Capítulo uno
A ver, ¿por dónde inicio a contar esto?
—Inicio.
Ah, sí, tienes razón Chavela, pues por el principio.
Pues las primeras fotos que tengo por aquí son las de cuando mi Dalia y el Javier fueron a su fiesta de graduación al salir de la prepa. Llevaban apenas como un mes o dos de novios, pero como si lo fueran desde mucho antes, con el tiempo que el Javier se la pasaba metido en la casa. Ese día se tomaron unas cervezas, pero con lo rebajadas que estaban esas cosas creo que estaban más ebrios con lo enamorados que estaban.
A esos ni hacía falta estarlos vigilando, con los ojos de medio pueblo puestos en ellos era suficiente. Iban allí tomaditos de la mano por las calles y todos los saludaban como si fueran los presidentes municipales. Y cómo no, si se les veía el amor en los ojos desde chamaquitos.
Podría decirse que uno nomás estaba esperando el momento en que dijeran que iban a casarse. No iban a tener que poner casi que ni un peso, estoy segura de que habría fila para ser padrinos.
Pero pasó el tiempo, y un día, de la nada, la china de la tienda dijo que había visto a Dalia llorando en el kiosco. Una semana más tarde ya tenía las maletas hechas, se fue a la ciudad y desde entonces no ha vuelto por acá para nada.
—Nada, nada.
Eso Chavela, nada de nada. Ni Navidad, ni Año Nuevo, ni el bautizo de su sobrino. Siete meses ya. Llama, eso sí, todos los días, siempre dice que está bien, pero yo sé que no. Te lo digo yo, que perdí a mí Carlos hace cinco años y aún se me salen las lágrimas cuando veo su foto.
Durante los siete años que anduvieron el Javier y mi nieta, siempre se iban de viaje en el cumpleaños de ella, que cae en 14 de febrero. Mi Dalia siempre fue muy trabajadora, esa semana del año era lo único que se dejaba descansar. Pero este año cumple veinticinco y es la primera vez que no solo está sin Javi, sino que también está sola allá en la ciudad.
Por eso, voy a caerle de sorpresa unos días antes. Acá nos juntamos dinero para poder llevarla a dónde le dé la gana, de parte de todo el pueblo. Su papá y mi hija me la encargaron mucho, tampoco se creen eso de que todo está bien.
—Chavela va.
Sí, tú también vas.
No solo no puedo dejar a la Chavela sola porque se pone chille y chille, que dónde está Ilse dice siempre que me voy, aunque sea al mercado. Soy como su mamá. Chavela también será mi detector de mentiras. Allí donde la ven, esta lorita no solo es tan habladora como su dueña, sino que Dios sabe cómo, pero cuando uno dice una mentira, hace un ruido como cuando dan una respuesta incorrecta en uno de esos programas de televisión que veía con Dalia y te dice «mentirosa, mentirosa», así a la cara. Me podrá engañar a mí por teléfono, pero a Chavela nadie la engaña.
No te preocupes Dalia, jamás podríamos dejarte sola en tu cumpleaños.
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