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11

Miró sus pies, usaba unas zapatillas converse, color blanco, soltaba suspiros pesados y su corazón se hacía pequeño en su pecho. Se sentía diminuta, confundida e indefensa. Parte de ella le rogaba por abrazar a su Unnie y confesar sus puros y desnudos sentimientos ante ella. Su propia subconsciencia la confundía y engañaba.

— Rei, hola. — Gaeul llegó a su lado, portaba un gran suéter, unos jeans holgados y un par de zapatillas negras. Cuando se sentó y dejó sus manos en las rodillas, tomó un gran respiro y preguntó. — En qué piensas?

La pregunta perturbaba a la japonesa, quisiera evadir tales palabras por el resto de su vida.

— En Liz. — Susurró, cómo si alguien más pudiera escucharla y delatarla. Asumir que pensaba en la chica le avergonzaba.

— Hiciste bien. — Dijo. — Liz tuvo muchas oportunidades, puede que se haya demorado mucho y por eso te dolió. No quiso hacerlo. Tienes derecho a sentirte así.

— Liz no quería herirme, cierto? — Preguntó.

— No, Liz quería cuidarte, pasar tiempo a tu lado, por el tiempo que tu quisieras. — Subió su mirada al cielo. — Te quería más que a nadie. — Tomó una pausa. — No te vengo a convencer que perdones a Liz. Solo te digo lo que ella no puede.

— Porqué no puede?

— Está asustada, sus sentimientos son fuertes, le abruma eso, tal vez pensarás que es una cobarde pero no lo es, te quiere, y mucho.

Cuando Gaeul se fue, Rei suspiró y empezó a caminar, pensando en lo ocurrido. En el porqué, en las razones de la rubia. Y por una parte, las entendía.

Rei solía ser una persona compasiva, le gustaba entender a la gente, y cuando se dió cuenta del temor y miedo que la chica tuvo todo este tiempo. Tomó una decisión.

Sabía que amar era difícil, fingir que no lo hacías, tener esa inseguridad y temer del rechazo. Alguien tímida e introvertida tenía todo el derecho de temer, lo comprendía. Le hubiera gustado que haya tomado valor antes, pero lo comprendía y le alegraba el hecho de que se lo dijo en la cara.

Liz se levantó de su cama cuando escuchó el timbre de su hogar sonar. Su cabeza dolía por lágrimas que había soltado esa misma tarde. Su cabeza estaba hecha un desastre y todo lo que podía hacerla sentir mejor sería tener a la japonesa entre sus brazos. Abrió la puerta y lo que buscaba estaba frente a sus ojos. Tenía sus ojos temerosos, sus manos escondidas en su suéter, su pelo delicadamente peinado y sus labios, lindos como siempre.

— Liz. — La misma estaba tan ensimismada en la belleza de la contraria, en su simple e inesperada presencia. — Kim Jiwon.

— Rei-ah. — Dijo rápidamente al darse cuenta de su despiste.

— Quiero besarte ahora mismo. — Y con eso, el corazón de Liz se volvió loco. Sentía todas esas emociones juntas, esas emociones que la gente suele decir que siente solo cuando se enamora de la persona correcta. Esas ganas de tomarla en un abrazo y mantenerla consigo para toda la vida, esas ganas de juntar sus belfos y aclarar que sus sentimientos eran más claros que nunca.

— Y yo también.

Rei avanzó un paso y tomando las mejillas de la rubia, le dió un profundo beso, el cual fue correspondido de inmediato. De sus pechos florecían preciosas emociones, sus sentimientos estaban a flor de piel. Todo a su alrededor daba igual, solo se concentraba en como Liz se acercaba y con mucha delicadeza, posaba sus manos en su cintura. Sus labios encajaban y eso lo pudo considerar lo más precioso de todo este maldito mundo.

Al momento de separarse, Liz todavía tenía muchísimas preguntas en la cabeza, tenía todas las intenciones de hacerlas, de recibir una respuesta que le aclarara por fin, que hay entre ellas.

— Pensé que no te volvería a ver. — Dijo la rubia, todavía temiendo de que pasara. — Porqué decidiste venir a verme?

— Porque te amo. — Soltó, sonriendo tímidamente. — Porque te entiendo y quiero entenderte más aún. Quisiera estar contigo y quererte tanto que mi corazón explote. Porque sé que tus emociones son tan fuertes que las reprimes, ¿Porqué no las compartimos?

— Me encantaría, Rei-ah. — La abrazó de la cintura y apoyó su cabeza en su cuello, aspirando ese bonito aroma que portaba la pelinegra. Ese que extrañó tanto.

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