Sentí mi habitación un tantín más fresco de la que estaba. Quería ir con papá y mamá, si lo hacía, terminaría despertando quizá a mis hermanos. ¿Qué puedo hacer si mi habitación está tan oscura y la luz lejos de la cama?

«Puedo prender mi lámpara, dejarla toda la noche encendida, no creo que se enojen conmigo si lo hago»

Tenía que darme la vuelta, la lámpara estaba sobre la mesita de noche. Le di un pellizco a alguna parte de mi cama, escuchando unos sonidos como los de tambor.

— ¡Mamá! —grité, pudiendo darme la vuelta sobre las mantas. Y entonces, lo vi, lo vi. Eran dos cosas luminosas que se desvanecieron apenas las miré.

Apareció de no sé dónde, una luz blanca en forma de círculo que se puso sobre el piso. La luz iluminó la mitad de mi habitación, venía desde la ventana.

—Matías, pequeño mío, no temas por favor. Soy yo, el Señor al que le rezas todas las noches.

La voz era tan bonita, resonaba en mi cabeza una y otra y otra vez. El que me habló no parecía tener malas intenciones, ¿pero en verdad era Dios?

—Si en serio eres Dios dime cuál es mi juguete favorito, el sabor de helado que más me gusta y el nombre de mi escuela.

—Es un muñeco de acción de un superhéroe, vainilla y la primaria Saint Queen de la avenida Reynolds. Puedo contestar tus preguntas toda la noche. Mas, no tengo el tiempo suficiente para tus dudas. Vengo, diré, venimos a anunciarte una buena nueva.

Todas las respuestas eran correctas, incluso me dijo el nombre de la avenida de mi colegio, uno que no supe hasta ahora.

Papá y mamá, los dos, siempre me dijeron que no confíe en extraños. Con este, no sentí miedo ni las sensaciones que tengo cuando estoy con un extraño cualquiera, podía confiar en él.

—Dime la buena nueva, quiero dormir que después no podré jugar.

—Matías, has nacido con la capacidad de poder hablar conmigo y también con los ángeles del mundo. Puedes saber todo lo que tú quieras, pero siempre tendrás restricciones.

Quería saltar sobre mi cama, este era el mejor día de todos.

—Calma tu espíritu, pequeño, el único que debe saber de tu poder eres tú. Si lo revelas a los demás, querrán usarte o no te creerán.

—Sí, Dios, te haré caso. No le diré a los demás de mi poder.

—Ni siquiera a tus padres o hermanos —me advirtió el Señor—. Matías, quiero presentarte a dos seres especiales.