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A pesar de la hora, habían personas yendo y viniendo a pie en pequeños grupos y aquello momentáneamente logró que Minseok se sintiera un poco menos ansioso, aunque los nervios empezaron a crecer a medida que las calles iban quedando desiertas.

Después de un rato andando por el camino casi a oscuras llegaron a la carretera pobremente iluminada y continuaron caminando uno junto al otro en silencio. Minseok tenía la impresión de que su acompañante se encontraba molesto.

Una fría brisa se levantó de pronto y Minseok se abrazó a sí mismo. Le echó un vistazo al padre, pero este caminaba al mismo paso imperturbable. Minseok no sabía qué era peor; el frío, la oscuridad, la calle desierta, o el silencio.

—¿Está enojado? —Minseok preguntó sin poder soportarlo más—. ¿No va a hablarme en todo el camino?

El padre Mateo lo miró por un instante.

—¿De qué quieres hablar?

—No lo sé —Minseok murmuró y miró alrededor—. ¿No le da miedo?

—¿El qué?

—No sé, que del monte salte el chupacabras y nos coma —Minseok murmuró medio en broma.

Los labios del padre Mateo se extendieron ampliamente y sus ojos se llenaron de arrugas mientras una suave risa brotaba de su boca.

—El chupacabras —murmuró sin dejar de reír con sus ojos casi cerrados—. ¿De verdad crees en eso?

—¿Usted no? ¿No se supone que es un hombre de fe?

—La fe no es creer en cualquier invento sin sentido.

Minseok alzó una ceja. Iba a discutir aquello, pero mejor decidió mantener su boca cerrada.

—Aunque sé que no estás de acuerdo —el padre murmuró dándole una mirada.

—¿Por qué lo dice?

—Porque lo tienes escrito en la cara.

—No voy a discutir esto con usted.

—¿Por qué? ¿Temes que logre convencerte?

—No —Minseok dijo con una sonrisa y de pronto tuvo una pequeña revelación—. ¿Es por eso que ha estado pidiéndome que vaya a misa? ¿Para intentar convertirme?

—Sí, pero no parece funcionar.

—Definitivamente —Minseok concordó.

Esas misas solo habían servido para fortalecer sus impías fantasías.

—Insurrecto —el padre murmuró.

—¿Yo?

—Sí, tú —el padre Mateo replicó—. No tienes respeto por la autoridad.

—Yo respeto la autoridad, soy un buen ciudadano.

—Pero no eres un buen cristiano.

—Yo nunca dije que lo fuera.

—Tu padre sí.

—¿Habló con él? —Minseok preguntó extrañado.

—Sí, antes de que llegaras, llamó para agradecernos por recibirte y mencionó que ellos te habían inculcado todos los valores de un buen cristiano.

Minseok suspiró.

—No todos esos valores quedaron bien arraigados.

El padre Mateo lo miró por un instante.

—La sumisión no se te da bien ¿verdad?

Minseok intentó no hacerlo, pero no pudo evitar imaginarse a sí mismo desnudo en una cama, atado, disfrutando de un tipo de sumisión distinta de la que el padre hablaba.

—Eres un demonio —el padre Mateo murmuró de pronto.

Minseok se giró para mirarlo, intuyendo que había adivinado el hilo de sus pensamientos.

—Lo siento.

—¿De verdad?

—A veces sí.

El padre Mateo negó y la fría brisa revolvió sus ondulados cabellos suavemente. Minseok observó absorto las líneas de su perfil. Frente, sien, ceja, pómulo, nariz, labios, mandíbula... Era bello y a la vez tan sensual. Lo hacía sentirse como un estúpido insecto atraído por la luz, a pesar de que acercarse demasiado pudiera significar su perdición.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —el religioso dijo de pronto, girándose para mirarlo con sus ojos casi negros. Minseok asintió—. ¿Sientes algo por Luhan?

Minseok fue tomado desprevenido por aquella pregunta. ¿Sentir algo por Luhan?

—Gratitud—respondió luego de pensarlo por unos segundos.

—¿Eso es todo? —el padre Mateo insistió.

Minseok se detuvo abruptamente y lo miró incrédulo.

—Sí, es todo —aseguró—. Usted sabe que es por otro por quien yo siento algo más.

Hubo un instante de silencio antes de que un trueno retumbara en el cielo, no muy lejos de ellos. Mierda, lo único que faltaba era que empezara a llover.

—Sigamos, no falta mucho —el religioso dijo, pero Minseok no se movió.

—¿Y usted, padre? ¿Siente algo por alguien?

El viento sopló con un toque de violencia y la temperatura de la noche descendió algunos grados de golpe.

—Vamos, Minseok, se acerca una tormenta.

—Responda.

El viento volvió a azotar, revolviendo sus cabellos, haciendo ondear su sotana. El hombre cerró los ojos y apretó los párpados.

