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II


—Muchas gracias, padre —la mujer que cargaba al bebé le dijo y le regaló una cálida sonrisa.

Mateo sonrió ligeramente y asintió. Las dos parejas que habían asistido a la charla prebautismal se despidieron de él uno a uno y empezaron a andar hacia la salida.

—Vayan con Dios —les dijo mientras los observaba marcharse.

Pero todo rastro de amabilidad se borró de su rostro al notar a la persona que entraba por las puertas abiertas.

No era como si llevara la cuenta, pero esa probablemente era la quinta vez que sus caminos se encontraban desde que el padre Junmyeon se lo había presentado esa misma mañana. Teniendo en cuenta que Minseok había salido algunas horas por la tarde, le parecía un número excesivo. En todos y cada uno de aquellos encuentros había intentado no acercarse, ni hablarle, ni mirarlo demasiado, pero en ese momento sería demasiado obvio.

—Buenas tardes —Minseok murmuró con incomodidad.

Al percibir su desazón, Mateo empezó a sentirse apenado por ser tan descortés. Después de todo, Minseok no tenía la culpa de nada.

—¿Fue un buen paseo? —preguntó, y aunque lo intentó, no logró sonar amistoso.

Era consciente de la tensión en su voz y en su rostro. En consecuencia, Minseok asintió un poco cohibido.

—Tomé algunas fotografías —anunció, sujetando la correa de su bolsa con ambas manos.

Mateo notó ese pequeño gesto, así como su postura, el tono de su voz y su evasora mirada, era evidente que Minseok no quería estar ahí con él.

—¿Puedo tomar algunas aquí?

¿Algunas qué?

Minseok miró alrededor y Mateo siguió su mirada por el jardín de la casa parroquial.

Fotografías, a eso se refería. Mateo asintió.

—¿Y de la capilla también?

—Claro.

Minseok asintió y balanceó su peso de una pierna a otra.

—Voy a entrar... tengo algunas cosas... que hacer.

Mateo asintió de nuevo y lo observó marcharse. No lo planeó, pero no pudo evitar notar que los pantalones de Minseok se ajustaban muy bien a su...

Dios mío, perdóname.

Tomó una profunda respiración y se obligó a sacar cualquier pensamiento revestido de pecado de su mente.

Su prueba iba a ser más difícil de lo que había imaginado.


º º º


Por la noche, el padre Junmyeon tocó a la puerta de su despacho, interrumpiendo su lectura. Mateo levantó la mirada.

—¿Estás ocupado? —su colega preguntó.

—¿Necesitas algo?

Por alguna razón su pregunta hizo sonreír al padre Junmyeon. Él no sonrió. Observó al otro padre sentarse frente a él y esperó a que le dijera lo que fuera que quisiera decirle.

—¿Te desagrada Minseok?

Mateo frunció el ceño y la sonrisa del padre Junmyeon se ensanchó. 

—Lo conocimos hoy, no tengo una percepción bien formada.

—Tienes una coraza dura —el padre Junmyeon comentó y largó un suspiro—, pero él podría percibir tu desconfianza como desagrado.

Mateo regresó su mirada al libro abierto en su escritorio.

—A mí me parece un buen muchacho —el padre Junmyeon continuó y aunque su colega asintió distraídamente, le pareció notar que no estaba de acuerdo con él—. Me ofreció dinero como alquiler de su habitación.

—No tomes su dinero —Mateo respondió sin mirarlo—. El costo de su estudio ya es bastante elevado.

—Sí, pero no tomó una negativa. Me pidió que lo tomara como una ofrenda, además me preguntó si había alguna forma de colaborar con la parroquia o con la comunidad mientras esté aquí.

Los ojos del padre Mateo se alzaron curiosos.

—Su proyecto nos ayudará bastante.

—Eso fue lo que le dije, pero mencionó algo acerca de la reciprocidad y de ser un agente de cambio y me convenció.

¿Un agente de cambio?

—De acuerdo —Mateo murmuró pensativamente—. Hay algunos grupos en los que su educación podría ser útil.

El padre Junmyeon asintió satisfecho.

—Muy bien, ¿le dices tú?

Mateo asintió.

—Iré a dormir ahora, tú también deberías descansar.

Mateo asintió de nuevo.

—Buenas noches.

—Buenas noches —el padre Junmyeon respondió y se marchó luego de darle una ligera inclinación.

Cuando la puerta se cerró detrás de su colega, Mateo se sobó la frente lentamente y cerró su biblia. Desde el instante en que conoció a Minseok lo juzgó y lo ubicó en las filas del pecado simplemente por su apariencia física. En ningún momento se preguntó qué podría haber en él además de su abrumadora belleza.

Ahora se lo preguntaba.

