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V


Las ondulaciones de su cabello negro le caían sobre la frente cubriendo su ceño fruncido y parte de sus ojos. Su mano deslizaba el lápiz de un lado a otro sobre el papel y sus hombros y su cuello estaban tensos.

Mientras lo observaba, Minseok sintió un cosquilleo en sus manos, un impulso por presionar sus hombros y ayudarle a relajarse.

De pronto, el padre Mateo alzó su mirada y lo notó en el umbral.

—Hola —lo saludó sin relajar la postura—. ¿Necesitas algo?

Minseok dio un paso dentro de la oficina.

—El padre Junmyeon me pidió que te recordara que hoy iría al hospital.

El padre Mateo asintió, se enderezó en su silla y estiró su cuello. Minseok observó la parte alta de su largo cuello que la sotana no cubría.

—Cierra la puerta —le pidió señalando la puerta abierta.

Minseok la miró brevemente y fue hacia ella. Cuando esta se cerró, Mateo lo atrapó contra ella. Minseok se sorprendió con su cercanía; no sabía si él era muy lento o si Jongdae tenía demasiada prisa. Como fuera, las manos del cura se enroscaron firmemente alrededor de su cintura pegándolo a su cuerpo. Minseok se sintió nervioso, especialmente cuando Jongdae hundió la nariz en su cabello y suspiró.

—Perdóname, no he sido muy amable contigo —Jongdae musitó y dejó un beso sobre su mejilla—. No quisiera que pensaras que todo lo que me importa de ti es el sexo, pero realmente tengo instintos que desconocía.

Minseok frunció un poco el entrecejo y miró fijamente un punto sobre la puerta frente a él.

—Podría decirte lo mismo.

Jongdae exhaló pesadamente y volvió a besarle la mejilla, repetidas veces. Minseok recostó su espalda contra el pecho de Jongdae y disfrutó de sus besos y de su cercanía, aunque era completamente consciente de que era un lugar y momento inapropiado para sus muestras de afecto.

—Aunque no lo creas —Minseok continuó mientras los besos de su amante navegaban por su cuello—. Has sido muy amable y además muy cuidadoso conmigo.

—¿Hablas de sexo? —Jongdae susurró atrapando con sus labios el lóbulo derecho de Minseok. Ejerciendo más fuerza en el agarre a su cintura.

—Sí —Minseok musitó sin poder contener del todo un gemido.

Jongdae lo obligó a girarse y se inclinó sobre sus labios. La fuerza de su beso fue tal que la espalda de Minseok acabó golpeando la puerta. Un gemido se escapó de sus labios y se perdió entre los de Jongdae, quien también emitió un sonido de satisfacción.

El pulso de ambos se disparó y el beso que compartían se volvía cada vez más lascivo. Las manos de Jongdae bajaron lentamente por el cuerpo de Minseok hasta posarse abiertamente sobre su trasero. Minseok se sobresaltó un poco. Jongdae desvió sus labios hacia el cuello de su amante y se ensañó contra su sensibilidad.

Minseok se aferró a sus hombros con la respiración muy agitada e intentó reprimir sus gemidos, aunque no estaba teniendo mucho éxito. Su respiración era forzada, su cuerpo entero se estremecía, respondiendo a los besos y caricias, su corazón latía como si hubiera corrido una maratón. De pronto su mirada se encontró con la ventana abierta al otro lado de la habitación. Si alguien asomaba por ahí...

—No puedo esperar hasta la noche —Jongdae declaró con voz ronca. La necesidad en sus palabras era casi palpable.

—No tienes que hacerlo —Minseok murmuró con la mirada todavía fija en la ventana que daba a los jardines—. Solo cierra esa ventana.

Jongdae lo miró y luego a la ventana. Tardó un solo segundo en tomar una decisión, guiado por sus más bajos instintos. Aseguró la puerta y luego fue por la ventana; la cerró y corrió las persianas. Su despacho se oscureció bastante. Minseok sabía que debían darse prisa si de verdad iban a hacerlo, así que empezó a soltarse los pantalones.

Jongdae se detuvo un instante para pensar en dónde. Minseok pareció leerle el pensamiento.

—Desocupa el escritorio.

