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II


Durante su primer noche en el recinto, Minseok tuvo algunas dificultades para dormir.

Incluso por la noche, en el aire se mantenía un tipo de calidez húmeda que pronto lo obligó a desnudarse y, más tarde, a sacarse las mantas de encima. Tal vez abrir su ventana y su puerta habría ayudado un poco, ya que la casa había sido construida con corredores abiertos que daban al jardín interior, pero no se sentía seguro durmiendo desprotegido en un lugar desconocido. Aunque, según tenía entendido, por las noches ahí solo habitaban los padres y ahora él, así que posiblemente la mayor amenaza ahí fuera él.

Descontando el molesto calor, aquel lugar era perfecto. Era tranquilo y estaba rodeado de vegetación, perfecto para llevar a cabo su estudio sin ningún contratiempo. 

Por la tarde se había dado una vuelta por la plaza e incluso había sacado algunas fotografías mientras intentaba delimitar los alcances geográficos de su proyecto. Había muchas ideas en su cabeza y Minseok se sentía realmente emocionado por estar ahí. Solo había una cosa que le producía un poco de inquietud: el padre Mateo. Había intentado mantenerse alejado de él, pero al estar alojado en su casa su misión había sido casi imposible.

No estaba seguro de qué era lo que le sucedía con él. Sentirse atraído por un hombre no era una novedad, siempre había sido así. Lo descubrió durante su adolescencia y aunque ni él mismo ni sus padres se sintieron demasiado felices con la noticia, lo aceptaron con resignación y él aprendió a vivir con ello, incluso había sostenido una que otra relación discreta con algún hombre, pero decir que se sentía atraído por el padre Mateo sería desacertado.

Él había sido algo distinto.

El padre Mateo había causado una impresión muy fuerte en él. Le parecía una persona excepcional, y no se refería exactamente a su físico, ni a su posición privilegiada entre los religiosos, mucho menos a su yo, ya que aún no lo conocía. 

En apariencia, el padre era un hombre joven, delgado, con una excelente postura y aunque la sotana se adhería a su cuerpo con elegancia, Minseok estaba seguro de que cualquier otra prenda, o ninguna, le quedaría igual de bien. Más detalladamente, el hombre tenía ojos pequeños, muy oscuros y de mirada profunda. Tenía una frente amplia, cejas rectas, pómulos pronunciados y unos labios que parecían ser del tamaño perfecto. Y aunque todos esos atributos juntos armonizaban de maravillas en su rostro enmarcado por ese cabello tan negro como la sotana, lo verdaderamente inquietante en él era su aura. Y no es que Minseok realmente creyera en ese tipo de cosas, pero innegablemente había algo muy fuerte en él, una imponencia que lo hacía sentirse ciertamente nervioso, algo que evocaba misterio y suscitaba lujuria. 

Nadie nunca había provocado tanto en él, mucho menos después de un solo encuentro y lo más retorcido de todo era que sus pensamientos respecto a ese hombre no podrían ser más inapropiados, sin importar su desajustada percepción, no tenían justificación, el padre Mateo era un hombre que había renunciado al mundo y a todos sus placeres para consagrarse a su Dios.

Durante su breve primer encuentro tuvo la impresión de no agradarle al religioso y la verdad era que no lo culpaba, puede que sus pensamientos impíos estuvieran reflejados en todo su rostro. Su madre siempre le decía que él era como un libro abierto y que todo lo que pasaba por su mente parecía estar escrito sobre su frente.

Qué vergüenza.

Se giró sobre su cama y después de un suspiro se preguntó si de verdad existía el infierno, de ser así, posiblemente había un lugar especial reservado para él.


º º º


Despertó al despuntar el alba, en posición fetal, muerto de frío. 

Qué lugar tan extraño

Se vistió, tomó sus cosas para asearse y salió de la habitación. El cuarto de baño estaba sobre el mismo pasillo, a dos puertas de la suya.

Cuando estuvo listo para empezar el día, se dirigió al muro exterior, por el que había ingresado el día anterior, y echó un vistazo.