Y de pronto temió que hubiera en él algo incluso más atractivo que su belleza.


º º º


Al día siguiente, despertó más tarde de lo usual. Había disfrutado de un buen descanso; sin sueños ni pesadillas.

Su cuerpo se sentía bien y su espíritu renovado. Oró de rodillas, como hacía todas las mañanas y tendió su cama. Ya no tenía tiempo para ejercitarse como acostumbraba, así que se dispuso a tomar una ducha.

Ese día sabía a lo que debía enfrentarse y se preparó mentalmente para ello.

Al bajar al primer piso se dirigió a la cocina, siguiendo el silencioso llamado del café que el padre Junmyeon acostumbraba a preparar por las mañanas.

Su colega provenía de una sociedad muy distinta a la suya y, por lo tanto, cosas como el ayuno total le eran simplemente inconcebibles. Él, por su parte, era mucho más estricto consigo mismo y se limitaba de tantas cosas mundanas que resultaba anormal para la actual flexibilidad de la iglesia. El padre Junmyeon le había dicho alguna vez que había nacido en el siglo equivocado y había logrado persuadirlo. Desde aquel día, Mateo incluyó en su rutina matutina el pasar por la cocina para tomar aquella bebida que nunca antes había sido parte de su interés. De pronto una pregunta lo asaltó: ¿En el monasterio beberían café?

Sonrió al percatarse de lo tonta que era aquella preocupación y atravesó la puerta de la cocina, pero a diferencia de lo usual, Junmyeon no estaba solo con su cafetera.

Minseok también estaba ahí, tomando un poco de azúcar para la taza de café que sin lugar a dudas el padre Junmyeon lo obligaría a tomar sin importar cuántas veces se negara, si es que había osado negarse.

—Buenos días —los saludó y un par de murmullos le devolvieron el saludo, además el padre Junmyeon se apresuró a ofrecerle una taza de su exclusivo café.

—Qué bueno —Minseok murmuró sorprendido después de probarlo.

Mateo sonrió mientras tomaba apenas una cucharada de azúcar.

—Aprovecha mientras todavía hay —advirtió, llevando la taza a sus labios para dar el primer sorbo. 

—Mi madre me enviará más, no te preocupes —el padre Junmyeon aseguró con una sonrisa y luego le explicó a Minseok—. Es del negocio familiar, cada vez que pueden me hacen llegar un poco.

—De verdad es bueno —Minseok aseguró—, espero que las ventas vayan bien.

Antes de que el padre Junmyeon pudiera responder, Yixing apareció, con la misma puntualidad de todos los domingos.

—Buenos días —saludó y dejó la caja con provisiones en la encimera.

—¿Quieres un café? —el padre Junmyeon preguntó con las manos ya sobre la cuarta taza.

Él no era de los que aceptaban una negativa. Yixing aceptó tímidamente, posiblemente solo por educación. 

Mateo se preguntó cuánto tiempo tardaría Yixing en acostumbrarse al nuevo padre, realmente le preocupaba el futuro del muchacho.

Cuando el párroco anterior falleció, dos años atrás, Mateo, que apenas terminaba su doctorado, fue enviado a tomar su lugar. Al principio, Yixing también se mostró receloso con él, pero finalmente había logrado abrirle su corazón para pedirle ayuda con el problema que constantemente lo atormentaba. Mateo no le había dicho aún que se marchaba, aunque asumía que ya muchos lo suponían. Había intentado convencerlo de confesarse con el padre Junmyeon y buscar ayuda en él también, pero Yixing parecía reacio por alguna razón.

El silencio, que usualmente no perturbaba a los presbíteros, pareció incomodar a los muchachos y Mateo lo notó.

—Yixing, te presento a Minseok —dijo, dando pie a alguna conversación.

Yixing sonrió con esa amabilidad que lo caracterizaba y le ofreció su mano. Minseok esbozó una pequeña sonrisa y sus grandes y curiosos ojos recorrieron a Yixing.

—Es un placer —lo escuchó decir.

Y de pronto le preocupó que Minseok también se convirtiera en una tentación para Yixing.

El padre Junmyeon regresó a la mesa con la taza de Yixing.

—Tu café.

Los ojos oscuros de Yixing se alzaron y por un instante sus miradas se encontraron. Sus pálidas mejillas se llenaron de color y Junmyeon se preguntó cuánto tiempo le tomaría volverse digno de su confianza. ¿Cuánto tiempo le habría tomado al padre Mateo? A veces le preocupaba que al marcharse su colega, la parroquia perdiera feligreses. Todos parecían tan cómodos con Mateo, que no dejaba de preguntarse, por qué él deseaba marcharse.

—Gracias —el padre Mateo dijo señalando la caja.