Jongdae se apresuró a despejar la madera y cuando lo hizo se giró hacia Minseok que esperaba completamente desnudo. Su pene, que había estado a medio camino de una erección, se puso completamente rígido en respuesta a esa sensual imagen. Minseok era extraordinariamente hermoso, cada curva y contorno eran del tamaño apropiado, su tono de piel, ojos, pezones o cabello era inmejorable. Jongdae tuvo la impresión de estar frente a un brillante tesoro que había encontrado por mera casualidad. ¿O sería el destino?

Pensar todo aquello apenas le tomó una milésima de segundo. Su cuerpo lo llevó hasta él en un instante. Le tomó ambos costados del cuello y se lanzó sobre sus exquisitos labios. Mientras lo besaba, sus manos bajaron por cuenta propia para recorrer la piel desnuda de su hermoso demonio. Y entonces, incapaz de esperar más, le alzó las piernas y lo levantó sobre sus caderas. Minseok emitió un ruidito de sorpresa, se aferró a sus hombros y lo miró sorprendido.

Jongdae lo depositó sobre el escritorio y lo observó, lo tenía servido como si fuera un banquete. Definitivamente lo era; era la carne que saciaba su desenfrenado deseo, aunque sabía que con el paso de las horas el hambre volvería irremediablemente. Una pequeña parte de su consciencia —que aún no se había dejado someter por la lujuria— gritaba desde algún lugar lejano, le advertía de todo lo que podía salir mal, le advertía que podían ser descubiertos y castigados, y por un instante Jongdae se atrevió a desafiar a la posibilidad, casi deseó que alguien los encontrara.

Minseok lo miraba expectante. Jongdae no parecía dudar, pero había algún pensamiento con el que estaba debatiéndose. De pronto puso las manos sobre el escritorio, a los costados de sus caderas, obligándolo a inclinarse un poco hacia atrás. Minseok notó que la altura del escritorio era perfecta para que Jongdae lo tomara en él. Levantó sus piernas que colgaban en el aire y apoyó sus pies desnudos al borde de la madera. Lo miró a los ojos, su mirada se había oscurecido y casi pudo ver los destellos provocados por el deseo. Un escalofrío lo recorrió. Jongdae puso un casto beso sobre sus labios y retrocedió hacia su pecho, enrolló su lengua alrededor de uno de sus pezones y simultáneamente le presionó el otro con sus dedos. Mordió el pezón que tenía en su boca y se cambió al otro. Después dejó un beso justo al centro de su pecho y luego otro más abajo y otro más y uno más, hasta que llegó a la punta de su necesitada erección.

Minseok lo miró con los ojos redondos y tensó su mandíbula, en un intento por mantener su boca cerrada.

Jongdae tomó tentativamente su erección y la acarició de arriba hacia abajo y de vuelta. Acercó su lengua y la deslizó por la base y luego alrededor de la punta. Minseok se estremeció de una forma visible. Miró a Jongdae, que parecía muy concentrado en su tarea, y luego llevó su mirada hacia la puerta. Estaba cerrada, lo sabía, pero ¿y si alguien lograba abrirla y los encontraba en medio de semejante situación? No era una idea tan descabellada, además de ellos en ese momento habían al menos tres personas más en la parroquia incluyendo a la secretaria.

Jongdae chupó su glande y Minseok maldijo internamente. ¿Por qué se distraía en un momento como ese? Carajo, el cura estaba haciéndole una mamada y lo estaba haciendo muy bien a pesar de su inexperiencia. Eso era lo importante. Minseok contuvo un gemido y el impulso de alzar sus caderas y empujarse contra su boca, aunque quería, lo deseaba de verdad. En cambio, apoyó sus antebrazos sobre la madera y echó su cabeza hacia atrás, dejando salir un suave gruñido.

Jongdae nunca, jamás, había pensado en la posibilidad de llevarse un pene a la boca, pero ahí estaba, dejándose llevar por sus impulsos. No era un sabor desagradable, de hecho, entre más lo chupaba más le gustaba. Minseok debía haber tomado una ducha hacía poco tiempo porque su cuerpo estaba limpio y el aroma del jabón aún estaba impregnado en su piel que de por sí ya poseía una fragancia natural muy agradable.

Diversos escalofríos atravesaban a Minseok, temblaba como si tuviera frío, aunque a Jongdae le parecía que la temperatura en la habitación estaba aumentando. Se quitó el alzacuellos y la sotana y los dejó en la silla frente al escritorio, junto a las prendas de Minseok.

