Capítulo 20. Un buen día.
A la mañana siguiente, Laila se despertó con Matiz encima de su brazo. Esa noche había conseguido dormir más o menos bien, por lo que se levantó de mejor talante. Apartó al gato cuidadosamente y esa mañana sí se levantó con una bonita sonrisa. Tenía ganas de hacer muchas cosas, y eso para ella era muy positivo. Se preparó un café y se dirigió con él a su estudio. Mientras se bebía el café, se quedó observando cada una de las nuevas pinturas que había pintado desde que le habían diagnosticado la enfermedad. Iba a hablar esa misma mañana con la directora de la galería que la quería contratar. Tendría que decirle lo de su enfermedad y ya se vería si la mujer querría seguir contando con Laila para exponer en su galería. Además, tenía que pensar en un título que abarcara toda su obra, y debía de pensar en algo relacionado con la enfermedad, porque su nueva creación giraba en torno a ésta.
Esa mañana se duchó rápidamente porque quería pasarse por casa de doña Pilar. Llevaba días ausente con ella y eso la hacía sentirse mal consigo misma. Quería volver a lo de antes, a hacerle ella la comida a la anciana y a ser ella la que se asegurase de que la mujer se encontraba bien. Pero sabía que eso sería casi imposible. Por un día que se encontraba medianamente bien, pasaba varios días con dolores. Y aunque no estuviera de acuerdo, era lo que había, no podía hacer nada al respecto.
Cuando tocó en la puerta de doña Pilar, ésta le abrió con una sincera sonrisa en su rostro.
-Dichosos los ojos, Laila. Lo que me alegro de verte…
-Quería saber cómo se encontraba, pero ya veo que está divina y con el delantal puesto, ¿está cocinando?
-Casi he terminado. Si puedes esperar un minuto aquí, te traigo ahora mismo un tupper para que comas hoy - le dijo la anciana a Laila. Ésta estaba muy contrariada. No se esperaba que todos los días le cocinara la mujer. Se debía oler que estaba enferma, porque no entendía ese cambio tan repentino en la mujer. Igualmente estaba muy agradecida con ella. Y así se lo hizo saber cuando la vio aparecer con el tupper en la mano.
-Pilar, es usted un amor. Pero…No quiero que haga ésto por mí. No es necesario, de verdad.
-Cariño, si yo no lo hago por ti, ¿Quién lo va a hacer?
Esa pregunta dejó descolocada a Laila. ¿Acaso sabía a ciencia cierta que ella estaba enferma? Quería saber qué sabía la anciana, pero tenía miedo de meter la pata en caso de que ésta no supiera nada. Por lo que cogió el tupper a regañadientes, se despidió de la anciana y regresó a su casa a dejar la comida.
Ese día no le costó tanto pedalear en la bicicleta. Antes de dejar la bici atada en el parking se dispuso a llamar a la galería de arte porque sabía que una vez que estuviera en el instituto sería difícil poder hablar tranquilamente con la directora de la galería, aunque debió de suponer que a esas horas de la mañana la galería estaría cerrada, pero igualmente la galerista le cogió la llamada. Habían quedado en verse en la galería esa misma tarde. Cuando Laila colgó la llamada, le daban ganas de saltar de alegría, aunque luego le vino a la cabeza lo de su enfermedad, y se cohibió a la hora de saltar. Tenía sentimientos encontrados. De felicidad por la oportunidad que se le iba a brindar cuando expusiera, porque ella sabía que se le iba a abrir alguna puerta que otra, e iba a comenzar a ser conocida en el mundillo del arte, justo lo que estaba buscando. Pero también de tristeza por todo lo que se le venía encima con la enfermedad. Desconocía por completo cómo iba a ir reaccionando ella día tras día a lo que la enfermedad acarreaba. Pero lo que sí sabía era que iba a intentar llevarlo lo mejor que pudiera, porque en su vocabulario el verbo rendirse no aparecía por ningún lado. Era una mujer luchadora, e iba a seguir por el mismo camino, no tenía intención de bajar la guardia, aunque también sabía que habría días en los que no tendría ganas ni de salir de la cama.
Cuando se dirigió a su despacho para dejar su maleta, se dio cuenta que Lola iba detrás de ella, y a la chica la notó más nerviosa que de normal, por lo que la esperó y la saludó.
-Hola Lola, buenos días. Oye, ¿Me acompañas al despacho y me cuentas? Creo que pasa algo…¿Verdad?
-Sí, por eso la estaba siguiendo, profesora.
-Vamos entonces.
Las dos mujeres se metieron en el despacho y Laila cerró la puerta.
-Seré breve porque sé que ahora tiene clase. Lo de la pastilla, ya lo hablamos, no habrá embarazo. Muchas gracias por orientarme, la verdad que estaba algo perdida - le dijo la alumna con la voz algo entrecortada.
-Me alegro que ya esté arreglado, Lola. Pero, ¿Pasa algo más? - la profesora conocía algo a su alumna y por la cara que puso y cómo le temblaba la voz cuando habló, sabía que algo en ella no andaba bien.
-Profesora, a mi padre lo han despedido. No sé cómo vamos a hacer para sacar la casa adelante. Mi madre se dedica a limpiar en un supermercado, pero con eso no podemos hacer frente a los gastos que tenemos. Creo que mis padres me van a pedir que deje de estudiar y me ponga a trabajar.
-Lola, ¿Y eso quieres tú? ¿Dejar de estudiar? El otro día me dijiste que querías ser profesora al igual que yo.
-Pero, ¿Y qué narices hago si no entra casi dinero en casa? Tengo que ayudar a mis padres.
-Bueno, podemos buscar una solución alternativa, pero no necesariamente tienes que dejar de estudiar. Eso debe ser lo último que hagas, Lola. Yo confío plenamente en tus posibilidades y sé perfectamente que puedes llegar a ser una buena profesora de arte.
-Gracias profe…Usted que confía en mí.
-Por supuesto que confío en ti. Y tú debes hacerlo también. Estoy pensando, igual te podrías buscar algún trabajo de fines de semana, y así entre semana puedes estudiar.
-No sería mala idea. Puedo buscar algo.
-Y si necesitas que te dé alguna clase extra, yo te la doy sin problema. Yo te ayudaré en todo lo que esté en mis manos, Lola.
-Joder…Gracias…- Le dijo la joven sollozando. Laila se acercó a ella y la abrazó. En ese momento era la joven la que necesitaba el abrazo, y la profesora no dudó ni un instante en darle todo su apoyo y su cariño.
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