VI
Minseok se había quedado dormido acurrucado contra el pecho de Jongdae, arrullado por sus caricias, el calor de su piel y el latido de su corazón, así que al despertar por la mañana, lo primero de lo que fue consciente fue de la fría soledad.
Acomodó la cobija sobre su cuerpo y suspiró. La luz del día se colaba por su ventana, lo que significaba que era más tarde de lo habitual. Se giró hacia la pared y observó una diminuta grieta distraídamente mientras una ola de pensamientos inundaba su cabeza.
Ya era sábado y nunca había sido tan consciente de cómo las horas se le escapaban como si fueran agua que intentara retener entre sus manos. Su pecho se hundió miserablemente. Sabía que Jongdae no aceptaría marcharse con él, lo había visto la noche anterior en su mirada de disculpa, la negativa había estado ahí, pero no quiso escucharla.
Se sentó en la cama y una leve descarga de dolor atravesó su espina dorsal. Tal vez había sido demasiado sexo, especialmente el día anterior que habían terminado haciéndolo dos veces más en la habitación, aunque no estaba quejándose realmente. Gruñó, empezaba a dolerle la cabeza. Decidió tomar una ducha y luego buscar a Jongdae, aunque solo fuera para despedirse.
Cuando estuvo aseado y listo para enfrentar lo que tuviera que enfrentar ese día, bajó al primer piso. Justo al final de los escalones su camino se cruzó con el del padre Mateo.
Se miraron por un instante, pero a diferencia de las miradas dulces o traviesas que había obtenido de él últimamente, en esa ocasión solo obtuvo evasión. Sus ojos tan oscuros que parecían negros se apartaron rápidamente antes de que el destello de angustia fuera demasiado evidente. Habían ojeras enmarcando su extraña mirada y Minseok se preguntó si no habría dormido en toda la noche.
—Buenos días —Mateo murmuró con la mandíbula tensa y se alejó de él.
Un golpe de su puño hubiera dolido menos. Minseok sintió cómo la bilis subía a su garganta y sus manos empezaban a temblar. Aunque odió que sucediera, sus ojos se llenaron de lágrimas. Lo siguió, no porque lo hubiera planeado, sino porque su cuerpo entero empezó a moverse en su dirección.
—¿Qué necesitas? —Mateo preguntó sin mirarlo cuando ambos estuvieron dentro de su despacho.
—¿Hice algo malo? —Minseok preguntó sin reconocer su propia voz.
Mateo lo miró fijamente y algo tiró de la comisura izquierda de sus labios creando una sonrisa horriblemente amarga.
—¿De verdad te lo cuestionas? —siseó enfadado, su mirada fue de un lado a otro por la habitación con desesperación—. Por supuesto que todo lo que hemos hecho está mal, aunque para ti no sea un gran asunto.
Sus palabras, lanzadas con dureza, se clavaron en el pecho de Minseok.
—Sí es... —musitó cohibido, no siendo capaz de encontrar las palabras adecuadas para expresarlo.
Jongdae apretó los labios con frustración.
—Esto acabó, Minseok, esto... nunca debió empezar en primer lugar.
Sus palabras, completamente coherentes, estallaron sin piedad las pocas ilusiones que Minseok había conservado. Esa pequeña esperanza de que al final decidiera colgar el hábito y tomar su mano para marcharse juntos. Aunque con frecuencia evitaba pensar en ello, Minseok tenía miedo de que todo terminara, temía no volver a verlo e ir por la vida con un corazón roto que tal vez nunca podría sanar, aunque sabía que al final sucedería.
Pese a todo, quiso suplicarle que lo reconsiderara, quiso ofrecerle todo lo que era y poseía a cambio de que se quedara en su vida.
—¿Consideras que esto fue solo un error?
—Sí.
Minseok asintió, obligándose a la resignación, aunque sentía que su corazón se fracturaba.
—De acuerdo —musitó aunque su voz salió como si alguien estuviera apretándole el cuello con ambas manos.
Mateo lo observó mientras le daba la espalda y salía de su oficina. Apretó los puños tras su espalda y se obligó a quedarse en su lugar. Parpadeó repetidas veces y también obligó a sus lágrimas a retroceder.