Continuó con su trabajo oral, ayudándose con sus manos y con su lengua, justo como Minseok había hecho con él la noche anterior. También deslizó una mano por sus testículos y los acarició. Sacó el miembro de Minseok de su boca por un instante y escupió en su mano antes de volver a engullirlo. Humedeció su entrada con unas pocas caricias y hundió uno de sus dedos que se deslizó sin problemas hacia el interior. Lo sacó y metió dos. Mientras los agitaba fue consciente de que su propia hombría palpitaba dentro de sus pantalones, añorando el apretado y cálido interior de Minseok. Continuó dándole placer con su boca y preparándolo con sus dedos mientras su mano libre soltaba sus pantalones y liberaba su miembro. Se tomó a sí mismo y se acarició un poco para aliviar las ganas.

Soltó el miembro de Minseok y se relamió, percatándose de que el sabor había cambiado ligeramente a uno salado. También sacó los dedos de su interior y se enderezó. Lo miró desde arriba y notó que Minseok tenía los ojos cerrados, el ceño muy pronunciado y mordía sus deliciosos labios. Era una imagen extremadamente erótica que esperó ser capaz de guardar para la eternidad. Se inclinó sobre él y le mordió el cuello, arrancándole un encantador gemido.

—Voy a entrar ahora —anunció en un susurro.

Minseok lo miró y asintió fervientemente.

—Por favor —suplicó con la voz ahogada.

Jongdae se alineó contra él y lo traspasó lentamente, observando atentamente la forma en que los labios de Minseok se separaban para dejar escapar una exhalación. Su espalda se arqueó y Jongdae se vio en la necesidad de pasarle un brazo por la espalda baja para sostenerlo, a su vez Minseok le atravesó un brazo por la espalda desnuda y sus cortas uñas se deslizaron desde su nuca hasta la mitad de su espalda encendiendo su piel. Jongdae exhaló bruscamente y buscó su mirada. Los ojos de Minseok brillaban por el deseo. Se lanzó de nuevo sobre ellos, dispuesto a arrebatarle el aliento y, asumiendo que ya estaba listo para ello, empezó a moverse. 

Mientras lo poseía y reclamaba como suyo con intensidad, Minseok se mantuvo abrazado a él, describiendo entre murmullos entrecortados todo aquello que lo hacía sentir, alternando sus palabras con besos en los que enredaba la lengua alrededor de la suya y suplicaba por más.


º º º


Jongdae se recostó sobre su silla y observó el escritorio fijamente. El encuentro de hacía unas horas había sido muy arriesgado, fue una suerte que nadie tocara a la puerta o asomara a la ventana antes de haberla cerrado. Se sentía un poco culpable, como ya era usual, pero también se sentía muy atrevido. Una sonrisa torcida afloró en su rostro, Jongdae se acarició los labios pensativamente y pensó que si llegaba a tener más oportunidades como aquella no iba a desaprovecharlas. Sabía que estaba excediendo el número de faltas que de por sí ya era enorme, pero imaginó que ya tendría mucho tiempo para arrepentirse después. De momento, no tenía tiempo ni ganas para la contrición.

Cerró su biblia de golpe y la metió en un cajón, sintiéndose repentinamente molesto con su presencia.

Alguien tocó a su puerta abierta y Mateo alzó su mirada esperanzada.

Junmyeon notó cómo la esperanza en la mirada de su colega se apagaba lentamente, dando paso a una emoción más turbulenta que no supo identificar.

—Pasa —el padre Mateo murmuró y señaló la silla frente a su escritorio—. ¿Cómo te fue?

—Bien —Junmyeon respondió, podría haberse extendido en los detalles de su visita al hospital, pero dedujo, por el tono desinteresado en que formuló su pregunta, que no había sido más que una cortesía—. Los pequeños te enviaron saludos.

Mateo asintió y su gesto se endureció un poco. Si el mundo supiera quien era en realidad, tal vez no lo dejarían acercarse a los niños nunca más. ¿A quién le importaba? De todos modos no iba a regresar al hospital y aunque pocos lo sabían, su anterior charla en la catequesis había sido la última, ahora todo estaba en manos de Junmyeon y aunque no tenía derecho a pedir nada, esperaba que Dios le diera la sabiduría y fuerza necesaria a su colega para llevar las riendas de la iglesia sin llegar a corromperse en el camino.

