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༺ diez ༻

Me había guardado la manzana de la cena y ni siquiera me había cambiado al pijama, solamente había dejado caer mi cabello negro por debajo de los hombros. De esa forma guardé la fruta en el cinturón de tela de mi uniforme y salí de mi tienda de campaña en dirección al bosque, pero al rodearla me topé con una figura que por poco me saca un grito.

──¿Tan feo soy? ──susurró Agust, apoyado en uno de los postes de madera que sostenían mi tienda.

Con una mano en el pecho del susto dediqué unos segundos a calmar mi corazón, entonces le propiné un pequeño golpe en la frente.

──¿Cómo se te ocurre estar aquí?, podrían verte. ──Le regañé, como si realmente fuese mi problema.

Y en cierto modo lo era tras las amenazas del rey.

──Tranquilo, no te he esperado demasiado tiempo ──murmuró mientras se sobaba la frente.

Después de dirigirle una mala mirada puse rumbo al bosque, y obviamente él me siguió.

──¿Por qué me esperabas?, ¿y cómo sabías cuál es mi tienda? ──inquirí molesto.

Escuché su risa baja detrás de mí, pero no me giré en ningún momento, tenía asuntos urgentes que atender.

──Tenía un presentimiento y sé dónde están todos los soldados que me interesan ──explicó, avanzando un poco hasta quedar a mi lado.

Alcé una ceja y me crucé de brazos, pero no me detuve en ningún momento. Por suerte esa noche la Luna alumbraba un poco más, estaba creciendo, y así podía identificar el camino.

──¿A qué te refieres con eso? ──mascullé.

Había algo en su actitud altiva que no me gustaba, parecía de esas personas que miraban a todos por encima del hombro. No me gustaba saber que tenía información sobre cualquier persona, ¿y si descubría mi origen?

──Eres útil ──respondió──. Por cierto, ¿a dónde vamos?

Oculté una sonrisa, por fin había algo que no sabía.

──¿Te dan miedo los dragones, espía? ──pregunté mirándolo de reojo.

Él me devolvió la mirada con un destello travieso en sus ojos.

──¿Crees que puedes domesticar al dragón del rey? ──cuestionó antes de pincharme con el índice en el brazo──. Te falta volumen.

Arrugué la nariz de desagrado y aparté su diestra de un manotazo sonoro.

──Es un animal al fin y al cabo, no necesito fuerza sino estrategia ──murmuré.

Agust calló por unos instantes, como si pensase en ello, y yo agradecí internamente poder tener unos segundos de paz. Si así iban a ser todas las noches prefería quedarme en mi tienda.

──¿Y por qué no vas a verlo de día?, ¿esto no es jugar sucio? ──preguntó.

Reconocí el camino en cuanto vislumbré los mismos arbustos que aquella misma tarde había recorrido. Por suerte se me daba bien la orientación en el bosque.

──El rey dijo que teníamos hasta el final de la semana para domarlo, no dijo cuándo o cuánto podíamos intentarlo. ──Me encogí de hombros──. Y así nadie me molesta, seguro que los guardias duermen.

Agust esbozó una sonrisa de medio lado y pareció entre adorable y apuesto porque dejaba ver parte de su encía superior. Aparté la mirada antes de quedarme observándolo como había hecho con el rey.

──Eres astuto, beta ──murmuró.

De reojo vi su mano alzarse, pero no me dio tiempo a apartarla antes de que pellizcase mi mejilla.

──¡Déjame! ──me quejé en un murmullo, sin querer alertar al dragón conforme nos acercábamos al claro.

──Es que eres tan adorable y pequeño... ¿Cómo puedes intimidar tanto? ──Rió entre dientes, apartando su mano.

Rodé los ojos y conté mentalmente hasta diez para no abofetearlo. Si algo había odiado durante toda mi vida había sido los prejuicios a los omegas y su apariencia, no necesitaba que nadie en el ejército me recordase mi composición.

──Que te den ──susurré.

Acto seguido salí al claro a pasos silenciosos, asegurándome de que los dos únicos guardias que custodiaban al dragón estaban dormidos.

Agust se quedó en el borde y lo agradecí, porque no quería distracciones. Entonces, recordando la reacción del animal ante el soldado, saqué de mi cinturón la manzana y entré en su campo de visión.

El dragón abrió sus ojos y se enderezó, pero no hizo ruido por la falta de grilletes.

──Te han soltado ──susurré para mí.

Antes de que se pudiese alterar, le mostré la fruta en mi mano.

──¿Tienes hambre? ──pregunté un poco más alto, lo justo para que me escuchase pero no despertase a los guardias──. Es para ti.

Como si me pudiese entender, extendí el brazo, arriesgándome a ser calcinado por ello, pero el dragón sólo me miraba de lado, alerta.

──No te voy a hacer daño ──susurré──. Te daré esto y me iré, no llevo espada.

Mostré la otra mano en alto, vacía, y di otro paso al frente. El animal pareció alterarse un poco, pero se mantuvo quieto mientras me acercaba, una buena señal.

Seguí caminando con la manzana por delante y cuando estuve a metros de la jaula él pareció acercarse, olisqueando el aire. No sé qué buscaba, pero después de un momento extendió su lengua. Ignoré el asco que me daba eso, al fin y al cabo era saliva, y coloqué allí la fruta.

El dragón recogió la manzana y se la tragó sin masticar, pero después ni siquiera reparó en mi presencia, se dio la vuelta y se acostó tal y como estaba antes de que yo llegase. Entonces bufó y pareció dormirse.

──Buenas noches, pequeño ──murmuré enternecido.

Sólo era un animal enjaulado y asustado, lo único que necesitaba era cuidar de él y lo tendría en el bolsillo antes de terminar la semana.