—Sí, Minseok. Tengo sentimientos sumamente inapropiados hacia ti —confesó—, pero...

Pero no pudo decir más. Minseok se había lanzado sobre sus labios sin importarle nada más que la desmedida emoción que hacía vibrar su pecho con cada desenfrenado latido. Mientras se comía sus deliciosos labios, pasó los brazos por sus hombros y los cruzó sobre su nuca para sostenerlo cerca mientras tomaba aquello que deseaba tanto furor. Inesperadamente el padre Mateo separó sus labios y correspondió mientras llevaba las manos a su cintura y presionaba con fuerza, como si deseara acercarlo más a su cuerpo. Lamentablemente hizo lo contrario.

—Lo haces tan difícil para mí —el hombre murmuró mirando sus labios con anhelo—. Por favor, no vuelvas a besarme.

Minseok negó sin alejar sus brazos y volvió a juntar sus bocas para besarlo un poco más. Mientras robaba su prohibida esencia, la anunciada tormenta se volteó sobre ellos sin parsimonias. Cuando la humedad se coló entre sus bocas Minseok lo liberó.

—Lo siento —susurró sin aliento y observó con envidia las gotas de lluvia que empapaban sus cabellos negros y se deslizaban por su rostro, acariciándolo como él tanto ansiaba hacer—. También es difícil para mí.


º º º


El padre Mateo se apresuró a abrir las rejas y dejó pasar a Minseok primero, aunque las prisas no servían de nada ahora que ambos estaban completamente empapados.

Todas las luces de la casa estaban apagadas a esa hora de la madrugada y ambos se apresuraron al segundo piso, a través de la casi absoluta oscuridad, intentando no hacer ruido, aunque con todo el alboroto de la tormenta hubiera sido posible que el padre Junmyeon los escuchara.

—Date una ducha aquí —el padre Mateo ordenó, señalando el cuarto de baño junto a la habitación de Minseok—. Yo usaré el baño de abajo.

Minseok asintió tiritando.

—Ve —el hombre lo empujó suavemente con un gesto de preocupación—. Te traeré una toalla.

Minseok asintió y se metió a la ducha rápidamente, intentando mojar el piso lo menos posible. Temblaba de pies a cabeza mientras se quitaba la ropa mojada y la dejaba sobre el lavabo. Abrió la ducha y su cuerpo estaba tan frío que la temperatura ambiente del agua le pareció incluso cálida. Exhaló aliviado y esperó a que aquella relativa calidez relajara su cuerpo y se llevara los temblores.

Alzó el rostro y echó su cabello hacia atrás mientras los recuerdos invadían su mente.

Pensó en lo largo que había sido ese día, en todos los sucesos y en los besos que había robado y una incontenible sonrisa se extendió sobre sus labios. Abrió los ojos para buscar su jabón y casi se cae de espaldas al encontrarse con una rígida figura de pie frente a él.

El padre Mateo, aún envuelto del cuello a los pies con el negro de la noche, estaba metido en la ducha con él y lo observaba con tal intensidad que sus ojos casi parecían destellar.

El corazón de Minseok se saltó un latido y luego empezó a marchar a toda velocidad. Abrió su boca para decir algo, pero el padre Mateo dio un paso hacia él y extendió su silencio con un beso.

Con la leve sospecha de que estaba delirando, Minseok llevó sus manos a las mejillas del religioso. Sus dedos rozaron la sotana y el alzacuellos, pero intentó no pensar en ello mientras lo atraía un poco más hacia sí.

El padre Mateo exhaló sobre sus labios y el calor de su aliento hizo arder no solo sus labios, sino el resto de su cuerpo. Minseok le rodeó el cuello con sus brazos, juntó sus cuerpos e inició otro beso al que el religioso correspondió de inmediato.

Sus benditas manos se atrevieron a tocarlo; sus dedos se encontraron con la espalda de Minseok y se deslizaron lentamente de un lado a otro, dejando a su paso un leve hormigueo sobre la piel. Minseok intentó mantener a raya las intensas sensaciones. Podía sentir los dedos del religioso temblando, al igual que su aliento, y percatarse de que su piel podría ser la primera que él hubiera tocado de esa manera lo hizo sentirse victorioso. Era como derrotar a un poderoso invicto.

Demonios, ¿cuántas condenas habría acumulado ya? ¿Robar a la iglesia duplicaba el pecado?

Qué más daba. Continuó besándolo, apenas respirando bajo el agua que continuaba cayendo sobre ellos. Sus labios tomaban, tiraban y soltaban una y otra vez, en distintos puntos, de distintas formas. Su acompañante estaba esforzándose por acoplarse a él, mientras sus dedos seguían creando caminos que seguramente guiaban al infierno.