—¿Qué hay de Minseok? —el padre Junmyeon preguntó en voz baja adelantándose para apoyar sus manos sobre el escritorio, justo en el lugar en donde Minseok había estado encaramado hacía un rato, gimiendo de placer—. ¿Has hablado con él?

Hablamos cuando hacemos el amor, ¿eso cuenta? Mateo inhaló profundamente y apartó su mirada. ¿Qué pasaba con él?

—Te vas en dos días —Junmyeon le recordó, había cierta tristeza en esa declaración y Mateo se preguntó por qué.

—Sí he hablado con él —Mateo murmuró y su mirada viajó por la habitación hasta el basurero que estaba en una esquina cerca de la ventana. Había cierta evidencia ahí; las servilletas que habían usado para limpiarse. Casi sonrió.

—¿Y...?

—¿Y qué? —Mateo lo miró a los ojos. ¿Qué quieres escuchar?

—¿Vas a continuar con esto hasta que te vayas? —preguntó con el ceño fruncido—. ¿Y luego qué?

Mateo le sostuvo la mirada por unos segundos.

—Luego tendré toda una vida para arrepentirme —dijo sin ocultar su frustración.

El padre Junmyeon bajó la mirada hacia sus manos y pensó en sus palabras de una forma más personal.

—¿No has pensado en ir a algún otro lugar? —preguntó suavemente—. ¿Renunciar a tu posición?

Mateo suspiró y se acarició el alzacuellos distraídamente.

—Esto es todo lo que soy y todo lo que tengo... y ni Minseok, ni nadie en su sano juicio, aceptaría a un hombre que no es nada más que lastre.


º º º


—Es tarde.

Minseok detuvo sus pasos al escuchar ese gruñido. Se asustó un poco pese a que esperaba encontrarse con él. Giró su rostro y aguzó su mirada, justo a tiempo para ver cómo el padre Mateo emergía de las sombras del jardín de la capilla. Era fascinante.

—Lo siento, no fue mi intención, hice lo que pude para escapar de Amber y Luna.

—¿Sí?

—Sí, ellas se quedaron en el bar.

—¿Qué hacían ahí exactamente?

—Una especie de despedida —Minseok musitó llevándose la mano inconscientemente al cuello. Le resultaba un poco difícil dar explicaciones, aunque no entendía bien por qué. Tal vez estaba desacostumbrado a las ataduras, aunque no iba a negar que tener toda la atención de su amante le gustaba.

—¿Podemos ir adentro?

Lo dijo casi con indiferencia, pero en su mirada podía adivinarse la propuesta escondida en sus palabras. Mateo lo miró, sintiéndose atrapado en esa mirada, se sintió desnudo de distintas maneras, porque aunque debía decir que no, que debían parar, no quería ni podía hacerlo.

Sacó el juego de llaves que llevaba en su bolsillo y guio a Minseok hacia el estrecho pasillo por el que podían acceder a la casa parroquial sin tener que atravesar la capilla en donde su colega oficiaba la misa nocturna.

Pensó de nuevo en las negativas que debía expresar, pero excusó su falta de voluntad, con un hecho inminente: no les quedaba tiempo. Aún no sabía cuándo exactamente Minseok planeaba marcharse, pero había visto su maleta hecha en la habitación. Todo estaba listo, si deseara marcharse podría hacerlo en cualquier momento. Siendo así, esta noche podría ser su última noche juntos.

Última.

—¿Minseok? —lo llamó suavemente poniendo una mano en su hombro, aunque al pensarlo mejor se percató de que no tenía nada que decirle.

Minseok se detuvo en medio del pasillo y se giró para mirarlo. Había una sonrisa intentando curvar sus labios, pero se mordió el labio inferior represivamente.

Mateo enfocó su concentración ante ese deliberado gesto. Sabía lo que se sentía tener los labios de Minseok entre sus dientes y viceversa.

Minseok observó el atractivo rostro del religioso bañado por las sombras de la noche y sus ojos negros observándolo con ferocidad, y de pronto sintió que había regresado en el tiempo.

—Ahora que me conoces y que conoces mis deseos, haz aquello que hubieras querido hacer cuando recién nos conocimos y me guiaste por este mismo pasillo —Minseok le pidió, o tal vez fue una orden, o un reto. Jongdae no lo supo.