—No hay de qué —Yixing respondió regalándole una sonrisa llena de hoyuelos.

De pronto, Minseok parecía incómodo de nuevo. Mateo lo miró sin ser muy consciente de que su mirada se deslizaba de un lado a otro por su bello rostro. Minseok levantó su mirada como si fuera capaz de sentirlo.

—Ayer le dijiste al padre Junmyeon que querías aportar de alguna manera mientras estuvieras aquí.

Minseok asintió sin apartar su mirada. De verdad que tenía unos ojos preciosos, eran tan grandes y estaban tan llenos de luz... 

No te distraigas.

—Estaba pensando que podrías ayudarnos con el proyecto de alfabetización de la tercera edad —continuó—. Nos hace falta gente comprometida a ayudar.

—Claro —Minseok accedió de inmediato. Llevó sus labios a la taza una vez más y sus mejillas se tornaron rosas. 

¿Por qué?

—Qué bien, tal vez tú si logras que mi abuelo aprenda a leer —Yixing comentó robándole la atención de Minseok—. Yo he intentado enseñarle, pero él siempre dice que no es importante. El padre lo convenció de unirse al grupo, pero le ha estado dando problemas a Amber...

—Yixing —Mateo advirtió.

Ya habían hablado de no soltar demasiado la lengua, luego costaba mucho trabajo enrollarla.

—Lo siento, padre —Yixing calló de inmediato y se apresuró a vaciar su taza. La llevó al fregadero y la lavó rápidamente—. Ya me tengo que ir.

Mateo asintió y el muchacho se acercó para despedirse.

—Ve con Dios, muchacho.

Yixing besó su mano y luego se agachó frente a al padre Junmyeon para hacer lo mismo.

Mateo dio un trago a su café y observó de nuevo a Minseok, que miraba con interés la interacción entre Yixing y el padre Junmyeon. Siguió su mirada y notó la mirada de su colega fija sobre Yixing.

No lo culpaba. Yixing era muy bello, aunque a diferencia de la belleza de Minseok, la suya era más bien dulce, casi inocente, no incitaba al pecado... al menos mientras mantuviera su boca cerrada. 

—¿También te ordenarás?

Yixing le preguntó a Minseok y este negó con los ojos redondos.

—Oh, no estoy aquí por eso, es por una cuestión académica.

—Genial, cuéntame la próxima vez que nos veamos, ahora tengo que irme —Yixing respondió recordando que tenía prisa y se despidió de todos con un gesto de su mano.

Al percatarse de que su mirada recorría el perfil de Minseok una y otra vez, Mateo decidió que lo mejor sería alejarse de él por un rato. Llevó su taza al fregadero, la lavó con cuidado de no mojar sus mangas y se acercó a la mesa una vez más.

—Gracias por ofrecerte a ayudar, el Señor aprecia a los corazones altruistas —le dijo y le regaló una pequeña sonrisa, tal vez intentando compensar su poca disposición el día anterior—. El padre Junmyeon te explicará qué es lo que debes hacer.

Minseok asintió lentamente y el padre Mateo se marchó, dejándolo solo con el padre Junmyeon, que se encontraba entretenido con un periódico.

—Ahora que ya se fue, saca el pan de la canasta, Yixing siempre trae uno relleno con miel de piña —el padre Junmyeon dijo travieso mientras iba por más café—. ¿Quieres otra taza?


º º º


Mateo apoyó sus manos en la banca y echó su cuerpo hacia atrás para observar la luna menguante que brillaba solitaria en lo alto del cielo. Los lentos acordes de la guitarra se escapaban por las puertas abiertas de la iglesia junto a los murmullos que entonaban un canto. Sus dedos —que recordaban bien cómo deslizarse sobre las cuerdas y los trastes—, tamborilearon sobre el cemento, mientras retazos de recuerdos de sus días en el coro surgían en su mente solo para evaporarse al instante.

No quería pensar, pero se encontraba pensando en tantas cosas a la vez, que ningún pensamiento llegaba a tomar una forma definida.

Cuando su cuello empezó a resentir la posición, volvió a enderezarse en su asiento. Su mirada atrapó a cierta persona impuntual y sus labios dejaron escapar una exhalación. Podía intentar engañarse a sí mismo, pero en el fondo sabía bien que la única razón por la que había decidido quedarse esa noche en el jardín era él. Estaba esperándolo.

Hacía algunas horas lo había visto marcharse junto a Amber después de la clase de alfabetización. Teniendo en cuenta que ambos eran personas de ciudad, era lógico que se hubieran entendido a la perfección, pero aún así, le molestaba.