Minseok detuvo el beso abruptamente con un gemido cuando los dedos curiosos del padre se entretuvieron sobre sus sensibles pezones.

El padre Mateo intentó recobrar el aliento durante aquella pequeña pausa. Cerró la llave de la ducha y atrapó a Minseok contra los azulejos que decoraban la pared. Minseok lo miró extasiado y él le devolvió la mirada, inclinó su rostro e inesperadamente le mordió el labio inferior.

Minseok no pudo contener otro gemido, ni los estremecimientos que hasta hacía un momento habían sido a consecuencia únicamente del frío. Lo atrajo para continuar besándolo y cuando quiso besar su cuello sus vestimentas le impidieron ir más allá.

Minseok había fantaseado infinitas veces con lo que en ese momento sucedía, pero por un instante dudó, pensó en detenerse y en detenerlo, porque si seguían por ese camino, tal vez podrían arrepentirse por la mañana. Solo fue una pequeña sugerencia de su consciencia, que se desvaneció en cuanto los labios de ese hombre prohibido absorbieron la piel sobre su cuello. Minseok gimió complacido, y echó su cabeza hacia atrás, ofreciéndose a Mateo.

Mateo. El nombre se volvió amargo en su paladar.

No, ese no era el padre Mateo, el religioso había renunciado a la vida y a sus placeres. Ese que lo besaba y tocaba de forma tan hambrienta era Jongdae; el hombre que se sentía atraído por él, el hombre que deseaba sentir libremente y embriagarse de placer, el hombre que seguía atrapado en las vestimentas eclesiásticas que suponían su prisión.

Minseok gimió de nuevo cuando los labios sobre su cuello succionaron con demasiada fuerza. Mierda, estaba tan duro. Llevó sus dedos a los botones de la sotana y empezó a soltarlos empezando por el más alto.

—¿Cómo te quitas esto? —preguntó. Ya había soltado seis botones, pero estos parecían ser interminables.

Jongdae lo miró, sus labios estaban enrojecidos de una forma muy provocativa y su mirada parecía un poco aturdida. Se llevó las manos a la nuca y soltó el alzacuellos, lanzó la pieza blanca a un rincón a sus espaldas y se sacó la sotana por sobre la cabeza, quedándose únicamente con sus pantalones negros abultados en la ingle.

Carajo. Qué vista.

Minseok lo atrajo para besar su cuello y los dedos del hombre se le clavaron en la espalda. Continuó repartiendo húmedos besos por toda la base, entreteniéndose un poco con su manzana de Adán y no pudo evitar llevar una mano a su bulto. Se detuvo y tragó con cierto esfuerzo al notar el tamaño.

Dios, le rezaría todos las noches.

Alzó su mirada sorprendida y sus ojos quedaron atrapados en los oscuros de Jongdae.

Jongdae le tomó la barbilla y aplastó los labios de nuevo sobre su boca. Minseok recibió sus besos con gusto y llevó las manos a su espalda. Recorrió ansioso cada tramo y lo sintió estremecerse bajo sus dedos.

Mientras intentaban recuperar el aliento, Minseok dirigió sus labios hacia el cuello de su acompañante y continuó repartiendo besos sobre la piel. Cuando se concentró en el lugar detrás de la oreja, los brazos de Jongdae le rodearon la cintura con fuerza y lo aplastaron contra su cuerpo.

—Minseok —Jongdae musitó sobre su oído.

Minseok sintió que sus sentidos se derretían ante el sonido de su voz. Continuó besándolo en el mismo lugar y le mordió suavemente el lóbulo de la oreja. Jongdae gruñó y le tomó los brazos con fuerza para apartarlo. Minseok lo miró confundido y ciertamente temeroso de que se hubiera arrepentido, pero no fue el caso. Jongdae lo hizo girarse para enfrentar la pared y se pegó a su espalda, presionó los labios sobre su nuca y exhaló.

Minseok contuvo el aliento mientras las manos ajenas empujaban su ropa interior —la única prenda que llevaba encima— fuera de su cuerpo. Lo escuchó bajar el cierre de sus pantalones y su alborotado corazón se puso frenético.

Solo en ese momento volvió a dudar, por una razón distinta.

¿Ese hombre habría tenido sexo alguna vez? Muy probablemente no, sus cándidos besos eran una fuerte base para aquella hipótesis. Carajo, estaba a manos de alguien inexperto y tal vez debía explicarle un par de cosas, pero cuando lo sintió acomodando la punta de su pene en su entrada decidió que lo prefería así. Aunque doliera, de pronto lo quería así.

—Guíame —Jongdae susurró sobre su oído provocándole un estremecimiento.

Minseok giró su rostro para mirarlo y le dio un casto beso en los labios.

—Solo entra.

