III
Su segunda noche fue igual que la primera. Minseok pasó horas intentando descifrar el misterio que envolvía al padre Mateo, pero entre más vueltas le daba al asunto, más enredadas se volvían sus teorías.
Fue tal vez debido a esa intranquilidad que despertó muy temprano a la mañana siguiente, a pesar de haber conciliado el sueño entrada la madrugada.
Justo como el día anterior, después de asearse cruzó el muro exterior. Una bruma gris llenaba el pueblo esa mañana y la vista era simplemente espectacular. Minseok decidió bajar la pequeña colina para poder ver el lago más de cerca.
El agua cristalina tocaba la orilla, llegando en suaves olas, y aunque el sol aún no era visible, su tenue luminosidad debilitaba las sombras. Minseok se arremangó los pantalones y se quitó sus zapatos para poder explorar un poco dentro del agua. No tardó en encontrar peces pequeños nadando en pequeños grupos cerca de la orilla. Quiso perseguirlos, pero algo lo sorprendió y lo hizo perder el equilibrio y caer de bruces al lago, de paso estrellando su frente contra una de las rocas que sobresalían del agua.
Inesperadamente algo emergió del lago. Bueno, se trataba de alguien, no de algo; un hombre semidesnudo que había estado sumergido en el agua. Por un instante, Minseok vio algo que probablemente no debió haber visto jamás; y es que si con su cuerpo completamente cubierto por la sotana ya era difícil sacarlo de su cabeza, de ahora en adelante sería imposible. Por suerte, el agua cubría hasta sus caderas, aunque el resto de su esbelta figura estaba descubierta al mundo. Sin abrir sus ojos, el hombre echó su negro y largo cabello hacia atrás mientras chorreaba agua de una forma imprudentemente sensual.
Esa celestial vista fue lo que Minseok captó, antes de tropezar, sabrá el cielo con qué, y caer al agua. Cuando intentó ponerse de pie, unas manos fuertes le ayudaron. Parpadeó y, cuando enfocó su mirada, se dio cuenta de que el causante de su accidente estaba frente a él, a nada de distancia, sosteniéndole los antebrazos y mirando su rostro con preocupación.
—¿Estás bien? —el padre Mateo preguntó.
Una parte del cerebro de Minseok captó la pregunta y formuló la respuesta, pero otra parte de su cerebro estaba concentrada en el cuerpo casi desnudo del religioso, quien solo llevaba puesta ropa interior oscura y mojada que no dejaba mucho a la imaginación.
La sotana había escondido los músculos bien formados del abdomen y el pecho y sus fabulosas y bien delineadas piernas. Aunque era delgado, el religioso parecía fuerte, su agarre se sentía fuerte, y eso era bueno, porque Minseok se sentía débil, como si fuera a desmayarse.
Despegó su mirada del privilegiado cuerpo del hombre y observó su rostro húmedo. Sí, era bello. Sus cejas alzadas le hicieron recordar que aún no había emitido una respuesta a la anterior pregunta, pero lo único que Minseok pudo hacer fue asentir levemente.
—Estás sangrando —el padre señaló con preocupación.
Alzó una mano y con uno de sus dedos tocó un lugar en su frente, muy cerca del nacimiento de su cabello. Al retirar su mano, Minseok notó que esta estaba manchada de un vivo color rojo. Honestamente, a él no le dolía nada, solo se sentía un poco atontado, pero eso bien podría ser culpa del seductor hombre que no hacía ningún esfuerzo por vestirse para alejar todos los malos pensamientos de su cabeza.
—Siéntate —el padre pidió y él mismo lo hizo sentarse sobre una de las rocas más grandes—. ¿Querías atrapar los peces con tu boca? —preguntó esbozando una nerviosa sonrisa.
Minseok quiso deslizar sus dedos sobre los delgados labios del padre, recorrer su sonrisa primero con los dedos y luego con su lengua. Un escalofrío atravesó su cuerpo y de pronto se percató de que su ropa estaba empapada y se le pegaba al cuerpo, empeorando la extraña gelidez matutina.
Después de un par de minutos sin decirse nada o mirarse, Minseok abrió su boca.
—¿Padre? —preguntó suavemente y el mencionado le dedicó toda su atención—. ¿Se pueden atrapar peces con la boca?
Los labios del religioso se estiraron creando la sonrisa más grande que Minseok había visto jamás y, por si aquello fuera poca cosa, de su encantadora sonrisa se escapó una suave risa que se mezcló con el viento hasta perderse en el cielo.