La vista era impresionante. De pronto, Minseok se sintió conmovido y pequeño. Sus pensamientos irremediablemente se dirigieron hacia el ámbito espiritual. Él era, según su madre decía, un hombre de poca fe. Sus padres eran muy religiosos, de hecho lo eran tanto que fue gracias a la insistencia de su padre que terminó en ese lugar, pero él se sentía un tanto escéptico en cuanto a las cuestiones divinas. Sabía que por naturaleza el hombre necesitaba creer en algo o en alguien a quien adjudicar lo desconocido, creer que existía, de una manera u otra, un ser superior con todas las respuestas que la humanidad aún no había podido encontrar. Puede que fuera pretencioso de su parte, pero le parecía un poco tonto. Si no tienes una explicación, ¿por qué inventarte algo tan poco factible? Solo era cuestión de tiempo antes de que algún estudioso o algún suertudo diera con la respuesta. Y no iba a mencionar todo el daño que las religiones le habían hecho al mundo.

Pero, bueno, quién era él para juzgar.

Soltó un suspiro y observó el cielo sonrosado con atención. Como fuera que el mundo hubiera sido creado, la vista era impresionante.


º º º


—¿Tomas café? —el padre Junmyeon preguntó tan pronto como Minseok se acercó a la cocina.

Minseok asintió con timidez y tomó la taza que el padre le ofrecía.

—Siéntate, ahí está el azúcar —el religioso anunció señalando la pequeña mesa para cuatro personas en medio de la cocina.

Minseok asintió y se giró hacia la mesa, ansioso por endulzar su café. Olía muy bien.

—Buenos días —una tercera voz los saludó.

Minseok murmuró un "buenos días" e intentó no mirar al padre Mateo. Por supuesto, falló rotundamente.

El padre Junmyeon también saludó al otro padre y le ofreció una taza.

—Qué bueno —Minseok murmuró sorprendido después de probarlo.

El padre Mateo se acercó a la mesa para tomar azúcar y le regaló una sonrisa. Minseok enmudeció.

La mueca del día anterior quedó completamente olvidada después de ver su sonrisa real, que era preciosa. Una sonrisa amplia, de comisuras pronunciadas, que llenaba sus ojos de pequeñas arrugas.

—Aprovecha mientras todavía hay —le dijo, llevando la taza a sus labios.

—Mi madre me enviará más, no te preocupes —el padre Junmyeon aseguró con una sonrisa y luego le explicó a Minseok—. Es del negocio familiar, cada vez que pueden me hacen llegar un poco.

—De verdad es bueno —Minseok comentó—, espero que las ventas vayan bien.

El padre Junmyeon iba a decir algo, pero una cuarta voz lo interrumpió.

—Buenos días.

Minseok se giró para mirar al recién llegado. Era un chico alto y delgado, de tez muy blanca y cabello negro que le cubría la frente. Vestía vaqueros, guantes, botas, una camiseta blanca y un delantal negro y cargaba una canasta repleta de vegetales y otros comestibles, que se apresuró a poner en la encimera.

—¿Quieres un café? —el padre Junmyeon se apresuró a ponerse de pie de nuevo para servir una cuarta taza.

El muchacho dudó, aunque después de un instante de deliberación asintió tímidamente.

—Yixing, te presento a Minseok —el padre Mateo dijo.

Yixing esbozó una amistosa sonrisa y se quitó los guantes para extenderle una mano. Minseok observó los pronunciados hoyuelos que se formaron en sus mejillas y le devolvió la sonrisa. El chico era muy apuesto. ¿Acaso todos eran bien parecidos en ese pueblo?

—Es un placer.

Minseok estrechó su mano y, al soltarla, no pudo evitar notar que ambos padres miraban su interacción tal vez con demasiado interés.

—Tu café —el padre Junmyeon dijo, ofreciéndole la taza a Yixing y este la tomó con timidez.

—Gracias —el padre Mateo dijo señalando la caja.

—No hay de qué —Yixing respondió con otra sonrisa.

Minseok notó que, al contrario que él, Yixing parecía más cómodo con el padre Mateo que con el padre Junmyeon y aquello le provocó mucha curiosidad. ¿Por qué sería?

Minseok levantó su mirada y no tardó en encontrarse con la del padre Mateo.

—Ayer le dijiste al padre Junmyeon que querías aportar de alguna manera mientras estuvieras aquí —le dijo con voz tranquila.

Minseok asintió, atrapado en sus oscuras pupilas.

