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༺ once ༻

Por la mañana desperté de sopetón ante el fuerte e insistente toque de trompetas, esa vez más urgente que el resto de días.

──¡Firmes!

Totalmente adormilado me peiné el cabello con los dedos, pero no me dio tiempo a cambiar mi pijama antes de salir a la entrada de la tienda. Desde allí observé que Hoseok y algunos otros también estaban recién despiertos y desarreglados como yo, así que en parte me alivió.

──¡Reverencias! ──gritó el general Kim.

Con un poco de pereza me incliné sin siquiera pararme a pensar en lo que hacíamos, al menos hasta que vi la parte baja del hanbok del rey rodeado de Hwarangs, entonces entendí que eso era una inspección sorpresa.

Y por desgracia era el primero de mi sección.

──Soldado Park ──saludó uno de los Hwarang al llegar a la altura de mi tienda.

Como un muelle me puse derecho, evitando devolverle la mirada al rey porque sabía que no podría sostenerla.

──Espere aquí unos minutos ──indicó.

Con toda la calma que pude fingir asentí, entonces eché un vistazo al monarca, solamente para corroborar que no había apartado su mirada de mí. Había algo en sus ojos que me daba escalofríos, como si pudiese leerme la mente.

Ellos entraron en mi tienda y recé a la Diosa Luna porque no encontrasen nada sospechoso, aunque realmente no poseía nada importante así que no debía por qué estar nervioso.

Para calmarme busqué con la vista a Hoseok. Él me miraba con una expresión dormida, casi cómica con su pelo castaño alborotado. En cierto momento me frunció el ceño y yo me encogí de hombros, entendiendo la pregunta a la perfección.

Unos segundos después el rey salió escoltado por los Hwarang.

──Reúnase conmigo en mi tienda tras el desayuno, soldado Park ──murmuró el monarca.

Su voz estaba más ronca de lo habitual, o al menos la percibir así, por lo que me costó contener un estremecimiento.
Asentí a duras penas.

Después él se encaminó a la tienda del soldado frente a mí para seguir con la rutina y cuando salió y no dijo nada, supe que esa vez sí que estaba en problemas.

──Majestad ──murmuré al entrar en su tienda tras el desayuno y haberme aseado y cambiado.

El rey indicó a los sirvientes que habían allí con un ademán que se retirasen y así hicieron. Entonces esperó a que estuviésemos completamente solos para responderme.

──¿Sabe por qué está aquí, soldado? ──preguntó igual de calmado que siempre, a diferencia de mí.

Yo negué.

──No se debe a la inspección, puede relajarse ──comentó mientras se acercaba a la mesa de madera en el centro de la tienda.

Allí habían muchos objetos, pero no una cama, así que debía usarla más bien de despacho, cosa en la que no me había fijado la anterior vez. Se inclinó hacia una tetera y sirvió té en dos tazas minúsculas de porcelana fina, sin mirarme.

──¿Entonces...?

Él tomó ambas tazas y rodeó la mesa hasta mi posición ofreciéndome una que acepté con ambas manos y una inclinación protocolaria.

──Hemos seguido sus sugerencias con el dragón y está libre dentro de su jaula ──comentó, dejando una pausa para dar un sorbo al té──. Y sé que anoche se acercó a él en un primer intento.

──Agust... ──maldije en voz alta, sin querer.

El rey elevó sus cejas.

──Así es ──confirmó mientras yo bebía del té para callarme──. Y si se pregunta por qué le estoy contando esto, es sencillo. ──Suspiró y dejó la taza vacía de nuevo en la mesa, antes de caminar en mi dirección──. Evaluando a los hombres bajo mi poder, creo que el único capaz de realizar una tarea así de importante es usted, Park.

En ese instante aferré bien la taza para no dejarla caer de la impresión.

──Ni siquiera Agust podría domar al dragón en diez años y usted se acercó en una noche ──añadió en un susurro.

Mi mente iba a mil por hora, al igual que mi corazón. No entendía qué quería decir con aquello, pero me sentí halagado y asustado al mismo tiempo, porque aquellas palabras provenían del mismísimo rey.

Sí, el mismo que odiaba por la opresión a los omegas, el mismo que me habría detestado de haber sabido mi verdadera naturaleza.
Y aunque seguía con eso en mente, su mirada logró robarme el aliento unos segundos.

──Gracias majestad ──susurrré de vuelta, sin comprender a dónde quería llegar──, pero creo que no le sigo.

Él prensó los labios antes de suspirar de nuevo.

──Que es nuestra única esperanza, soldado ──confesó──. Sin ese dragón somos débiles ante el ejército del Norte, y esta guerra definirá el destino de nuestro país.

Mi diestra tembló tanto que temí tirar el té al suelo, así que me obligué a agachar de una vez la cabeza, por muy débil que ese gesto pudiese hacerme.

Contra todo pronóstico, el rey me arrebató con cuidado la taza de mi mano para devolverla a la mesa. Entonces usó su zurda para alzar mi mentón y hacer chocar nuestras miradas del mismo modo que se habían encontrado el primer día; firmes y curiosas.

