Capítulo 34. Otro encontronazo.
Laila y Laura pasaron un rato muy cómodo mientras cenaban, la una con la otra, hablando de arte y de cuándo iban a inaugurar la exposición de la profesora. Tenían que esperar un tiempo prudencial a que ésta estuviera recuperada de la operación, por lo que habían pensado en hacerla pasadas quizás unas tres semanas después de que operaran a Laila. Laura iba a comenzar con la publicidad por toda la ciudad de su próxima exposición. Estaba segura que la galería de su madre estaría todos los días llena gracias a la obra de la profesora. Y sólo esperaba que ésta consiguiera vender gran parte de sus cuadros.
Después de cenar, como ya habían quedado, Laura le propuso a Laila ir a tomar algo, y ésta aceptó gustosa. Se lo estaba pasando muy bien y esa noche, aunque estaba cansada y algo adolorida, no tenía ganas de volver a casa y encerrarse. Había muy buen ambiente en el centro sevillano y ella quería formar parte de él. La hacía sentirse viva y parte de la sociedad.
Laura iba feliz de llevar a una mujer como Laila a su lado, pero lo mejor no estaba en el impresionante físico de la joven, sino en lo maravillosa que era por dentro. Estaba llena de cualidades fabulosas y solo esperaba encontrar el momento adecuado para decirle que le gustaba mucho.
Las calles estaban muy concurridas de gente con ganas de pasarlo bien. Pero los locales estaban exactamente igual. Y es que una noche de viernes con esas temperaturas tan extraordinarias, la gente joven no quería quedarse en casa.
Laura y Laila decidieron meterse en un local de los menos concurridos, y aún con todo, igualmente estaba repleto. Mientras Laura le dijo a Laila que iba a ir al baño, la profesora le preguntó qué quería tomar, y le dijo que invitaba ella a la copa, puesto que la cena la había pagado Laura. A ésta le pareció bien, y se marchó en dirección al baño.
Cuando Laila iba a pedir a la camarera, unos hombres la empujaron sin querer, y la mujer cayó para atrás, sin saber si tenía a alguien detrás o si por el contrario acabaría con todo su trasero en el suelo, pero para su suerte, su espalda desnuda aterrizó sobre la espalda de otra persona. Y cuando ésta se iba a dar la vuelta para reprender a la persona que la había empujado, los ojos verdes más bonitos que había visto en su vida se clavaron en su intensa mirada. A Alana le cambió el semblante en un abrir y cerrar de ojos. Tenía enfrente de ella a la mujer que le había robado el corazón, y para colmo esa vez sí había sido ella la que la había empujado. Pero Laila, cuando vio que tenía a la doctora enfrente de ella, su corazón comenzó a latir descontroladamente. ¿Qué probabilidades había de que esas dos mujeres coincidieran dos veces empujándose una a la otra? ¿Sería cosa del destino? La joven sólo atinó a mostrarle una sonrisa de las suyas, y Alana palideció.
-Laila...¿Estás bien?- preguntó Alana con la voz entrecortada. La joven estaba tan espectacular, con la melena oscura suelta, los ojos verdes impresionantes mirándola fijamente sólo a ella, y para colmo sonriéndole como sólo ella sabía hacer, que pensó que se iba a quedar sin habla. Raquel, que se encontraba detrás de ella, debió de pensar que su amiga se había vuelto tonta de remate.
-Perdone doctora...Esta vez me han empujado a mí. ¿Está usted bien? Lo siento mucho.
-Tranquila Laila...Estás...Preciosa, por cierto...- el vestido ajustado que llevaba la joven le quedaba como guante al dedo. Se ajustaba a la perfección a su delgado y delicado cuerpo.
-Gracias doctora. Usted, sin embargo, parece que ha salido por ahí después de trabajar. ¿Me equivoco? Ojo, también va muy guapa, como siempre, eso sí.
-¿Qué tan mal luzco?- por cierto...Te quiero presentar a mi mejor amiga y compañera del hospital, Raquel - la dermatóloga se acercó tímidamente a la joven, y tenía toda la razón Alana, entendía perfectamente por qué se había enganchado de esa manera a esa preciosa chica. Tenía unos ojos verdes que pocas veces había visto a lo largo de toda su vida, además una melena negra muy bonita y la sonrisa que mostró, no se había quedado atrás. Pero tenía razón Alana, esa chica debía tener un interior como pocos, porque después de tener la enfermedad que tenía, era capaz de sonreír como lo estaba haciendo. En definitiva, esa chica no era de ese mundo.
-Hola guapa, encantada.
-Hola Raquel, igualmente - le contestó Laila sonriéndole. La dermatóloga estaba encantada con esa chica. Se había quedado prendada de ella.
-Pues yo he venido con una amiga, ahora os la presento cuando venga. Se fue al servicio.
Alana no podía estar más feliz cuando escuchó a Laila decir que la mujer con la que estaba era su amiga. En un momento dado, la oncóloga se acercó tanto a Laila, que el cuerpo de ésta se tensó al instante, al sentir todo el perfume de la doctora envolviéndola. La mujer se acercó al oído de Laila para preguntarle si querían tomar algo su amiga y ella, mientras posaba sus dedos en la cintura de la profesora. Laila se retiró la melena para poder escucharla mejor, rozándole con ella el rostro a la doctora, y ésta creyó estar viviendo un sueño, pero lo mismo pensó Laila cuando sintió los finos y cuidados dedos de la mujer rozar su erizada piel. Menos mal que llevaba el vestido y la tela haría que la oncóloga no notara el cambio a dicho contacto de su piel.
Las dos mujeres, a pesar de estar el local lleno, se olvidaron de todos los allí presentes. Raquel, cómo no, estaba como loca por ver a su amiga con ese monumento de mujer. Tenía razón ésta, entendía perfectamente que le hubiera trastocado tanto su vida en cuestión de tan poco tiempo. Esa mujer no tenía absolutamente nada que ver con María, y sólo esperaba que su amiga abriera los ojos y dejara de una vez por todas a su novia y le pidiera salir a Laila, aunque eso supusiera que su amiga tuviera que renunciar a ser la doctora de la joven, porque conociéndola, sabía que no rompería la relación que había entre médico-paciente.
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