—Estaba pensando que podrías ayudarnos con el proyecto de alfabetización de la tercera edad —el padre Mateo continuó—. Nos hace falta gente comprometida a ayudar.

—Claro —Minseok accedió de inmediato y llevó la taza a sus labios.

Sentía que sus mejillas se estaban calentando. Hoy el padre Mateo lucía tan distinto, casi como si fuera otra persona. No, sus pupilas lo delataban, seguía siendo el mismo, solo que ahora estaba más relajado, de un mejor humor.

Y tal vez aquello fuera peor, porque su sonrisa, carajo, sí que era divina.

—Qué bien, tal vez tú si logras que mi abuelo aprenda a leer —Yixing comentó con el ceño fruncido—. Yo he intentado enseñarle, pero él siempre dice que no es importante. El padre lo convenció de unirse al grupo, pero le ha estado dando problemas a Amber...

—Yixing —el padre Mateo advirtió con un llamado suave, mientras posaba la taza sobre sus labios.

—Lo siento, padre —Yixing calló de inmediato y apuró su taza de café. Se bebió lo que le quedaba en dos grandes tragos y se puso de pie para llevar la taza al lavatrastos. La lavó rápidamente y la puso a escurrir—. Ya me tengo que ir.

Yixing hizo todo con gran prisa y luego se agachó frente al padre Mateo, quien hizo una cruz en el aire frente a él.

—Ve con Dios, muchacho.

Yixing le tomó la mano izquierda y besó su dorso. Después se acercó al padre Junmyeon e hizo lo mismo.

—Gracias por el café —añadió en un murmullo.

El que es generoso prospera —el padre dijo.

El que da también recibe —Yixing continuó el proverbio y le regaló una tímida sonrisa.

—Que tengas un buen día.

Minseok se sintió muy ajeno a la situación. Todos sus acompañantes eran tan devotos.

—¿También te ordenarás?

Yixing le preguntó antes de marcharse, deteniéndose un momento a su lado. Minseok lo miró casi con temor.

—Oh, no estoy aquí por eso, es por una cuestión académica.

—Genial, cuéntame la próxima vez que nos veamos, ahora tengo que irme —Yixing respondió recordando que tenía prisa y se despidió de todos con un gesto de su mano.


º º º


Más tarde, el padre Junmyeon llevó a Minseok con Amber, la encargada de la alfabetización.

Amber era una chica de cabello corto y voz ronca con la que congenió de inmediato. Ella, a diferencia de la mayoría de gente en el pueblo, era una chica de ciudad; había vivido los primeros años de su vida ahí, pero un nuevo empleo de su padre la había obligado a pasar su adolescencia en la capital. Era estudiante de pediatría, pero por circunstancias de la vida había tenido que pausar su carrera y volver al pueblo, mientras tanto, se dedicaba a ser la secretaria de un médico que atendía incluso a los perros y gatos heridos, y en su tiempo libre ayudaba a alfabetizar a las personas mayores.

Su primera tarde con los ancianos fue muy gratificante. Aunque los alumnos aprendían lento u olvidaban con facilidad, en su mayoría eran amables y estaban dispuestos a aprender.

El abuelo de Yixing era un verdadero reto, tal y como el chico había mencionado, era gruñón y todo el rato miró con recelo a Minseok. Amber le aconsejó a este último que no se lo tomara personal, que el señor Zhang usualmente era así con los forasteros.

Yixing volvió por la tarde, luego de repartir los vegetales del negocio familiar por todo el pueblo, y les ayudó con los abuelos. Yixing también le agradaba mucho, aunque eran dos personas completamente distintas.


º º º


Al terminar con la clase de los abuelos, Amber convenció a Minseok de hacer un recorrido para mostrarle el pueblo. Intentaron convencer a Yixing de acompañarlos, pero este tenía que llevar a su abuelo a casa.

A pesar de haberse conocido ese mismo día, no tuvieron problemas en intercambiar opiniones, sus gustos eran similares y Amber era muy divertida. Lo que quedaba del día se esfumó en un parpadeo y para cuando Minseok volvió ya pasaban de las ocho de la noche. Las rejas de la casa parroquial y su adjunto se encontraban cerradas.

—Mierda —Minseok murmuró, pero cubrió su boca de inmediato, preocupado de que alguien lo hubiera escuchado.