──No sabemos exactamente cuándo movilizará sus tropas el rey del Norte, pero será pronto ──susurró, haciéndome recordar la conversación que había escuchado a escondidas en la frontera contraria noches atrás──. Por favor, ayude a su país a ganar la guerra y le daré cualquier cosa en recompensa, incluso le podría hacer rey consorte si es lo que quiere ──ofreció.

La idea de casarme con alguien no era atractiva, pero pensar en casarme con él en ese momento me retorció el estómago y sentí náuseas.

──Haré lo que esté en mi mano ──murmuré──, pero con el debido respeto majestad, lo único que quiero es volver con mi familia y darles una buena vida.

El rey osciló entre mis ojos, buscando algún rastro de duda, pero al no hallarla soltó mi mentón y se alejó. De algún modo sentí que el ambiente se enfrió en ese momento.

──No me decepcione ──concluyó.

Después hizo un ademán para indicarme que marchase, así que me incliné y di media vuelta para alejarme lo más rápido posible de allí, notando un cosquilleo en la piel que había tocado su mano.

Aquella noche no me topé con Agust, lo que en parte agradecí porque quería un momento a solas para pensar.

De nuevo me planté en el claro, pero esa vez llevaba oculto un trozo de pollo de la cena. No podía dejar de alimentarme demasiado, necesitaba fuerzas para la batalla, pero era más importante acercarme a ese dragón.

──Hola precioso ──saludé de lejos.

Esos ojos amarillos se abrieron de la misma forma que siempre, tras los barrotes, y me buscaron bajo la luz de la Luna.

──Tengo carne esta vez ──anuncié como si de veras pudiese entenderme.

Tras mostrarle el muslo de pollo, el dragón pareció contento, estirando su cuello hacia los barrotes con interés.

──Yo sabía que te iba a gustar. ──Reí suavemente, acercándome un poco más calmado.

Llegué sin interrupciones cerca de la jaula y él sacó su bífida lengua de nuevo, justo para que dejase allí la comida y él se la tragase sin masticar.

──Buen chico ──susurré.

Esperé a que se diese la vuelta para seguir durmiendo, pero se quedó muy quieto mirándome, así que me inquieté. No tenía más comida y a esa distancia moriría si decidía calcinarme.

──¿Qué pasa, pequeño? ──Sonreí inconscientemente, asemejándolo a un perro cuando torció el mentón al mirarme──. No tengo más comida.

El dragón bufó y realmente comencé a pensar que podía comprender mis palabras.

──¿Puedo acariciarte?

Él extendió sus patas delanteras bajo la cabeza y se tumbó de ese modo, sin apartar la vista de mí.
Tomé aquello como una especie de afirmación, así que estiré mi mano pero le dejé olisquear primero. Después me arriesgué y traspasé los barrotes en dirección a su cabeza con mucho cuidado y paciencia, sin hacer ningún movimiento brusco.

Poco a poco la palma de mi mano dio con su nariz, comprobando que las escamas eran suaves dentro de lo que cabía, como acariciar cuero de la mejor calidad. Con un suspiro de alivio comencé a acariciarle como habría hecho de haber sido cualquier otro animal, lo que pareció gustarle porque poco a poco cerró sus ojos.

──Buen chico ──repetí con una sonrisa anonadada, sin creerme lo que estaba pasando.

El dragón volvió a abrir sus ojos al escuchar mi voz, pero no se movió. Debía tener un oído excelente.

De nuevo bufó, como si intentase comunicarse conmigo, lo que me hizo reír un poco y por ende él pareció más atento.

──Tendré que ponerte nombre, ¿te parece? ──susurré, sintiéndome como un cachorro con su nueva mascota──. ¿Qué tal Red?

Él no hizo nada, sólo parpadeó por lo que me tomé la libertad de escoger yo mismo.

──Bien Red, un placer conocerte ──murmuré antes de dejarle un pequeño beso en las escamas.

Él pareció sorprendido, como si no supiese qué había sido eso, retrocediendo hasta rascarse insistentemente la nariz con su pata.

──Pequeño tengo que irme ──susurré entonces, recordando el día de entrenamiento que me esperaba al amanecer──. Mañana volveré con más comida, ¿vale?

Red bufó de nuevo, así que solamente le dejé una última caricia en su nariz y di media vuelta. A decir verdad me daba pena dejarlo allí, pero aún no tenía tanta confianza como para sacarlo de la jaula y poner en peligro a todos. Pero a ese paso no me quedaría mucho para tenerlo en el bolsillo.

Completamente satisfecho y contento volví a mi tienda a través del bosque, casi a trotes de alegría. Pero en cuanto crucé la entrada mi semblante cambió y todo el cuerpo se me enfrió.

Bajo la tenue luz de una única vela pude ver el cuerpo magullado de Agust tirado en el suelo de la tienda, humedeciendo la tierra de sangre mientras cerraba los ojos poco a poco.

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