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Capítulo 44. Recién operada.


Cuando la doctora Del Olmo entró y vio a Laila acostada en la cama, tan frágil y vulnerable, tan guapa como siempre, le dieron ganas de acostarse con ella y abrazarla. Iba acompañando a su colega y amigo el cirujano, porque éste quería hablar con Laila y con sus familiares, pero ella sólo quería ver a la profesora y hablar con ella. De hecho, nada más su mirada se encontró con los preciosos ojos de Laila, se descompuso de alguna manera porque le costaba hablar con los allí presentes.

Alana consiguió saludar a Isabel y a doña Pilar, mientras el doctor se centraba en Laila. Las dos mujeres se alegraron mucho cuando vieron a la doctora allí, sabían perfectamente que se había pasado para ver a Laila, porque tendría muchas ganas de verla. No era normal que su oncóloga se pasara a verla después de ser operada.  Las dos tenían muy claro que esa mujer estaba perdidamente enamorada de la profesora, y si no era así, poco le faltaba.

-¿Qué tal estáis? Yo quería ver cómo le había ido todo a Laila, como me toca trabajar de tarde, no me costaba nada pasarme, aunque es verdad que ya es tardísimo - le dijo la doctora a las mujeres excusándose con ellas para que no pensaran de forma extraña. Pero en realidad les había mentido, porque aunque tuviera que trabajar esa tarde, había anulado la gran mayoría de sus citas para poder estar pendiente libremente de Laila.

-Claro claro, doctora, a Laila le hace muy feliz que haya venido a verla - le contestó doña Pilar- Noto que cuando la ve, se le ilumina su rostro…

Alana se quedó helada. ¿Era verdad lo que le había dicho la anciana? Sin poder evitarlo miró a Laila. Ésta tenía el rostro rojo por lo que acababa de oír de boca de su vecina. ¿Cómo había sido capaz de decir eso delante de la doctora? Había puesto a la joven en un gran aprieto. Aunque Pilar tenía toda la razón, Laila notaba cómo se tensaba todo su cuerpo cuando tenía enfrente de ella a la mujer que tanto le gustaba.

La doctora se acercó a su paciente, y delante de los allí presentes, posó suavemente la palma de su mano en el muslo de la joven. Ésta estuvo a punto de mover la pierna en un acto reflejo. Menos mal que no lo hizo. Cuando sintió la mano de la oncóloga sobre su piel, a pesar de estar la sábana de por medio, se erizó sin ningún miramiento, pero la doctora no se pudo percatar de tal reacción, porque se había quedado asombrada cuando vio de cerca los ojos verdes de Laila. Éstos la miraban impasibles y fijamente. Laila sabía perfectamente el efecto que provocaba su mirada felina en las personas a las que miraba fijamente, y la oncóloga no iba a ser diferente salvo en una cosa, a esas alturas la mujer estaba colada por su paciente.

Laila aún tenía el efecto de la anestesia en su cuerpo, por lo que no estaba del todo presente en lo que se estaba viviendo en esa habitación. Además, la habían operado hacía unas horas y necesitaba descansar.

-Laila, ¿Cómo te encuentras?- preguntó la doctora, aún sin haber quitado su mano del muslo de la profesora. Si fuera por ella, no la quitaría en horas, pero tampoco quería incomodarla. Y el hecho de, por fin haberla visto, le provocaba una satisfacción y alegría infinitas.

-Doctora…Estoy aún aturdida y adolorida…

-Es completamente normal, ya ha hablado contigo mi colega el doctor Martínez, ahora creo que nos vamos a marchar para dejarte descansar. Ya hablaremos mañana.

¿Mañana? ¿Es que acaso la doctora se iba a pasar también al día siguiente? Quizás había oído mal o tal vez estaba tan adormilada que se había imaginado la visita de la doctora y ésta no estaba ni en su habitación.

-Muy bien, doctora - contestó Laila de forma seca y mirando intensamente a la mujer que tenía enfrente. Debía asegurarse que era todo real y no producto del post operatorio.

La oncóloga, muy a su pesar, decidió sacar su mano de donde hacía rato que la tenía, no sin antes apretar suavemente el muslo de su paciente brevemente, haciendo que a ésta le incomodara que la retirara. Se sentía muy bien notando la proximidad de la mujer con ella. Lo que la doctora no sacó, fueron sus ojos de los ojos de Laila. La tenían completamente hipnotizada. Ese verde hipnótico le daba una paz inmensa en comparación con los nervios y la ansiedad que le provocaba su novia María. Tenía razón su amiga Raquel, su novia y Laila eran dos mujeres completamente opuestas y mientras una le provocaba agitación y angustia, la otra le ayudaba a relajarse y a olvidarse de todos los problemas que la rodeaban de una manera única.

Los doctores se despidieron de las tres mujeres y salieron de la habitación. Ya afuera, Alana estuvo hablando un rato con el cirujano, hasta que éste se despidió de la oncóloga y siguió su camino. Alana estaba muy nerviosa, y todo había sido por el cúmulo de emociones que le había provocado el saber que a Laila la estaban operando, si todo iba a salir bien, y después el verla. Lo que sentía por esa chica se le estaba escapando de las manos. Cada día que pasaba sentía más por ella, y era incapaz de hacer algo al respecto. ¿Acaso se podía luchar contra lo que una sentía por otra persona?¿Y si esa persona era lo mejor que le había pasado en su vida? Alana suspiró y se dirigió a los primeros servicios que encontró. Necesitaba echarse agua por el rostro para poder controlar la angustia que llevaba encima. El amor que estaba comenzando a sentir por Laila le estaba afectando en su día a día. Era un hecho para ella, y no lo podía obviar. 

Cuando la oncóloga creyó que ya estaba más o menos recuperada, salió de los servicios con las manos en los bolsillos de la bata, y cabizbaja. Era ya casi media noche y aún no había ni cenado. Prefirió no mirar su teléfono móvil, porque sabía que tendría unas cuantas llamadas telefónicas o mensajes de María increpándola por no responder sus llamadas y mensajes, y por llegar tan tarde a casa y no dar señales de vida.

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