¿Quién se expresaba de esa manera en ese lugar? Nadie, solo él, porque era un blasfemo.

Notó que las rejas y las grandes puertas de la iglesia seguían abiertas y se sintió aliviado, pues una de las salidas laterales daba a los jardines delanteros de la casa parroquial.

Mientras avanzaba presuroso por el bien cuidado jardín, notó que una sombra se movía lentamente hacia él y se detuvo. Pronto notó que lo que había creído ser una sombra realmente no lo era, sino un hombre vestido completamente de negro.

Minseok aferró con sus manos la correa de la bolsa que llevaba cruzada sobre su pecho.

—Es tarde —el padre Mateo lo reprendió con la misma suavidad que había reprendido a Yixing por la mañana. Pero había algo más, ese algo oscuro desprendiéndose de él, de su mirada, del gesto contrariado en su boca.

—Lo lamento, no volverá a suceder —Minseok respondió, sin saber qué decir, estaba reviviendo la olvidada sensación de estar siendo reprendido por su padre.

—Es un trato —el padre Mateo dijo, relajando un poco el gesto.

Sus ojos lo recorrieron por un par de segundos y Minseok se sintió desnudo. El calor trepó por su cuello y rostro, mientras luchaba por alejar su mirada del religioso.

—¿Vas a entrar? —el padre Mateo preguntó, llevando su mirada hacia las grandes puertas abiertas que dejaban escapar la voz del padre Junmyeon entremezclada con los murmullos de los feligreses.

Minseok observó las grandes puertas y se sintió atrapado. Ahora que el padre lo había pillado, no podía solo escabullirse hacia la puerta lateral, tendía que quedarse y esperar a que la misa finalizara. Se lo pensó por un momento. Ya había tenido suficiente con la misa del día anterior, pero no quería quedarse ahí con él hasta que dieran las nueve.

—No eres muy devoto, ¿cierto?

Minseok negó sintiéndose un poco apenado por ello y el padre Mateo apretó los labios, parecía intentar reprimir una sonrisa. 

¿Por qué su falta de devoción le hacía gracia?

—Nunca es tarde para volver al camino de nuestro Señor —el padre Mateo dijo con una mirada comprensiva.

Minseok asintió como si estuviera considerándolo. Ya había tenido charlas con personas religiosas antes y estas nunca llegaban a nada, si empezaba a decirle lo que en realidad pensaba del supuesto buen camino lo único que lograría sería que lo echaran a patadas de ahí.

—Ven conmigo —el padre Mateo dijo de pronto y empezó a alejarse.

Minseok lo siguió con resignación, pero el hombre se dirigió hacia un costado de la capilla. Se adentraron juntos entre las sombras de los árboles y arbustos junto al muro que dividía la iglesia de la casa parroquial y dieron con una puerta cerrada. El padre sacó un juego de llaves de uno de sus bolsillos, abrió y lo dejó pasar primero.

Minseok pasó por su lado y una oscuridad casi absoluta lo envolvió mientras avanzaba por el estrecho pasillo. Escuchó cómo la puerta era cerrada y asegurada y luego los pasos del padre tras de sí. Muchas ideas cruzaron por su cabeza, todas sumamente profanas.

Cuando no faltaba casi nada para salir del oscuro pasadizo que terminaba en un acceso al jardín delantero de la casa, Minseok sintió una mano posarse sobre su hombro y se detuvo abruptamente, logrando que el otro cuerpo chocara contra él. La mano presionó su hombro con más fuerza.

—Las rejas de la casa se cierran a las ocho —el padre Mateo le recordó con voz tan suave que, de no haber estado tan cerca, Minseok no hubiera podido escucharlo—, procura estar aquí antes de esa hora y, mientras estés aquí, no hagas cosas que puedan comprometer nuestra reputación.

¿A qué se refería? Minseok se giró para preguntarle, pero no pudo lograr empujar ninguna palabra fuera de su boca.

La noche parecía abrazar al religioso, las ramas de los árboles cercanos creaban sombras sobre su rostro y el resto de su cuerpo apenas era visible, ya que la sotana se fundía con la oscuridad. Solo sus ojos se mantenían encendidos, inquietos como el fuego.

Minseok asintió, obediente, sumiso, aunque todo su ser estaba agitado y sus pensamientos se volvían cada vez más impuros.



Gracias por leer!

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