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XIII

Ahora por fin entendía, lo que aquel día, mis ángeles me advirtieron. No puedo seguir huyendo. No puedo quedarme con Rebín y sus amigos y dejar de lado mi vida, por mucho que quiera.

Por esta vez me toca ser valiente y decirles la verdad. Elevé la cabeza que había hundido entre las piernas para escapar de la pregunta que me hicieron. Badeo e Iseen me miraban con unos ojos con un brillo no humano. No suelo mirar mucho a las personas a ese lugar, pero hoy lo amerita. Estaban llenos de paciencia.

—Yo... —a media frase me detuve para dar un suspiro—, tengo que confesarles que en casa y en la primaria, no todo anda bien —intenté no bajar la cabeza.

Los dos pusieron ahora caras de sorpresa, o eso supuse.

Badeo hizo unas señas extrañas con sus manos. No me puedo acostumbrar todavía, aunque sé que es su forma de comunicarse.

—Matías, ¿Qué está pasando? —Iseen llevó a palabras los gestos del elfo que no contaba con su libreta y lápiz.

—En la primaria, hay un niño que me trata mal. Varios lo hacen porque ven que soy diferente de ellos, me lo han hecho saber.

—Pues, Rebín y los demás nos dimos cuenta de que no eres un niño común y corriente; o por lo menos que entre en lo que los humanos definen como normal, no es solo porque hablas con aquellos que llamas ángeles. No te lo dijimos porque no queríamos hacerte sentir mal.

—No entiendo muy bien a los de mi edad; dejo que me lleve la corriente. No es lo único. En casa, debido a que mis padres y hermanos mayores están ocupados todo el tiempo, me quedo en casa con mi niñera. Ella, no es buena, es una ladrona.

Se oyó unos zapatos chocar contra el piso. El elfo tenía las cejas hundidas, no, su cara entera estaba arrugada. La ninfa de largo cabello subió y bajó sus hombros, no comprendo qué intenta hacer.

— Cómo se atreve a robarle a un niño tan bueno y tan puro. ¡Desgraciada!

—Yo no le quise decir nada a nadie para no preocuparles. Ahora es tiempo de que enfrente mis miedos. Ustedes son los únicos que me comprenden, necesito su ayuda.

—Cuenta conmigo —dijo Iseen.

Badeo se apuntó al pecho y me dio la mano, fue suficiente para que le entendiese.

—Matías —Rebín llegó. Él estaba sin su gorro de Arlequín, lo que dejó ver su cabello rojo—. Cuenta conmigo y con Trobona. Nosotros no te vamos a dejar.

Creí en sus palabras. No debo dejar que el tiempo pase; me toca ser firme.

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