, el sentirse más vulnerable y decaída al no controlar lo que le estaba sucediendo, su primer y verdadero amor…De repente pensó en la primera vez que se topó con Alana en la cafetería del hospital, y la nostalgia la invadió sin previo aviso. Ese día sintió cierto cosquilleo en su estómago, y es que esa preciosa mujer vestida de blanco, aunque le había parecido una mujer estirada y maleducada, le había entrado por los ojos con una fuerza arrolladora. Y desde ese día, el mismo que le darían la fatal noticia de que padecía cáncer, había llegado el amor a su vida, tocando a la puerta sin avisar. Laila pensó que en su caso, la vida era caprichosa, y le resultó muy curioso encontrar a la persona capaz de darle la vuelta a su vida el mismo día que ésta le daba una noticia devastadora y que también ponía su vida patas arriba. Cómo todo podía cambiar en cuestión de segundos. Por eso seguía pensando que debía aprovechar cada momento al máximo, hiciera lo que hiciese, y estuviera con quién estuviese. Pero también creía fervientemente que Alana era la mujer de su vida, por cómo había aparecido en el momento más crucial de la misma. Además, tampoco podía ser casualidad que cumpliera años el mismo día que le iban a decir que se había curado de su enfermedad. Todo sucedía por algo, nada era casual. Y esa forma de pensar que ella tenía acabaría por asentarse a la fuerza en su vida futura.

Laila estaba ya arreglada cuando Isabel le mandó un mensaje diciéndole que ya estaba esperándola en la calle. Esa tarde también quiso compartir con su amiga el gran momento que marcaría un antes y un después en su enfermedad. De hecho hasta doña Pilar quiso acompañarla a su última cita con el doctor Pardos, por lo que Laila se despidió efusivamente de Matiz, diciéndole al gato que ese día tendrían que celebrarlo cada año, y ya no solo porque cumplía años. Luego salió de su casa con cierto nerviosismo, y se fue a buscar a la anciana.

Lo que Laila no sabía cuando se subió al coche de Isabel, acompañada de doña Pilar, era que le quedaban unos minutos para ver a Alana, y que ese momento con ella, también terminaría por marcar un antes y un después en su posterior relación.

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