Intentó convencerse de que no estaba perdiendo nada, aunque era consciente de que parte de su maltratado corazón se marcharía junto a Minseok.
º º º
La seguridad que había construido sobre sí mismo, para llegar a ser capaz de pararse frente a la gente del pueblo y darles un sermón, se había derrumbado. De pronto tenía la impresión de que caminaba sobre arenas movedizas. Su cuerpo no tenía fuerzas, incluso el dolor había pasado a un segundo plano. No sabía lo que estaba haciendo, aunque palabras de las que ya no estaba seguro salían por su boca y su cuerpo repetía mecánicamente el ritual de cada misa. Los rostros habían sido borrosos desde el principio, pero en ese momento se volvieron negros. La copa que alzaba se deslizó de sus manos y lo que quedaba de fuerza se desvaneció de su cuerpo, cayó al suelo junto con la copa, el vino, la hostia y el mantel, mientras un preocupado murmullo llenaba la capilla, aunque él ya no pudo escucharlo.
º º º
Minseok tomó todas sus pertenencias y, tal vez solo para distraerse de sus propios pensamientos, limpió y ordenó la habitación antes de marcharse.
Cuando no hubo más que hacer, tomó una profunda respiración y sus maletas y se despidió silenciosamente de todo lo que había sucedido ahí dentro. Se prometió guardar en secreto sus más escandalosos pecados e intentar seguir adelante con su vida y dejar que su frágil memoria poco a poco llenara de sombras los recuerdos hasta desvanecerlos.
Eran más de las once cuando bajó de nuevo al primer piso y fue directo a la oficina del padre Junmyeon, el padre Mateo debía estar oficiando su misa en ese momento y aunque deseaba verlo una última vez, tal vez era mejor así.
El padre Junmyeon alzó su mirada al ver a Minseok en la puerta. Cierto alivio se asentó en su pecho al verlo cargando su maleta y su mochila, aunque también sintió nostalgia al recordar el momento en que se conocieron.
—¿Te vas? —preguntó suavemente, aunque la respuesta era obvia.
Minseok asintió y al fijarse en su rostro el padre Junmyeon frunció su entrecejo, el alivio que había sentido se convirtió en preocupación.
Minseok se acercó al escritorio y dejó un sobre y encima la llave de su habitación. Junmyeon suspiró y se puso de pie.
—¿Encontraste alguna respuesta en este lugar?
Minseok lo miró con curiosidad por un instante y luego recordó lo que el padre Junmyeon le había dicho el día en que se conocieron.
—Encontré algo que no sabía si existía realmente —respondió y una triste sonrisa curvó sus labios.
—¿Puedo saber qué cosa?
—Un alma gemela.
Junmyeon lo miró sorprendido, quiso sentarse a hablar con Minseok sobre todo el asunto, pero alguien llamándolo a gritos los interrumpió.
—¡PADRE JUNMYEON!
La voz provenía de algún lugar en el jardín. Compartió con Minseok una breve mirada de consternación y ambos se apresuraron a salir del despacho.
Encontró a Baekhyun en la entrada, era su voz la que lo llamaba, pero su atención se concentró en Chanyeol que venía detrás de él y cargaba con el cuerpo inerte del padre Mateo.
—Se desmayó en plena misa —Baekhyun anunció.
—¿Qué? —Junmyeon musitó guiando a Chanyeol hacia uno de los sofás en el pasillo, para que dejara allí al hombre inconsciente.
—La gente sigue ahí... —Baekhyun anunció con una expresión a medio camino entre el desagrado y la preocupación.
—Dios —Junmyeon murmuró—, por favor llama al médico.
El padre Mateo se removió, abrió los ojos e hizo un esfuerzo por tomar la mano de su colega.
—No, no lo llames —pidió arrastrando su voz.
—Pero...
—Debe ser solo estrés.
Junmyeon lo miró por un instante y aunque no estaba de acuerdo con lo de no llamar al médico, tampoco quería hacerlo, ni debía, si Mateo no estaba de acuerdo.
—Minseok, ¿puedes cuidarlo?
Minseok, que había intentado mantenerse un poco al margen, asintió inmediatamente.
—Baekhyun, regresa y pídeles que esperen por un momento, Chanyeol, ven conmigo, ayúdame por favor.
