༺ uno ༻
Cuando desperté la almohada estaba empapada y aún se escuchaban las respiraciones lentas de los demás. Me asomé por la sábana y vi a las niñas tranquilas, pero Jin no estaba en la cama. Taehuyng y Jungkook dormían a mi lado, y como estaban abrazados pude levantarme sin despertar al pequeño.
No me molesté en calzarme, tenía calor y mi cabello largo estaba algo revuelto de la pesadilla. No la recordaba toda, pero había un gran dragón de ojos rojos, temible, y mis manos estaban manchadas de sangre morada.
Sin darle muchas vueltas me dirigí a la cocina con un gran bostezo, la casa era pequeña así que no tardé más de unos segundos, pero alcancé a ver a la oscura noche a través de la ventana.
En la cocina vi sentado a Jin, con una carta en su mano, que supuse que sería de papá cuando estuvo en el ejército.
──¿Estás bien? ──susurré mientras me acercaba a él.
Alzó la mirada y me sonrió a duras penas, asintiendo. Después retiró un poco la silla y se palmeó el regazo, así que me senté allí como si tuviese cinco años aún. Se sintió bien el paternal aroma dulce, tanto que volví a tener sueño y por instinto dejé mi cabeza en su hombro, cerrando los ojos.
Jin me balanceó y besó mi frente, pero aún no había respondido a mi pregunta.
──¿Tienes hambre? ──murmuró.
Yo negué. Claramente tenía hambre, no sabía cuánto hacía que no había comido, pero no quería preocuparlo.
──¿Estás bien? ──volví a preguntar.
──Sólo echo de menos a tu padre ── suspiró.
Yo sabía que él aparentaba ser fuerte, pero en el fondo sólo era un omega que acababa de perder a su alfa unos meses atrás. Si a mí me dolía, para él debía ser horrible.
──Siento no haber podido hacer más ──susurré, volviendo a sentir la impotencia que experimenté al hablar con Taehuyng noches atrás──. Lo siento mucho papá, de verdad...
Nunca habíamos hablado de ello, era algo que sabíamos pero no mencionábamos. Papá se lastimó y yo conseguí algunas medicinas, pero podría haber conseguido más si cruzaba las montañas, sin embargo me dio miedo y jamás las crucé. Nadie más podía ir, estaban mis hermanos pequeños para cuidar y yo siempre fui lo más parecido a un alfa. Pero simplemente no pude serlo esa vez.
Jin nunca me había dicho nada sobre ello, y papá tampoco me lo echó en cara, pero aún me sentía culpable. Quizá habría podido curarse...
──No pequeño, no pienses en eso. ──Me calmó──. Hiciste lo que pudiste, todos lo hicimos y tu padre luchó hasta el final.
No quise abrir los ojos, no quería verle llorar, pero sentí su cuerpo entero temblar como el mío, así que me aferré a él con fuerza.
──Si pudiese volver atrás cruzaría las montañas ──murmuré con la voz quebrada, no me importaba llorar si era con él──. Lo haría y papá seguiría aquí. Yo tengo la culpa de-
──Basta. ──Me cortó──. Ni se te ocurra decir eso, nadie tiene la culpa de lo que pasó, Mimi.
Abrí mis ojos al fin, para ver su mirada. Estaba cargado de tristeza y amor, pero también de firmeza.
──Ni siquiera había garantía de que sobreviviese con aquello, no le des más vueltas──. Con cuidado limpió las lágrimas de mis mejillas—. Ahora hay que seguir adelante y dar gracias porque llegamos a conocerlo y porque me dio cinco cachorritos hermosos.
Sonreí sin ganas, pero en cierto modo aquello me consoló. Por fin sabía que Jin no me echaba la culpa de lo que le pasó a papá. Ahora sólo quedaba la parte más difícil: perdonarme a mí mismo.
──Mimi, deja de pensar en ello. ──Me rogó, impregnándome de su aroma al frotar mi mejilla con la suya, lo que me consoló bastante──. Estaremos bien, ¿vale?
Asentí en sus brazos y se formó el silencio. Su mano comenzó a peinar mis negros y lacios cabellos y poco a poco volví a dormirme.
Sí, estaríamos bien, porque aquella vez no dejaría que los miedos de un cachorro me frenasen. Debía cuidar a mi familia, era mi deber y voluntad, era un adulto responsable y más que autosuficiente.
Iría a la guerra costase lo que costase, y volvería sano y salvo para ver a mi padre y a mis hermanitos celebrar mi victoria con un gran banquete.
Sólo debía conseguir borrar todo rastro de mi naturaleza omega, pero lo conseguiría, no era imposible. Jin estaría orgulloso de mí.
Esa vez el miedo, no me pararía y papá, dondequiera que estuviese, se enorgullecería de su primogénito.
Ya había tomado una decisión.
