XV
Era ya más de media tarde. Todavía tenía el mal sabor de boca por que pasó en la mañana, pero, lo hice, me enfrenté a eso niño malo. Ahora, era turno de le parase las manos a Ima. Vi hacia el juguete que me dio Rebín. Para los demás pasa como un adorno normal, solo funciona conmigo.
Quedaba un par de horas para que llegasen mis padres y mis hermanos. No quiero pensar en lo que me podrían decir por lo que sucedió en la primaria; tampoco, en lo que está a punto de pasar.
Alisté lo que iba a necesitar: unas canicas, ayudarán a que Ima se resbale si es que intenta salirse con la suya, una cascara de plátano comido, el juguete para llamar a mis amigos y, lo más importante, mi valentía.
Iba con zapatos sin cordones, después de lo sucedido, no quería tener que tropezar de nuevo con ellos. Caminé a la sala, ella veía la televisión con los pies sobre la mesita, ¡ni siquiera a mí me permitían eso!
Ima —le señalé con un lápiz mordisqueado—. He venido —lo apunté hacia su cara de muñeca malvada—. ¡He venido a desafiarte! ¡Ya no me robarás el dinero de mis alcancías!
—No grites, niño malcriado. Estoy tratando de ver mi novela.
Me puse al frente del televisor. Ella trataba de ver por los huecos que no eran tapados por mi cuerpo. No me estaba tomando en serio. Pero no la dejaría ganar.
— ¿Qué haces con el dinero que me robas? No me apartaré hasta que me lo digas.
—Son solo unas coronas erebrinas, tú tienes muchas. ¿qué no tan enseñado a compartir? Tú tienes muchas. Ahora, apártate.
—No. Ladrona, le voy a decir a mis padres.
—Ellos me creen más a mí que a ti. Eres un niño raro, no me vas a ganar. ¿A quién vas a llamar? ¿A Dios? ¿A tus ángeles de la guarda a quienes rezas por el día?
Sus palabras me recordaron a las de la víbora mala que sale en el Génesis. Cómo era posible que supiera de mis ángeles si casi ellos no están conmigo.
—Yo —le vi cruzar las piernas—. ¡No estoy solo! —di la señal.
Por detrás de los sofás de la sala, vinieron mis amigos. Rebín, Trobona, Badeo e Iseen. Rodearon a Ima en forma de un círculo. La cara que ella puso era digna de uno de esos retratos de señores extraños que salen en los museos.
— ¿De dónde salieron esta gente tan extraña? Matías, me debes una explicación.
—Él no te debe nada, ¡ladrona! —Rebín le amenazó. Y eso apenas era el comienzo.
—Quita tus piernas de la mesa de la familia de Matías o con mi canto te arrodillaré y de tu boca, las verdades soltaré —Iseen estaba llena de furia.
— ¿Trajiste a este montón de tipos raros para asustarme? Se lo diré a tus padres. Iré hasta su trabajo y los traeré.
—Tú no irás a ningún lado.
Escuché las puertas cerrarse, en la principal vi a Badeo que me sonrió. La ladrona se levantó, amenazada por mis amigos, se las dio por correr.
—Vamos, pequeño armiño. Esto ha comenzado, yo te cuidaré —Trobona me puso una capa como la que tiene los superhéroes.
Seguimos a Iseen, Badeo y Rebín que perseguían a Ima por la sala. Luego fueron a la cocina, el elfo de orejas puntiagudas, se apresuró a cerrarle las ventanas. No teniendo por dónde escapar, cambió de un lugar a otro. Mientras, Trobona y yo fuimos a las escaleras. Ella me pidió que lanzara las canicas.
De los bolsillos las tomé y hacia abajo las arrojé.
— ¡Auxilio! ¡Un montón de seres extraños me persiguen!
De un salto Badeo llegó hasta arriba, su agilidad era increíble. La malvada ladrona trató de alcanzarme, pero en su intento de salirse con las suyas, tropezó a medio camino para ser recogida por Rebín e Iseen al comienzo de las escaleras.
—Lo sentimos Matías, no queremos hacernos cargo de heridos —dijo uno de los dos.
Ima se levantó, los dos que estaban abajo le persiguieron.
—La ladrona está cansada, se fue a esconder —habló Trobona.
No importa a dónde vaya, la encontraremos, Badeo me dio una nota que leí. Nos dio la señal de marcharse y pronto, nos topamos con los demás.
—En esta casa no hay muchos sitios en los que esconderse —aseguró Rebín—. Lo sé por las veces que estuve de incógnito, ya no vengo porque casi me dejé descubrir con una de las hermanas de Matías.
— ¿Por qué nadie más que yo, debe verlos?
—Porque eres tú el único que podría entendernos —sacó un dibujo de mi casa, estaba hecho a mano. Era impresionante el nivel de detalle, considerando que no vivo en un lugar pequeño. Señaló unos lugares y luego, dio instrucciones de que nos separásemos.
Me fui con Badeo, era tan bueno como estar con mis hermanos mayores, Adam, Sócrates y Ramses.
La búsqueda inició. Cuarto por cuarto, pasillo por pasillo. En unas nos encontrábamos, en otras no. Un rato vi a Iseen correr con un teléfono celular.
Hasta que llegamos a un cobertizo que Trobona con su gran fuerza, la puerta destrozó.
—Por favor, déjenme en paz, les juro que le dinero es para ayudar a mi familia.
—Mentirosa cara de osa. Tú no pareces de familia pobre. Eres una malvada y victimosa, no caeré por tu cara de muñeca ni por tu belleza esplendorosa.
—Quien roba a un niño no merece un perdón tan fácil. No importa su edad, apariencia u otros atributos que a los humanos les gusta usar para justificarse.
Trobona agarró un martillo. Pronto, un crack sonó, un celular se destrozó. Aún con el aliento salido, Ima se levantó y corrió. Badeo iba a alcanzarla.
La persecución llegó. Éramos cinco contra una. Iba a ganar, porque con mis amigos, ¡soy invencible!
—Ya no te saldrás con la tuya, ¡malvada! —dije para darme cuenta de que mis amigos se habían ido.
Y la puerta se abrió, todo el mundo que vino, nos vio.
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