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Tan pronto como cruzaron las puertas de la parroquia, Sehun empezó a sentirse muy ansioso. Desde que escuchó que un tal padre Junmyeon se haría cargo de esa iglesia supo que se trataba de él, no podía ser otro, la mayoría optaba por adoptar su nombre religioso luego de hacer los votos, pero Junmyeon había decidido no hacerlo desde el principio.

Una mujer que barría la entrada los vio llegar y se apresuró a guiarlos a un juego de sofás ubicado en un pasillo que daba a un gran jardín interior. Les ofreció su hospitalidad y se apresuró a buscar a los padres que habitaban la parroquia.

Pronto regresó, seguida de dos hombres. Uno de ellos era el padre Mateo: la razón por la que se habían detenido en ese alejado pueblo. El obispo solía hablar bien de él; se trataba de un huérfano casi prodigioso que él había rescatado de las calles hacía muchos años. El otro padre era Kim Junmyeon, su antiguo compañero de habitación en el seminario. Había sido un amigo muy querido, aunque siempre había sido una tentación. Era un hombre inusualmente bello, como un ángel, simpático, carismático y bueno. Era casi perfecto. Aunque después de una noche en que cometieron juntos un innombrable pecado, había desaparecido y Sehun no había vuelto a verlo, hasta ese momento.

Las emociones se juntaron y mezclaron en su pecho cuando lo vio llegar, pero este apenas le dedicó una breve mirada y una inclinación, como si no lo conociera.

Al ver a Sehun ahí, Junmyeon quiso echar a correr. No había esperado volver a encontrarse con él, fue una de las ventajas que encontró al ser enviado a un lugar tan lejano. Sin embargo, su mala suerte los había reunido de nuevo. Intentó reprimir sus emociones y salir de su camino a la menor oportunidad.

Mateo guio a los visitantes hacía su despacho y la cortesía lo obligó a seguirlos.

—Les traeré algo...

—No —el obispo Choi alzó su mano—, no hace falta, solo estamos de paso.

Junmyeon asintió y se obligó a quedarse de pie al lado del padre Sehun.

—¿Ya estás listo para partir? —el obispo continuó, concentrando su atención en el padre Mateo.

—Sí —su colega respondió en un murmullo.

—Excelente, creo que...

—Sí, estoy listo para marcharme, pero no al monasterio —Mateo lo interrumpió.

Junmyeon sonrió aliviado. ¿Iba a seguir a su corazón entonces? Sehun observó la fugaz sonrisa de su antiguo compañero y frunció el ceño.

—¿A dónde entonces? —el obispo preguntó suavemente.

—Aún no lo sé —Mateo respondió—, pero quiero solicitar la dispensa de mis votos.

—Dime la razón —el obispo demandó. De pronto su amabilidad se había evaporado y Junmyeon sintió su pulso acelerarse.

—Me he enamorado —Mateo respondió mirándolo a los ojos.

Dios, tal vez ser completamente honesto no era necesario, Mateo tenía el derecho a guardarse su razones, Junmyeon no creía que el obispo fuera a comprender...

—Imagino que se trata de una mujer de esta congregación.

Junmyeon miró a Mateo intentando pedirle que mintiera o que callara, pero su colega, aunque parecía temeroso, habló con honestidad.

—No se trata de una mujer, sino de un hombre.

El silencio se apoderó de la habitación. Junmyeon escuchó el propio latido de su corazón, y entonces, en un parpadeo, Mateo se encontraba a gatas en el suelo con un labio partido por obra de su superior. Junmyeon intentó dar un paso al frente, pero la mano de Sehun le tomó una muñeca. Junmyeon lo miró, pero Sehun se limitó a advertirle con una silenciosa negación.

Mateo estaba paralizado por un terror que se reflejaba en su profunda mirada. El obispo lo tomó por el brazo y lo obligó a ponerse de pie.

—¿Cómo te atreves? —siseó, sacudiéndolo con violencia. Mateo no respondió—. Debí dejarte en la calle, al final no eres más que un fruto irremediablemente podrido, no sé por qué esperaba más de ti.

El gesto de Mateo se descompuso en uno de agonía. Junmyeon sintió la rabia expandirse por su torrente sanguíneo. Mateo era bueno, él lo sabía de primera mano, nada justificaba que ese hombre le hablara con tanta crueldad. Junmyeon se soltó del fuerte agarre de Sehun y se interpuso entre el obispo y su colega.