Recordó aquella noche que ahora parecía tan lejana; se había sentido muy preocupado, frustrado y tentado y le sorprendió darse cuenta de que nada de aquello hubiera cambiado. Le tomó los hombros y lo empujó hacia la pared. La mirada de Minseok no había cambiado tampoco, el desafiante deseo siempre había estado ahí. Se inclinó sobre él y reclamó sus labios.

Minseok cruzó los brazos sobre su nuca y se acopló al beso de inmediato. Era uno de esos besos lujuriosos casi errantes, que compartían mientras sus pieles se entregaban y buscaban complacerse. De un momento a otro, su cuerpo se encontró atrapado entre Jongdae y el muro de la iglesia.

Dios, podía escuchar claramente la voz del padre Junmyeon hablando sobre cómo Jesús afrontó las tentaciones a lo largo de su vida. Y así como sucedió en la oficina del padre Mateo, sintió una mezcla de temor y excitación porque alguien pudiera encontrarlos. Ese pasillo daba a la entrada lateral de la capilla y al jardín de la parroquia... aunque estaban al inicio del pasillo, cerca de la puerta, protegidos por la oscuridad.

Jongdae —gimió su nombre.

—¿Qué deseas, demonio mío? —Jongdae le preguntó con una retorcida sonrisa.

—A ti —Minseok musitó observando su seductora sonrisa que las sombras acentuaban—. Te deseo a ti, te quiero a ti —declaró con la mirada fija en sus ojos.

Su respuesta, indebida, inapropiada y tan innegablemente honesta, le envió una descarga de excitación de la cabeza a los pies. La ufanía calentó su pecho, que Minseok lo deseara, que lo quisiera, lo hacía sentir como si fuera un hombre rico y poderoso, era un sentimiento muy satisfactorio y sin ser capaz de aplacarlo, Jongdae volvió a proclamarse sobre sus labios, disfrutando de ese ligero sabor a alcohol que corrompía el sabor natural de Minseok. Compartieron la humedad de sus bocas y sus cuerpos se juntaron un poco más al cobijo de las sobras. Había una brisa fría revolviendo hojas y ramas, una tormenta se avecinaba. Minseok succionó su labio inferior y luego su lengua. Jongdae se estremeció por el placer, toda su pasión estaba acumulándose en su pelvis y pronto estuvo tan duro dentro de su ropa interior que empezó a ser doloroso; deliciosamente doloroso.

No meditó sus acciones más allá del calor que sentía. Se separó un poco de los labios rojizos de Minseok y presionó dos dedos sobre ellos. Minseok le dio una mirada cargada de pecados y deslizó la lengua sobre la punta de sus dedos. Jongdae los empujó cuidadosamente dentro de su boca y observó atentamente su rostro mientras se los chupaba.

Minseok sostuvo su mirada fija en la de Jongdae mientras succionaba sus dedos. Su corazón latía desbocado, si alguien, por alguna razón, salía de la capilla y decidía husmear por ese pasillo, los encontraría. El temor se mezcló de nuevo con la lujuria y la hizo crecer.

Jongdae le soltó los pantalones con su mano libre y retiró los dedos de su boca. Minseok buscó sus labios, se abrazó a sus hombros y sintió su pene, duro como roca, frotándose contra su vientre y jadeó. Sintió también las manos de Jongdae colándose por sus pantalones sueltos y explorar su trasero. Los dedos que él mismo había humedecido acariciaron su intimidad y pronto encontraron el camino hacia el interior. Minseok exhaló temblorosamente y Jongdae aspiró su aliento.

Minseok apretó los labios y frunció su ceño, formando ese gesto de placer que ahora él conocía tan bien. Era tan sensual, adoraba verlo y tenerlo así, poder otorgarle sensaciones que le robaran la cordura. Separó sus dedos dentro de Minseok y los giró, los sacó y volvió a hundirlos penetrándolo a buen ritmo. Sentía como su cuerpo se abría y estiraba para él. Deseaba tanto tomarlo ahí mismo. ¿Podrían hacerlo? Dudaba mucho que alguien fuera a descubrirlos, pero la posibilidad volvía el momento sumamente excitante. Agitó sus dedos frenéticamente dentro de Minseok dándole a entender lo mucho que necesitaba hundirse en él.

Minseok intentaba acallar sus gemidos, pero era difícil. Su pene palpitaba desesperado mientras se frotaba contra el de Jongdae.