Los tres se marcharon y Minseok se acercó al padre Mateo, que había vuelto a cerrar los ojos. Se arrodilló a su lado, notó su rostro pálido y le apartó el cabello de la frente, puso su mano ahí y, aunque afortunadamente no parecía tener fiebre, estaba sudando. Su respiración también era un poco dificultosa.
Llevó ambas manos a su nuca y le soltó el alzacuellos. Mateo abrió sus ojos y le tomó las muñecas.
—¿Qué haces?
Minseok sintió una punzada de dolor ante su ceño fruncido, sin embargo, continuó con lo que había empezado.
—Pareces sofocado —murmuró intentando no sonar muy afectado—. Estarías mejor sin esto.
Mateo lo miró y por alguna razón sintió que sus palabras tenían un significado más profundo.
—Estoy bien, solo debo descansar —anunció y se sentó en el sofá aunque pareció mareado.
—Te ayudaré a llegar a tu habitación.
Mateo quiso protestar, pero no tuvo fuerzas para ello, y tampoco es como si Minseok fuera a escucharlo.
Minseok lo ayudó a ponerse de pie, se echó uno de sus brazos al hombro y lo rodeó con uno de sus brazos para ayudarle a subir los escalones. Mateo gruñó y frunció el entrecejo, posiblemente estaba peor de lo que parecía, porque unos pocos pasos habían supuesto un gran esfuerzo para él.
Cuando llegaron al segundo piso, Minseok pudo haberlo dejado por su cuenta, obedeciendo sus deseos, pero temía que su condición empeorara. Lo dejaría solo después de asegurarse de que estaba descansando.
Mientras avanzaban dentro de la habitación, Minseok se percató de que era la primera vez que ponía un pie dentro de los aposentos del padre y aunque había sentido mucha curiosidad en el pasado, habría deseado estar ahí en otras circunstancias. La habitación era solo un poco más grande que la suya y estaba decorada con la misma simpleza.
Mateo se sentó en el borde de la cama y Minseok lo observó limpiarse el sudor de la frente. Se acercó para ayudarle a quitarse la sotana, pero Mateo se tensó en su lugar y le tomó las muñecas una vez más.
—Lo haré yo, gracias, ya puedes irte.
Minseok se tragó la amargura y lo ignoró mientras empezaba a soltarle los botones.
—El padre Junmyeon me pidió que te cuidara, no te preocupes, no intento propasarme contigo.
—Minseok, no...
Minseok dejó de escucharlo. Sus ojos se abrieron sorprendidos al notar la línea rojiza que empezaba sobre uno de sus hombros. Empujó la sotana hacia atrás para poder mirar mejor y su boca se torció en un gesto de horror; la espalda del padre estaba llena de laceraciones.
—¿Cómo te hiciste esto? —Minseok susurró horrorizado. La certeza de que tal crimen había sido cometido por sus propias manos fue dolorosa.
—No importa.
—¡Claro que importa! —Minseok exclamó furioso, pero al ver la aflicción y la culpa en sus ojos suavizó el tono de su voz—. A mí me importa.
Mateo apretó sus labios y desvió su mirada.
Minseok continuó soltando los botones de la sotana mientras protestaba al borde de las lágrimas.
—Me importa tu bienestar, me importa que no estés alimentándote bien, me importa si no duermes, o si no sonríes, me importa que seas feliz... conmigo o sin mí.
—Por favor, no sigas —Mateo suplicó en un susurro.
Minseok exhaló con frustración, le quitó la sotana y aunque quería apartar su mirada y fingir que nada pasaba, estudió las heridas. Por suerte eran cortes limpios, aunque seguían pareciendo muy dolorosos.
—¿Por qué te lastimas? —preguntó intentando contener sus emociones, aunque se sentía muy enfadado. La larga herida que se había hecho en la mano apenas había sanado.
—Necesitaba... reprimir...
Minseok apretó los labios, odiando a quien le hubiera enseñado que debía lastimar su cuerpo para reprimir sus instintos naturales.
—Iré a buscar algo para curar tu espalda —anunció con voz estrangulada y se puso de pie—. No te atrevas a marcharte o a cerrar la puerta, Kim Jongdae.