Quedaban treinta días para que terminase el plazo de inscripción al ejército para aquellos que no habían sido llamados y quisieran presentarse voluntarios. Pocos se inscribían, sólo aquellos suicidas que no tenían muchas opciones, exactamente como yo.
Debía entrar, había pasado una semana desde que había decidido ir a la guerra y había estado escabulléndome al bosque en cuanto podía. Allí había fabricado un arco con pedazos de ramas y flechas del mismo material. Igual había hecho para tener una espada, aunque era consciente de que aquello no pesaría igual que las armas de hierro que daban en el ejército, pero no tenía nada mejor.
Mentía a Jin y a Taehuyng, les decía que salía a recoger champiñones por el bosque. Aunque en parte era cierto porque una hora antes de volver siempre llenaba una cesta con setas comestibles, las que mi padre me había enseñado a recoger.
Eso nos dio para comer al menos dos veces al día, más el pan que las niñas conseguían mendigar por las calles. Taehuyng había ido un par de veces más a hablar con los Jung, lo que era buena señal, y a veces volvía con algún obsequio como lana o miel casera.
Todo parecía ir cuesta arriba, pero no quería dar marcha atrás, sabía que si me inscribía sería incluso mejor que entonces.
Aquella mañana, mientras me dirigía a la oscuridad de los arbustos en el límite del pueblo, sentí unos pasos detrás de mí, pero al girarme, no vi nada.
Como no quería hacer ningún escándalo que diese de que hablar a los vecinos, esperé a adentrarme un poco más en el bosque para detenerme y buscar a la persona que me seguía.
──Sé que me sigues, sal de ahí.
Ni siquiera tenía una idea de quién podía ser, pero la brisa trajo un olor familiar a mi nariz.
──¿Tete? ──murmuré, caminando hasta el origen del aroma dulzón.
Mi hermano salió temblando de detrás de un arbusto, asustado y con el castaño cabello hecho jirones.
──Perdona Mimi...
──¿Por qué me seguías? ──pregunté molesto.
Él agachó la cabeza y jugó nervioso con el anillo de su anular.
──Yo... sé que no sólo recoges setas, Mimi ──murmuró──. Cada día estás más fuerte y a veces veo moratones en tus piernas o brazos.
Tragué saliva. Si Taehuyng lo sabía... no podría ocultárselo a papá, era horrible guardando secretos, y Jin jamás me dejaría marchar.
──Tete tienes que volver, ahora ──ordené usando la voz más firme que pude, ignorando mi miedo a ser descubierto.
Pero él frunció el ceño y negó.
──No iré a ninguna parte, sé que te metes en líos. ──Carraspeó y entonces susurró──: ¿Hay alguien que te molesta?, ¿peleas con alguien a cambio de las setas?
Sacudí mi cabeza por sus ideas disparatadas y chasqueé la lengua.
──No, pero no puedo decirte nada más, tienes que irte, por favor...
──¡Dime qué haces cada día! ──rogó, juntando sus manos.
──Taehyung ──gruñí.
Él se encogió un poco y agachó la cabeza. Seguíamos siendo dos omegas, pero en pocos meses me había convertido en el defensor y proveedor de mi familia, así que los estereotipos de mi naturaleza hacía tiempo que los había dejado atrás, al menos con ellos.
──No puedes guardar un secreto, te ruego que te marches ──pedí.
Él se abrazó a sí mismo y sus pupilas vacilaron alrededor mientras pensaba. Me odiaba a mí mismo por ocultárselo, pero no tenía opción.
──Prométeme que estarás bien ──susurró.
──Lo prometo. ──Asentí.
Cuando por fin pareció convencido, replicó mi gesto y se dio la vuelta. Decidí no moverme hasta que lo perdí de vista entre las casitas, no podía arriesgarme, entonces corrí hasta mi lugar habitual por si cambiaba de opinión y me oculté en el pequeño fuerte que había construido con ramas y grandes hojas.
Allí me encargué de afilar de nuevo la madera de las flechas que había hecho a mano antes de practicar. El arco era mi fuerte, pero no era malo con la espada, aunque sabía que si iba a luchar con alfas y betas sería mejor hacerlo a distancia. Podía hacerme fuerte, pero nunca más que ellos.
Tras unos minutos solté un gran bostezo y salí de allí en dirección al pequeño prado escondido entre árboles gigantes. El olor a pino y menta era excelente, amaba sentirme como un lobo en plena naturaleza.
Alcé el arco con mi zurda y la diestra colocó la flecha en su lugar. Cerré mi ojo y con el contrario localicé la diana que había pintado en ese pino con el líquido de frutas silvestres días atrás. La flecha se clavó en el medio.
──Nada mal para un omega. ──Bromeé con sarcasmo.
Saqué otra flecha y me planteé seguir practicando hasta el atardecer.
Si tienes alguna opinión de la historia me gustaría leerla 🥰 →
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