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Capítulo 24. Un encuentro inesperado.


Laila se quedó pensativa después de haber colgado la llamada con su oncóloga. Esa conversación la había dejado algo trastocada, porque se estaba dando cuenta que le gustaba oír la voz de la mujer, porque le gustaba hablar con ella y porque necesitaba saber su maldito nombre. Además, que la mujer le hubiera preguntado acerca de su obra, quería decir que algo le importaba, aunque seguramente sería como paciente y como nada más. Y eso la entristeció. Ella sí estaba comenzando a sentir algo por esa mujer tan enigmática, distante e inalcanzable. Ese algo no podía controlarlo, al igual que a la enfermedad. Y cuando Laila perdía el control de algo, no solía importarle demasiado, pero en este caso, el sentir por la mujer y pensar que era totalmente imposible que hubiera algo entre ellas, la dejaba más hundida de lo que ya estaba. Para dejar de pensar en la mujer, se dispuso a seguir pintando donde lo había dejado antes de coger la llamada. Sólo haciendo lo que más le gustaba, podía dejar la mente en blanco, y en ese momento era lo que más necesitaba.

Pero para Alana había sido exactamente lo mismo que para Laila. Cuando supo por fin cuándo su colega iba a operar a su paciente, llamó a Laila sin demora alguna, porque se moría de ganas de darle la noticia y porque también necesitaba escuchar la voz de Laila. Hablar con ella conseguía que dejara a un lado sus problemas y se relajara como no lo hacía nunca. Esa mujer le hacía un bien que Alana supo reconocer al instante. Sabía que Raquel tenía razón cuando le dijo que debía dejar a María e intentarlo con su paciente. María y Laila eran dos mujeres completamente diferentes y salir con la profesora seguramente la haría cambiar radicalmente de forma de ser, pero tenía muy claro que ese cambio sería para bien, porque Laila seguramente la respetaría como mujer y como persona y también la alentaría a hacer siempre lo que ella quisiera para ser feliz. Todo lo contrario a lo que hacía María con ella, que no le permitía ni quedar con sus amigas. Alana estaba en una relación abusiva y llena de toxicidad, y gracias a Laila estaba comenzando a abrir los ojos.


Cuando por fin Alana terminó su jornada laboral, se dirigió al parking como siempre hacía, y cuando se subió al coche, decidió pasarse de nuevo por donde vivía Laila. Era una manera de estar lo más cerca posible de ella, sin que Laila lo supiera. Nada más llegó a la calle de la profesora, se fijó que había luz que asomaba por los grandes ventanales de la vivienda de la joven. Se la imaginó pintando y sonrió como una tonta. Como estaba absorta en la imagen de Laila con una camiseta vieja llena de pintura, no se dio cuenta que una señora estaba cruzando por el paso de peatones y estuvo a punto de atropellarla, por lo que frenó de golpe y la señora, del susto, no pudo evitar caerse al suelo.

Alana salió corriendo del coche asustada, por si le había golpeado a la señora, aunque ella creía que no la había llegado a tocar.

-Señora, ¿está usted bien?- Alana se arrodilló al lado de la señora y valoró el estado en el que se encontraba la anciana. Estaba muy nerviosa pero no parecía que se hubiera golpeado nada.

-Tranquila, sólo me asusté y reaccioné echándome para atrás, con la mala suerte de haberme caído. Pero ni me has tocado…

-Lo siento mucho, de verdad. ¿Dónde se ha golpeado? ¿Le duele algo? Déjeme verla.

-¿Qué? No se preocupe, sólo me duele el trasero de la caída. Y estoy muy nerviosa…Nada más.

-Está bien, tranquila. ¿Dónde vive?¿Vive con alguien? Yo la acompañaré a su casa.

-Vivo sola pero mi nieta vive al lado. Se llama Laila…Le diría que la llamara, pero no quiero asustarla…En buena hora salí a tirar la basura sola, de normal me la tira mi nieta pero hoy no quise molestarla.

Alana palideció. ¿Laila era su nieta?¿Y ahora que iba a hacer? Si llamaba a la profesora no sabía qué explicación le iba a dar cuando le preguntara que qué hacía ella por donde vivía…No quería parecer una acosadora. Por lo que estuvo valorando si debía llamar a Laila o no. Se moría de ganas por verla, así que finalmente decidió decirle a la anciana que la llamara.

-Señora…¿Usted puede llamar a su nieta? Yo no tengo su teléfono - tuvo que mentirle a la mujer, porque no podía decirle que tenía el teléfono de su paciente guardado en sus contactos.

-Sí…Pero hágame el favor de buscarla entre mis contactos. Estoy muy nerviosa, señorita.

-Claro que sí, yo la busco - Alana cogió el teléfono de la mujer y buscó a Laila entre sus contactos. Cuando lo encontró, marcó sin pensarlo, y le pasó seguidamente el teléfono a la anciana.

Laila seguía pintando tranquilamente y muy concentrada, cuando escuchó de nuevo su móvil sonar. Se acercó a ver quién la llamaba, y cuando vio que era la señora Pilar, no pudo evitar asustarse. Cuando cogió la llamada, la anciana le dijo que se había caído y que se encontraba muy asustada y nerviosa en la calle. Laila le preguntó si estaba con alguien más y doña Pilar le dijo que sí, por lo que la profesora salió corriendo de su casa muy preocupada por la anciana. No pensó en cómo salió de casa, descalza, con la camiseta de tirantes que le llegaba por la mitad de los muslos y con sus extremidades y el rostro lleno de pinturas. Poco le importó que los vecinos la vieran así. Pero a decir verdad, la calle estaba vacía a esas horas de la noche.

Cuando Laila llegó por fin a donde se encontraba Pilar y vio quién era la persona que se encontraba con ella, le dió un vuelco al corazón. Y Alana, cuando la vio aparecer llena de pintura, como ella misma se la había imaginado cuando la llamó por teléfono y la joven le dijo que estaba pintando; y mostrándole parte de sus muslos desnudos, pensó que había visto una verdadera obra de arte, y con razón Laila era artista.

Ambas mujeres se quedaron mirándose fijamente y sin poder mediar palabra alguna, porque se habían quedado estáticas completamente en el sitio, hasta que la anciana se decidió a hablar.

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