Después de su amenaza se apresuró a bajar a la cocina para tomar el botiquín de primeros auxilios. Cuando volvió, solo un par de minutos después, lo encontró en la misma posición en que lo había dejado. Sus hombros estaban hundidos y jugaba ansiosamente con las manos en su regazo. Notar toda aquella angustia que manaba de su cuerpo con cada respiro, hizo que el enojo de Minseok se apaciguara.
Lo hizo acostarse sobre su estómago y observó los cortes; eran cinco y atravesaban su espalda en diagonal, formando una X desigual. Suspiró y tomó lo que necesitaba del botiquín. Limpió las heridas y luego aplicó el mismo ungüento que había puesto en la herida de su mano y aunque Jongdae no se quejó ni una sola vez, los estremecimientos que lo recorrían con cada pequeño roce, eran suficiente prueba de su dolor.
Minseok no fue consciente de que lloraba hasta que una de sus silenciosas lágrimas aterrizó en la espalda de Jongdae.
Para él, toda la aventura con el padre había sido mayormente maravillosa. Sí había sentido temor, pero más a ser descubiertos o a perderlo, su propias creencias, o la falta de ellas, suavizaban los pecados o los invalidaban, pero para Jongdae, quien poseía una fe tal que había entregado su vida a la iglesia, para él que respetaba y seguía los lineamientos de su religión al pie de la letra, todo debía ser inmensamente más difícil. Debatirse entre lo que sentía y lo que creía correcto, entre la culpa, el temor y sus placeres o sentimientos debió ser su infierno en vida. Percatarse de la magnitud de su tortura solo en ese momento que era visible a través de sus heridas, hizo a Minseok sentirse tan culpable como si hubieran sido sus propias manos las que sostuvieron el instrumento con el que Mateo se había castigado.
¿Cuánto daño le había hecho sin ser consciente de ello?
Minseok limpió sus lágrimas.
—Por favor... —sollozó.
Le apartó uno de sus negros mechones de la cara y lo acomodó detrás de su oreja.
—Por favor, ya no te hagas daño.
Jongdae no respondió, ni lo miró.
—Nuestro cuerpo es nuestro templo, ¿recuerdas? —Minseok continuó—. Dios quiere que lo cuidemos...
—Minseok...
—Perdóname —Minseok dijo sin poder contener su llanto por más tiempo—. Nunca quise hacerte daño, nunca fue mi intención.
Jongdae se sentó en la cama y llevó una mano a la mejilla de Minseok.
—Soy yo quien debió ser más fuerte.
Minseok le acarició el cabello y le acunó una mejilla también.
—Si fueras más fuerte serías de piedra —aseguró—. Todo esto también es mi culpa... yo debería ser menos...
—Tú no tienes la culpa —Jongdae aseguró con un gesto de agonía.
—¿Entonces por qué me siento tan culpable? —Minseok sollozó.
Jongdae suspiró y limpió las lágrimas de sus mejillas.
—No quiero lastimarte —murmuró presionando sus mejillas con suavidad—, pero parece inevitable.
—No estás lastimándome, no te culpo de nada —Minseok aseguró—. Tú eres bueno.
Jongdae bajó las manos a su regazo y desvió su mirada con el ceño fruncido.
—Fumo —musitó después de un corto silencio.
Minseok se mordió el labio inferior, intentando contener una sonrisa que contrastó de forma casi celestial con sus lágrimas.
—¿En serio?
—No lo hago muy seguido, pero tengo que decomisarlos si los encuentro en posesión de algún menor y... en lugar de tirarlos yo...
Minseok sorbió y negó fingiendo decepción.
—Tendrás que trabajar en tus vicios, ¿alguna otra cosa indebida que hayas consumido?
Jongdae iba a negar, pero se detuvo.
—Últimamente solo tú —murmuró tímidamente.
Minseok lo miró con añoranza.
—Qué forma tan dulce de coquetearle a un demonio —susurró.
—Demonio... —Jongdae se perdió en la brillante mirada de Minseok; sospechaba que en ella habitaban galaxias colmadas de estrellas.