Aunque no estaba seguro de qué era exactamente lo que le molestaba; que se hubieran marchado juntos, que no respetara la hora límite de llegada, que fuera tan confiado en un lugar que no conocía, que pudiera ser una tentación para los demás...

Lo observó mirar las puertas de la capilla sopesando sus posibilidades y negó. Se levantó de su asiento, sacudió su sotana y caminó lentamente hacia él. Al notarlo, Minseok se detuvo, su rostro estaba lleno de temor al igual que su postura.

—Es tarde —lo reprendió suavemente.

—Lo lamento, no volverá a suceder —Minseok aseguró nervioso.

—Es un trato.

Minseok pareció relajarse un poco y Mateo se percató del par de botones sueltos en su camisa. Su mirada buscó alguna otra señal que delatara algún pecado. No le sorprendería demasiado. El mundo afuera era un desastre, había escuchado tantas historias dentro del confesionario, sin contar con las cosas que había visto y vivido durante su infancia.

—¿Vas a entrar? —le preguntó, desviando su mirada.

Minseok observó las puertas por algunos segundos y apretó los labios. No parecía nada feliz con la idea de atender a la misa. Por supuesto que no, Minseok no parecía ser muy religioso, de hecho, no encajaba bien con la descripción que su progenitor había dado al teléfono.

—No eres muy devoto, ¿cierto?

Minseok negó luciendo avergonzado y Mateo reprimió una sonrisa.

¿Cómo podía pedirle devoción a un demonio?

—Nunca es tarde para volver al camino de nuestro Señor —le dijo.

Intentarlo era parte de su deber, aunque se cuestionó su capacidad para convencerlo.

Minseok asintió, pero solo por educación, era evidente. Mateo reprimió un suspiro.

—Ven conmigo —le pidió, decidiendo ser indulgente por esa vez.

Caminó hacia el acceso a la casa parroquial que había a un costado de la capilla y Minseok lo siguió en silencio. Abrió la puerta y se hizo a un lado para que su acompañante fuera delante de él. Cerró la puerta tras de sí y avanzaron por el estrecho pasillo que rara vez utilizaban. Nunca había encontrado necesario poner una lámpara ahí, pero ahora que notaba lo mucho que las ramas de los árboles reducían el paso de la luz en esa área pensó en decírselo a Junmyeon. Aunque a él no le molestaba la oscuridad en absoluto... Al menos hasta ese momento.

Estaban sumidos en una oscuridad casi absoluta juntos. Ser consciente de su cercanía en la oscuridad trajo pensamientos indebidos a su cabeza. 

Minseok caminaba con precaución y cada paso lo alejaba más y más de su lado. Mateo quiso detenerlo para quedarse un segundo más a su lado en la oscuridad. Alzó una mano para llamar su atención, pero se detuvo justo antes de que sus dedos tocaran el hombro de su acompañante. De pronto tuvo miedo de sí mismo, cuando fue consciente de que de algún rincón de su cuerpo había surgido una necesidad. Culpó a Yixing por sembrar tantas ideas en su cabeza. Su corazón aceleró su marcha, su respiración se agitó y el alzacuellos pareció apretarse alrededor de su cuello. 

No se resistió más y llevó su diestra al hombro de Minseok antes de que alcanzaran el final del pasillo. El estudiante se detuvo abruptamente, logrando que sus cuerpos colisionaran. Mateo jadeó y presionó su mano sobre el hombro de Minseok con más fuerza.

—Las rejas de la casa se cierran a las ocho —musitó sin alejarse de él, estaban tan cerca que podía percibir el aroma de sus cabellos castaños—, procura llegar antes de esa hora y mientras estés aquí no hagas cosas que puedan comprometer nuestra reputación.

¿Lo entiendes verdad?

Minseok se giró y sus grandes ojos lo miraron pareciendo sorprendidos. Estaban tan cerca. Mateo se enganchó a su mirada y tragó con esfuerzo. ¿Por qué lo miraba de esa manera? Era casi una invitación, la mano con la que había tocado su hombro hormigueaba, deseaba colocarla sobre una de sus rosadas mejillas... ¿serían cálidas? ¿suaves?

Basta.

Minseok asintió tardíamente en respuesta a su petición.

Claro que lo entiendes, sabes de lo que hablo. Sabes lo que provocas, demonio.

Minseok se giró para continuar con su camino, pero Mateo no lo siguió, simplemente observó su silueta alejarse.

Cuando la tentación se perdió de vista, la culpa se volteó sobre él como un balde de agua fría. Exhaló frustrado y temeroso y llevó sus manos temblosas a los amplios bolsillos de su sotana, encontró un rosario ahí y lo sacó para observar la pequeña cruz.

—Padre, no me dejes caer en tentación —suplicó afligido.



Gracias por leer!

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