—¡Basta! —Junmyeon gruñó, atrapando el brazo del obispo antes de que su puño alcanzara a alguno.

Supo, incluso antes de interponerse entre ellos, que su insubordinación iba a traerle problemas, pero eso no lo detuvo.

—Padre Junmyeon, esto no es asunto suyo, salga de aquí —el obispo advirtió soltándose de su agarre.

—Sí es asunto mío —Junmyeon replicó, extendiendo sus brazos delante de Mateo, dispuesto a protegerlo sin importar las consecuencias.

El obispo lo miró con sus ojos fríos y calculadores, revelando parte de su verdadero ser y Junmyeon le sostuvo la mirada.

—¿Eres tú? —el obispo preguntó entrecerrando sus ojos—. ¿Es esta la razón de tu dimisión, Jongdae?

Mateo negó a sus espaldas e intentó apartarlo, pero Junmyeon no se movió.

—Sí —Junmyeon respondió—, soy yo.

Era una jugada arriesgada, pero al arrastrarse a sí mismo a ese asunto, el obispo también quedaba comprometido. De todos modos él ya había decidido renunciar. De esta manera, también excluía de cualquier represalia a Minseok e incluso a Yixing.

El obispo exhaló furioso, frustrado.

—¡Qué escándalo! —siseó y el temor fue evidente en su mirada. Junmyeon casi sonrió—. Tú también serás desvinculado.

—Que así sea —Junmyeon replicó con mayor valentía de la que sentía.

El obispo suspiró pesadamente y se giró hacia su acompañante.

—Padre Sehun, cierre la iglesia, por favor.

Sehun asintió y salió del despacho sin decir una palabra. En el jardín de la parroquia estaba la mujer de la limpieza, quien lo miró con temor.

—Sus servicios ya no son necesarios por hoy —Sehun le dijo, esperando que ella no se hubiera enterado de nada. Miró por sobre su hombro, esperando que el obispo no estuviera cerca y la tomó por un brazo—. Váyase ahora y por su seguridad más le vale no haber escuchado nada.

Arrastró a la mujer a la salida y cerró las puertas con una exhalación. ¿Qué acababa de pasar allá adentro? ¿Junmyeon y ese otro padre sostenían un amorío? Si era cierto, ¿por qué exponerse de esa manera ante alguien como Choi Siwon?

Fue a la capilla, que por suerte estaba vacía al ser muy temprano aún, y cerró todos los accesos desde el exterior.

Regresó a la casa y al acercarse a la oficina en donde había ocurrido el accidente escuchó al obispo hablar con alguien al teléfono.

"Sí, creo que podrían darme problemas, si esto sale a la luz... conozco a uno de ellos, podría garantizar su silencio, pero el otro... no lo sé, no soy cercano a él y he escuchado que no es muy dócil... sí, te llamaré nuevamente."

Sehun vio a Junmyeon bajar los escalones que llevaban al segundo piso e ir directamente a una habitación en el pasillo a su izquierda. Lo siguió y esperó a que saliera de la habitación. No tardó mucho. Al salir lo tomó de un brazo y tiró de él hasta el final del pasillo en donde podrían tener un segundo de intimidad.

—¿Es cierto? —le preguntó entre susurros—. ¿De verdad estás involucrado con ese otro padre?

Junmyeon se soltó de su agarre bruscamente y le dio una mirada llena de reproche.

—No me importa lo que piense alguien que se limita a mirar en medio de un acto de abuso —siseó.

Sehun suspiró. Había visto a ese hombre hacer cosas mucho peores.

—¿Qué querías que hiciera? —musitó.

—Proteger, Sehun, se supone que defendemos a las personas, pero ya veo que no eres más que un perro faldero —Junmyeon replicó enardecido y Sehun recordó porqué había caído en la tentación por él.

—No habría permitido que te hiciera daño —Sehun aseguró tomándolo por los hombros.

—Si tu protección se limita a tus amigos o conocidos, entonces tal vez tú también elegiste mal tu camino.

Sehun sostuvo su testaruda mirada y exhaló con frustración.

—Tienen que marcharse pronto —advirtió—. Lo escuché hablar con alguien al teléfono y esto podría acabar mal para ustedes. ¿Tienen a dónde ir?

Junmyeon asintió.

—De acuerdo, por favor mantengan un perfil bajo, yo intentaré persuadirlo de no hacer el asunto más grande. Cuídate.