Se había prometido alejarse, se prometió a sí mismo y a Dios que no volvería a tropezar con ese pecado jamás, se juró hacer lo posible por regresar al buen camino, pero justo ahí, en ese instante, todo lo que quería era besar a su amado demonio. Y ya no tenía fuerzas para luchar en contra de la atracción. Se acercó lentamente, inclinándose hacia él, y Minseok esperó pacientemente a que sus labios se encontraran.
Fue un beso lento, lleno de necesidad y consuelo. Ni sus cuerpos ni sus manos se tocaron, el roce de sus labios fue la medida justa de pecado que estuvo dispuesto ceder y Minseok pareció entenderlo.
Minseok siempre parecía entenderlo; siempre se movía en la dirección correcta, siempre decía lo que le hacía falta escuchar, y lo mas extraordinario de todo era que en muchas ocasiones ni siquiera necesitaban comunicarse con palabras; las miradas, las sonrisas, un movimiento o una simple caricia parecían ser suficiente para entenderse. Jongdae se preguntó si todos los enamorados se sentían de la misma manera.
El beso terminó, pero ninguno se alejó. Se quedaron así, con los ojos cerrados, respirando sus alientos entremezclados, con los labios de uno a solo milímetros de los del otro. A Jongdae le pareció escuchar un "te amo" y abrió los ojos. Tal vez solo había sido su imaginación, un deseo profundamente enterrado en su corazón.
Minseok lo empujó suavemente, salió de la cama y tomó algo del botiquín. Regresó y le dio un par de pastillas y le pasó un vaso con agua que había traído de la cocina. Jongdae obedeció sin saber qué era lo que estaba tomando, y sin importarle realmente, y sus ojos siguieron a Minseok que evitaba su mirada.
—Deberías descansar —Minseok musitó—. Intenta dormir.
—Quédate conmigo —Jongdae pidió.
Minseok asintió tímidamente y por primera vez se metieron juntos a la cama sin ninguna intención sexual. Se acostaron uno frente al otro en la cama y se miraron en silencio. Había cierta resignación en el silencio, o tal vez esperanza, ninguno sabría decirlo. Los minutos empezaron a caer del reloj a una velocidad cruel, pero ninguno se movió. Jongdae se maravilló observando el hermoso rostro de Minseok, pensando en palabras que lo describían y Minseok a su vez hizo un recuento de los lunares que adornaban el rostro de Jongdae, también tomó nota del hoyuelo que se pronunciaba en su mejilla izquierda con ciertos movimientos o sonrisas.
Jongdae suspiró y, como si hubiera necesitado ese impulso para actuar, Minseok alzó una mano para acariciarle un mechón de cabello.
—¿Te sientes mejor?
Jongdae asintió percatándose de que las pastillas debían haber hecho efecto, porque el dolor de su espalda casi había desaparecido.
—Promete que, sin importar lo que hayas hecho, nunca más volverás a lastimarte —Minseok le pidió con voz suave—. Además, tienes que comer mejor, especialmente si continuas ejercitándote, también duerme un poco más, cuídate, ¿si?
Al pedirle aquello, Jongdae comprendió que Minseok intentaba garantizar de alguna manera que estaría bien, porque ya no estaría presente para asegurarse de ello, y había logrado sonar como debió haber sonado su madre al dejarlo marchar de casa. Y entonces entendió que cuidar era una parte esencial de amar.
—Te lo prometo —dijo y acercó su mano a la de Minseok para enganchar los meñiques como Jongin le había enseñado a hacer tantos años atrás.
Minseok observó sus manos y juntó sus pulgares para sellar la promesa. Después lo liberó y salió de la cama.
—Voy a buscar algo para que comas —anunció mientras le daba la espalda—. Descansa un poco.
Al notar que se limpiaba las lágrimas Jongdae tuvo la certeza de que no volvería.
—Consígueme algo dulce —le pidió. Minseok asintió sin mirarlo—. Voy a estar esperándote —lo escuchó sollozar, o tal vez fue él, o tal vez los dos—. ¿Minseok?
—¿Qué? —su demonio murmuró, sin mirarlo.
—Creo que también te amo.
Y cuando Minseok se apresuró a salir, comprendió que, de nuevo, estaba lastimándolo.
º º º
Gracias por leer!
Y no me pidan pañuelos, porque ya me los acabé T.T
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