Jongdae se inclinó sobre su oído.

—Date la vuelta —le pidió en un sensual susurro.

En el fondo, Minseok tenía miedo; miedo de ser descubiertos, miedo a la posibilidad del castigo divino, miedo de haber despertado algo indebido en el hombre religioso, pero sobre todo, Minseok se sentía excitado, como nunca antes y aquello era sorprendente teniendo en cuenta que desde que lo conoció siempre se había visto a prueba. Sabía que debía negarse, no al acto, sino al lugar, podía pedirle que fueran a su habitación y consumaran allá sus pasiones con mayor libertad, pero no pudo hacerlo. Él también deseaba, por retorcido que fuera, deseaba continuar ahí, en ese instante.

Se giró y Jongdae le bajó un poco los pantalones y la ropa interior. Contuvo el aliento y no tardó en sentirlo pegado a su cuerpo. Jongdae se introdujo con cuidado mientras su aliento le golpeaba el cuello.

Minseok apoyó sus manos sobre la pared y Jongdae le rodeó la cintura con un brazo mientras usaba su otra mano para apartar la sotana.

—Iremos al infierno —Jongdae gruñó cuando toda su longitud estuvo atrapada entre las asfixiantes paredes de Minseok.

—Sí —Minseok musitó con una enajenada sonrisa.

Jongdae le besó la mejilla, la mandíbula y el cuello mientras empezaba a embestirlo lentamente. 

Minseok suspiró y echó su cabeza hacia atrás.

Más —suplicó en un murmullo—, más rápido.

Jongdae estrechó el brazo alrededor de su cintura y aumentó la velocidad.

Ambos intentaban ser silenciosos, pero el roce de sus pieles y sus pesadas respiraciones podrían ser escuchadas si alguien decidía acercarse más de la cuenta.

Minseok lo sentía perforando en su interior, haciéndolo suyo, sentía su respiración golpeándole una mejilla, su mano extendida sobre su vientre, presionando firmemente. Era tan excitante, delirante. 

—Me has vuelto un adicto a ti —Jongdae susurró hundiendo su nariz entre el cabello de Minseok—. No hago más que desearte.

Minseok registró sus palabras, pero no podía pensar nada coherente, todo lo que podía hacer era pensar que Jongdae estaba frotando el lugar exacto con cada estocada. El placer se acumulaba en su vientre y tiraba de su estómago, quería gritar pero se obligó a mantener su boca cerrada. Iba a tomar su erección, pero Jongdae fue más rápido, la tomó, tiró de ella persistentemente y lo llevó a ese lugar en el cielo o en el infierno, en donde todo lo que podía sentir era placer.

Jongdae observó la esencia de Minseok repartida por el muro y sostuvo su cuerpo mientras lo embestía un par de veces más, a punto de alcanzar su propio orgasmo salió de él y tomó su miembro y lo disparó contra el muro también. Observó la pegajosa sustancia deslizándose por la pared y se dio cuenta con un desagradable hundimiento de su pecho que aquella posiblemente era su falta más grave hasta el momento. No es que hubiera querido profanar la casa de Dios de esa manera, pero no había querido ensuciar a Minseok mientras estaban en el exterior.

Mientras acomodaban sus prendas en silencio, algunas gotas de lluvia empezaron desprenderse de las nubes sobre ellos y Jongdae se sintió muy agradecido.

Minseok miró al cielo por un instante y después posó sus brillante mirada sobre los ojos de Jongdae. Le tomó el rostro y acarició las sombras que lo oscurecían. Jongdae también observó las diversas sombras que se dibujaban en el bello rostro de su amante. 

—Ven conmigo —Minseok pidió, armándose de valor.

Jongdae fue tomado completamente fuera de guardia, pero pronto comprendió su significado. Entonces, las palabras que él mismo había dicho acerca de sí mismo resonaron en su cabeza.

—Minseok...

Inesperadamente, Minseok tiró de él hacia sus labios, interrumpiendo las palabras que de todos modos Jongdae no habría podido decir.

—Solo piénsalo, no respondas todavía.

Jongdae asintió, incapaz de apagar la esperanza que hacía destellar la fascinante mirada de Minseok y dejó que este lo arrastrara bajo la lluvia hasta el interior de la casa.


º º º


Gracias por leer!

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