Junmyeon asintió y se colgó la mochila al hombro, dispuesto a marcharse. Sabiendo que era muy probable que sus caminos no volvieran a encontrarse nunca más, Sehun no pudo contenerse de envolverlo entre sus brazos, ni de besar sus labios.

Había fantaseado por mucho tiempo con el calor de su cuerpo y el sabor de sus labios y quiso tomar un poco de ello antes de dejarlo marchar. Junmyeon intentó resistirse, pero sehun sostuvo sus brazos por un momento más y profundizó el beso.

Junmyeon logró empujarlo y se echó hacia atrás pegando su cuerpo a la pared, poniendo la mayor distancia que pudo entre ellos. Iba a explicarle que aquella noche había sido un error, un tormento que lo perseguía cada vez que meditaba sobre su vida, pero la voz del obispo se lo impidió.

—Pensé que Jongdae era el fruto podrido, pero ya veo que me he equivocado.

Junmyeon no tuvo tiempo para hacer nada, antes de que ese hombre lo golpeara en el estómago y luego lo inmovilizara. Lo arrastró por el pasillo, pero Junmyeon logró soltarse de su fuerte agarre justo fuera de la cocina.

—Por favor, obispo —Sehun suplicó, abogando por su cordura, pero el hombre, cegado por la ira y sus propias preocupaciones, lo empujó con tanta fuerza que Sehun cayó sobre su trasero dentro de la cocina.

Junmyeon estaba paralizado por el temor que le provocó experimentar la increíble fuerza de ese hombre de primera mano. El obispo tomó ventaja de su aturdimiento y le golpeó el rostro lanzándolo al suelo como había hecho antes con Mateo. Su fuerza parecía casi inhumana. Lo tomó por el cuello de la camisa y le dio otro golpe, lanzándolo al suelo una vez más. Junmyeon escupió la sangre que llenaba su boca. Un instante después un fuerte golpe a sus costillas le provocó un dolor horrible que le arrancó un aullido de dolor.

—Por favor —Sehun suplicó intentando apartar al obispo de Junmyeon, pero el hombre estaba fuera de sí.

Si continuaba golpeándolo iba a matarlo.

Sehun miró a su alrededor en busca de ayuda. Un porta cuchillos sobre la encimera captó su atención y no se detuvo a pensarlo dos veces, tomó el más grande e hirió el hombro del obispo luego de que este asestara otra patada al estómago de Junmyeon. El hombre rugió furioso y se giró hacia Sehun, que sostenía en alto el gran cuchillo salpicado de sangre.

—¿Cómo te atreves?

—Solo quería que se detuviera —Sehun murmuró aterrorizado.

—¡Eres un maldito cobarde, Sehun! —el obispo Choi exclamó iracundo—. ¿Sabes en el problema en que podrían meternos?

—Yo no...

—Sí, a los dos —el hombre gruñó acortando la distancia lentamente—. Tú también eres parte de todo.

Sehun supo que era cierto, al no denunciarlo, él también era parte de todos sus crímenes. Negó repetidas veces y sus pies retrocedieron hasta que no pudo hacerlo más. Su cuerpo chocó contra la encimera y el obispo le golpeó la mano que sostenía el cuchillo logrando que este cayera al piso. Se fue sobre él, pero Sehun tomó otro cuchillo rápidamente y lo apuntó hacia él.

Sehun soltó el segundo cuchillo, pero este no cayó al piso como el primero. El obispo emitió un sonido ahogado y cayó al suelo empujando un par de sillas a su paso. Sehun observó el cuchillo clavado sobre su pecho y retrocedió. Su cuerpo tiritaba, sus manos estaban manchadas de sangre y él intentó limpiarlas frenéticamente contra su sotana.

El sonido de pisadas lo devolvió a la realidad. El padre Mateo llegó corriendo a la cocina, aunque no le prestó atención a él, ni al obispo, sino a Junmyeon que estaba inconsciente en el piso.

Sehun observó a Mateo abrazar el cuerpo de su amante entre sollozos.

—Por favor —Mateo susurró.

—Yo no... quise hacerlo...

—El teléfono —Mateo murmuró buscando desesperadamente el pulso de Junmyeon, pero sus manos temblaban demasiado.

—No quería hacerlo...

—¡Llama a una ambulancia!


º º º

Gracias por leer!

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