Lastimosamente, su risa y su sonrisa desaparecieron demasiado pronto, dando paso a un ceño fruncido.
—Sigues sangrando —el religioso murmuró y acunó un poco de agua en sus manos para limpiarlo.
La sangre continúo brotando y él apretó los labios.
—Recuéstate un rato —le pidió tomando una de sus manos para guiarlo hacia la orilla.
Minseok obedeció y se tumbó sobre la arena húmeda. Cerró los ojos, se concentró en el arrullador sonido del oleaje e intentó relajarse. Al cabo de unos minutos, cuando empezaba a sentirse adormecido, decidió incorporarse. El padre Mateo estaba sentado a su lado, vistiendo una camiseta blanca y unos pantalones cortos. Se veía como una persona normal, incluso como alguien más joven y Minseok se preguntó si, de no ser un sacerdote, ellos habrían coincidido alguna vez.
El padre Mateo se giró hacia él y le dio una mirada que por alguna razón parecía llena de nostalgia.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó en un murmullo, alzando una mano hacia él.
Minseok sintió sus dedos sobre el cabello, sobre la frente y sobre la mejilla. Alzó la mirada y se encontró con sus ojos de nuevo. ¿Por qué alguien prohibido tenía que ser tan tentador?
—Vamos adentro.
º º º
—Siéntate en la mesa —el padre Mateo ordenó cuando estuvieron en la cocina.
Minseok lo miró, preguntándose si bromeaba, pero el hombre siguió de paso hasta un armario junto a la ventana y tomó algo del estante más bajo. Volvió con un botiquín de primeros auxilios, que dejó en la mesa, y lo miró con el ceño fruncido.
Minseok vacilaba, de pie junto a la mesa.
—Siéntate —el padre Mateo repitió, no pareciendo muy feliz de tener que repetir una orden, y puso una mano sobre su pecho para empujarlo suavemente hacia la mesa.
Minseok se subió dando un pequeño salto, sintiéndose cohibido. El padre Mateo se acercó a él y le acunó el rostro con ambas manos por un breve instante. Observó sus ojos, como si buscara algo en ellos, y Minseok se sintió realmente desnudo.
—Mira aquí —el padre Mateo le pidió poniendo un dedo frente a su rostro. Iluminó sus ojos con una pequeña lámpara y Minseok parpadeó ante la luz—. ¿Ves bien?
Minseok recorrió su rostro, que parecía incluso más atractivo de cerca, y murmuró una afirmación. Entonces el hombre le tomó una muñeca y buscó su pulso, cuando lo encontró clavó su mirada en el reloj de la cocina y esperó mientras contaba las pulsaciones.
—¿Te duele mucho? —preguntó suavemente, sin dejar de mirar las agujas del reloj.
—De verdad, no me duele —Minseok murmuró, observando su perfil izquierdo. Notó su pronunciada manzana de Adán y un par de lunares en su cuello que la sotana y el alzacuellos usualmente ocultaban.
Como era un pecador de primera, Minseok no pudo evitar fantasear con besar todos y cada uno de los lunares que adornaran su agraciado cuerpo.
—Parece que por fin dejaste de sangrar —el padre anunció aliviado. Había soltado su muñeca y ahora estudiaba la herida.
Minseok mantuvo su boca cerrada e intentó alejar su mirada del hombre, aunque fue completamente consciente de hasta el más leve roce de sus dedos mientras este le limpiaba la herida con una gasa. Sus pensamientos siguieron el intrincado camino del pecado por unos minutos más hasta que una exclamación lo sacó de sus fantasías.
—¿¡Qué pasó!?
Minseok llevó su mirada hacia la puerta abierta de la cocina y se encontró con el alarmado gesto del padre Junmyeon. A penas duró un instante, pues el padre Mateo le tomó el rostro y lo hizo girarse de nuevo hacia él.
—Se cayó en el lago y se golpeó con una piedra —este último dijo sin apartar la mirada de lo que hacía.
—Dios santo, ¿estás bien, muchacho?
—Sí —Minseok murmuró intentando no moverse.
El padre Junmyeon se acercó para ver la herida.
—¿No necesitará puntadas?
—No hace falta —el padre Mateo anunció mientras negaba—, no es muy profunda.
El padre Junmyeon asintió y miró a Minseok.
—No te preocupes, estás en las mejores manos.
Minseok asintió y el padre Mateo le sostuvo el rostro. Por un instante, sus miradas se encontraron. Minseok sintió que algo en su interior se retorcía al notar que esa seductora oscuridad atrapada en el iris casi negro del religioso.
