Bajo la luz de un nuevo amanecer, era tiempo de ir a clases. Matías había partido a tiempo para llegar a su primaria, mientras tanto, en su cuarto no se imaginó que uno de sus hermanos, algo especial notó: no estaban las alcancías de adorno que le regalaron hace dos cumpleaños.

—Algo no está bien con mi hermanito —dijo Adam y vio el gorro de arlequín con él iba a la tierra donde se olvidaba de sus problemas. —Debe ser esa niñera, cuando están juntos, Matías no se le acerca. Llegaré al fondo de esto, si es que puedo.

En la primaria, era el día de presentar los trabajos de creatividad libre que les pidieron a los niños uno de sus profesores. Algunos fueron sinceros y presentaron trabajos que ellos hicieron, pero otros, sin errores ni desconciertos, mostraron aquello que otros realizaron.

Matías estaba en su estante, solo y con un trabajo hecho por sus manos, unas figuras con materiales reciclados que simbolizaban a sus mágicos amigos y sus dos ángeles.

Esperando a que fuera su turno de ser calificado, fue a ver lo de sus demás compañeros, iba hacia una niña que le veía con temor, pero acaso, ¿él le entendía? O por lo menos, ¿captaba una señal?... por desgracia no se equivocó. En un error por no atar sus zapatos, Matías se tropezó con sus propios cordones y el peso de su cuerpo fue suficiente para destruir el pingüino de cartón de rollo de baño.

La reacción de la pequeña fue de llanto y tras un tanto, el desenlace fue un espanto. Llamaron a los padres de Matías para informarle sobre su hijo.

Por la tarde, un señor que no era profesor, pero igual contratado por el colegio, fue a decirles la situación.

—Señor y Señora Skympass, me temo que su hijo...

Y para no escuchar más, Matías fue a su cuarto e hizo lo que estaba bajo su situación: irse con sus amigos mágicos.