Capítulo 80. Después de estar juntas.
Cuando Laila se despertó, tenía a Matiz acurrucado sobre ella, encima de la sábana. Ésta seguía como la había dejado Alana. Y a la profesora le llamó la atención cuando se dio cuenta de que su cuerpo estaba tapado por la sábana. Ella terminaba siempre destapada. Pensó que debió ser Alana la que la tapó antes de salir de la habitación y ese gesto por parte de la oncóloga le gustó mucho. De hecho la hizo sonreír al punto de la mañana. Se sintió cuidada y mimada por su doctora.
Se incorporó con cuidado y abrió bien los ojos, luego agudizó el oído para escuchar algún tipo de ruido proveniente de cualquier parte de la casa. Eso indicaría que Alana seguía allí. Pero finalmente no escuchó nada, y eso la entristeció. Se levantó lentamente de la cama y se dispuso a recorrer toda la casa, seguida de Matiz. Por todos lados olía a la oncóloga y sin poder evitarlo, volvió a alegrarse. Y cuando sus ojos se fijaron en un pequeño papel situado sobre la mesa del comedor, una preciosa sonrisa se dibujó en su alegre rostro. Fue directamente hacia la mesa, necesitaba saber si Alana le había dejado una nota, porque tenía toda la pinta de serlo.
Cogió el papel con la mano temblorosa, y se dispuso a leer la nota que sí le había dejado la oncóloga. Esa mujer era una caja de sorpresas.
"Laila, gracias por tanto, por una noche perfecta e inolvidable. A tu lado, me has hecho olvidarme de todo y me has permitido adentrarme en tu maravilloso mundo lleno de colores. Eres pura atracción y adicción. Eres pura perfección. Te amo"
A la joven estuvo a punto de caérsele de las manos el papel. Esa mujer le había escrito que la amaba. No podía creer lo que acababa de leer en ese trozo de papel. Además, había pasado una noche inolvidable a su lado. Y lo mejor de todo era que para ella había pasado exactamente lo mismo. Laila estaba como en una nube. Y no podía dejar de pensar en Alana. Había tenido la suerte de poder pintar todo su precioso y magnífico cuerpo, la pudo tocar, acariciar y demás. Y lo mejor de todo, se amaron mutuamente. Por supuesto que Laila tampoco iba a olvidar esa noche en su vida. Había llegado a intimar con varias mujeres, pero pudo reconocer que ni por asomo había sentido por esas chicas lo que había vivido y sentido con Alana. Y sabía perfectamente que nunca más lo sentiría por otra mujer que no fuera la oncóloga.
Laila se sentó en el sofá con el papel en la mano. Era incapaz de soltarlo. Esas palabras escritas en esa hoja significaban muchísimo para ella. Pero de repente pensó en que la oncóloga debía estar ya en su casa, y notó un nudo oprimiéndole la boca del estómago, porque sabía que Alana la iba a tener con su novia. Laila se puso muy nerviosa de sólo pensar en que la tal María esa le pudiera hacer daño a Alana. Pero quizás había llegado el momento de que ésta dejara por fin a su pareja. Laila lo deseaba con todas sus fuerzas y esperaba que finalmente fuera lo que la oncóloga hubiera hecho. Y ya no solo pensó en sí misma y en que para ella era mejor que la doctora estuviera soltera, sino que pensó solamente en el bienestar de la mujer, y desde luego junto a su pareja, Alana no podía ser feliz.
Matiz debió de sentir la preocupación de Laila y su consiguiente tristeza, por lo que se subió a las piernas de la joven y se dispuso a pasar su cuerpo por el abdomen de la profesora. Ésta lo abrazó mientras intentaba dejar la mente en blanco, porque también se dio cuenta que seguía sin tener el número móvil de Alana, y no tenía manera de comunicarse con ella si quería, salvo si ésta se ponía en contacto con el teléfono del hospital, o si incluso ella misma iba a verla al hospital, pero estando convaleciente como estaba, el hospital era el último lugar donde debía ir. En ese momento se lamentó de no haberle pedido su número de teléfono, pero estaba tan pendiente de la oncóloga que no podía pensar en otras cosas y con ello, y muy a su pesar, dejaba de tenerlo todo bajo control.
Alana ya se había duchado y se había puesto lo primero que encontró en su vestidor, como solía hacer siempre que estaba María en casa. Luego, aprovechando que ésta se había ido, se preparó un desayuno algo más consistente que de normal. Tenía hambre y tenía tiempo para desayunar tranquilamente, mientras Laila se había apoderado de todos sus pensamientos. ¿Cómo narices iba a hacer para conseguir que la profesora no se adueñara de toda su mente durante todo el día? La llevaba clara si pensaba que lo iba a conseguir.
Mientras desayunaba tranquila, pensó en María y en lo que podía ser capaz de hacer si se enteraba que tenía algo con su paciente. Seguramente intentaría hundirla. La abogada había visto con sus propios ojos lo guapa que era Laila. En las fotos que había distribuidas por toda la ciudad, la profesora estaba preciosa y era una mujer que llamaba la atención, y por lo que había dicho María, también había llamado su atención. Lo que le faltaba. ¿Y cómo se había enterado que Laila estaba enferma y además era lesbiana? Lo que estaba claro era que la profesora no pasaba desapercibida para nadie, y eso podría pasarle factura.
Cuando la oncóloga terminó de desayunar, se lavó los dientes y cuando salió de su casa, llamó a Raquel para tomar un café rápido en la cafetería del hospital antes de empezar la jornada laboral. Quería contarle todo lo que había pasado entre Laila y ella. Seguramente no creería lo que le iba a decir, porque la conocía muy bien y sabía que Alana no era capaz de tener algo con una paciente y además teniendo novia, pero seguramente cuando se diera cuenta que no le estaba mintiendo, sabía que la iba a apoyar en todo, y eso la relajaba de alguna manera. Necesitaba sentirse apoyada porque Alana era consciente de que no estaba haciendo bien las cosas y no quería sentirse juzgada por su amiga.
La oncóloga salió de su casa a paso rápido y con cierta preocupación por todo lo vivido en las últimas horas, pero lo hizo, cómo no, con la profesora metida en su cabeza, y en su corazón. Era algo inevitable.
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