—No te muevas —el padre Mateo siseó, pareciendo un poco molesto de pronto. Terminó de colocarle unos adhesivos en la frente y dio un paso atrás—. Ya está, te los cambiaré mañana, si no haces mucho esfuerzo la herida se cerrará pronto.
Minseok asintió levemente.
—Gracias.
—Avísame si te sientes mareado o si te duele la cabeza, por hoy, deberías tomártelo con calma.
Minseok asintió de nuevo. Se sentía muy agradecido con sus atenciones y quiso decirle algo más, pero no supo qué decir.
El padre también asintió y le tomó una mano para ayudarle a bajarse de la mesa. Luego recogió todo y se marchó de la cocina.
—Hubiera sido un buen médico —el padre Junmyeon comentó, rompiendo el silencio.
Minseok, que continuaba con la mirada clavada en el lugar por donde el padre Mateo se había marchado, se giró hacia el padre Junmyeon. Había olvidado por completo su presencia.
—¿Médico? —Minseok preguntó intentando imaginarlo con bata en lugar de sotana—. ¿No siempre quiso ser un sacerdote?
—No lo sé y no creo que a él le guste que hablemos de su vida privada —el padre Junmyeon murmuró volviendo la atención a su café.
Minseok asintió, de pronto frustrado. ¿Para qué había sacado el tema a colación si no iba a hablar de él? ¿No sabía que era de mala educación?
Ahora tenía más dudas sobre él. Intentaba comprenderlo, pero tenía pocas piezas de lo que parecía ser un enorme rompecabezas. Como fuera, una cosa era segura, cada vez le gustaba más.
º º º
Siguiendo las instrucciones del padre Mateo, Minseok inició la semana sin salir de la casa parroquial. En su lugar, se dedicó a deambular por cada rincón del recinto, con la autorización de ambos padres, por supuesto.
La capilla estaba abierta todo el tiempo, aunque no hubiera misa, y Minseok decidió darse una vuelta por ahí. Aunque no fuera religioso, siempre había apreciado la arquitectura y los antiguos diseños de las iglesias y catedrales que había visitado a lo largo de su vida. Mientras sacaba algunas fotografías, notó que algunas personas llegaban, rezaban por un rato y luego se marchaban. Algunos otros dejaban flores en los altares y otros más dejaban velas. Mientras todo eso sucedía, un muchacho larguirucho que iba de un lado a otro limpiando y ordenando no dejaba de lanzarle miradas curiosas. Minseok ya lo había visto, durante la primer misa, él había estado presente, siguiendo los pasos del padre Mateo, pasándole objetos y ayudándole con la ceremonia.
Decidido a romper el hielo, aquel personaje dejó la escoba a un lado y se acercó a él.
—Hola —Minseok dijo intentando sonar amistoso.
—Hola —el otro respondió, dándole una mirada llena de curiosidad con sus grandes ojos marrones—. Te he visto por aquí, pero no nos han presentado, yo soy Chanyeol.
—Sí, yo también te he visto—Minseok respondió—. Mi nombre es Minseok.
—¿Eres el que viene a hacer un estudio del pueblo?
Minseok asintió.
—¿Y si crees que después de eso más gente nos visitará? —Chanyeol preguntó esperanzado.
—Eso espero, o habré hecho un mal trabajo.
La sonrisa de Chanyeol se extendió casi por la mitad de su rostro y Minseok correspondió a su sonrisa decidiendo que le agradaba.
—¿Vas a incluirme? Yo soy el sacristán, mi labor aquí es muy importante. No solo hago la limpieza, también soy el guardián de la sacristía.
—Claro —Minseok asintió—. Estarás en el apartado religioso, voy a necesitar unas buenas fotografías tuyas y tendré que hacerte una entrevista.
—Cuando quieras y también puedes incluir a mis padres en el apartado de cocina. Ellos tienen una cafetería cerca de aquí. Cuando tengo tiempo les ayudo a preparar el especial Park.
—¿Qué es el especial Park?
—Es la especialidad de la casa —Chanyeol anunció abriendo mucho sus grandes ojos para darle más efecto a sus palabras—. Casi es hora de almorzar, ¿quieres venir a probarlo?
Minseok se lo pensó por un segundo y, aunque había prometido no salir ese día, no vio el daño en ir a almorzar con Chanyeol.
—Claro —accedió con una sonrisa.
—De acuerdo, solo tengo que terminar de barrer y luego trapear, así que siéntate por ahí y no pises el suelo mojado.
Minseok asintió con una sonrisa, recordando de pronto a su madre.
—Estaré en el jardín —anunció.
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Gracias por leer!
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