Capítulo 18. Un café después del trabajo.
Cuando Alana iba a salir de su consulta, se topó por el pasillo con una de sus mejores amigas, Raquel, una dermatóloga que trabajaba en el mismo hospital. Ésta era amiga de la oncóloga desde la universidad. Estudiaron juntas y luego cada una se decidió por una especialidad diferente. Se llevaban a las mil maravillas y coincidían en muchas cosas. Sólo había algo en lo que no pensaban igual, y ese algo tenía nombre de mujer, María. Para la dermatóloga, María no le gustaba nada para su amiga, puesto que veía cómo la maltrataba en público, y sabía, por Alana, que en privado era igual o peor. No entendía cómo su amiga podía salir con alguien como ella. Para Raquel, a María le gustaba tener a Alana atada en corto, pero luego ella hacía lo que quería por ahí. Dejaba en ridículo a la oncóloga y no le gustaba que ésta le llamara a ella la atención delante de nadie. Todo lo que no quería para ella, sí lo quería para Alana, y eso a Raquel le repateaba. Sólo deseaba que su amiga dejara a la abogada. Lo feliz que sería sin ella como pareja…
-Eh, Alana, ¿Te está esperando María en casa? ¿Nos tomamos un café rápido?
Alana necesitaba hablar con su amiga, porque llevaba unos días rara y necesitaba desahogarse. Sabía perfectamente por qué estaba así, y en ese cambio que estaba experimentando a nivel personal, tenía mucho que ver su nueva paciente. Y aunque sabía que si llegaba tarde a casa, María se iba a enfadar, en ese momento prefirió tomarse algo con Raquel, dándole igual las consecuencias que iba a tener al llegar tarde a casa.
-Puedo tomarme un descafeinado contigo.
-¿Estás segura, Alana? No quiero que María se enfade…
-Tranquila, yo también necesito tomarme algo contigo.
-Perfecto, vamos entonces.
Las dos mujeres se dirigieron a la cafetería del hospital. Alana fue a la barra a pedir las dos consumiciones. Y cuando le sirvieron, se sentó con su amiga en una mesa apartada.
-¿Qué tal todo, Alana? Llevamos días que no coincidimos en el hospital.
-Sí, yo es que acabo mi turno y me voy para casa.
-Yo hago igual. Y…¿Cómo vas con María? Te noto, no sé, ¿preocupada por algo?
-Con ella como siempre, sigue todo igual. Y preocupada por algo, no, bueno, por algo no, quizás por alguien.
-¿Por alguien? ¿Tu familia está bien?
-Sí, gracias a Dios, todos están bien. Ésto de ser oncóloga y que nadie de mi familia tenga un maldito cáncer…
-Calla, no lo digas demasiado alto, Alana. Pero entonces, ¿Es por algún paciente?
Alana miró a los ojos a su amiga. Quería y necesitaba hablarle de Laila pero no quería que se diera cuenta que estaba comenzando a sentir algo por su paciente. Aunque sabía que Raquel iba a terminar por darse cuenta si le hablaba en concreto de una paciente. Cuando comenzaron a trabajar de oncóloga y dermatóloga respectivamente, siempre hablaban de los pacientes de una y de la otra, hasta que el trabajo se volvió rutinario y dejaron de hacerlo. Por lo que a Raquel seguramente le parecería extraño que Alana le hablara de una paciente en particular.
-Verás Raquel, tengo una paciente de veintiséis años con cáncer de ovario. La vamos a operar para ver cómo tiene el tumor.
-Vale…¿Y qué diferencia a esta paciente de los demás, Alana?
-Ella…No sé, no sé explicarme.
-Vaya, Alana, nunca te había visto así. A ver, vamos poco a poco. Háblame de ella.
-Se llama Laila. Ya te he dicho su edad, no tiene pareja, y es…Es una mujer tremendamente especial. Joder, ya lo he soltado.
-Vaya que si lo has soltado…Esa mujer te gusta - Raquel, en vez de enfadarse con su amiga por estar comenzando a sentir algo por otra mujer que no fuera su pareja, se alegró porque eso podía significar que su amiga podría tener una motivación para dejar por fin a María.
-No, no me gusta. Yo estoy con María.
-¿Y? Que estés con María no quiere decir que no tengas ojos o sentimientos más allá de los que tienes por tu pareja. Además, ya sabes lo que pienso de María. No es nada nuevo. Bueno, y por qué es especial esa chica, cuéntame.
-Bueno…Es una mujer…Única. Nunca había conocido a nadie así. Cuando viene a la consulta, viene con una amiga. Ella es profesora de arte, y se le ve una mujer con una sensibilidad que a mí me encanta. Según su amiga, sus alumnos la adoran. Eso dice mucho de ella, ¿No crees? ¿Qué alumnos aman a su profesora?
-Claro que dice mucho de ella. Los adolescentes son difíciles de entender y de llevar. ¿Y cómo es físicamente?
-Físicamente… Es una belleza. Me parece la mujer más guapa que he visto nunca.
-Joder, Alana, ¿en serio? Tú estás ya loca por tu paciente, perdona que te lo diga.
-Raquel, tiene una mirada preciosa, como felina. Tiene unos ojos que encandilan y enamoran, en serio, si algún día la ves, verás que tenía yo razón. Luego resaltan con su tez morena y su cabello oscuro. Y joder, de sólo pensar que esa mujer va a terminar perdiendo el cabello…Se me parte el corazón.
-Anda, por eso estás preocupada por…¿Laila?¿Por la perdida de su cabello? Por lo que has dado a entender de ella, estoy segura que lo de perder el cabello será algo secundario para esa joven, no tiene pinta de importarle mucho el físico.
-Sí, en eso te doy la razón. Igualmente, con cabello o sin él, esa chica seguirá siendo preciosa.
-Joder, ya la quiero conocer si hablas tan bien de ella. Y has dicho que está soltera…¿Sabes si es lesbiana?
-El otro día la busqué por internet, pero no salía ninguna fotografía de ella. Y sí es lesbiana, o por lo menos entiende.
-Alana, se me ha ocurrido una idea brillante. A ti te puede cambiar la vida drásticamente. Mira, deja a María y pídele salir a Laila.
-¿Pero qué estás diciendo? Es mi paciente. No puedo tener algo con una paciente, Raquel.
-Pues haz que se cure, y cuando le des el alta, pídele salir. Esa chica es una maravilla y cuando ya no sea tu paciente, y hayas dejado a María, las dos seréis libres. La has puesto tan bien, que quiero conocerla.
-Raquel, no es que yo la haya puesto bien, es que ella es así, es increíble- dijo la oncóloga suspirando. Ésta había dejado claro a su amiga que bebía los vientos por esa paciente tan especial.
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