Con una gran sonrisa de satisfacción volví caminando tranquilamente hasta donde Agust me esperaba con la boca abierta. Reí un poco antes de cerrarle la mandíbula con un toque del índice.

──¿Te comió la lengua el gato? ──murmuré con diversión.

Caminé de vuelta al bosque sin esperarlo, escuchando sus pasos unos segundos después.

──¿Cómo has hecho eso? ──preguntó a mi lado.

Me giré y caminé del revés para encararlo, sin borrar la sonrisa altiva de mi rostro.

──Sólo lo he alimentado, no es para tanto ──canturreé alegre.

Agust se detuvo para mirarme con los ojos entrecerrados, como si buscase algo en mi cara.

──¿Qué?, fue mucho peor darle de comer por primera vez a un cachorro. ──Reí.

Él cambió la expresión a una sorprendida, acercándose un poco más.

──Si tienes hijos no deberías arriesgarte tanto ──comentó.

Volví a girarme para caminar, quería volver a mi tienda para descansar y mucho más al enfrentar un tema tan personal.

──No, son mis... sobrinos, tengo bastantes y... Bueno, siempre ayudé a mi cuñado a criarlos, sobretodo cuando mi hermano murió ──expliqué.

En parte era cierto, al ser el mayor de mis hermanos siempre había ayudado a papá Jinnie con los deberes de casa, aún más cuando papá murió y me culpabilicé por ello.

──Siento lo de tu hermano ──murmuró Agust.

Por un momento había olvidado su presencia y la situación que me rodeaba, así que la volver a la realidad me abracé a mí mismo y agaché la cabeza para caminar.

──Él fue un buen soldado, espero estar a la altura ──comenté para cambiar un poco el ambiente apagado──. Se llamaba Park Yejun.

Agust presionó los labios unos instantes.

──El hecho de que te esfuerces tanto por tu familia y la batalla te hace un buen soldado y hombre, no tienes por qué superar la reputación de tu hermano ──comentó más serio.

Aquello consiguió calmarme de algún modo, quizá porque su voz de parecía a la del rey o porque era un noble, sentí que mi trabajo no era en vano.

──Gracias... ──Le miré de reojo──. Pensé que no sabías hablar más allá de comentarios impertinentes ──bromeé.

Entonces me empujó un poco, pero su sonrisa no tenía nada de sarcástico esa vez.

──Estoy sorprendido, eso es todo. ──Suspiró──. Eres el soldado más menudo y aparentemente débil de toda la frontera y aún así destacas entre todos ellos.

Noté mis mejillas colorarse por el halago, así que agradecí la poca luz que había en el bosque.

──Al menos ellos saben montar bien a caballo ──murmuré entre dientes.

Agust rió un poco, pero me dio un codazo suave con tal de animarme.

──Es cierto, hoy no podía ponerle la montura al caballo y tuvo que ayudarme el rey ──conté, cubriéndome el rostro con las manosmanos── que vergüenza, por la Luna.

──No es para tanto. ──Carcajeó tras su mano──. Seguro que vio lo adorable que eres.

A punto de volver a tocarme la mejilla, esa vez aparté su mano a tiempo con un golpe molesto.

──No te aguanto. ──Rodé mis ojos.

Llegamos al borde del bosque, desde allí podía ver a la perfección mi tienda así que bajamos la voz.

──¿No tienes que ir al norte? ──pregunté de forma casual, para quitármelo de encima.

Pero él me siguió sin intención de marchar.

──Sí, sólo quería despedirme como es debido ──murmuró.

Tomó mi mano con cuidado y se la acercó a los labios, depositando allí un suave beso que me hizo cosquillear la piel.

──Suena a... una despedida definitiva ──susurré.

No me preocupaba o algo parecido, pero me parecía extraño; la guerra aún no había terminado.

──Para nada ──sonrió sin soltarme la mano, sino que estiró para acercarme aún más──. Sólo comprobaba la ausencia de un anillo.

Gruñí entre dientes al terminar de escucharlo, saliendo del trance de la sorpresa por su acción sólo para darle un golpe en el brazo y zafarme de su agarre.

──Estás loco si piensas que me dejaría cortejar por tí. ──Bufé.

Agust chasqueó la lengua y volvió a esbozar esa sonrisa torcida de forma juguetona. Me ponía de los nervios, quería borrársela de un golpe.

──Yo no he sido quien ha dicho nada de cortejar. ──Alzó una de sus cejas.

Quise gritar de pura frustración, pero en lugar de eso guardé silencio y traté de empujarlo hacia el bosque pero retuvo mis manos en el aire. Lo siguiente que sentí fue un beso en la mejilla, sonoro y pausado.

──Duerme bien, cachorrillo ──susurró sobre mi piel.

Aún con las manos atrapadas me giré hacia su rostro sin sentirme intimidado, solamente algo nervioso por tener a un alfa tan cerca.

──Vete al infierno ──susurré malhumorado.

Entonces él soltó al fin mis muñecas y se alejó un poco, no sin antes guiñarme un ojo, por supuesto.

──El cielo es para los aburridos, beta ──murmuró.

Acto seguido corrió en dirección al bosque, desapareciendo en la oscuridad de los arbustos.

Aún sentía mi piel caliente por su roce, cosa que no me gustó. Ningún alfa se había acercado tanto a mí nunca, pero tampoco nadie me había hablado o tratado así. Sin duda Agust era un sinvergüenza.

Entré al fin en mi tienda y, mientras me deshacía de la ropa, mi nariz captó el olor de la hierbabuena y la tierra húmeda del bosque. Dado que no me convenía que nadie supiera que me escapaba allí noche, me puse a lavar el uniforme de cualquier evidencia antes del amanecer.

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