Arrodillado a las orillas de su cama, un vestido con ropa de dormir, Matías, estaba rezando. Ya había pasado el Padre Nuestro y el Ave María. Ahora era turno de rezarle a sus ángeles.

—Ángel de mi guarda —lo dijo con mucho fervor, lleno agradecimiento y amor.

Al terminar su oración, la ventana de su cuarto se abrió. Dos siluetas, la de una mujer de piel negra y cabello suave peinado en dos bollos, y el de un hombre de cabello rubio brillante, llegaron batiendo sus alas.

— ¡Alfil! ¡Loon! —el pequeño se conmocionó de verlos. Los dos le dieron un beso en la mejilla, primero pidiendo permiso antes de hacer eso.

—Matías —dijo su ángel masculino de la guarda—. Hemos venido a felicitarte. Has sido tan valiente y fuerte, escuchaste mis palabras y al viento, no las dejaste.

—Lamentamos mucho que no podamos estar contigo, ni que Dios pueda ayudarte; hasta en ocasiones, no consolarte —Loon sonó apenada.

—Pero, ¿Por qué? ¿Por qué no pueden estar conmigo todo el tiempo?

—Tenemos muchas obligaciones en los cielos y estamos viendo la forma de estar más a menudo contigo. Pero, quiero que sepas que siempre serás nuestro valiente pequeño guerrero.

—Matías —Alfil le acarició la mejilla—. Queremos decirte algo, una lección para guardes en tu corazón —le señaló el pecho—. El mundo es injusto. Habrá más días en los que creas que serás señalado, aunque no sea tu culpa y serás castigado. Nada justo, ¿verdad? Pero, incluso si es con un diminuto grano de arena, una acción, un gesto o un cumplido, puedes ayudar a mejorarlo. Desde lo más básico a lo más complejo. Todo cuenta, pequeño amigo.

—Sí, todo cuenta. Debo hacer el bien sin mirar a quién, pero, no significa que pueda ayudar a cualquiera.

Le dieron la aprobación con la cabeza. Un beso en la frente y una despedida; su sueño fue una belleza.