Jongdae asintió y se empujó suavemente, pero no logró traspasarlo. Minseok tomó una profunda respiración y se inclinó hacia el frente. Jongdae se empujó de nuevo, con un poco más de fuerza y parte de su pene entró con cierta dificultad. Minseok lo escuchó gruñir y pegar la frente a su cabeza. ¿Estaría siendo doloroso para él?

—Espera, retrocede —Minseok le pidió y se giró para enfrentarlo.

Jongdae le dio una mirada avergonzada, pero Minseok le acarició una mejilla intentando hacerle saber que todo iba bien. Acercó una mano a su boca y escupió sobre ella, luego le tomó la erección y la embadurnó con su saliva.

Jongdae lo miró atentamente.

—Así entrará más fácil —Minseok aseguró.

Jongdae asintió y Minseok le dio la espalda de nuevo. Lo sintió alineándose y respiró profundamente para relajarse. Esta vez fue más sencillo, aunque sin la preparación necesaria también fue un poco doloroso.

Cuando estuvo dentro, Jongdae se pegó a su espalda y sus labios le rozaron la nuca. Un suave gemido escapó de sus labios y Minseok se estremeció. Jongdae retrocedió sin salir del todo y volvió a empujarse dentro lenta y dolorosamente. Minseok apoyó sus manos en los azulejos y contuvo un quejido. Dolía, pero a la vez era tan glorioso.

Las manos del padre atraparon las suyas contra la pared y Minseok se sintió pequeño cubierto por su cuerpo.

—¿Estoy lastimándote? —Jongdae le preguntó en un tembloroso susurro.

Minseok negó fervientemente y mordió su labio inferior, estar lleno de ese hombre prohibido que le susurraba al oído y le rozaba la oreja con sus suaves y cálidos labios era más de lo que podía soportar, más de lo que su pecador cuerpo podía resistir.

—No —exhaló en un murmullo.

Aunque, en realidad, sí estaba siendo lastimado. Se sentía tan lleno, sus paredes quemaban... y jamás imaginó que la sensación iba a causarle tanto placer.

Jongdae volvió a besarle el hombro derecho mientras salía un poco y volvía a entrar. Minseok echó su cabeza hacia atrás y Jongdae le besó la sien.

—¿Estás completamente dentro?

Jongdae negó.

—Falta un poco —susurró.

Minseok se mordió el labio inferior con fuerza y se inclinó de nuevo, pegando una mejilla a la pared.

Jongdae se empujó de nuevo, incluso con más fuerza, y sus labios se estrellaron contra el hombro de Minseok, que podía escucharlo gemir suavemente, experimentando por primera vez la maravilla del sexo.

—Sigue, no te detengas —Minseok le pidió.

Los fuertes brazos de Jongdae le rodearon la cintura y lo sostuvieron contra su cuerpo mientras lo penetraba una y otra vez, marcando un ritmo lento y muy placentero. Minseok exhaló el aire contenido y tomó su desatendida erección para acariciarse a sí mismo.

Los labios de Jongdae depositaban besos sobre sus hombros y su pesada respiración chocaba contra su cuello, levantando a su paso un sinfín de escalofríos. Poco a poco su fuerza aumentaba, al igual que sus gruñidos y gemidos y Minseok gozó de aquel momento como nunca gozó nada en su vida.

De pronto estaban húmedos y ya no era a causa de la lluvia, ni del agua de la ducha. Sus cuerpos sudados chocaban una y otra vez, cada vez más aprisa y con más fuerza.

—Sí, así —Minseok lo animó sin dejar de tirar de su hombría. No quería que el momento acabara, pero se sentía tan cerca de su límite.

Cuando Jongdae mordió su cuello, Minseok no pudo seguir alargándolo más. Su semen se disparó hacia la pared y su cuerpo tembloroso fue envuelto y sostenido por los brazos de Jongdae, quien empezó a embestirlo de forma errante.

Minseok sentía la respiración pesada de Jongdae sobre una de sus mejillas, también podía sentir el latido de su corazón golpeándole la espalda y su virilidad perdiendo fuerza. Se giró entre sus brazos y lo miró.

Jongdae se inclinó sobre él y unió sus frentes. Los dedos de su mano vendada le acariciaron una mejilla y dejaron un rastro de sangre en ella.

—Eres la tentación más grande que he enfrentado en mi vida —susurró sin aliento.

Minseok lo miró y le tomó la mano para quitarle la venda ensangrentada. Ahora había un corte nuevo sobre el anterior. 

Minseok exhaló. Había intuido desde el primer instante que se había lastimado de forma intencional.

—¿El tormento no es suficiente castigo, Jongdae?

El religioso se separó un poco para mirarlo. Lucía tan abatido. Minseok le besó la herida y cerró sus ojos, no quería ver las cicatrices que llenaban su cuerpo y que hasta hacía un momento había intentado ignorar.



º º º

Gracias por leer!

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