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Capítulo 3. Pilar, la vecina.


Laila iba cargada con una mochila donde llevaba lo necesario para poder dar las clases esa mañana, más los tuppers que le iba a dar a su vecina. Como pudo, tocó a la puerta de ésta, y la anciana ya la estaba esperando, por lo que abrió la puerta enseguida.

-Hola cariño, buenos días. Pero qué cargada vas...Y me traes tuppers...No es necesario que lo hagas. Me cuidas demasiado Laila, y no tienes ninguna obligación en hacerlo.

-Buenos días señora Pilar. La comida se la voy a traer siempre que pueda. Sólo quiero asegurarme de que come, y además sano. Por cierto, después del trabajo si puedo me pasaré a comprar algo de fruta para las dos. ¿Cómo ha dormido esta noche? ¿Y la medicación, se la ha tomado toda? ¿Se ha aseado ya? Si no lo ha hecho y necesita ayuda, cuando termine en el instituto me puedo pasar a ayudarla.

-Dormí regular...Estoy acostumbrada a dar alguna cabezada por el día, entonces por la noche a veces me despierto y luego me cuesta dormirme. Ah, claro que me asee ya, no te preocupes, es lo primero que hago nada más levantarme. Y de momento aún puedo hacerlo yo sola. Así que tranquila. Por cierto, eres un amor. No sé qué haría yo sin ti - doña Pilar tenía ganas de llorar. No se creía la suerte que había tenido con esa joven. Dios la debía de haber puesto cerca de ella por algo. Sabía que Laila se merecía todo lo mejor del mundo porque tenía un corazón que no le cabía en el pecho. Para ella era su nieta y la quería como tal - Laila, ¿Hoy trabajas toda la mañana? Por cierto, tienes que enseñarme lo que estás pintando ahora. Me encanta ver tus pinturas.

-Claro que sí, buscaremos un momento para que pase a mi casa y le invite a un café, ¿Le parece? Por cierto, creo que debería intentar salir a pasear un poco, cuando no caliente tanto el sol, y así se cansará más y por la noche podrá dormir mejor.

-Lo sé hija mía, esta mañana saldré a pasear. He quedado con el señor Mateo en la plaza del parque. Igual me invita a tomar un café.

-Vaya planazo, doña Pilar, me parece estupendo. Además, ya le dije que el señor Mateo está interesado en usted, y hacen bien quedando y disfrutando de un buen paseo o un café juntos.

-Gracias Laila. Ya te contaré. Pero sabes que estoy muy bien sola y no quiero nada serio con el señor Mateo. Pero sí reconozco que su compañía me agrada. Estoy muy sola y necesito relacionarme también con personas de mi edad. Bueno, vete ya si no quieres llegar tarde, por favor.

-Sí, me voy, entro a las ocho, mis alumnos me están esperando. Luego nos vemos. Cuídese y páselo bien si sale - le dijo la mujer a la anciana dándole un beso en su arrugada y cálida mejilla.

Laila se dio media vuelta y se dispuso a bajar las escaleras con una sonrisa que denotaba alegría, por haber visto en buenas condiciones a la señora Pilar. Un problema menos para ese día. Una vez ya en el portal, cogió su antigua bicicleta y salió del mismo con ella. Ya en la calle se subió a ésta y se dirigió feliz al instituto donde trabajaba. Sabía que tenía un duro trabajo que desempeñar en ese instituto donde ningún profesor quería trabajar, pero para ella era todo un reto el motivar a esos chicos totalmente perdidos y desmotivados, con unas vidas muy complicadas. Quería separarlos de toda la mierda que los rodeaba introduciéndolos en el arte, o por lo menos darles un espacio donde se sintieran seguros y tranquilos. Para ella, había muchas maneras de atraerlos con un arte urbano, por ejemplo, como herramienta para poder gritar al mundo lo desigual que era todo, y así poder manifestar lo que éstos llevaban dentro. Sólo debía ayudarlos a sacar lo que tenían en su interior y enseñarles a enfocarlo de muchas maneras diferentes, porque para Laila la vida estaba llena de colores y un millón de matices, todos válidos para ella.

La mujer llegó enseguida a su puesto de trabajo. Ató la bicicleta a un poste que había en el párking del instituto y se dispuso a saludar a un par de profesores que justo salían de sus respectivos coches.

Luego se dirigió a paso rápido al interior del instituto, pero como siempre pasaba, varios alumnos la pararon para hacerle preguntas, y otros tantos la saludaron. Cuando ella pasaba por los pasillos, todos los alumnos la saludaban. Para ellos era la mejor profesora del instituto con diferencia. Ella tenía algo especial que la acercaba mucho a esos muchachos, pero no sólo a nivel educativo, sino también a nivel personal. Muchos de ellos en vez de hablar con la psicóloga del centro o con la orientadora, lo hacían con Laila compartiendo con ella sus problemas. La mujer se los había metido a todos en el bolsillo. Con ellos era una mujer afable, cercana, empática, cálida y muy cariñosa.

La primera clase empezaba a las ocho, y como siempre le solía pasar, llegaba tarde a la misma. Era algo inevitable, pero sus alumnos ya sabían a qué se debía dicha tardanza y nunca se lo tenían en cuenta. Era normal que alumnos de otros cursos la pararan por los pasillos. Justo le tocaba dar dibujo técnico. Era la clase que menos le gustaba dar porque sus alumnos no podían mostrarse y expresarse libremente a la hora de dibujar lo que ellos quisieran. Le encantaba dar dibujo artístico por eso mismo.

Cuando llevaba la mitad de la clase, el sonido de su teléfono móvil la sorprendió dando un brinco en su silla. No esperaba ninguna llamada, y tenía miedo de que algún día la llamaran porque le hubiera pasado algo a doña Pilar. Ésta había dado el teléfono de la profesora en caso de pasarle a ella algo. Cuando vio un número muy largo en la pantalla, decidió excusarse con sus alumnos y salir del aula a coger la llamada, podría ser algo importante y no le costaba nada saber quién la llamaba y para qué. Cuando lo cogió mientras salía, y reconoció la voz de su doctor, se relajó un poco al ver que la llamada no tenía nada que ver con su vecina.

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