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Desde que conocí a Rebín y sus amigos, ya no me aburro ni me siento extraño. Ellos son tan geniales. Y lo mejor es que no decepcionan. Lo único de malo es encontrar el tiempo suficiente para verlos. Pues lo consigo, haciendo creer a mi niñera, que duermo luego de hacer tareas.

—Hoy he preparado unos buñuelos especiales, ¿quieres probarlos? —dijo mi amigo Arlequín.

—Sí quiero, sí quiero —dije y me los entregaron todavía calientes, sacados de unos recipientes. —Son tan deliciosos —los comí y pronto vi que hoy Rebín no me llevaba a su casa. — ¿A dónde me lleva?

—A dónde te he llevado querrás decir —me guiñó el ojo—. ¡Ta Da! Esta es la mina en donde trabaja Trobona. Ella debería venir en cualquier rato.

—O tal vez, en este preciso y esperado momento —fui alzado como una hoja por una fuerza descomunal.

—Que enana más rápida.

—Déjame al niño, vete a descansar.

—Que bien me viene, podré hacer más gorros magicalines.

Trobona me llevó hasta un carrito y me explicó que era uno minero. Ella me subió y se sentó a mi lado. Luego la magia comenzó. De un extremo para el otro, en la mina iluminada por hermosas piedras verdeazuladas y anaranjadas, disfruté de un gran paseo. ¡Era mejor que un parque de diversiones!

La enana me llevó con su amigo el elfo que portaba papel y lápiz, seguro era para comunicarse. Sin embargo, con ella solo le bastó hacer unos gestos extraños con las manos para que le entendiese.

El de orejas largas se encargó de que corriera por la pradera, con las mariposas y las flores graciosas. El viento corría por nuestras caras. Había algo raro: por mucho que recorría y me movía, no me cansaba. ¿Acaso efecto de los buñuelos sería?

Badeo se cansó y a Iseen me entregó.

—Pequeño y dulce armiño —me dijo tan dulce—. Quiero que me ayudes a entregar estas pociones de voz.

— ¿Nos ganaremos dinero a cambio?

—No, no y no. Aquí no se paga con eso, aquí se paga con favores. Todos, desde el más grande hasta el más diminuto. Nuestra recompensa será una sorpresa.

—Vale, déjeme ayudarla que no puede cargar con tanto peso.

—Eres tan inteligente.

—De Jesús aprendí que al prójimo debemos ayudar.

—Vaya, eso sonó tan adulto.

Con Iseen fui a dejar las pociones hasta la casa de unos duendecillos que a cambio nos dieron unos adornos espectaculares.

Volví a casa justo a tiempo. Quería repetir esto día tras día, todos los días.

— ¡Matías! —fui alcanzado antes de que tocase el gorro, era Loon.

—Loon, ¿Qué que trae por mi casa?

—Tienes que detenerte, no te acostumbres a ir donde ellos.

— ¿Por qué no? Son tan buenos y amables conmigo.

—Eso lo sé, pero, tienes que saber que algún día tendrás que enfrentarte a aquello que te molesta.

—Loon, Matías no entenderá de esta manera —Alfil apareció—. Tenemos que volver a nuestros deberes al reino de los cielos. Volveremos con él incluso si no reza.

Apresurados y veloces, mis dos ángeles se marcharon. Vi dos plumas caer al suelo. Me sentí mal porque hace varias noches que no elevé un Padre Nuestro o una oración.

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